viernes, 11 de octubre de 2013

El sanador de sueños

Está claro que tengo el gafe para esto de los cuentos. Concretamente, éste que voy a plasmar en esta entrada lo redacté hace muchísimos años, cuando estaba haciendo la carrera de Periodismo en Pamplona, y todavía el mundo de los sueños y el viaje onírico no estaba tan explorado en el cine (ese inmenso devorador de ideas literarias). Pero a día de hoy estas líneas ya han perdido buena parte de su frescura tras la ingente cantidad de títulos que aluden a esta materia, como "Más allá de los sueños", hecha en 1997 por Vincent Ward, si bien, el mejor exponente de los cuales sigue siendo, en mi opinión, "Origen" (2010), del gigante Christopher Nolan, aunque en su momento se lo cedí a mi amigo Antonio Sánchez-Escalonilla, profesor de Guión Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, para que sus alumnos pudieran practicar con él y convertirlo en un posible guión cinematográfico (creo que sin resultado alguno, en fin). Siempre pensé que Alfredo Landa hubiera hecho un gran papel como protagonista...
Aquí va (sed indulgentes, por favor, es uno de mis primeros escritos):


Una imagen como ésta, tomada de serialteacher.blogspot.com, fue la que me inspiró el cuento. Ocurrió en uno de mis habituales desplazamientos de fin de semana en autobús de línea entre Pamplona y Vitoria.



El sanador de sueños

— Hola; buenas noches. Soy Luis. Me envía la Compañía de Sueños Ejemplares, S.A.
El enfermo se quedó mirando fijamente a la figura que acababa de entrar por la puerta, con la boca entreabierta de puro asombro. No eran ya horas de visitas y pestañeó para ver si aquel ser era de verdad o simple fantasía. Al comprobar que el hombre no se había volatilizado en el aire pudo articular finalmente algunas palabras balbucientes.
— ¿Cómo ha dicho? ¿Le importaría repetirme eso? —Preguntó mientras seguía con la mirada a Luis, quien ya se acomodaba en una silla junto a la camilla sin haberle pedido previamente permiso. El recién llegado resultaba un tipo sonriente, alto de unos treinta años. Vestía como uno de esos malditos yuppies que tanto salen por las películas, no carecía siquiera de chaleco e incluso llevaba consigo un costoso maletín de brillante cuero negro. Actuaba, eso sí, con toda naturalidad, sin titubeos de ninguna clase.
— Bueno, si lo prefieres te enseño una de mis credenciales —dijo al tiempo que se sacaba una tarjeta del bolsillo interior de la oscura americana y se la alargaba al enfermo. Éste la cogió y pudo leer en ella exactamente lo que el otro ya le había anticipado:

LUIS
SANADOR DE SUEÑOS
COMPAÑÍA DE SUEÑOS EJEMPLARES, S.A.

En la cartulina blanca no ponía nada más, ni dirección ni teléfono siquiera.
— Oigame, ¿Usted se cree que esto es normal? Porque yo no me estoy enterando de nada, ¿sabe? — Recalcó el trato de usted en el tono de la voz; le molestaba sobremanera que un desconocido le tuteara de buenas a primeras. Luis continuó con el mismo aire jovial en sus maneras.
— Pues es muy sencillo. Tú no duermes bien por causa de las pesadillas y eso es precisamente lo que hace que tu estancia en el hospital sea más larga.
— ¿Y qué? —Respondió amoscado el enfermo.
— Vamos, vamos. Los dos sabemos que tu situación económica es bastante precaria, por no decir penosa — le propinó unos golpecitos cómplices en la rodilla, mientras guiñaba un ojo para hacerse el simpático— No te puedes seguir costeando la habitación.
— ¡Váyase a tomar por...! ¿C-cómo se atreve? —Si algo había que al enfermo le sacara de sus casillas era que le mencionaran su delicado nivel financiero. La vergüenza y la rabia le ahogaban la garganta impidiéndole pronunciar las frases con claridad y arrojó la tarjeta de Luis sobre la mesita de noche—. No le consiento ni a mi padre que se entrometan en mi vida privada. ¡Anda, hombre! ¡Habráse visto! Ahora mismito voy a dar aviso para que le echen de aquí.
El convaleciente se medio incorporó en la camilla para pulsar el timbre en forma de pera que había a la cabecera del lecho y con el movimiento tiró al suelo el libro que había estado leyendo durante la tarde. Luis se agachó para recogerlo.
— Es-te-fa-ní-a; ¡je! Buena literatura, sí señor —se burló el extraño personaje ojeando la portada.

Portada de Estefamía, de Marcial Lafuente, que durante muchas
generaciones marcó un tipo de literatura
específico que se vendía en quioscos.
El enfermo no contestó y mantuvo los brazos cruzados sobre el pecho, mirando hacia la entrada. Luis no perdió la sonrisa e hizo otro intento por romper el hielo que ya había helado el tenso ambiente de la habitación.
— Esto es toda una joya; ya no hay quien lo encuentre en las tiendas —observó agitando el libro en su mano.
Nada.
— Muy bien, haz lo que quieras... Pero, por el amor de Dios, no te alteres. Eso hará que vuelvas a tener pesadillas.
Un bufido de disgusto fue la única respuesta del enfermo. Por el pasillo se escucharon unos pasos rápidos y ligeros. La enfermera llamó a la puerta y entró.
— ¿Qué desea, señor González? —Inquirió sumisa pulsando un botón situado al lado de la puerta y que desconectaba la luz de alarma en el cuarto de guardia.
— Este... Señor, por llamarlo de alguna manera, me está molestando —señaló sin mirar a la silla donde se encontraba Luis—. Y ya no debería de estar aquí, así que ¡hala! Llame al sanitario para que lo expulsen como es debido. Hágame el favor.
— ¿Pero a quién? — La jovencita miraba perpleja un asiento vacío.
— ¿A quién va a ser? Éste de aquí... —Se movió hacia el intruso, quien le devolvió una mirada de circunstancias.
— Ahí no hay nadie —apuntó la chica suspirando.
El paciente se quedó de piedra abriendo los ojos con expresión estúpida. Él podía verlo, la muchacha no.
— Vale, monina. Pues déjelo estar. Déjelo. Lo siento mucho —se disculpó ruborizándose hasta la raíz del cabello y negando con la cabeza.
La enfermera, que durante dos interminables semanas había tenido que aguantar el mal humor y las más que mortificantes extravagancias de aquel cliente insoportable, soltó un improperio bastante grosero y se largó dando un portazo, pese a que desde hacía más de una hora había que guardar silencio en todo el edificio.
El señor González Abengózar se pasó lentamente la mano por la cara antes de mirar a Luis de nuevo. Estuvo tanteándole un buen rato sin respirar siquiera. Ésa era la primera vez que el enfermo se enfrentaba a algo ajeno al ámbito de lo común y le asaltó toda una amalgama de sentimientos que iban desde el miedo más absoluto, pasando por la curiosidad desesperante, hasta la creencia en que había perdido del todo la cordura. Nunca en toda su vida de genial funcionario se había topado con lo sobrenatural; de hecho, a sus cuarenta y siete años, todo le había resultado confortablemente monótono: una esposa encantadora y complaciente que no le causaba disgustos, unos hijos ya colocados que ni siquiera pasaron por la edad del pavo, un pisito ni grande ni pequeño en La Ventilla (*), plácidas e indefectibles vacaciones en Benidorm y un trabajo tranquilo del que no había quien le sacara hiciera lo que hiciese. ¿Para qué quería más? No había blanco ni negro; todo resultaba de un gris tremendamente relajante y así quería él que continuara siendo para siempre jamás. Estuvo a punto de extender la mano para tocar a Luis a ver si así desaparecía o, al menos, para comprobar si era material, pero en vez de eso dijo con cara de lástima:
— Ésa no te ha visto.
— Claro, hombre. El problema es tuyo, no de ella —aclaró Luis— . Eres tú el que está enfermo. Tú el que tiene pesadillas. Si estoy aquí es por ti.
González retrocedió ante el dedo que Luis le tendió con brusquedad estudiada.
— Y yo, ¿qué pinto en todo esto? —El enfermo pensaba evidentemente en el dinero y en cuánto le iba a suponer la broma—. ¿Cuál es mi papel?
— Sólo tienes que dormir. Y no te preocupes por nada —contestó el otro.
— ¿Dónde están tus alas? —Preguntó González mostrando la primera sonrisa, tímida, del día. Su chiste pretendía aportar un poco de coherencia real a la atmósfera de absurdidad que se había ido tejiendo en la estancia y que se adhería a su piel provocándole escalofríos tensos.
— ¿Cómo?
— No; nada. Sin más. Una tontería mía —comentó González—. Así que sólo tengo que dormirme, ¿y ya está?
Luis asintió y el enfermo, imitando sin mucho convencimiento su gesto de afirmación, apagó la luz arrebujándose bajo las sábanas. Al principio, le costó conciliar el sueño y, después de levantar varias veces el párpado para ver si Luis no se había ido, terminó por abandonarse en brazos de Morfeo.
Fue entonces cuando el curador onírico dejó de aparentar aquel firme gesto de seguridad en sí mismo y la sonrisa se le borró de la cara.


Había luna llena y el camino de piedras blancas brillaba como si estuviera pavimentado de diamantes. A ambos lados de la avenida se alzaban enormes árboles, pero no eran amenazadores. En el aire flotaba una mezcla de pesadez y transparencia, de claridad brumosa; no se escuchaba ni el caminar pausado de González. A lo lejos se adivinaba la sombreada mole de un gran caserón en ruinas. El sendero iba a morir allí. De las ramas de los últimos dragos, justo antes de llegar, colgaban durmiendo aún boca abajo unas formas peludas que, de cuando en cuando, se agitaban con movimientos mecánicos. González sabía que eran murciélagos gigantescos, como los que hay en India, sin embargo no les hizo caso y siguió adelante.
Se llegó hasta la mansión, que claramente había cambiado de forma y ahora, en vez de parecerse a una casa señorial del Sur americano, se mostraba como una especie de fortaleza-monasterio románica del Norte español. Supo que en el interior de uno de los torreones se retorcía una cerrada escalera de caracol y, a través de las estrechas troneras abiertas en la pared, vio una luz descendiendo despacio, sin prisas, aunque enseguida llegó a la planta baja.
Por el portón apareció la joven enfermera de guardia con una vela desprotegida en la mano; la llama temblaba aguantando el envite del viento sin llegar a extinguirse. le sonreía desde lo alto de los cinco desgajados escalones que iban a dar al patio donde se encontraba el hombre. A pesar de ser tan descarada la moza no era nada fea. González atendió ansioso mientras ella se despojaba de su verde uniforme y en un instante se mostró desnuda ante él: su piel era asquerosamente peluda y arrugada, surcada por millares de venas moradas que se retorcían vivas como serpientes. Sus dedos, filosos y rematados en largas uñas de animal, aplastaron el cirio sin quemarse para arrojarlo a su espalda por encima del hombro.
Horrorizado, González la miró a la cara y gritó un mudo alarido. La mandíbula descarnada de la chica babeaba hambrienta un líquido espeso en el que nadaban caóticos decenas de gusanos lechosos, carecía de nariz y el pellejo le pendía a jirones por todo el rostro. El esperpento de aguzados dientes se acarició el cuerpo con estéril sensualidad al tiempo que sus ojos desenfocados giraban vertiginosos en las órbitas. Una voz ronca de ultratumba rompió por fin el denso silencio.
Mi amor... Mi amor.
González quiso salir corriendo, pero sus piernas no le respondían. La enfermera entonces comenzó a bajar calmadamente los peldaños proyectando los brazos hacia él. En ese momento, el pobre soñador tuvo la noción de ser empujado a un lado y, tendido en el suelo, llegó a entrever fugaces imágenes de Luis que había cubierto al espanto con una manta y lo golpeaba sin piedad con un grueso candelabro de bronce. Finalmente, el monstruo se evaporó dando paso a un sol prodigioso que iluminó toda la escena.
— Ven, sígueme. No tengas miedo —le dijo el sonriente Luis con voz cálida.
El enfermo se levantó y miró a la figura amiga alejarse por un nuevo camino que iba a perderse en mitad de un paisaje de ensueño: amplias praderas esmeraldas se extendían hacia el infinito del horizonte; aquí y allá, las flores manchaban el tapiz de hierba con colores frescos y relucientes; el aire irisado se endulzaba con las melodías de infinitud de pájaros desconocidos que cantaban para él y al fondo, cerca de una fuente, creyó ver a un unicornio que le invitaba mediante cabriolas a jugar al escondite mágico.
Disfruta del sueño, mi niño. Contempla la hermosura que te rodea. Descansa y disfruta... Disfruta... Disfruta...
González se vio a sí mismo como un chiquillo que correteaba por el campo riendo a pleno pulmón. Un león dorado le retaba a ver quién era el más veloz.
El durmiente se permitió el lujo de sonreír feliz.

Terribles mandíbulas de un Pez Tigre Goliat, robada de www.vistaalmar.es

— Buenos días. ¿Cómo te encuentras?
González se sentía como nuevo y abrió los ojos con pereza, cuidadosamente porque Luis se había tomado la libertad de abrir la ventana de par en par y la claridad entraba a raudales. Cuando lo vio de pie contemplando la calle ya no se notó molesto como antes por su presencia.
— Perfectamente —contestó González desperezándose—. Dime una cosa, ¿tú...?Su pregunta quedó interrumpida por un ademán de Luis que le ordenaba callar. Sonaron unos golpes en la puerta. Otra enfermera de cofia blanca entró con una bandeja de desayuno. Una vez que saludó, la mujer depositó el condumio sobre una mesita acoplada a la camilla y volvió a marcharse.
— Mira, no sé si necesitas comer o qué, pero estaré muy orgulloso si compartes conmigo el desayuno —ofreció el funcionario.
Agradecido, Luis acompañó al enfermo y ambos se regalaron el estómago con gusto. Luego González retomó la conversación.
— Oye, eh...
— Luis —le recordó el sanador de sueños.
— Luis, es verdad. ¿Por qué no me dices un poco en qué consiste tu trabajo? Me parece que después de lo de ayer me merezco una explicación, ¿no?
— No —manifestó contundente Luis tras sopesar en profundidad la demanda del enfermo—. Sólo puedo decirte que conlleva bastantes riesgos. En cierto modo, nuestra existencia depende del público al que atendemos, y nuestra supervivencia también. El resto te lo puedes imaginar por ti mismo. Ya tuviste una experiencia; saca tus propias conclusiones.
González quedó atónito.
— ¿Riesgo? ¿Qué riesgo? ¿Y qué es eso de que tu existencia depende de mí?
— No te pienso decir nada más, así que no intentes sonsacarme. Seguramente tendremos otra oportunidad esta noche. Todavía no estás recuperado del todo y voy a permanecer aquí contigo. Si tengo éxito, mañana mismo podrás salir del hospital.
— Vale, si no quieres hablar de ello, estás en tu derecho. Yo lo comprendo y no te preocupes por mí. Seré un tipo muy cortito de entendederas y todo eso, pero por lo poco que sé al menos puedo asegurarte algo: tu labor me parece maravillosa, y va en serio.
Luis alzó las cejas admitiendo condescendiente el cumplido. El enfermo, entonces, intentó de nuevo la gracia del día anterior:
— ¿Sigues sin querer enseñarme tus alitas?
— No soy un ángel, si te refieres a eso —el rostro de Luis era una pétrea máscara de seriedad y en los más profundo de sus pupilas se encendió una chispa de pánico—. Esta noche —musitó para sí—, sólo esta noche...
No hablaron más durante las siguientes horas. González se contentó con leer su novela del Oeste y recibir las visitas precisas —la de su mujer, aparte de las médicas—, ninguna de las cuales se dio cuenta de la comparecencia de Luis. Éste, por su parte, adoptó una actitud ausente y meditabunda de la que el enfermo no pudo arrancarle por mucho que lo intentó.
Un ángel. Casi sonrió por la ocurrencia. No. No era un ente celestial; por el contrario, era un hombre, y muy humano. O quizá eso quedara para el pasado, cuando en vez de sangre le corría por las arterias un auténtico torrente de alcohol casi neto; cuando era otro paria social sin hogar que bagabundeaba solitario por los parques de las afueras escondiéndose, protegiéndose, del mazo acusador de la bendita sociedad, hasta que aquel alma de Dios benefactora le arrebató de las calles para concederle una segunda oportunidad.
¿Cómo dijo? ¡Ah, sí! El discurso de su ya olvidado salvador sonó algo parecido a esto: "Eres un despojo infecto, sin honra y sin futuro. Estás prácticamente muerto en todos los sentidos, pero aún puedes ser útil y hacer mucho bien". Un mensaje directo y conciso, de los que llegan al corazón, lo quieras o no. Aceptó por dos motivos; el primero, porque no había remuneración monetaria a cambio y eso no sólo le redimía de alguna manera, sino que además le aportaba la paradójica seguridad de que no le estaban engañando. El segundo hacía referencia a un detalle que había estado presente durante casi toda su vida de escoria de la indigencia y, por tanto, no le preocupaba que lo siguiera acompañando en lo que le restaba de permanencia en este mundo: nadie podría verle; nadie, salvo los que necesitaban de su ayuda, por supuesto.
Uno de los invisibles de la calle (en este caso de Barcelona).
Captada de arivolovich.wordpress.com
Durante su formación, junto a legiones como él y algún que otro voluntario aburrido de no hacer nada en su aburguesada cotidianidad de clase media y curiosamente abochornado de su acomodada condición, le aleccionaron sobre el arte de la persuasión, el mesmerismo y la telepatía; el control de la esquizofrenia en la fase REM; el provecho de la teoría y práctica de la tensigridad; la canalización de endorfinas cerebrales y su relación con la regeneración de la mielina y la distinción de los cinco estados oníricos, en especial el cuarto, reino piramidal en cuyo vértice van a converger las peores pesadillas.
Luis nunca entendió conceptos como "inmaterialidad", "plano superior" o "paralelismo corporal", pero sí que se quedó con su poder de influir en las fantasías de los dormidos y su capacidad de aparecer en medio de esas historias hechas a base de polvo de arena, sin las cuales se rompe el sutil equilibrio del sano juicio.
De entre todas las lecciones recibidas, una en concreto se grabó al fuego en la memoria de Luis. Era la que se ocupaba del peligro de la perversidad, ante la que ningún sanador podía defenderse por muy ducho que fuera en el oficio. Para entenderlo mejor, le obligaron a estudiar las obras completas de E.A. Poe, en las que el arte del maestro del horror mostraba en sus múltiples facetas la disformidad de la perversión humana, capaz de obligar a cualquiera, de forma aparentemente inexplicable, a dañar con deleite a aquello o aquéllos que más ama.
Mientras duerme, la malignidad del soñador alcanza grados incontrolables, de ahí que los sanadores tuvieran terminantemente prohibido, por su propio bien, dar a conocer a sus clientes sus métodos de curación, "puesto que vosotros, no lo olvidéis, también podéis morir y, en vuestro caso, incluso de la manera más espantosa que jamás hayáis concebido".
Agobiado con estos preocupantes pensamientos transcurrió el día para Luis. Luego, irremediablemente, llegó la noche...


Cielo encapotado, tan impenetrable y denso que la multitud de nubes azules, moradas y negras que lo cubrían daban la impresión de estar modeladas en látex. Hacía bastante frío y la humedad de la escarcha calaba con perlas de agua el fino pijama de González.
A través de la cerrada niebla, sin embargo, pudo ver que se hallaba en pleno campo y al avanzar con los pies descalzos notó la tierra mojada bajo sus callosas plantas. Aunque si miraba al suelo —y así lo hizo— no llegaba a distinguirlo; sus piernas se hundían en un lecho de densa calina que se levantaba en remolinos lentos a cada breve paso que daba.
Oyó el soplido del viento mucho antes de que llegara a su altura. Venía de frente y con él se llevó desgarrándola buena parte de la opacidad que le envolvía. Ante González aparecieron, como emergiendo del mismísimo centro de la Tierra, las estribaciones de la Sierra de Aralar, en su Navarra natal, y a su espalda discurría la N-240-A, que enlaza Vitoria con Pamplona. Ni el amarillo chillón del desierto asfaltado ni el violeta eléctrico de la rala vegetación llamaron su atención. Sus ojos se posaron en las cercanas montañas y en la alargada masa de nubes grises que se desplazaba sobre las alineadas crestas rocosas. A medida que las cumbres se iban despejando, éstas aparecían nevadas dejando un rastro albo y reluciente, muy similar a la mucosidad que segrega un caracol en su marcha.
Es que, de hecho, aquéllas no eran unas simples nubes, sino el voluminoso cuerpo de una babosa que giró su blanda cabeza hacia González. Bajo el enorme animal los montes perdieron sus perfiles, sus contrastes, sombras y relieves y la babosa inició su descenso a la llanura, en dirección al hombre. la huida de González fue tan instantánea que llegó a dejarse atrás a sí mismo y tuvo que regresar para recuperar su cuerpo indefenso y carente de voluntad para hacer nada. En cualquier caso, la babosa ya se había aproximado tanto a él que podía captar el asfixiante aroma a amoniaco que despedía el descomunal molusco.
Ni siquiera se atrevió a permanecer en el suelo; su yo intangible levitaba en derredor de la infernal escena, sin posibilidad de alejarse de ella, como si estuviera enclaustrada en una minúscula jaula cúbica de cristal transparente. Sabía perfectamente que tampoco allí arriba podía sentirse seguro, conocía también cuál iba a ser el desenlace y, a pesar de ello, por mucho que apartara la mirada o cerrara los ojos, no podía dejar de ver lo que estaba a punto de ocurrir.
— Tranquilo, hombre —dijo Luis a su lado, pero su tono era más bien vacilante y falto de toda firmeza—. No son más que nubes. Has de confiar en mí, por favor.
Aquel cretino le había devuelto al interior de su miserable carcasa corporal con el monstruo a tan sólo unos pasos de la pareja y encima le reclamaba confianza. "No, de eso nada", le apremió su propia voz, "retrocede antes de que sea demasiado tarde.  A la carretera, aprisa. Vamos, sálvate".
Luis lo retuvo agarrándole de la pechera y se situó entre González y la babosa, dándole la espalda a ésta última.
— Deja de hacer el tonto. No hay ningún peligro —le aseguró al enfermo, aunque al decir esto no dejaba de lanzar preocupantes miradas por encima del hombro.
Pero González se zafó de la presa del sanador sin escucharle y se lanzó a la carrera dejando atrás al otro a la suerte del sueño. Mientras galopaba enloquecido vio claramente, como si tuviera ojos en la nuca, cómo el hinchado limaco alcanzaba a su inmóvil compañero y le aplastaba bajo varias toneladas de carne gelatinosa y ácida. Los terribles gritos de Luis se confundieron con el viscoso sonido de algo que succionara con obscena fruición.
La babosa devoró a Luis absorbiéndolo.


Babosa gigante, atrapada de maestroterrax.blogspot.com.es.

Le chorreaba el sudor por todo el cuerpo. No osaba moverse, en parte, quizá, porque se sentía agotado, y escrutó la oscuridad de la habitación con los ojos prácticamente desorbitados por el pánico. Al hablar, sus palabras hicieron vibrar la flema que le atoraba la garganta provocándole una molesta ronquera.
— ¿Luis? —No obtuvo respuesta—. Luis, ¿sigues ahí?
Por fin encendió la luz con manos temblorosas, pero la estancia se encontraba vacía. Ni rastro del sanador por ninguna parte. De pronto, sobre la mesita descubrió la tarjeta de visita de Luis.
— ¡Dios mío! —Sollozó aguantando la náusea—. ¡Dios mío! Le he matado... Si al menos le hubiera creído, si le hubiera escuchado...
Tres horas más tarde, la enfermera de turno entraba con la bandeja del desayuno. González no se había vuelto a dormir desde que despertara anteriormente por la pesadilla y mostraba todas las trazas de haber estado llorando.
— ¡Madre mía! Vaya cara que se le ha puesto —advirtió la uniformada muchacha—. ¿Se encuentra usted mal?
El paciente no se dignó a contestar.
— No importa. Usted tómese esto que yo voy a hablar con su médico y vengo ahora.
La chica abrió la puerta, pero poco antes de que la volviera a cerrar un hombre sonriente se coló en la habitación sin que la enfermera se diera cuenta de ello.
— Hola. Soy Julián. Me envía la Compañía de Sueños Ejemplares, S.A. Creo que ya la conoces.
González se sonó la nariz con la manga y dirigió la mirada a la mesita. La ficha de Luis había desaparecido.

(*) Es una calle de Pamplona bastante bien situada (nota del autor).


Me dio la sensación, de golpe y porrazo, que el tema que pegaba aquí era el "Should I stay or should  go", de The Clash. Así que vamos con él.



La letra:
Should I Stay or should I go? (¿Me quedo o me voy?)

Darling you gotta let me know (Cariño, me lo tienes que decir)
Should I stay or should I go? (¿Me quedo o me voy?)
If you say that you are mine (Si dices que eres mía)
I'll be here til the end of time (Me quedaré aquí hasta el final de los tiempos)
So you got to let know (Por eso me lo tienes que decir)
Should I stay or should I go? (¿Me quedo o me voy?)

Always tease tease tease (estás siempre, de cachondeo, atormentando y jorobando)
(Siempre - coqetiando y enganyando) (original)
You're happy when I'm on my knees (eres feliz cuando me tienes de rodillas)
(Me arrodilla y estas feliz) (original)
One day is fine, next is black (Un día es fantástico y al siguiente, negro)
(Un dias bien el otro negro) (original)
So if you want me off your back (Así que si me quieres quitar de en medio)
(Al rededar en tu espalda) (original)
Well come on and let me know (bien, venga, me lo tienes que decir)
(Me tienes que desir) (original)
Should I stay or should I go? (¿Me quedo o me voy?)
(Me debo ir o que darme) (original)

Should I stay or should I go now? (¿Me quedo o me voy?)
Should I stay or should I go now? (¿Me quedo o me voy?)
If I go there will be trouble (Si me voy habrá problemas)
An if I stay it will be double (y si me quedo serán el doble)
So come on and let me know (Por eso, venga, me lo tienes que decir)

This indecisions bugging me (Tu indecisión me tiene en ascuas)
(Esta undecision me molesta) (original)
If you don't want me, set me free (si no me quieres, déjame libre)
(Si no me quieres, librame) (original)
Exactly whom I'm supposed to be (exactamente lo que se supone que debo de ser)
(Diga me que tengo ser) (original)
Don't you know which clothes even fit me? (¿Tienes idea de la ropa que aún me queda bien?)
(Saves que robas me querda?) (original)
Come on and let me know (venga, me lo tienes que decir)
(Me tienes que desir) (original)
Should I cool it or should I blow? (¿Me quedo o me voy?)
(Me debo ir o quedarme?) (original)

Should I stay or should I go now? (¿Me quedo o me voy?)
(Yo me frio o lo sophlo?) (original)
If I go there will be trouble (Si me voy habrá problemas)
(Si me voi - va ver peligro) (original)
And if I stay it will be double (y si me quedo serán el doble)
(Si me quedo es doble) (original)
So you gotta let me know (Entonces, me lo tienes que hacer saber)
(Me tienes que decir) (original)
Should I stay or should I go? (¿Me quedo o me voy?)
(Yo me frio o lo sophlo?) (original)

La verdad es que en el primer sueño, cuando todo se arregla y se pone a correr como un chiquillo por los campos, el tema que tenía en mente era "Ha, Ha, Ha", de Arthur Conley. Ahora sabréis por qué:



Y, en general, el ambiente del cuentecillo me llevaba irremediablemente a The Creeps y su sensacional "Down in the nightclub". No por la letra, sino por el ritmo y su atmósfera...



La letra:

Down in the nightclub (Abajo, en el club nocturno)

All right (Muy bien)
We're going down to the nightclub baby (Nos vamos abajo, al club nocturno)
Where the fashion lights are all so gay (donde las luces de la moda son tan gay)
And the music's so loud (Y la música está tan alta)
I tell you we're the in-crowd (Te digo que estamos en pleno in-crowd*)
We're the grooviest gang around (somos la banda más groove** de los alrededores)

I got a battering ram in my head (Tengo un constante bombardeo en mi cabeza)
The room is turning in a blue green red (La habitación es un tornado de azul, verde y rojo)
And the lights sure blows my mind (y las luces seguro que van a fundir mi mente)
and I might get this time (y puede que en esta ocasión lo consiga)
Down at the nightclub (abajo, en el club nocturno)

That girl's dancing in her miniskirt (Esa chica con minifalda está bailando)
The way she moves now she gives me the hurt (la forma en que se mueve ahora me hace daño)
Gonna move up to her, let my backbone slip (Voy a subir a por ella, para que se funda con mi columna vertebral)
I'm gonna take her on a magic trip (la voy a llevar por un viaje mágico)

I got a battering ram in my head (Tengo un constante bombardeo en mi cabeza)
The room is turning in a blue green red (La habitación es un tornado de azul, verde y rojo)
And the lights sure blows my mind (y las luces seguro que van a fundir mi mente)
and I might get this time (y puede que en esta ocasión lo consiga)
Down at the nightclub (abajo, en el club nocturno)

I got a battering ram in my head (Tengo un constante bombardeo en mi cabeza)
The room is turning in a blue green red (La habitación es un tornado de azul, verde y rojo)
And the lights sure blows my mind (y las luces seguro que van a fundir mi mente)
and I might get this time (y puede que en esta ocasión lo consiga)
Down at the nightclub (abajo, en el club nocturno)

*The in-crowd, literalmente la "multitud del interior o interna" hay que entenderlo como "la gente que sabe" (donde está la mejor música, la mejor ropa, el mejor ambiente... Todo ello en torno al Mod-ernismo).
**Groove se puede entender como "sensacional", y como un tipo de música muy concreto (con una base expansiva de órgano, a ser posible Hammond). Algo así.

1 comentario:

  1. Por cierto, no he añadido la letra de Ha, Ha, Ha, de Arthur Conley, porque no la he podido localizar. Si alguien la tiene, por favor que me la envíe y me encargaré de incluirla junto a su traducción. Gràcies molt, Eskerrik asko, Moitas grazas, Moltes gràcies, Muito obrigado, buíochas a ghabháil leat go mór, 非常感谢你, どうもありがとう, Baie dankie, много вам хвала, Hvala vam puno, Dziękuję bardzo, Çok teşekkür ederim, Muito obrigado, Terima kasih banyak, आपको बहुत बहुत धन्यवाद, diolch yn fawr iawn, תודה רבה , بسیار از شما سپاسگزارم شكرا جزيلا, muchísimas gracias a todos.

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