sábado, 22 de junio de 2013

El ciclo cerrado

Estoy intentando rematar la tercera entrega de "Mis terrores de la calle Osario". Pero antes, me gustaría que le echárais un vistazo a este escrito sin más pretensiones que la de entretener. ya me dirán.


Marco de corte celtoide que representa el laberinto picto de este escrito.


El ciclo cerrado

El Hombre avanzaba por un laberinto sencillo, compuesto de caminos blancos y negros que se cruzaban entre sí enlazando una obra de arte picto, insertada dentro de la más remota tradición mal llamada céltica. Cada sendero terminaba por conducir a una de las cuatro esquinas que enmarcaban la maraña dedalística y más allá parecía no haber nada. Sobre el Hombre, perdido y sin angustia, se extendía un inmenso plano flotante de estrellas que guiñaban luminosidad en un fondo de azabache brillante y escurridizo. Sus ojos estudiaron el espacio gravitando por encima de él y pensó en la posibilidad de escaparse por una ruta alternativa; tan sólo debía caminar hacia arriba, pero su naturaleza limitada no le permitía más que moverse encerrado en sus propias dimensiones.
     El Hombre continuó adelante hasta que por fin llegó al ángulo superior izquierdo, donde vio una casa levantada en piedra, con la techumbre de paja rojiza, muy similar a una palloza. Adosada a uno de los muros de la vivienda se hallaba una pocilga rebosante de estiércol y otros restos orgánicos. Enormes cerdos de pelo grisáceo hundían sus largos hocicos en el montón de desechos que cubría por completo el suelo en busca de alimento. El Hombre se apoyó en la cerca que rodeaba a los gochos para observarlos con más detalle y descansar también de la interminable caminata.
     En el interior del edificio se iluminó una luz y, de repente, los puercos empezaron a chillar como idos mientras se acercaban a la verja de madera. El Hombre retrocedió con miedo ante el ansioso empuje de las bestias, agolpadas ahora en manada salvaje en el punto más próximo a la cabaña. La puerta de la vivienda se abrió con un dilatado gemido agonizante, y una mujer alta más que el Hombre, incluso salió al exterior con un candil encendido en la mano. A pesar de la claridad escasa, comprobó que la mujer era hermosa y excitantemente sensual. Ella quedó inmóvil bajo la mirada penetrante de él, sabiéndose admirada, creciéndose en sana vanidad. En ese momento, la piara armó tal alboroto que el Hombre se asustó. No así la mujer. Tras de ella apareció un lechoncillo torpe y todavía desnudo de pelaje, pegado a la falda de su protectora.
     El Hombre le miró fijamente y descubrió con repugnancia que las patas delanteras de la cría remataban en manos humanas recordando en cierto modo el caso del caballo de un afamado general romano, con los dedos deformados y las palmas abiertas en llagas sangrantes de caminar arrastrándolas sobre las piedras.
Dibujo muy, pero que muy ilustrativo
para esta historia, pillado de www.rojillo.com .
     La mujer, enfadada, lo apartó de su lado con un fuerte puntapié que lanzó al estridente cochinillo lejos de ella. El Hombre la volvió a mirar a la cara, luego contempló a los cerdos y al lechón; sucesivamente, una y otra vez, los escrutó a todos por separado y en conjunto hasta que, finalmente, comprendió. Entonces huyó despavorido de la escena. Mientras, la mujer cogió una estaca y golpeó a los berracos en la cabeza y en el lomo sin piedad al tiempo que los anegaba en insultos. Cuando los animales volvieron sosegados a remover desperdicios, la mujer recuperó en brazos a su hijo-bestia y lo atrajo con mimo a su seno cubriéndolo de tiernos besos.
 
     El Hombre escogió por entonces una vereda negra para proseguir. Nada más salir de la primera esquina del laberinto, ya se había olvidado de todo lo que allí ocurriera, sin embargo arrastraba consigo cierta desagradable sensación en el pecho, una especie de malestar general, aunque desconocía el motivo.
    Blanco bajo el negro; sobre el negro, blanco; al lado del negro, blanco; y negro al lado del negro. Al margen de eso, la Nada inmaterial.
     En medio del camino sin polvo se encontró una flauta marfileña y completamente nueva. La recogió y le dio vueltas en sus manos enguantadas, alba entre dedos de ébano. Se la llevó a la boca e interpretó una melodía natural que guardaba atesorada en su interior desde siempre. El Hombre se alegró con la música, de tal manera que incluso la desazón que sentía desapareció del todo. Con una amplia sonrisa en sus labios, se guardó el instrumento en el roto bolsillo sin fondo de su gabán y se puso en marcha de nuevo. La flauta cayó sin ruido al suelo justo donde el Hombre la había encontrado, aunque él no se dio ni cuenta y, por eso, la dejó atrás lejos ya de su fugaz memoria.
 
     Anduvo ligero hasta la esquina inferior izquierda. Allí crecía un árbol enorme entre las malezas de un descuidado jardín circular. Era un inveterado roble cubierto por incontables capas de espeso musgo acumulado en su tronco a través de los siglos. De su copa se derramaban millares de gotas cristalinas, como si la colosal planta hubiera estado acumulando el agua de las lluvias caídas en los últimos trescientos años para filtrarse ahora, sin prisas, a través de sus ramas hasta caer al suelo con lentitud, lágrima a lágrima.
     Cada vez que una de ellas se vertía, el ambiente se llenaba de un sonido líquido y suave; un sonido preñado de ecos, similar al que produciría ese mismo estilicio en el interior de una caverna. El Hombre se relajó tumbándose a reposar bajo el roble, la espalda apoyada contra la dura corteza. Alzó luego la cara para refrescarse con aquella ducha natural y se sintió a gusto. Tanto, que llegó a pensar en quedarse para siempre en ese apartado rincón.
Dibujo de un árbol de la vida circular.
     Al otro lado del árbol se escuchó un nuevo ruido que llamó su atención: el llanto de un niño recién salido a la vida. El Hombre se incorporó y bordeó el amplio tronco, guiándose por los sollozos, hasta dar con la criatura. Estaba completamente sola, cubierta de sangre y grumos y con el cordón umbilical todavía palpitante y cortado por un extremo. De entre los herbosos terrones de tierra se abrió paso una raíz pálida que se introdujo dulcemente en la desdentada boca del neonato. El niño dejó de berrear y se dedicó a succionar la cepa con avidez mal disimulada. El Hombre sonrió ante la visión, y continuó haciéndolo cuando al aún inocente apartó la raíz de sus encías y se puso en pie, al tiempo que balbuceaba ya sus primeras palabras. El rapaz se abrazó encantado al roble llamándole "mamá" y en ese gesto siguió desarrollándose a ojos vista, de forma imparable, hasta convertirse en un mozo que algo después paso a ser un hombre en el cénit de su madurez.
     Fue entonces cuando se separó del árbol y miró hacia arriba con ojos ensombrecidos y serios. Se sirvió del agua de la copa para limpiarse la sangre del invisible parto que aún embozaba su desnuda humanidad y luego extendió uno de sus brazos en un ademán imperante de demanda. Desde lo alto se deslizó hasta sus pies un hacha vieja y mohosa. El nuevo hombre la asió con seguridad y observó la hoja: oxidada, pero con buen filo. Cuando miró de nuevo hacia arriba dejó al descubierto su barba cana y las innumerables arrugas que surcaban su rostro.
     Levantó el hacha por encima de su cabeza para talar el árbol en su base, pero el peso de la herramienta era mayor de lo que sus avejentados miembros podían soportar y se le escurrió de los dedos. El anciano se dejó caer al polvo con cierto terror reflejado en sus pupilas. La piel, seca como un pergamino, se le pegó a los huesos y finalmente se rasgó mostrando la sonriente calavera. Su cuerpo se deshizo mezclándose de nuevo con la tierra, valiéndole así de alimento al roble.
     El Hombre, testigo del suceso, se marchó confundido y, antes de retomar otra senda esta vez tapizada por la nieve, volvió a oír en la parte oculta del árbol la llantina dolorosa de un recién nacido.
 
     La luna llena, crema de plata, emergió sin avisar desde el sur. Su ampo destello proyectó sobre el camino la sombra del caminante, quien fue sorprendido por su réplica oscura y sin faz. De nuevo el Hombre sintió miedo. A medida que el satélite se desplazaba, marcando el transcurso de un tiempo inocuo, la sombra fue también creciendo, de tal modo que en seguida envolvió el total del dédalo, pero el Hombre no se apercibió del fenómeno y perdió la perspectiva general en la búsqueda de su propia silueta. Al no encontrarla suspiró con alivio. Tras de sí iba dejando un rastro de huellas desiguales que desaparecían al instante bajo los copos silenciosos de la cellisca azulada.
 
     Sus pasos le llevaron hasta el esquinado inferior derecho. Un gran castillo sin guardias en las puertas dominaba la altura de una imponente colina, a la que se podía acceder a través de un retorcido sendero de adoquines dorados que, por supuesto, tomó. Entonces llegó a la entrada y sobre ella encontró un cartel con la leyenda "Entra para ser juzgado". Nadie le obligó, pero el Hombre se introdujo en la fortaleza.
     Grandes antorchas arrojaban luz sobre un pasillo estrecho, de paredes de piedra cruda, que parecía no tener fin y que se bifurcaba en cada recodo. El Hombre se desanimó y ya se iba a dar la vuelta cuando a su lado apareció un viejo vestido con una túnica talar que le hizo señas para que le siguiera. Así lo hizo, y fue guiado hasta una sala amplísima y de techo elevado atravesada en su centro por una doble hilera de columnas de mármol verde y blanco que partía la estancia en tres secciones: en uno de los lados, una multitud de gente guardaba turno para su juicio; frente a ellos, se veía igual número de guías-ancianos, gemelos en todo al que había llevado al Hombre hasta el salón. El viejo le indicó que se colocara el último en la cola y se retiró después a su sitio.
     La fila avanzaba, aunque el Hombre observó que ninguna de las personas que estaban antes que él volvían por la parte central de la habitación, por la que discurría una alfombra de terciopelo verde, situada allí en honor de los que eran considerados inocentes.
     Al fondo del corredor intermedio se alzaba impresionante la figura de un rey asentado sobre un rico trono de caoba. Una fina corona le ceñía el largo cabello a las sienes y su mirar era tranquilo y amistoso. De espaldas a él, a la altura de la grada donde el monarca reposaba los pies se veía a una mujer ya madura y con aire entristecido; en su mano derecha tenía una diadema de flores moradas y con la siniestra sostenía una copa rebosante de hidromiel que se derramaba sobre el enlosado suelo. Junto a ella, a una distancia de tres metros exactos, un hombre musculoso con el rostro oculto bajo una capucha gris y sin huecos para los ojos, mantenía las palmas de sus manos sobre el pomo de una gran espada ancha y curva.
Verdugo con espada, cogido de es.silenthill.wikia.com.
     El rey era joven aún y, a fin de poder dictar sentencia sin los remordimientos que nacen de los errores, se ayudaba de dos consejeros, impuestos a su persona por necesidad y tradición: una víbora descomunal en el costado real donde se encontraba también el verdugo, y una lechuza en la parte donde estaba la mujer. Ambos estaban capacitados para leer el alma humana y eran los únicos que se hallaban por encima de la cabeza del monarca; la primera, enrollada con seguridad a uno de los pilares que formaban parte del dosel y la segunda, posada pacientemente sobre el pilar contrario.
     Los que acudían para ser juzgados se presentaban ante el rey y, sin decir palabra, esperaban a que se hiciera justicia. El monarca, a su vez, aguardaba a que hablaran sus consejeros, pero la serpiente, a espaldas del soberano, cerraba con su cola el pico del ave, y por eso era ella la que siempre se pronunciaba. El rey, entonces, levantaba su mano derecha y el culpable era conducido por su guía-anciano delante del sayón, quien de un tajo certero, pese a la ceguera, los decapitaba a los dos.
     Con cada ejecución cumplida la mujer de las flores y la copa se iba marchitando un poco más, mientras que el borrero de la pesada cimitarra se cargaba de renovado vigor.
     Por último, le llegó la vez al Hombre. Pero antes incluso de que la víbora pudiera susurrar su venenosa mentira al oído del inexperto rey, el Hombre negó con la cabeza y el coronado muchacho elevó las dos manos. La asombrada sierpe siseó con enojo, la amarillenta curuja ululó asintiendo la firme decisión de su señor, quien adquirió conocimiento propio y dejó de ser un poco menos ignorante, la mujer sonrió con belleza y el ciego boche se estremeció con un escalofrío que le recorrió la espina dorsal en toda su longitud.
     Rápidamente, la dama ofreció las flores y el recipiente al Hombre para que éste escogiera entre uno de los dos premios. Aceptó con gusto la guirnalda que le fue ajustada en la crisma y su guía-anciano le llevó riendo a carcajadas por sobre la alfombra esmeralda hacia la salida. Entretanto, un sinfín de inseguras personas habían ido llegando al castillo en busca de un juicio redentor, y el Hombre escuchó de nuevo el incansable silbido de la espada al segar más cabezas. Una vez a salvo a las puertas de la fortaleza, el viejo se despidió de él fundiéndose con las sombras, más allá del fuego de las teas.
 
     El Hombre optó por un camino enlutado de carbón para dirigirse, sin saberlo, a la última esquina del intrincado conjunto. Mientras andaba, las flores que le dignificaban fueron ajándose y caían mustias encima del carbón, transformándolo bajo su peso formidable en puro cristal de diamante. Pero las flamantes joyas eran devoradas por un dragón enano y sucio que vivía cobijado tras la capa del mugriento mineral. De todo esto el Hombre jamás tuvo conocimiento, y marchaba adelante olvidando siempre y sin recordar nunca nada.
 
     La casilla superior derecha se mostró ante el Hombre como un extenso prado de hierba alta y espesa oscurecida por la noche, ofreciendo matices variados de grises y azules marino, cenizas de violetas esparcidas a lo largo y ancho de la campiña. El viento soplaba del norte y mecía las matas creando la ilusión de arrostrarse a un océano embravecido. En la lejanía divisó una luz minúscula una estrella caída y se aproximó a ella para ver quién la había encendido.
     A medida que se acercaba al lugar distinguió la forma de otro hombre ataviado con una bata blanca. Éste se inclinaba sobre una mesa de disección en la que se tendía un cadáver humano abierto en canal. El científico, armado con un bisturí, rajaba al muerto sin seguir un método concreto; buscaba algo sin éxito aparente y cada vez que realizaba una incisión murmuraba frases que sonaban incoherentes para el Hombre.
     "¡Oh! ¿Dónde estás, maldita?", y abría las venas de las muñecas. "Sólo sangre. Sólo sangre", y separaba los huesos del cráneo para destrozar el cerebro. Así continuó, utilizando el filoso instrumento cada vez con más rabia y saña, hasta que no pudo hacer más uso del maltratado cuerpo, y arrojó sus despojos con desprecio manifiesto al otro lado de la camilla. Los alrededores estaban infestados de muertos totalmente mutilados por el de la bata blanca; todos varones y ninguna hembra.
     El roce de la hierba contra sus pies hizo que el hombre del bisturí se girara en redondo, desplegando a la vez una amplia sonrisa lunática. El Hombre se detuvo a contemplar la ambigua expresión del otro, que ocultaba sus ojos tras de unas gruesas gafas redondas de color azul. Estalló un relámpago y arreció el viento, después vino el trueno y con él un grito aterrador. El investigador se abalanzó contra el Hombre, con el estilete preparado para asestar un golpe mortal y definitivo.
Marioneta, de davidopoulos.blogspot.com.
     El Hombre comenzó a correr escuchando detrás de su nuca la agitada respiración del loco, ganándole terreno, cada vez más cerca; más y más cerca. Derramó lágrimas desesperadas, aulló su miedo a las nubes nocturnas y cuando ya iba a ser alcanzado oyó el chasquido seco de unos hilos tensos al quebrarse. Dio unos pocos pasos y se paró con curiosidad natural. El hombre de blanco yacía inmóvil, como un pelele, en el suelo; sobre él flotaban cinco cables sueltos a merced del viento a los que siguió con la mirada, arriba, muy arriba, para descubrir la figura descomunal de un gigante que manipulaba diestramente con unas varillas de marioneta.
     Su diversión se había roto y ahora el muñeco permanecía inservible tumbado sobre la hierba.
     El monstruoso ilusionista guardaba un increíble parecido con el títere que manejaba, mostrando incluso la misma sonrisa babosa de demente. Una nueva descarga eléctrica de la tormenta desveló que el gigante estaba unido a otras tantas fibras que le salían de las manos, los pies y el cuello y que subían más alto todavía, hasta terminar en unas varillas aún mayores.
     Al poco rato, el Hombre adivinó que una forma negra y alada operaba con el titán del mismo modo que éste lo hacía con el científico. De sus lentas maneras se desprendía una profunda tristeza, pero no se debía a la rotura de la primera marioneta. Era un abatimiento que procedía de muy atrás en el tiempo, más antiguo quizá que la propia historia del laberinto. El Hombre se secó las lágrimas intentando recapacitar sobre lo que había experimentado, sin embargo, los hechos desbordaban con creces su entendimiento y lo dejó estar así. Al menos, seguía vivo y, por ahora, eso era bastante.
 
     Se alejó de la cuarta esquina con la mirada fija en el sendero blanco. Los luceros del cielo llamaron su atención y observó el espacio plagado de parpadeos brillantes. Por un instante pensó en la posibilidad de escaparse, aunque su naturaleza limitada, la normal en alguien sin inquietudes y satisfecho con lo que tiene, aunque no sepa de dónde procede, se lo impedía.
     El Hombre se encaminó, perdido y sin angustia, hacia el ángulo superior izquierdo del laberinto picto.
Y para "escuchar" este cuento, me complace incluir aquí "The end", de los Doors, y por supuesto su enigmática traducción.



The End (El final)


This is the end (Éste es el final)
Beautiful friend (mi hermoso amigo)
This is the end (éste es el final)
My only friend, the end (mi único amigo, el final)
Of our elaborate plans, the end (de nuestros elaborados planes, el final)
Of everything that stands, the end (de todo lo que estaba erguido, el final)
No safety or surprise, the end (no hay seguridad ni sorpresa, el final)
I'll never look into your eyes...again (nunca más te volveré a mirar a los ojos... de nuevo)
Can you picture what will be (¿puedes imaginar lo que será?)
So limitless and free (tan ilimitado y libre)
Desperately in need...of some...stranger's hand (Desesperadamente apurado..de alguna..mano extraña)
In a...desperate land (En una...tierra desesperada)
Lost in a Roman...wilderness of pain (Perdido en una tierra salvaje romana de sufrimiento)
And all the children are insane (Y todos los niños están dementes)
All the children are insane (todos los niños están dementes)
Waiting for the summer rain, yeah su (esperando a que caiga la lluvia veraniega)
There's danger on the edge of town (Se cierne un peligro al final de la ciudad)
Ride the King's highway, baby (conduce por la autopista del Rey, nena)
Weird scenes inside the gold mine (Extrañas escenas en la mina de oro)
Ride the highway west, baby (conduce por la autopista del Oeste, nena)
Ride the snake, ride the snake (cabalga la serpiente, cabalga la serpiente)
To the lake, the ancient lake, baby (hacia el lago, el antiguo lago, nena)
The snake is long, seven miles (La serpiente es larga, siete millas)
Ride the snake...he's old, and his skin is cold (cabalga la serpiente... es muy anciano* y su piel es fría)
The west is the best (El Oeste es lo mejor)
The west is the best (El Oeste es lo mejor)
Get here, and we'll do the rest (encuéntrate conmigo y haremos el resto)
The blue bus is callin' us (El autobús azul nos está llamando)
The blue bus is callin' us (El autobús azul nos está llamando)
Driver, where you taken' us (Conductor, ¿hacia dónde nos llevas?)
The killer awoke before dawn, he put his boots on (El asesino se levantó antes del amanecer, se calzó sus botas)
He took a face from the ancient gallery (recogió una cara de la vieja galería)
And he walked on down the hall (y caminó hasta el salón)
He went into the room where his sister lived, and...then he (fue a la habitación donde residía su hermana, y entonces él...)
Paid a visit to his brother, and then he (se marcó una visita a su hermano, y entonces él...)
He walked on down the hall, and (caminó hasta el salón)
And he came to a door...and he looked inside (y llegó hasta una puerta...y miró dentro)
Father, yes son, I want to kill you (¿Padre?, ¿Sí, hijo? Quiero matarte)
Mother...I want to...WAAAAAA (¿Madre?... Quiero... WAAAAAA**)
C'mon baby,--------- No "take a chance with us" (Vamos, nena, no te arriesgues con nosotros)
C'mon baby, take a chance with us (Vamos, nena, arriésgate con nosotros)
C'mon baby, take a chance with us (Vamos, nena, arriésgate con nosotros)
And meet me at the back of the blue bus (y encuéntrate conmigo en la trasera del autobús azul)
Doin' a blue rock (marcándonos un rock azul)
On a blue bus (en un autobús azul)
Doin' a blue rock (marcándonos un rock azul)
C'mon, yeah (vamos, sí)
Kill, kill, kill, kill, kill, kill (mata, mata, mata, mata, mata, mata)
This is the end (éste es el final)
Beautiful friend (mi hermoso amigo)
This is the end (éste es el final)
My only friend, the end  (mi único amigo, el final)
It hurts to set you free (me duele dejarte libre)
But you'll never follow me (pero es que nunca vas a seguirme)
The end of laughter and soft lies (el fin de las risas y de las leves mentiras)
The end of nights we tried to die (el fin de las noches en las que intentamos morir)
This is the end (éste es el final)


*Al igual que con el caso de The Snake de Al Wilson, en inglés snake (serpiente) es masculino y así lo traduzco.
**Mucha gente entiende que en este grito se intuye que como Edipo Rey, se quiere follar a su madre, como si fuera Electra. Es posible que así sea, pero en ninguna versión lo escuché explícitamente y sólo oí el susodicho grito.

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