lunes, 3 de septiembre de 2012

Quinta entrega de Deliciosamente Humano

Ángel de Virginia Carrillo, recogida del blog No hay como lo de uno.





Continuando con la saga de Deliciosamente Humano, he aquí una nueva entrega titulada:


                                                       Redención (Antifábula)

Sobre el suelo terroso de una madriguera se hallaba tumbada una alimaña. La cueva era más bien reducida y la alta fiebre que irradiaba de la raposa había caldeado la guarida hasta límites insoportables. Daba lástima contemplar al antaño orgulloso animal: su piel ya no lucía espesa como antes y se encontraba sucia y desastrada; los huesos le sobresalían transparentándose a través del pellejo; su cara se había afilado, haciéndose más ahusada, y los ojos, sin chispa de brillo casi, se hundían en las remotas cuencas disipándose en su fondo.
Durante largo tiempo, más del que su memoria podía retener, había hecho uso de todo tipo de trucos para poder llevarse sin éxito algo a la boca. Lo intentó mediante la astucia y fracasó, lo mismo ocurrió al utilizar la fuerza. Tras tan extensa lista de frustraciones continuas estaba llegando al cabo de su existencia. Se malmoría de puro hambre.
El Buen Dios, que todo lo ve y todo lo oye, no se explicó cómo el animal había dejado de luchar por su supervivencia; incomprensiblemente ese instinto primario estaba fallando con descaro. De ahí que enviara a un ángel para ver si éste averiguaba lo que le ocurría a la anómala zorra, quien en su antro aguardaba impaciente el final, completamente hastiada de la vida.
Al principio la raposa vio un minúsculo punto de luz flotando en la penumbra, si bien creyó que eran alucinaciones causadas por su extrema debilidad enfermiza. Después el resplandor aumentó de volumen y aquello ya empezó a inquietarla un tanto.
“¡Caray! Ya podría ser mi muerte un poquito más rápida”, pensó.
Luego la esfera luminosa dejó entrever en su interior a una figura difusa que acabó por materializarse bajo la forma de un ente tan bello que nadie hubiera sabido decir si era hombre o mujer. En cualquier caso, el ángel terminó por plantarse ante la zorra sentado con las piernas cruzadas y la mirada fija en el animal.
–¿Eres tú la Muerte? –Preguntó éste con voz reposada.
–No, ése es otro ángel. Yo sólo soy un enviado del Señor.
Ángel de la Muerte, hábilmente descosido del blog Linkmesh.
El Serafín habló con tono dulce, aunque profundo, y sus palabras provocaron ecos de cristal en la cueva. La zorra le echó un vistazo de arriba abajo guiñando los ojos para protegerlos del fulgurante ser celestial.
–¡Ah, ya! ¿Y bien?
Cualquiera hubiera reaccionado poniéndose como mínimo nervioso o incluso abrazándose para no dejarse llevar por el miedo; muchos hasta habrían caído de hinojos para esperar que el ángel les revelara su mensaje. Pero la raposa no actuó así. Y quizá el motivo de ello fuera que como en toda su extraña vida algo había funcionado tan anormalmente mal, la zorra supuso que Dios se había olvidado de ella y, claro, al final ella también terminó por olvidarse de Dios. Por eso su respuesta emocional fue la del que no prevé que le pueda llegar nada, ni bueno ni malo, por parte de un ángel, aunque éste se le aparezca a uno como por arte de magia.
–Te soy enviado para aclarar una duda –respondió el Serafín.
–Estupendo –exclamó con dejadez el animal–. Pues aquí estoy; a tu disposición.
–Nuestro Padre se preocupa por ti. Por muy raro que parezca, nos da la sensación de que te has abandonado a tu fin y no entra en el Plan que las bestias deban ni quieran suicidarse.
El ángel se calló un instante y miró a las paredes que oprimían el ambiente. Levantó entonces la mano señalando hacia la salida.
–¿Te importa si salimos?
–En absoluto –le atajó la zorra–. Adelante.
En un abrir y cerrar de ojos se encontraron al aire libre a la entada de la madriguera. Aunque los dos continuaban exactamente en la misma posición, el animal pareció que respiraba algo mejor. No obstante, al Serafín, por sí mismo, el cambio le resultaba indiferente y si había hecho aquello fue por la zorra.
–Como te iba diciendo, no es habitual que un animal quiera acabar con su vida de esa manera –prosiguió el mensajero de Dios.
–¿Lo llamas suicidio?
–Sí, por supuesto. No tiene otro nombre.
–¡Pues yo digo que es impotencia y rabia! –Gritó la raposa apartando la mirada del ángel y clavándola en una pareja de cuervos que volaban por allí recortando sus negros perfiles contra el limpio añil del cielo. Las aves se posaron en la rama de una encina cercana y se quedaron contemplando la extraña escena. Uno de ellos llevaba un trozo de queso blanco en el pico.
–¿No reconoces en mí a nadie? –Continuó diciendo el animal–. ¿No puedes ver quién soy yo en realidad?
–La verdad es que no caigo –reconoció el Serafín.
–Soy muy vieja. Tanto como la historia escrita en la imaginación de los hombres. Soy uno de los personajes principales de cuentos y leyendas. Represento a una generalidad.
–¡Vaya! Y siendo tan importante, ¿deseas morirte? –Inquirió con curiosidad el investigador divino.
–Sí, lo quiero –los ojos de la zorra se tornaron amarillos de ira–. ¿Qué han hecho de mí los fabulistas? ¡Absolutamente nada! Tan sólo soy un medio para que ellos puedan terminar “bien” el relato que se inventan –sentenció con ácida sorna–. De la moraleja soy el ejemplo que no se debe de seguir, soy la representación del mal… ¿No es irónico que ahora esté hablando tranquilamente con un ángel?
–Creo adivinar ya quién eres –afirmó el Serafín–. Y, sin embargo, me parece recordar que alguna vez ya conseguiste tus fines.
Precioso dibujo de la fábula la zorra
y el cuervo cogido de cuentos.eu

Al decir esto el ángel miró a la encina donde estaban los cuervos y la zorra siguió la mirada del ser celestial.
–¡Oh sí! Claro. Un mísero trozo de queso mohoso y bastante amargo. Pero eso no me basta para toda una eternidad –pronunció–. Y ya está bien; estoy cansada de hacer siempre el bufón. Lo que no entiendo es cómo me ponían el apelativo de “astuta zorra” cuando la verdad es que me han estado mostrando una y otra vez como a un animal estúpido hasta la saciedad, que sólo es capaz de superar a otro aún más estúpido que yo. Lo dicho, ya está bien; si nadie se fija en mí tal y como soy realmente, ¡acabo con todo ahora mismo!
–Bueno, me da la sensación de que eso no depende enteramente de ti. Aunque no lo quieras, ¿Cómo vas a evitar que cualquier escritor no te vuelva a resucitar recuperándote para otra narración? –Quiso saber el ángel.
–Me rebelaría entonces –escupió la raposa.
–De nada te iba a servir; lo sabes muy bien. No posees una voluntad propia, puesto que la tienes repartida entre los humanos que hacen de ella lo que les viene en gana, porque ellos sí que son libres.
La zorra gimió desesperada.
–¡Qué absurda es mi vida! –Saltó–. ¡Qué injusta es mi existencia!
–¡Cuán instructiva para los demás! –Replicó el ángel-. Y quien quiera entender, que entienda.
La zorra miró con odio al ángel. Le aborrecía a él y al Creador, porque se sentía sola e indefensa frente a su manipulado destino y nadie movía un dedo para ayudarla y, mucho menos, para comprenderla. Pero enseguida su ánimo, en un cambio brusco y repentino, se relajó hasta el extremo de que incluso terminó por sonreír.
–Oye, ¿es verdad lo que has dicho antes? –Le preguntó al ángel.
–¿A qué te refieres?
–A eso de que en el fondo tengo mi utilidad. ¿No es eso lo que has querido decir?
–¡Muy cierto! –Dijo el Serafín riendo–. Tú misma lo has apuntado: eres todo un ejemplo. Y, si bien es verdad que tampoco eres el modelo que hay que imitar, ese mal que crees tener en el interior de tu ser lleva siempre a un fin bueno, por tanto no es una maldad en el sentido estricto.
–Entonces mi vida tiene un sentido.
–Sentido en la fantasía de los hombres, sí.
–¡Donde sea! Me da igual con tal de que tenga sentido… Sí, quizá tengas razón. Era una tontería dejarme morir como estaba haciendo.
–En especial cuando ni siquiera puedes morir –el ángel se incorporó y alzó el rostro a lo alto–. ¿Quién sabe? A lo mejor cambia todo para ti a partir de ahora.
–¿Qué pretendes insinuar? –Interrogó la zorra levantándose a su vez, pero no obtuvo respuesta, porque el Serafín ya se había ido del mismo modo como llegó–. ¡Vaya por Dios! Se marchó sin despedirse… Puede que no haya sido más que un sueño, aunque me encuentro mucho más animada.
La zorra se estiró desperezándose con elegancia y luego dio paso al aseo lamiendo sin prisas su pelaje. Su actividad matutina se vio interrumpida por unas risas que procedían de la encina.
–¡Eh, raposa! –Llamó el primero de los cuervos–. ¿Con quién hablabas? No me digas que empiezas a delirar por la edad.
–Sí. Nos encantaría ver que ya estás chocheando –refirió el segundo pájaro, quien había dejado el queso descansando seguro en un hueco de la rama–. O mejor todavía, que has perdido definitivamente la chaveta. A ver, chiflada, ¿por qué no intentas quitarme de nuevo el queso?
El cuervo adoptó una cómica postura de tenor, con una de las alas apoyada sobre el abultado pecho y la otra extendida hacia atrás, y lanzó un desagradable graznido haciendo como que cantaba. Acto seguido las dos aves tuvieron que sostenerse la una a la otra para evitar desplomarse de las carcajadas que soltaron.
La zorra, lejos de enojarse, se aproximó al árbol situándose justo debajo de la rama. Allí se sentó cómodamente sobre sus cuartos traseros.
–Veo que tu voz sigue siendo tan espantosa como antes –declaró con suavidad.
Los córvidos volvieron a desternillarse con ganas.
–No creas, no. Que ahora me acerco todas las mañanas a casa del ruiseñor para recibir clases de melodía. ¿Acaso no te place? Lo hago en honor tuyo.
–Quizá sea verdad y quizá no. Yo no sabría decírtelo con seguridad, pobre de mí. Pero de una cosa estoy más que segura: y es que ese apuesto amigo tuyo canta mucho mejor; apostaría la cola.
El aludido se hinchó de orgullo y esa vez no coreó la risa de su alegre compañero.
–Para el carro, colega –dijo molesto–. ¿Se puede saber de qué te ríes? Lo que ha dicho no es ninguna tontería. Puede que ahora lo estés haciendo mal a posta para fastidiarla, pero es innegable que en realidad cantas de pena. Peor que yo, fijo.
El dueño del queso calló y se le quedó mirando perplejo.
Dibujo de dos cuervos sobre una rama

–No seas estúpido, muchacho –advirtió–. ¿No ves que lo hace queriendo porque eres un primerizo en estos lances y no distingues aún la mentira en sus dulces palabras?
La raposa se sonrió feliz. El engranaje ya estaba en marcha y a ella sólo le restaba esperar con paciencia.
–¡no, no, no! Lo único que veo es que tienes más envidia que vergüenza, viejo. Estás celoso de mí porque quien cayó en su trampa fuiste tú, y de una manera bastante grotesca… ¡Ja! Y me llama novato a mí, ¡no te fastidia el listillo éste! –Se burló el inexperto cuervo.
El otro montó en cólera al ver que no se podía razonar con su envanecido compañero y le propinó un doloroso picotazo saltándole tres plumas azabaches del cuello. La raposa las vio caer flotando perezosas como señal de buen augurio y se notó satisfecha.
Arriba, en la encina, las dos aves se mataban literalmente a golpes de pico y zarpazos entre insultos y graves injurias. En una de las oscilaciones provocadas por la pelea el queso se deslizó de la rama y la zorra lo atrapó ágil en pleno vuelo.
Los cuervos cesaron de inmediato en su idea de desplumarse mutuamente y permanecieron quietos, atónitos ante el nuevo engaño. La raposa, sin embargo, no se regodeó en su victoria; por el contrario, les dio la espalda, levantó el rabo y ventoseó para demostrar su desprecio hacia aquel par de cretinos carroñeros.
La zorra y las uvas, recogida esta imagen
de Argumentos PTapias
Un tanto repuesta con el refrigerio prefirió pasearse antes que volverse al cubil. Al cabo de una hora acertó a pasar por un lugar asaz conocido que despertó malos recuerdos en ella: en el patio de una finca de campo crecía una elevada parra de la que pendían hermosos racimos de uvas doradas.
Cebeceó escarmentada rememorando la vez anterior y se acercó a la mata que colgaba de un techo para dar sombra al portal de la casa. “De nuevo demasiado altas”, pensó, si bien no se marchó enseguida. De repente, un viento fresco y fuerte, que tenía prisa por llegar a una cita en el lejano Norte, hizo tambalear a la cepa tumbando en su envite a muchas de las uvas que rebotaron en el suelo con sordos sonidos de madurez. La zorra no podía creer en su buena fortuna y, sin pensárselo dos veces, se dio un atracón con los jugosos frutos.

–Estuvo bien como postre –se felicitó relamiéndose–. Aunque también me gustaría probar un poco de carne.
Miró a su alrededor buscando alguna gallina despistada o a un tierno lechoncillo perdido del cuidado de su madre, pero en aquella granja no se veía a nadie.
–¡Bah! Seguramente caminando daré con algo. No hay que desaprovechar un día como el de hoy.
Continuó su marcha y se adentró en un bosquecillo de donde procedía un jolgorio de bulliciosas voces. Al llegar al riachuelo que atravesaba la foresta de parte a parte se topó con una llamativa reunión de animales como sólo otra vez había visto la raposa.
–¿Qué pasa aquí? –Preguntó a un enorme oso pardo que departía despreocupado con un viejo y canoso jabalí de retorcidas defensas.
–Se han vuelto a retar –respondió el maleducado plantígrado sin ni siquiera volverse para mirar a su interlocutor.
–Pero ¿quién?
–La liebre le ha pedido la revancha a la tortuga –aclaró un conejo antes de apartarse aterrado al descubrir quién era la que hacía las preguntas.
–No te preocupes, pequeño mío, que ya vengo comida –dijo la zorra sin poder disimular el babeo que goteaba de sus fauces.
De todas formas, el conejo ya se había alejado lo suficiente, resguardándose tras de una familia de erizos, como para sentirse a salvo. La zorra decidió no hacerle caso y se encaminó hasta la línea de salida donde se hallaban dispuestos los contrincantes. No se olvidó de saludar a la inaccesible tortuga, pero a la veloz liebre se la llevó a un aparte.
–Querida amiga –le susurró confidencial al oído–, esta vez no seas tonta y corre desde el principio. Tienes todas las de ganar. Luego ya habrá tiempo para descansar en el podio del campeón y entonces podrás comer todo cuanto quieras en el banquete de la victoria.
La liebre estiró sus prolongadas orejas amoscada por la excesivamente amable preocupación de la raposa.
–¿Y tú qué negocio tienes en todo esto? –Consultó–. ¿Por qué te interesa que yo gane la carrera?
La zorra hizo un mohín con el morro, como para quitarle importancia al asunto, y volvió a hablar en voz baja:
–Verás, me molesta sobremanera que las cosas no sean como son. Así de sencillo. Si tú eres infinitamente más rápida que la tortuga, lo normal es que la venzas con facilidad en esta competición. Aquí no valen astucias ni tesones. Sólo hay que correr y demostrar quién es la mejor. Punto.
La zorra y la liebre, de clubaccionpositiva

–¿Sabes? Desde luego razón no te falta… Amiga. Sí, sí. Eso haré: correré sin parar y demostraré a todos lo equivocados que estaban conmigo.
–Así me gusta –le animó la raposa–. Por cierto, ¿no te gustaría que te calentara con mi cola el sitio mientras tanto? La mañana está fría y podrías resfriarte por el esfuerzo que vas a hacer.
–No me importa –aseguró la liebre invitando a la zorra a que se sentara en el trono del ganador, que en realidad no era más que un tronco de árbol seco bastante parecido en su forma a una silla.
Un lobo gris facilitó la señal y el desafío dio comienzo. Como era de esperar, la tortuga perdió finalmente, ya que su rival siguió al pie de la letra el consejo de la raposa y no ofreció cuartel a su adversaria hasta que traspasó la meta como una exhalación. Los animales celebraron su triunfo, que suponía la vuelta al orden natural de las cosas, entregándole un trofeo a base de flores de trébol y una gran comilona a la que la zorra no se presentó, puesto que aguardaba sentada en el trono.
Cuando acabó el festejado festín la liebre se acercó a la raposa.
–¿Cómo fue todo?
–Fantástico. No podía ir mejor. Hice lo que me dijiste y gané de sobra. Además, me he atiborrado de comer y me siento ahora muy pesada –contestó la liebre con un bostezo de cansancio–. Gracias por tus desprendidos servicios.
–Fue un placer, querida –afirmó la zorra cediendo el asiento a la ganadora de la jornada.
La liebre se acomodó y en un instante se hallaba profundamente dormida, sin mostrar temor alguno, puesto que la raposa le había demostrado con creces su amistad. Pero ésta, no bien comprobó que la respiración de la ingenua era profunda y acompasada, se abalanzó sobre ella y la devoró degustando contenta su sabrosa carne.
Lo hizo sin remordimientos de ningún tipo, sabiendo que no la había matado porque la liebre, al igual que la zorra, era una  fantasía inmortal del hombre, incapaz de desaparecer, tal y como antes se lo había explicado el ángel a ella.
Con las primeras sombras del crepúsculo el renacido animal se alejó hacia su cado, pero antes de entrar exclamó:
–A fe mía que Dios existe y que es justo, y no como otros.
Y al decir esto último volvió sus expresivas pupilas hacia mí, con una mirada que quería decir mucho más que si hubiese hablado con palabras.


Me gusta siempre que puedo añadir un toque de humor. Este chiste que me ha hecho sonreír lo recogí del blog El Rechiste

Y ahora el esperado toque musical. Nada mejor que el "Looking for a fox", de Clarence Carter (1968):



Por si alguno tienen curiosidad, he aquí la letra y su respectiva traducción:

I'm all alone and fancy free (Estoy absolutamente solo y libre por completo)
But this ain't the way I wanna be (pero no es el estado en el que quiero estar)
Now, girls, get your game up tight (así que, nenas, liberad vuestro juego más prieto)
We're gonna have a (vamos a tener un)
Wing ding doodle(*)  tonight (chirripaun dauntaun esta noche)
But right now (pero ahora mismo)
I'm looking for a fox (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox (estoy buscando una zorra)

Tonight, the sky's the limit (Esta noche, el límite es el cielo)
I got some money and I wanna spend it (tengo algo de dinero y quiero gastarlo)
It's Saturday night and I wanna play (Es sábado por la noche y quiero jugar)
I'm gonna groove til the break of day (voy a menearme hasta que rompa el día)
Now lookie here (Ahora echa un vistazo a esto)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
Got a brand new (me he conseguido)
Pinstripe suit of clothes (ropa con un traje de rayas)
Big wide polka dot tie (corbata con un gran nudo tipo polka)
Cufflinks as big as jaybird eggs (gemelos tan grandes como huevos de cuervo)
And look at this (y mira esto)
Shoes made out of alligator hide (zapatos confeccionados con piel de caimán)
Wanna say something else here (ahora quiero decir algo más)
I'm ripe and ready and hot to trot (estoy maduro y dispuesto y caliente para el baile)
Girl, and you can get anything I got (nena, y tú puedes conseguir todo lo que tengo)
I got the money, girl (Tengo el dinero, nena)
If you got the time (y si tú tienes el tiempo)
All you've go to do now (todo lo que tienes que hacer ahora)
Is give me the sign (es darme la señal)
Look here (mira esto)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I'm looking for a fox to move me  (estoy buscando una zorra que me mueva)
I'm looking for a fox to groove me  (estoy buscando una zorra que me haga menearme)
I'm looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
That's outta sight (eso está fuera de toda duda)
Help me now when I say it (ayúdame enseguida cuando digo eso)
Looking for a fox (estoy buscando una zorra)
Help me again, said ooh (ayúdame otra vez, di ¡uh!)
Looking for a fox  (estoy buscando una zorra)
I know you can do that (sé que puedes hacerlo)
Looking for a fox...  (estoy buscando una zorra)
(*) El wing ding doodle es un baile sensual y sexual que popularizó el famoso cantante de Soul norteamericano y ciego Clarence Carter en 1968. El baile implica sacudidas y meneos de zonas bajas durante toda la noche. Pero yo lo he traducido como me ha dado la Santa Gana. ¡Faltaría más!

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