Del negro alza la vista
y la luz menguante del crepúsculo
teñirá de púrpura
las sombras del Obelisco.
Canta la lechuza entre las ramas de la encina solitaria
con notas errantes
y perdidas
que te abren la senda
en la tiniebla de tu alma fría.
Maquillaje-pop2, de nuestro amigo Roy.
El dolor rojo pasará
sin virtudes a su espalda
aligerando la carga
de la vida gris.
Al blanco vuelve la mirada
para que el alba
bañe de amarillo
tu rostro envolvente.
Pasó la noche azul
sin pena ni gloria.
Mira ahora la verde senda
del nuevo y deslumbrante día.
Brochazo irisado cogido de cosasdejosep.blogspot.
Con tanto color, sólo se me ocurre mostrar aquí el buen hacer y el saber estar de esta genial grupo británico, The Action, quienes se definieron claramente por una frase: "Our Music Is Red With Purple Flashes" (nuestra música es roja con flashes púrpura). Toda una declaración de intenciones. Su tema, Biff, Bang, Pow! A bailarlo.
Estupenda imagen de respuestario.com que me sirve para reflejar la actual dependencia de Occidente del sistema capitalista.
No hace mucho que en una de las múltiples manifestaciones
contra los recortes aplicados por el Ejecutivo central español a instancias
(como todos sabemos) de la que realmente maneja los hilos en Europa, Angela Merkel –y que, a tenor de que los tiene bien puestos debería
de seguir llamándose Angela Dorothea
Kasner– se solicitó un referéndum para que todo el agobiado pueblo que
habita la asolada piel de toro pueda posicionarse acerca de lo que realmente le
está afectando, tanto en su vida laboral como privada, religiosa, sexual y
hasta psicológica.
Estoy totalmente de acuerdo con ello. Es algo que se hace ahora
con el Gobierno de Mariano Rajoy y
que también se hizo en su momento cuando José
Luis Rodríguez Zapatero fue inquilino en el Palacio de La Moncloa. Y no es para menos, puesto que al ser
distintas caras de una misma moneda, ambos se armaron con la tijera de la
indiferencia previa inclinación anal ante los designios de la gran águila negra
de Centroeuropa. Zapatero no hizo ni
caso y Rajoy hará otro tanto, porque para ninguno de ellos la palabra (y la
queja) del pueblo tiene el menor interés, porque ninguno gobierna-gobernó para
bien de sus conciudadanos, sino para mayor gloria y boato de sus respectivos
partidos.
Zapatero, a punto de ser machacado por aquello que le costó la salida de Moncloa:
el monocultivo del ladrillo. Imagen de todosloscaminoshaciati.blogspot
Ese referéndum, como bien señaló aquí, en Córdoba, José Rojas, presidente del Consejo
del Movimiento Ciudadano, tiene como fin último, y por encima de todo, “que
lo que tengamos que asumir lo tenemos que hacer todos juntos”, y no a base de
recetas y dolorosos pildorazos de insano y obligado sacrificio anunciados cada
viernes en Consejo de Ministros.
De nuevo estoy de acuerdo con que la germana no nos siga
dictando desde la distancia cómo morir de inanición lentamente mientras ella se
llena los bolsillos a costa de nuestra miseria (y de la de Grecia, Portugal e Irlanda). Yo también quiero su "stille" y hasta su "ruhe" si me apuran para que, de
una vez, se pueda escuchar la palabra quebrada y la voz llorosa del pueblo
español.
Ahora bien, mi deformación profesional me obligó a ponerme
en contacto con el propio Rojas, porque no me conformo con eso y quiero dar un
paso más allá. Referéndum, sí, pero en el caso de que el clamor popular se
posicionara en contra de más recortes asfixiantes, ¿cuál es la alternativa?
Porque lo cierto es que si la mayoría considera que un mero
plan de medidas de austeridad (que también es necesario y con todas las
consecuencias) no basta para salir del abismo en el que seguimos cayendo desde
la comodidad de nuestros sillones, tal y como se empieza a hacer ver en foros
de barrio, de Internet y otros
lugares de encuentro, hace falta ir más allá y aportar alternativas reales para
reactivar la economía. Porque eso es lo único que funciona dentro del aceptado
sistema capitalista en el que estamos inmersos.
Y, de nuevo, sale la microeconomía al rescate de las
excesivas divagaciones sin sentido socialistas y la actitud “burrorejérica” de
los populares. El ejemplo no es otro que el de una familia cualquiera (porque
es la manera más amable de contemplar a un estado) que tiene que afrontar una
deuda (habitualmente el de las odiadas hipotecas, aunque también se le añaden
otras cuestiones como un coche, un ordenador, los teléfonos, la comida, la ropa
y demás elementos que hacen que cada fin de mes sea un infierno) y hay voluntad
de hacerla efectiva. Al Gobierno nuestro no se le cayeron los anillos a la hora
de dilapidar como descosidos amparado en la falsa magia del ladrillo (conste
que fue una época de especial movimiento monetario, con lo que el estado de
bienestar parecía una fórmula adecuada y aceptada por todos), eso generó una
deuda monstruosa (calculada en de 1,78 billones de euros en julio de 2012; es
decir, el 167% del PIB nacional) sobre la que se han lanzado los petreles
internacionales para hacerla aún más sangrante, y el actual Ejecutivo estatal
no tiene más remedio que afrontarla y pagarla. Hasta ahí, todo correcto.
Dibujo tomado de fernandezalejandro2.blogspot
que me sirve para mostrar la situación forzada de una Humanidad
para elegir entre la superviviencia del mundo en que vive
o la pervivencia de una economía que le supera.
Pero, que yo sepa, a una familia cualquiera el banco no le
concede créditos a cinco años, porque no hay humano que lo pueda afrontar. La
mayoría estamos con la argolla al cuello durante un cuarto de siglo –que se
dice pronto–; considerado un plazo normal para, en situaciones de bienestar
económico, poder liquidar la deuda de la hipoteca y contar, al mismo tiempo,
con algo de liquidez que permita “vivir” día a día. Así funcionan las cosas y,
por el momento, no iban tan mal para quienes tuvieran la suerte de contar en su
haber con un sueldo.
Por tanto, es toda una insensatez pensar que un país como el
nuestro pueda pagar ese débito a corto plazo, teniendo que utilizar para ello uno
de cada cuatro euros con los que cuenta. Es como si a un mileurista su banco le
arrancara de un bocado 250 euros, dejándole para todo lo demás (incluida la
hipoteca) 750 euros. Lo más probable es que se acabara encerrando en su casa,
sin salir, sin entretenerse, casi sin respirar, ni mucho menos consumir. Es
decir, sería la muerte social para la mayoría.
Lo mismo le ocurre a esta piel de toro (querida para unos,
prescindible para otros, pero, por el momento, la tierra sobre la que todos nos
asentamos). Si en lugar de tener que utilizar un cuarto de todos nuestros
bienes para acabar con esa deuda (y sus malditos intereses) fuera, quizá, medio
euro de cada cuatro y a un plazo mayor de tiempo (bastante mayor, quiero
decir), nuestros deudores (los buitres) acabarían cobrándolo todo sin tener que
asesinar a la gallina de los huevos de oro. España no estaría tan asfixiada,
generaría movimiento de dinero a través de algún tipo de actividad económica
diferente a la construcción –Luis Planas, a mi parecer y consideración el
futuro dirigente de la oposición de izquierdas en este país, se denomine como
se denomine al final , ya apuntó a las enormes posibilidades que tiene la agroindustria
andaluza– y no se tendría por qué morir en el intento.
Nada mejor que el humor para arrostrar tan aciagos tiempos. El chiste, recogido de toupeiratoupeiro.es, se titula los tres pilares de la economía.
Y es que insisto a determinados gobiernos de la UE (léase
Gran Bretaña y Alemania): La Península Ibérica NO es el enemigo, no es la
economía a la que hay que hundir para salvar sus importantes y blanqueados
traseros. Búsquense otra víctima en algún oscuro rincón de sus maldecidas y
putrescentes almas y déjennos vivir en paz. En caso contrario, uno de los
países que más han apostado por la existencia del euro y de la Unión se tendría
que pensar si su continuación en el seno de una Europa insolidaria merece o no
la pena.
Nuestro Gobierno, si nos escuchara, tendría detrás el
respaldo suficiente para ir a Bruselas y decir: “Hasta aquí hemos llegado.
Permitidnos pagar la deuda, que hemos asumido, pero actuad con un mínimo de
inteligencia: dadme oxígeno y yo os devolveré riqueza”. No hay más misterio.
Aquí me viene de perlas un temita titulado Ven que estoy hirviendo, del maravilloso
grupo uruguayo Los Iracundos. Ellos
aluden a unas circunstancias algo más sensuales en su título, pero yo lo hago
propio para reflejar el profundo malestar de un pueblo al que la miseria le
empieza a morder el trasero sin decoro de ningún tipo.
Una nueva (y cortita) entrega de la serie Deliciosamente Humano, para los que gustan de lo insólito sin salirse de lo común. La idea, no es original mía, sino que se la escuché en Pamplona a uno de mis profesores (no recuerdo muy bien si a Carlos Soria o a Gómez Antón) y se me quedó grabada. Luego descubrí, que se trataba de una historia del Siglo XI, que difiere de la mía en personajes, habla y moraleja. Reza así:
Había una vez un rey que no admitía más punto de vista que el suyo propio. Y así, cuando él aportaba su opinión sobre cualquier materia nadie, absolutamente nadie, podía exponer otra diferente porque entonces el rey le apartaba de su lado y perdía su favor de manera vergonzosa.
Al margen de esto, y doy fe de ello, el monarca era una bella persona y gobernaba rodeado de consejeros y ministros que le ayudaban gustosos en lo que podían, siempre que el rey no hubiera optado aún por tomar una decisión irreversible de ésas tan suyas.
Pero, insisto, en cuanto se posicionaba a favor o en contra de algo o de alguien todos sus consultores y amigos, que los tenía y en gran cantidad, pasaban a ser inútiles y veían cómo su intrincada y fina labor dejaba de tener sentido, lo cual era francamente frustrante.
Uno de aquellos ministros, bastante harto ya de la situación, decidió un buen día dar una lección al soberano. Si bien se vio obligado a poner en práctica su idea de tal manera que ni el monarca pudiera llegar a sentirse ofendido ni que él tuviera que afrontar el peligro cierto de acabar con sus huesos en una oscura mazmorra por la osadía.
El escarmiento que le dio fue el siguiente:
Una mañana el ministro le pidió al rey que le acompañara a pasear por las afueras del palacio. El soberano aceptó con ganas y como era un tanto campechano y le gustaba salir de incógnito nadie más les acompañó. Aprovechándose de la curiosidad natural del rey el cortesano se lo llevó a contemplar unas obras; allí se encontraban tres trabajadores machacando rocas. Al verlos el monarca quiso saber de inmediato lo que hacían y fue hacia ellos a toda prisa.
–¿Cuál es tu labor, buen hombre? –Le preguntó al primero.
El obrero se intimidó ante su rey, puesto que le había reconocido, y humildemente respondió:
–Estoy trabajando para ganar el pan de mi familia; soy pobre, mi señor.
El rey se apiadó de él y le entregó una moneda de oro que, evidentemente, pidió prestada a su ministro, ya que él nunca viajaba con dinero encima.
Luego el secretario recomendó al rey, con muchos dimes y diretes, que hiciera la misma pregunta al segundo, un extranjero libre de toda atadura y que no entendía de reyes ni de reinos.
–¿Qué es los que estáis haciendo? –Inquirió de nuevo haciendo caso a su ministro.
El requerido dejó de golpear con su mazo y secándose el sudor de la frente contestó con mala gana:
–Pico piedra, a la vista está. ¿Qué creéis si no que estoy haciendo? –Y sin esperar a obtener una respuesta regresó a su ocupación.
El rey se sintió francamente violento y decidió dar por terminado el paseo. Pero el ministro, quien por un momento había palidecido ostensible y ostentosamente ante el descaro del extraño, insistió aplicando todas sus artes de persuasión para que repitiera la misma operación con el tercero.
–A ver, tú. ¿Qué estás haciendo?
El otro miró al rey sonriendo y recogió una de las piedras de gran tamaño que había logrado arrancar a la tierra para mostrársela al monarca como si fuera un tesoro.
–Estoy construyendo una catedral –explicó contemplando extasiado el lugar donde iba a ser levantado el templo.
El rey quedó asombrado por la respuesta alejándose del tercer obrero, quien todavía miraba al infinito.
De regreso al castillo el rey detuvo al ministro y comenzó a cavilar sobre lo que había visto-
–Lo habéis hecho a posta –le dijo con cierto reproche–. Pero ¿cómo sabíais que iban a responder de diferente modo?
–Porque, majestad, nadie es capaz de ver las cosas de igual manera –aclaró el ministro–. Y os aseguro que no hay mayor riqueza en este mundo que la diversidad de puntos de vista, puesto que todo el mundo tiene siempre algo que aprender de los demás.
A partir de entonces el rey cambió radicalmente de actitud y procuró adoptar una postura más abierta a la hora de tratar los problemas con sus fieles cortesanos.
En cuanto al más capacitado de todos ellos, aquél que se atrevió a abrir los ojos del monarca, fue recompensado con un importante cargo en los confines del reino, lo más lejos de palacio.
¡Oh, bueno! Habrá quien diga que aquello no fue precisamente una recompensa y que, en realidad, el rey se quitó de encima a un listillo que algún día le podría poner en entredicho recordándole cierta experiencia enriquecedora. Nada más lejos de la verdad; salvo por las esporádicas incursiones bélicas de nuestros bárbaros pueblos vecinos, aquí se está muy bien, muy tranquilo, muy relajado… ¡Aunque a veces eche tanto de menos mi fastuosa vida en la corte!
Para rematar esta faena, nada mejor que un temita titulado Greensleeves, que según dicen compuso Enrique VIII para su esposa Ana Bolena (¿quién sabe si es cierto o no? El caso es que me encanta. Esta versión es la céltica, porque me da la REAL gana, ¡eah!):
Pero la vida no sería vida sin un ligero toque Mod-ernista, de ahí que haya escogido a un "rey" para la ocasión: Ni más ni menos que B. B. King y su canción How blue can you get:
–Pequeño
Mastín –dijo Cathbad–, ¿ves lo que está haciendo esa muchacha? Está lavando tus
ropas rojas, y lavándolas llora, porque sabe que vas a la muerte contra el gran
ejército de Maeve.
Lady Gregory. Cuchulain de Muirthemne.
La nave se
detuvo trabándose en tierra con estruendo y substrayendo a Cunneda de su
letargo. En lo alto, las estrellas menguaban ante la inminente salida del sol
élfico y el temible encanto de la noche se difuminaba con las primeras
claridades del día que estaba por nacer.
El joven, en
sus prisas, saltó desde la cubierta dañándose los pies al caer contra los
picudos cantos dispersos por la orilla. No era una playa; lo que él había
tomado por todo un extenso océano no era sino la corriente con la que se había
topado al salir del territorio del peculiar reptil. Y ahora, simplemente, se
hallaba en la ribera opuesta del río. Aunque su percepción del tiempo le
gritaba en su alma, en su corazón y en su cabeza que había pasado toda la noche
navegando.
El dolor se
le pasó enseguida y antes de continuar echó un último vistazo a la embarcación
que le había salvado de morir extenuado bajo las aguas. Pero, tal y como había
supuesto, ya no estaba allí. En su lugar, un cisne de esponjoso plumaje gris y
pico dorado se elevó por los aires arrastrando tras de sí una transparente
llovizna de espuma batida que empapó su rostro, obligándole a sonreír.
"Lo
peor de todo es que aquí llega un momento en que ya nada te asombra",
reconoció equivocado haciendo un mohín de disgusto con la boca mientras el ave
se perdía de vista en lontananza. Después escogió como senda una estrecha
apertura entre dos sombríos castaños, con los troncos invadidos por el musgo, y
por allí se abrió paso decidido finalmente a encontrar el camino de vuelta a su
añorado hogar.
Con una
obstinación propia de su edad, durante lo que siguió del trayecto se negó a
hacer caso de los prodigios con que la espesura le regalaba los sentidos a
medida que avanzaba. Y así, se desvió queriendo de un claro plagado de unas
raras flores vivas de finísimo cristal inmaculado, de tal pureza en su
magistral y rico acabado que cada una de ellas hubiera servido para pagar tres
veces el valor de un reino en el mundo de los Humanos.
Rosa de cristal.
Despreció
también la más que tentadora invitación de parte de un corrillo de minúsculas y
agraciadas mujeres aladas, quienes, tras rodearle con algarabía musical, le
ofrecieron a beber hidromiel en un cuerno de oro exquisitamente decorado con
espirales, cuadrados y triángulos conjuntados en una formidable combinación
mágica. Con que sólo hubiera mojado los labios con un beso en aquel néctar
divino el muchacho habría podido disfrutar de una larga existencia fuera del
País de los Elfos, libre de enfermedades y conservando siempre una sana
apariencia juvenil. Procuró,
además, hacer oídos sordos a las canciones entonadas por las Fuentes Perdidas,
cuyas límpidas letras hablaban de hazañas realizadas en el pasado, proezas que
se estaban llevando a cabo en ese mismo instante y heroicidades que aún estaban
por cumplir. Acontecimientos todos ellos que se hubieran hecho realidad si
Cunneda los hubiera escuchado con atención, porque esos cantarse épicos se
referían a él y a nadie más. De esta manera, perdió la oportunidad de llegar a
ser el héroe infatigable de quien tan necesitada estaba su patria chica; el
mayor sabio de todos los tiempos que desnudara cualquiera de los secretos de
este mundo y del más allá; el hombre sin miedo que siempre quiso ser. Se apartó
luego de un grupo de risueños gigantes que forjaban con sus puños cerrados
hermosas armaduras de combate y armas encantadas sobre elevadas fraguas de
piedra. Eran en extremo pacíficos y le habrían acogido con cariño para
descubrirle el hermético enigma del arte de la Herrería. Con ello, no sólo se
hubiera elevado a la categoría de dios viviente entre los suyos, además la
dicha de saberse todo un maestro artesano le habría llenado de felicidad hasta
el punto de acabar riendo de por vida como hacían aquellos colosos.
Curiosa imagen de gigantes, tomada de
albertocanosa.blogspot.com.
Pero la
mayor pérdida de todas fue desaprovechar la ocasión de contemplar expuesta su
alma en el Espejo de la Verdad, que yacía olvidado y cubierto de polvo en el
último rincón de una vaporosa caverna. De todas las maravillas, sin embargo,
aquélla era la más ambigua, puesto que el Espejo es incapaz de mentir y, al
mostrar el interior de cada ser que se refleja en su cárdena superficie, no
siente remordimientos ni tiene voluntad para mitigar el maniático horror de la
Verdad que se oculta en la mayoría de los casos. Caminaba con
la mirada baja, tan absorto que no percibió los curiosos efectos causados por
el sol del amanecer sobre el tupido follaje de los árboles. Los rayos incidían
directamente sobre todas y cada una de las hojas de aquel vasto e insondable
bosque multimilenario, provocando cascadas de haces irisados que estallaban
silenciosas al tocar el suelo. Las sombras perfiladas en tierra recreaban un
decorado fantástico, el cual, visto en conjunto y mediante escenas móviles,
semejaba una representación teatral acerca de la verdadera historia de aquel
legendario país; y la sombra del muchacho parecía ser el actor principal. La fría
mañana vino acompañada de salvajes y coloridas ventiscas que, juguetonas, se
complacían en arrebatar sin pudor alguno cualquier sonido naciente,
zarandeándolo de un lado a otro hasta atravesar de parte a parte el laberíntico
jardín. Fue de esa forma como llegó a los oídos de Cunneda un gemido lastimero
que le arrancó de su ensueño despertando su curiosidad. Con el ceño fruncido y
pies ligeros se dispuso a buscar el origen de tan amarga queja. No tardó
mucho. El olor acre e intenso de la muerte le atacó de frente impregnándole las
narices con el inconfundible aroma de la sangre recientemente derramada. Apartó
unos altos arbustos de boj y penetró con respetuosa cautela en lo que había
sido el escenario de una cruenta batalla.
Cientos de
cuerpos mutilados, desgarrados con rabia, atravesados por lanzas y dardos;
centenares de bocas abiertas y brazos extendidos a lo alto en un desesperado
intento por detener el ánima que se escapa hacia su última morada; miles de
ojos mirando invidentes y con la sombra de una pregunta sin contestar impresa
en las veladas retinas. Todo ello esparcido por la selva, entre los ofendidos
árboles que se esforzaban por camuflar con sus ramas lo quebrados estandartes,
sobre la yerba que saciaba su sed con la ofrenda de la sangre, como si una
deidad menor hubiera arrojado en un momento de locura momentánea sus semillas
para recolectar luego la macabra cosecha.
Restos de una batalla recopilada de la web elitonia.org.
Anduvo entre
los cadáveres observándolo todo con esmerada visión de experto. Su alma
guerrera se sublimó mientras reproducía el desarrollo de la contienda y
sopesaba las armas blandiéndolas con intriga y cuidado.
–¡Dioses! En
mi vida había visto nada parecido –profirió cortando el aire con una espada
equilibrada, pero de adelgazado filo.
De repente, el
objeto se hizo tan pesado que no tuvo más remedio que soltarlo si no quería
lesionarse el brazo. Luego intentó volver a levantarlo, aunque fue en vano; el
arma no se movió ni un milímetro y permaneció fiel junto a su dueño. Esto le
permitió fijar su atención en los caídos.
Ninguno era
humano. Había elfos de gran estatura, acorazados con plata y acero, junto a
bajos arqueros bogans tocados con boinas adornadas con plumas de faisán. Frente
a ellos multitud de goblins de oscuros ropajes y corazones ponzoñosos, algunas
formaciones de bogies y redcaps y grupos aislados de duergars se habían aliado
a titánicos trolls del Norte y cohortes de enanos asilvestrados para llevar el
caos hasta Tir Tairngiri.
No se
trataba de una guerra continua contra el orden, ya que el País de los Elfos no
se regía precisamente por una norma armónica. Era, más bien, el enfrentamiento
entre la confusión ordenada asociada a la Buena Gente y el desorden natural
propio de los de la Corte Maldita, que nunca habían pisado la Tierra de la
Alegría.
En cualquier
caso, mirara hacia donde mirara, la cantidad de difuntos era tal que el bosque
prácticamente se había transformado en una inmensa necrópolis abierta al aire
libre. El muchacho suspiró.
–Demasiado
salvaje –comentó–. ¿Es que no ha quedado ni uno vivo o qué? ¡Pues vaya
desastre! Aquí no ha vencido nadie.
Entonces
volvió a escuchar el gemido que le había atraído hasta ese lugar. Procedía de
un grupo de cuerpos amontonados cerca de un maltratado madroño bajo el que se
encontraba un elfo herido de gravedad. Parecía dormido, pero se agitaba por el
dolor. Cunneda libró al moribundo de los cadáveres que tenía encima y le pasó
suavemente los dedos por la frente. El elfo abrió los ojos asustado.
–¿Mi señor!
–Dijo sonriendo, como si hubiera reconocido al joven–. Mi señor, ¿qué os
aparecido la batalla?
Cunneda se
retiró aturdido, sin embargo el elfo alargó con premura una mano y le retuvo a
su lado cogiéndole de la muñeca. Pese a su penosa situación el guerrero
mostraba una fuerza insual. Los andrajos blancos y dorados que cubrían su jubón
mallado, así como su capote negro con los bordes de rojo y oro, denotaban que
aquel ser, hermoso como seguramente lo fue el primer amanecer de los tiempos,
era un elemento destacado de su ejército: un capitán o puede que el mismísimo
general.
–Esta vez ha
sido realmente duro –volvió a decir con palabras entrecortadas–, luchamos
durante toda la noche, pero vencimos, mi señor. ¿Estáis complacido?
“¡Ja! ¿Habéis ganado realmente?”, pensó Cunneda con cierta repulsa
por lo que él consideraba una derrota por partida doble.
–¿Por qué
iba a estarlo? –Respondió–. ¿Y quieres dejar de tratarme como a tu señor?
El elfo de
largos cabellos rojizos tosió convulsivamente escupiendo esputos
sanguinolientos; el menor de los movimientos le suponía una auténtica agonía y,
sin embargo, en ningún momento perdió la sonrisa.
-Aprenden
rápido, mi señor, y su número medra. Cada vez nos cuesta más trabajo
contenerlos. Creo que la frontera del Este está abierta al mundo exterior y por
allí entran en oleadas de a miles. Pero no hay por qué preocuparse; son muy
inferiores a nosotros en todos los sentidos y aún los dominamos.
Espada élfica Orcrist, de
armasyseresmagicos.blogspot
–¿El Este?
–Preguntó Cunneda sintiéndose culpable–. Ése es el camino que tomé para venir
hasta aquí.
–¿Os
fijasteis en cómo los envolvimos cuando entraron en el bosque? –Continuó el
herido sin que diera señales de haber escuchado al muchacho–. La maniobra los
pilló por sorpresa y barrimos con facilidad su primera línea. Pero se
reagruparon rápidamente: retrocedieron sobre sus pasos y lograron rodearnos al
ser superiores en número. ¿Veis a ésos? ¿Los más altos? Ésos se quedaron en el
centro para detener nuestro ataque. ¡Por el Hacedor que nunca había visto antes
batirse con tanta furia como a esos monstruos! Nos tuvieron ocupados hasta que
se cerró el cerco a nuestro alrededor. Entonces no tuvimos más remedio que
pelear en todos los frentes.
Cunneda tuvo
la impresión de volver a estar ante su padre durante una de sus habituales
charlas de “entendido en todas las materias”, pues aunque el aspecto del elfo
era el de un joven de su edad, por los ojos supo que el guerrero contaba sus
años por centenares. Sintió una profunda veneración por él y le siguió la
corriente.
–Estoy
contento por la valentía que habéis mostrado todos.
–Mi señor,
vos sois mi inspiración y mi ejemplo en el combate. Ahora que me ronda la
muerte no me avergüenza confesarlo. Desde niño os he estado espiando para
escuchar fascinado vuestras narraciones de guerra, las estrategias que usabais
en cada batalla y, sobre todo, os admiraba porque habéis sabido hacer de la
lucha un hermoso arte. A partir de entonces soñé con emularos y acabé haciendo
mías las que eran vuestras teorías guerreras.
–¿Me
espiabas? –Cunneda contuvo una carcajada de sorpresa ante lo absurdo de esa
posibilidad.
–Por favor,
por favor, no os ofendáis, mi señor –el agonizante vomitó sangre de nuevo y se
aferró con esfuerzo al hombro del joven intentando incorporarse–. Siempre os he
servido como mejor pude.
–Tranquilízate,
no me ofendo –contestó Cunneda empujando con suavidad al elfo para que volviera
a tenderse–. Te escucho, habla.
El rostro
del elfo se tornó ceniciento. Parecía incómodo por tener que sincerarse con
Cunneda y anduvo titubeando antes de hablar, aunque para ello tuvo que apartar
la mirada.
–No lo
entiendo, mi señor. Se me escapa.
–¿Qué no
entiendes? –Le animó conciliador el muchacho.
–¡Es posible
que me sienta tan vacío! Toda, toda mi existencia dedicada a la guerra y, ahora
que estoy a punto de abandonarla, no logro encontrarle un sentido –volvió a
mirarle con miedo en los ojos–. Debe de haber una explicación; ¿he hecho mal?
¿Me he equivocado en algo, acaso?
“¡Sagrada Madre Tierra! ¡Y yo qué sé! ¿Crees que puedo
entender nada de lo que está pasando?”, fue la reacción mental del confundido joven. Ahora
bien, no podía dejar al otro sumido en la angustia antes de que muriera.
Carraspeó y, sin pensarlo, sin saber siquiera lo que estaba diciendo, le
respondió con palabras de consuelo.
–¡Qué vas a
equivocarte, hombre! Has cumplido con tu deber y eso es lo único válido; lo
único que debe de tener sentido para ti –levantó la cabeza mirando pensativo
los restos de la batalla en su entorno–. No intentes entender el porqué de la
guerra, existe y punto. Pero no es culpa tuya. Además, ninguna guerra es para
siempre y tú habrás contribuido a que eso algún día sea una realidad.
Cuando bajó
otra vez la vista comprobó que el elfo estaba muerto. Al parecer había oído lo
suficiente de lo que dijo Cunneda, porque falleció con una sonrisa en los
labios y una expresión de paz en sus relajadas facciones.
Justo
entonces los árboles se agitaron con crujiente estruendo y las hojas
amarillearon en las ramas. La escarcha surgió repentina cubriendo como un
sudario el campo de batalla. El joven notó un frío intenso, pero su respingo
fue de temor: un aullido prolongado recorrió la foresta ahuyentando a los
tímidos grajos y urracas que picoteaban alimentándose de algunos cadáveres; las
hojas temblaron un instante antes de caer, pero no llegaron a tocar el suelo
porque un viento gélido las transportó lejos, fuera de los límites del bosque;
fuera, quizá, del propio mundo élfico. Hojas de oro que guardaban, como un
secreto, un mensaje de catástrofe escrito entre sus intrincadas ramificaciones
nerviosas.
Todos los
muertos comenzaron a levitar. Se elevaron por encima de la arboleda y viajaron
llevados por el vendaval hasta desaparecer en medio de las nubes púrpuras. Cesó
el aullido y cualquier otro sonido en la espesura. Desapareció cualquier
vestigio del bestial combate que se había librado aquella misma noche. Nada se
movía. A su alrededor una gruesa capa de hielo invadía campos y foresta, y de
las ramas caían en suspenso agudas estacas heladas que brillaban como diamantes
a la luz del temprano sol.
Mientras
tenía lugar todo aquello, Cunneda creyó entrever la figura de una vieja magra y
reseca, aunque tan alta como un ciprés. Cubría su desnudez con una túnica
desgarrada por las costuras y con sus sarmentosas manos asía una vara larga y
delgada con la que tocaba cuanto se ponía a su alcance. Su rostro, azulado, no
mostraba emoción alguna. Sus larguísimos cabellos, rojos, dorados, verdes y
blancos, oscilaban a su espalda como serpientes aprisionadas a la piel,
flotando con lentitud exasperante. Iba acompañada de un llamativo rebaño de
ciervos, lobos y jabalíes que la seguían con familiaridad. La vieja y su
séquito se volatilizaron en el aire, dejando al joven caminando en soledad con
sus pensamientos.
Árboles escarchados, de johnny-detodito.blogspot.
Reconoció con
fastidio que en el fondo se había burlado del elfo, sin embargo presentía que
tampoco le había mentido totalmente al hablarle de aquella manera. Le intrigó,
además, el hecho de que el otro conociera sus propias ideas sobre la guerra; un
arte, le había dicho, y sí, como tal la consideraba Cunneda. Allá, en su aldea,
había visto trabajar a los herreros no sólo fabricando armas y otros aperos útiles
para las labores agrarias, algunos eran tan hábiles en la confección de joyas
que los jefes se disputaban sus favores llegando, incluso, a arruinar a sus
familias. Otro tanto ocurría con los filé, los poetas que componían con una
facilidad pasmosa los más bellos cantos en cualquier momento y para cualquier
situación. Para el muchacho aquello era arte, pero se trataban de aptitudes
ajenas a su persona, más allá de su capacidad y paciencia.
Por ese
motivo Cunneda decidió hacer de la guerra un arte; un elemento de satisfacción
creadora personal. No se trataba de matar y procurar salir ileso de un combate,
como pensaban sus compañeros de armas. Cada movimiento ante el contrincante,
cada desplazamiento en defensa o en ataque debían de ser concebidos como una
danza de infinita gracia que extasiara tanto a vencedor como a vencido.
Este plano
individual tenía también su reflejo en las grandes contiendas, donde la danza
tenía que ser aplicada a la evolución de ejércitos enteros. La estrategia, por
tanto, era también un arte y el premio, ni más ni menos que el respeto del
adversario, porque en aquellos tiempos los estrategas estaban muy bien
considerados y la sociedad los terminaba elevando al rango de héroes.
Por
supuesto, nunca había hablado de eso con nadie. Se habrían mofado con crueldad de
él. Y, claro está, como ocurre con la mayor parte de los artistas, nunca
mezclaba teoría y práctica a la hora de actuar. Solamente combatió una vez. Fue
en una expedición de robo de ganado. Mató a un hombre, pero lo hizo con
torpeza, con miedo, preservando su propia vida antes que arriesgarse a alcanzar
el sublime júbilo de la obra bien hecha.
Se sonrojó
al recordar aquel episodio que parecía haberse producido miles de años atrás,
aunque sus cavilaciones pasaron a un segundo plano: ante él emergió un único
camino que atravesaba un cerrado valle cubierto de altos pastos mecidos por el
viento. En mitad de la vaguada se alzaba un monte al que iba a morir el
sendero.
El laberinto
había finalizado.
Acompaña a la lectura un tema de Milladoiro, titulado "Muiñeira do Areal".
No puedo evitar incluir un clásico de la guerra de independencia irlandesa: Irish soldier laddie, de Danny Doyle (la mejor versión sobre este tema bélico):
Perdonad mi pésima educación y mi falta de corrección hacia vosotros. Aquí tenéis la letra y su traducción, of course!:
Irish Soldier Laddie (Soldadita irlandesa)
'Twas a morning in July, (Fue una mañana de julio,)
I was walking to Tipperary (Iba caminando hacia Tipperary)
When I heard a battle cry (cuando escuché un grito de batalla)
From the mountains over head (procedente de las montañas que tenía sobre mi cabeza)
As I looked up in the sky (Y cuando miré hacia el cielo)
I saw an Irish soldier laddie (Vi a una soldadita irlandesa)
He looked at me right fearlessly and said: (Me miró fijamente intrépida y me dijo:)
Will ye stand in the band like a true Irish man, (¿Estarás con el grupo como un auténtico irlandés)
And go and fight the forces of the crown? (Para ir a combatir a las fuerzas de la corona?)
Will ye march with O'Neill to an Irish battle field? (¿Marcharás junto a O'Neill (*) hacia un campo de batalla irlandés?)
For tonight we go to free old Wexford town! (¡Para que esta noche vayamos a liberar la vieja ciudad de Wexford!)
Said I to that soldier lad (Así que le dije a esa soldadita)
"Won't you take me to your captain (¿Podrías llevarme ante tu capitán?)
T'would be my pride and joy (Sería para mí un orgullo y motivo de alegría)
For to march with you today. (Desfilar hoy contigo)
My young brother fell in Cork (Mi hermano menor cayó en Cork)
And my son at Innes Carthay!" (Y mi hjo en Enniscorthy)
So to the noble captain I did say: (Así que al noble capitán le diré:)
I will stand in the band like a true Irish man, (Estaré con el grupo como un auténtico irlandés)
And go and fight the forces of the crown (Para ir a combatir a las fuerzas de la corona)
I will march with O'Neill to an Irish battle field (Marcharé junto a O'Neill hacia un campo de batalla irlandés)
For tonight we go to free old Wexford town! (¡Para que esta noche vayamos a liberar la vieja ciudad de Wexford!)
As we marched back from the field (Marchábamos de vuelta desde el campo)
In the shadow of the evening (A la sombra del atardecer)
With our banners flying low (Con los estandartes bajos)
To the memory of the dead (En memoria de los muertos)
We returned unto our homes (Volvíamos de vuelta a nuestras casas)
But without my soldier laddie (pero sin mi soldadita)
And I still can hear those braves words that she said: (Y todavía puedo oír esas valientess palabras que dijo:)
Will ye stand in the band like a true Irish man, (¿Estarás con el grupo como un auténtico irlandés)
And go and fight the forces of the crown? (Para ir a combatir a las fuerzas de la corona?)
Will ye march with O'Neill to an Irish battle field? (¿Marcharás junto a O'Neill hacia un campo de batalla irlandés?)
For tonight we go to free old Wexford town! (¡Para que esta noche vayamos a liberar la vieja ciudad de Wexford!)
(*) Podría referirse a Denis O'Neill, quien presuntamente asesinó a Michael Collins en una emboscada, aunque me inclino más por Donal O'Neill, pesudónimo usado por Eoin Neeson, un escritor al que se calificó como el Walter Scott de la Isla Esmeralda).