viernes, 27 de enero de 2012

¡Qué duro es ser occidental!

    Resulta llamativo descubrir lo tiernamente cercanas que se muestran algunas canciones para con una realidad fría que lleva patente en las calles desde mediados del siglo pasado, y que aún hoy sigue estando de rabiosa actualidad: Las atrocidades de la forma de vida occidental, excesivamente pendiente del reloj y con su particular creación de monstruos humanos como si de una fábrica con su propia línea de producción se tratara.
    He elegido cuatro (que se presentarán en el blog por tandas diferentes) por varias razones. La primera, porque todas ellas me encantan, tanto por el estilo musical que abarcan como por los propios artistas, que me llenaron la cabeza de pájaros en mi época de adolescente y que, en la actualidad, me continúan poniendo los pelos de punta cada vez que los escucho. En segundo lugar, porque las letras son directas, llanas y precisas, dejando a un lado los sentimientos y sentimentalismos y desnudando con crudeza cada una de las situaciones que abarcan y tocan. Y en tercer lugar, porque todas y cada una de ellas despiertan en mí un espantoso crisol de imágenes y sensaciones que me llevan desde la ira hasta la piedad, pasando por el miedo y llegando hasta el punto de preguntarme si la venganza serviría de algo si me ocurriera alguna de esas atrocidades.
    Empezaremos por la VIOLACIÓN, a través de la canción "The Boiler". La mayoría de esos monstruos mencionados antes (no hacen falta que lleguen a la perniciosa y lamentable altura de Ted Bundy) necesitan hacer daño física, psíquica y sexualmente hablando. Existen muchos de esos monstruos; los generan las guerras, las crisis políticas, las económicas y las sociales, la falta de identidad, la masificación humana, la indiferencia, la evasión permanente, la ingratitud, la ausencia de niñez, y, en un grado ínfimo, la maldad arraigada en algunas almas podridas por completo. La mujer de esta espeluznante historia es víctima de uno de esos monstruos. La vieja "tetera" sale de compras un sábado y se topa con un maromo que la invita, la corteja y le hace sentir algo más femenina. Pero cuando él insiste en seguir todo el día con ella, la mujer prefiere irse y el obtuso unineuronal no sólo la retiene porque la tiene mentalmente pillada (tal es la falta de autoestima de ella), sino que el muy bestia la acaba forzando hasta la saciedad.
    La historia, escrita por Joyce, Leyton, Summers J., Summers N., Rhoda Dakar, Barker, y Owens (o lo que es lo mismo The Special AKA y la señora Rhoda Dakar) está perfectamente descrita, hasta el punto de que incluso los que no tengan ni la más remota idea de inglés se enterarán de todo y notarán cómo la angustia les atenaza al final del tema. Pero lo verdaderamente llamativo está en el contraste del ritmo musical con lo atroz de lo que se narra. Ritmos jamaicanos, una mezcla de Ska tardío de los 80 del siglo XX y Calipso quebrado con base de vientos y timbales de sintetizador de fondo y el constante soniquete del organillo, que no deja de tocar, ni siquiera cuando Rhoda Dakar profiere tales berridos de horror que cualquiera pensaría que el idiota no-hombre la está forzando en ese instante. Unos gritos que la música acaba por apagar con esa indiferencia tan occidental por lo genérico y esa estúpida visión de que el mundo sigue girando te pase lo que te pase. Quizá sea cierto o quizá no lo sea, pero a esa mujer de la canción eso siempre le estará pasando "el pasado sábado". Aquí reproduzco parte de lo que he bicheado por Internet sobre esta canción de 1982 y también la letra:


Portada del single aludido de 1982.


The Boiler


Bien .. there are obviously a LOT of songs that touch me, but very few bring me soobbing hysterically to tears. (Es evidente que hay un montón de canciones que me tocan, pero muy pocas me llevan a llorar con histeria).
This one did more than that the first time I heard it. (Ésta lo hizo más que la primera vez que la oí).
The first time I heard this song was in my room late at night in almost complete darkness about a week and a half after my 19th birthday. (La primera vez que escuché esta canción fue en mi habitación por la noche en una oscuridad casi completa, aproximadamente una semana y media después de mi decimonoveno cumpleaños).
It had been over two years since I'd been raped and I still hadn't admitted it to myself. (Habían pasado más de dos años desde que me violaron y todavía no me lo había admitido a mí misma).
Anyway... (De todos modos)...
I was lying there in bed listening to a tape that my new boyfriend{1} had given me on our first date. (Yo estaba tumbada en la cama escuchando una cinta que mi nuevo novio {1} me había dado en nuestra primera cita).
He'd made me a mix tape of various Ska songs because I'd told him that I wasn't too familiar with it. (Él me había confeccionado una cinta con mezcla de varias canciones de Ska, porque yo le dije que no estaba muy familiarizada con ese estilo).
I had just listened to "Ghost Town" by the Specials (which I still rate as one of my favorite songs EVER) when I heard this very eerie warbling coming from the speakers... (Acababa de escuchar a "Ghost Town" de The Specials (que todavía considero como uno de mis temas favoritos de siempre) cuando empecé a escuchar esos extraños trinos procedentes de los altavoces) ...
a saxaphone sounding like a cat screeching.. (un saxofón que suena como un gato chillando) ...
and then a woman speaking rhythmically to a hypnotic beat. (y una mujer hablando rítmicamente a un ritmo hipnótico).
After you read the lyrics... (Después de leer la letra) ...
I think you'll understand why I ended up screaming hystericallly on the floor oin a fetal position crying over what I'd lost so long before. (Creo que me vas a entender por qué acabé gritando histéricamente en el suelo en posición fetal, llorando por lo que había perdido hacía mucho tiempo).
I know a lot of people who say it's sick that I listen to this song fairly often... (Conozco a un montón de gente que dice que es enfermizo que yo escuche esa canción con bastante frecuencia) ...
... ... I call it cathartic. (Yo lo llamo catarsis).
{1}Yes.. {1} (Sí). .. the infamous exfiance (el infame exnovio)

La letra:


I went out walking last Saturday  (Me fui a dar un paseo el sábado pasado)
I was getting some gear (comprando algunos trapitos)
And this guy offered to pay (y el tío ése se ofreció a pagar)
"Who's the hun?" ("¿quién es el amorcito?")
I think to myself (pensé para mí misma)
For so many years I've been left on the shelf (durante demasiados años me habían abandonado en el estante)
An old boiler (una vieja tetera)
And then we went walking (y entonces nos fuimos caminando)
Back down the high street (de vuelta calle abajo)
And I felt really proud (y me sentí realmente orgullosa)
'cause he looked so neat (porque parecía tan real)
He was a real hard man, (era un machote de los de verdad)
Tough as they come (rudo desde el momento en que se me acercó)
He said I was cool but, (me dijo que yo era guay pero)
I still felt like (todavía me sentía como)
An old boiler (una vieja tetera)
He bid me come out (me ordenó que saliera)
How could I say no? (¿cómo le iba a decir que no?)
He said "Meet me at eight, (me dijo: "nos vemos a las ocho,)
round at my place, you know?" (cerca de mi casa, ¿sabes?")
With my new gear on and a blow dried hairdo (con mi nueva ropa y un golpe de peinado)
But in my mind I knew (pero en mi interior sabía)
I was still (que todavía era)
An old boiler (una vieja tetera)
We danced all night long (bailamos toda la noche)
To a nice steady beat (con un buen ritmo constante)*
But my hair went to frizz in the terrible heat (pero el pelo se me fue al garete con el terrible calor)
My mascara ran and so did my tights (mi maquillaje se corrió al igual que mis medias)
Confirming in my sight (confirmándome a ojos vista)
I must be (que debo de ser)
An old boiler (una vieja tetera)
So we came out this club (así que nos fuimos de ese club)
Hot and sweaty (calientes y sudorosos)
'cause we'd been dancing all night (porque estuvimos bailando toda la noche)
And he says to me (y me dijo)
"Well babe, what you doing then?" ("bueno, nena, ¿qué vas a hacer ahora?")
"Well, I think I might get a cab" ("bueno, creo que podría tomar un taxi")
I said casuallly (dije como quien no quiere la cosa)
"Oh no, no, come back to my place, I only live just 'round the corner, you can go home in the mornin' y'hear?" ("¡Oh no, no! Vuelve conmigo a casa, vivo justo a la vuelta de la esquina, puedes volver a tu casa por la mañana, ¿me has oído?")
"Well, I don't think so. I mean, I've only known you a day, it's a bit soon, isn't it? Gimme a ring sometime, yeah?" ("Bueno, creo que no. Quiero decir que te conozco desde hace sólo un día, y es un poquitín pronto, ¿no? Dame un toque un día de estos, ¿vale?")
But then he start to get mad (Y de repente empezó a volverse loco)
"Listen 'ere, Girl. I bouoght that gear you got on, I paid you in here tonight bought you all them drinks and now you wanna go home I should've been feedin' you cocoa" ("escucha, tía. Te he comprado el trapo que llevas. Te pagué la entrada al local y todas las bebidas y ahora te quieres ir a casa, cuando tendría que estar dándote cacao")
And then he stormed off (y se largó furioso)
Well I felt all right like, (me había sentido tan bien)
Well you would, wouldn't you? (como lo hubieras hecho tú, ¿no es así?)
So I ran after him (así que salí corriendo detrás de él)
Caught him up (le agarré del brazo)
There we are walking down the street 'bout (y nos pusimos a andar calle abajo a)
Hundred mile per hour (cien millas por hora)**
Arm in arm (brazo con brazo)
No talking (sin hablar)
Atmosphere you coulda' cut with a knife (el ambiente se podía cortar con un cuchillo)
There was no one about (no había nadie alrededor)
Nothin to take your mind off it you know? (nada con lo que ocupar tu mente, ¿sabes a qué me refiero?)
No cars, not even the occasional stray animal (ningún coche, ni siquiera un ocasional animal callejero)
It was cold and (hacía frío y)
The winds whistling through the trees (el viento silbaba entre los árboles)
Blowin newspapers against me legs so I tripped as I tried to keep up with him (arrastrando papeles de periódico contra mis piernas, por lo que tropecé mientras trataba de seguir su ritmo)
There was all of these alleyways and railway bridges (estaban todos esos callejones y puentes de ferrocarril)
Stink of piss (hediendo a meado)
Then all of a sudden (entonces, de repente)
He grabbed hold of my arm (me aferró fuertemente del brazo)
And he start dragging me up one of these alleyways (y me empezó a arrastrar hacia uno de esos callejones)
And he starts hittin me reallly hard against the face you know? (y me empezó a golpear realmente fuerte en la cara, ¿sabes?)
He was hittin' me (me estaba golpeando)
And grabbin' at me (y me aferraba con fuerza)
And it was awful 'cause he was so big (y era horrible, porque él era tan grande)
Hittin' me he was (golpeándome estaba)
And tearin' at my clothes (y desgarrándome la ropa)
And there was nothing I could do I was helpless (y no había nada que pudiera hacer; estaba impotente)
And then (y entonces)
HE TRIED TO RAPE ME (TRATÓ DE VIOLARME)
And there was nothing I could do (y no había nada que pudiera hacer)
So all I could do was scream (así que lo único que podía hacer fue gritar)
NOOOOOOOO!
NOO!
LEAVE ME ALONE!!!!! (¡¡¡DÉJAME SOLA!!!!!)
NOOOOO!!
NOOOOOO!!!!
NOOOO!!!
PLEASE STOP!!! (¡¡¡¡¡POR FAVOR, PARA!!!!!)
NOOOOOOOO!!!!!!!!!
NOOOOOOOO!!!!!!!

*También podría aludir al Rock Steady Beat (similar al Ska de los 60').
**Unos 160 kilómetros por hora.


Escuchadla, por favor, aunque os advierto de antemano de que es bastante, bastante dura:

lunes, 16 de enero de 2012

Microrrelatos (o microcuentos)

Me fascinan los cortometrajes bien hechos y que te dejan un excelente sabor de boca sin llegar a aburrirte. Me encantan los aperitivos que sin obligarte a saciar el hambre, lo acaba engañando y, por ende, deja firmemente clavado en tu memoria un recuerdo imposible de desprender para revivirlo una y otra vez con un poquito de imaginación (en esta materia son maestros, por ejemplo, en el restaurante Bodegas Campos, de Córdoba, merced a su singular "Largo y Estrecho", que tendría que aplicarse en el resto del mundo culinario).
Si lo anterior es cierto, no me pueden dejar de gustar las miniaturas en todos (o casi todos) los ámbitos de la cultura (entendida como forma de vida). Y ahí entran los pequeños muñecos que representan a personajes de series de animación o comics (creo que en mí es toda una obsesión casi enfermiza, aunque los más atractivos para mi espíritu de hurraca raptora son los que me encuentro perdidos en la calle), los minipoemas (tipo Aiku de origen nipón, del que trataremos más adelante) y, por supuesto, los microrrelatos o microcuentos.
Éstos últimos son realmente seductores. Así que, ni corto ni perezoso, recorrí las aguas de Internet para buscar un buen puñado de ellos y plasmarlos en ésta nuestra paginita particular para dos cosas: Que los que no los conozcan sepan de ellos y puedan disfrutarlos y que la gente se anime a escribir alguno (muchas de las ideas que asaltan al ser humano a lo largo del día, especialmente los inspirados en el cuarto de baño, podrían acabar siendo un excelente microrrelato).
Aquí va  mi recopilación (el primero es el que más me gusta de todos, porque es francamente inquietante, si bien literariamente hablando deja mucho que desear; aunque el segundo el cuarto y el octavo no le van a la zaga, y he puesto el nombre del autor de aquellos que he podido averiguar, claro está. Los últimos son algo más largos, pero los nombres son más conocidos):

1) Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
Thomas Bailey Aldrich.

2) El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso.

3) Había una vez un colorín colorado
Una vez un príncipe le preguntó a una princesa
-¿Te quieres casar conmigo ?
A lo que ella respondió
-¡NO!
Antonio Skarmeta.

4) El emigrante
-¿Olvida usted algo?
-Ojalá.
Luis Felipe G. Lomelí.

5) De "Crímenes ejemplares"
Lo maté porque era de Vinaroz.
Max Aub.

6) El sueño de Chuang Tzu
Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Herbert Allen Giles.

7) El hombre invisible
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
Gabriel Jiménez Emán.

8) Toda una vida
Lo vio pasar en un vagón de metro y supo que era el hombre de su vida. Imaginó hablar, cenar, ir al cine, yacer, vivir con él. Dejó de interesarle.
Beatriz Pérez-Moreno.

9) Sin título
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.
Juan José Arreola.

10) Memorias de Juan Charrasqueado
-Yo no lo maté: él solito se le atravesó a la bala.
José Emilio Pacheco.

11) La última cena
El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.
Ángel García Galiano.

12) Molestia
Sentí una molestia muscular, era la quinta vez que yo nacía.
Enrique Vila-Matas.

13) Chantaje
Y el duque de Leinster anunció molesto:
—Está bien. Acepto.
—Bien. Entonces, ya no tendré que despertar al dragón -respondió el avejentado buhonero.
Javier Martínez Collantes (es decir, yo).

14) Cruce
Cruzaba la calle cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado.
Arturo Pérez Reverte.

15) La gorra
Nadie logró dar con una explicación lógica para el sorprendente hecho, pero el día que Nando, el cartero del barrio, fue atropellado por un tranvía, iba vestido únicamente con su gorra.
Kaveri.

16) Sin título
¿Y qué pretendes? ¿Qué viva desnudo en el tejado?
Autor desconocido.

17) Cada cosa en su lugar
Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.
Luisa Valenzuela.

18) Sin título
Había una vez una muchacha que le preguntó a un chico si se quería casar con ella. El chico dijo "no". Y la muchacha vivió feliz para siempre, sin lavar, cocinar, planchar para nadie, saliendo con sus amigas, tirándose a todos los hombres que quiso y sin trabajar para ninguno.
Extraído del blog "Retales de Ithilien".

19) Palabras Parcas.
Abelardo, Arsaín, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho. Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!
Autor desconocido.

20) El sueño del rey
-Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
-Nadie lo sabe.
-Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?
-No lo sé.
-Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.
Lewis Carroll.

21) El espejo chino
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.
Anónimo.

22) Una pequeña fábula
¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.
Franz Kafka.

23) El pozo
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
Luis Mateo Díez.

24) El loco
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.
Jordi Cebrián

25) La extranjera
Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.
Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra la muralla de rocas. Él le pide: Ámame.
Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas muertes. Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas perdidas y los encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio. Ella quiere saltar porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no pregunta, tampoco ella le responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un país hundido. No resulta fácil decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora abre los ojos para ver el naufragio de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar su rabia. Ella le pide: Mátame.
Nuria Amat.

26) El drama del desencantado
...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Gabriel García Márquez.

27) Pan bajo los párpados
Si quisiera podria ir recorriendo todas las habitaciones e ir contando todos los azulejos y todas las fracciones de azulejo que van cubriendo el suelo. Podría abrir el gas de la cocina y al cabo de unas horas encender un cigarrillo. Podría cortarme los cabellos y echarlos a la tortilla. Degollar al periquito. Oler la pared, golpear la pared, pintar la pared. Mirar el mar, hervir las tortugas, comerme las uñas, fundir seis o siete velas, romperme la cara a macetazos, arrojarme por las escaleras... Pero como siempre, al final cojo la ventana y me la guardo en el bolsillo.
Anónimo.

28) Hostal en la ciudad vieja
Sobre la mesilla, junto al despertador, reposa un libro de título curioso: Guía de edificios apuntalados de interés. En la página 37 tiene disimulada una errata: donde dice “Caso antiguo”, debería decir “Casco antiguo”.
El turista sueña toda la noche con paredes que encima se le caen, sin poderlo remediar. Se trata de una pesadilla con errata o clave camuflada: además del sueño de un turista, es un sueño futurista.
Hipólito G. Navarro.

29) Un tipo
Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos parques temáticos. En invierno se vestía de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le diagnosticaron síndrome de doble personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía dentro de la careta cuando le hacían una foto. Murió el año pasado. Un chaval precoz de once años con pelo largo y ojos guionados le prendió fuego a la poliamida con la punta de un cigarro.
El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad perseguido, la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y naranja. Cada uno de esos trajes representaba una personalidad y una temporada, igual que el olor a pipas impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer guarda el único traje de trabajo dentro del ropero, en un sepulcro hecho con miles de bolitas de alcanfor, como si fuera un monumento marca ACME. Murió en verano, así que es Silvestre el que yace en el armario.
Fabio Rodríguez de la Flor.

30) El boli
En el sótano de la fábrica F hacen monómeros a partir de derivados del petróleo, los cuales se transforman en polímeros o resinas sintéticas cuando interviene un catalizador. Las resinas sintéticas se suben a la planta principal y se dividen en la cadena A y en la B. En la primera se le añaden elementos termoestables, se calientan, se moldean y producen tubitos de plástico endurecido, recto, hexagonal de 7 milímetros de diámetro y 13 centímetros de longitud, y ligeramente biselado al final. En la cadena B los polímeros se convierten en un poliestireno flexible, que por inyección se transforma en un tubo que cabe en el interior del primero. En la cadena C se acoplan ambos, se pone en la punta un cono metálico dorado con una bolita diabólica y se rellena el interior de tinta (un disolvente mezclado con negro de humo, azul de Prusia, amarillo de cromo u otros pigmentos), se coloca una tapa y un capuchón también de plástico, y ya está hecho el bolígrafo. Parecen todos iguales, pero ca, miles de ellos sólo valen para que los muerdan por atrás los niños, los estudiantes y los oficinistas; otros miles van a parar en exclusiva a las orejas de los comerciantes; también hay miles de ellos que reposan eternamente sin hacer nada en bolsillos de chaquetas o camisas; algunos de estos últimos, rebeldes, eyaculan por su cuenta, destrozan las blusas y son arrojados a la basura; los hay a millares que no hacen más que quinielas; otros muchos se pierden y, en fin, la mayoría de ellos tiene tinta sin misterio. Pero uno entre cien millones lleva en su interior media novela; busca, trabaja con dos de éstos y ya la tienes completa.
Jaime de Nepas.

31) No debería haber teléfonos en el hogar de un minero
Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que le iban a decir al otro lado del hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de la madrugada y Jaime estaba en el pozu... pero lo levantó.
—Marisa, oye mira que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a la mi muyer, nun tes sola, ye que mira... Marisa oye dime algo...
Marisa colgó el teléfono sin decir nada, arropó a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco, sonó el timbre. Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.
Aitana Castaño.

32) Música
Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!
Ana María Matute.

33) Viaje espacial
A bordo del Ariadna IV:
—Sabes bien que te mantengo herméticamente encerrado únicamente para aliviar mi soledad -dijo el cosmonauta; único ser vivo a bordo.
—Y ambos sabemos que si salgo de esta jaula de cristal devoraré tu carne y me beberé hasta tu última gota de sangre -respondió el upir.
Y los dos iniciaron sin pasión ni odio su enésima partida de ajedrez, mientras la nave se perdía en el espacio en dirección a Orión.
Otra vez Yo (Hubi).

34) Vientos de indecencia
Aquel hombre en extremo pedantes resolvió sus problemas intestinales con una brutal ventosidad que venía guardando en su interior desde que nació a esa vida tan gris que arrastraba.
Su paciente esposa arrugó la nariz con asco y le espetó:
—¡Pero qué guarro eres!
Y el pedante de su marido, de leve y frágil existencia ambiguamente inútil, sin inmutarse, ni tan siquiera esbozar un asomo de sonrisa, le respondió:
—Es mi intelectualidad que se desborda por donde no debe.
Y de nuevo Yo (Hubi).


domingo, 8 de enero de 2012

Saludos al (temido) año 2012

Muy poquito antes de que se iniciara este año tan especial, un buen amigo (Paco Palacios, cuyas múltiples resacas han sido incapaces de eliminar su natural inteligencia) me recomendó “regar” y “abonar” este blog para que luzca atractivo y siga siendo visitado por la gente interesada en estas inmensas nimiedades que alimentan las invisibles y adictivas neuronas del alma. Es cierto que las plantas necesitan de ser mimadas casi a diario si quieres que te regalen con lo más florido de su naturaleza, pero considero esta página azulada antes que como una Rosa Negra como un cactus carnoso y duro, que sólo necesita lo imprescindible para mantenerse con vida y que, de cuando en cuando, se abre en toda su pálida belleza para ser admirado y polinizado, y eternizarse a sí mismo y a su especie. Con ello quiero decir que, por mi parte, es preferible ofrecer escasas ideas vestidas con ropajes de calidad más que cualquier abundante vacío mal adiestrado y carente de concierto; y, para eso, hace falta el bien por excelencia en nuestros días, muy por encima del dinero, el agua, la fama, el reconocimiento o la mismísima fe: el preciado tiempo.
Durante los próximos doce meses, voy a ligar la ciudad cordobesa con un Carcharodon carcharias (aunque extraño, es posible), dentro de la serie de "Mis Terrores de la Calle Osario"; trataré, además, de esbozar las líneas para una película o una serie televisiva de calidad sobre las “hazañas” del lord irlandés Wellington en tierras españolas (a raíz también de una sugerencia por parte de otro amigo -Alfredo Martín-Górriz, un espíritu libre oculto para los ciegos ojos de la industria periodística- para dar rienda suelta a mi afectuosa aversión hacia las costumbres británicas); procuraré avanzar en la reproducción de otro capítulo de la novela corta o cuento largo “La Rosa Negra”; contemplaremos, no sin cierto recelo justificado, hacia la Europa que se está forjando en un mundo que pierde su delicado equilibrio; buscaremos de la mano (robando la innata, aunque cuidadosamente cultivada, sabiduría de un tercer amigo mío, Jesús Ligero) cuál es la economía que sacará a los barrios de sus respectivas miserias (muy a pesar del agobiante neo-imperialismo germano); miraremos juntos, guiados por la luz de un alemán enamorado de México, qué significa realmente el año 2012; aprenderé a colgar mp3 acerca de la música sobre la que me atrevo a hablar; podríamos desentrañar las asombrosas interioridades de la ciudad califal, para lo que nos hará falta la inestimable ayuda del profesor Desiderio vaquerizo y de otros cordobeses sabios e ilustres; “captaremos” nuevas y mejores imágenes para ilustrar la magia de las palabras; aconsejaremos películas y lecturas… Y, quizá, si no me tiembla la mano, os presentaré a mi familia, tan particular y privada que no os prometo nada al respecto, pero, al mismo tiempo, tan llena de gracia y vida rica, que necesito compartirlo antes de reventar de puro gozo…
Entre tanto, y para abrir boca, aquí tenéis un relato amable y benigno con el que iniciar bien el año. Cuidado con los deseos.

VUDÚ
     La noche se anunciaba tormentosa.
     Sabía desde el principio que su mujer era, en realidad, una niña y que nunca dejaría de serlo. Entonces, ¿por qué se había casado con ella? Ni él mismo podía contestar a eso. Dormía a su lado, con los negros rizos cubriéndole desmadejados parte de la cara y su pequeña boca sensualmente semiabierta, respirando con lentitud, con cadencia silenciosa, despertando en el hombre una imprevisible atracción sexual, pero, al mismo tiempo, un sincero rechazo de repulsa.
     ¿Había llegado a odiarla? Si no era así, a qué venía entonces esa irresistible necesidad de que su mujer desapareciera, como si nunca antes hubiera existido.
     Lo único claro era que el hombre tampoco anhelaba la muerte de su esposa. Eso le hubiera destrozado el alma; simplemente precisaba de no haberla conocido ni de haberle pedido una noche helada de invierno que se uniera a él en nupcias. Ni mucho menos, por supuesto, haber cumplido con ese precipitado compromiso nueve meses después.
     Demasiado tarde. Para que ese aborrecible e imperante deseo se materializara, ella nunca tendría que haber nacido.
     Los motivos no importaban, o por lo menos no a él. De hecho, no recordaba ninguno en especial, tan sólo tenía la sensación -real y absoluta- de no ser feliz junto a ella. La impertinencia de que la mujer no hubiera madurado para nada quizá fuera el golpe de gracia, aunque no la razón principal.
Imagen captada de Centroluzbel.
     El primer relámpago iluminó, tímido, el cristal de la ventana durante una décima de segundo. Aguardó, pero no se produjo el familiar sonido del trueno. Se levantó del tibio lecho que guardaba ese leve olor acre a vinagre dulce emanado de los cuerpos cubiertos en la noche y clavó su mirada, a través de la penumbra, en la mansa expresión que mantenía el sueño de la mujer-niña. Es posible que la quisiera; puede que más que a sí mismo, más que a nada en este mundo. Si bien eso era incompatible con el sentimiento de vacío que a menudo le inundaba.
     Vacío no quería decir ni soledad ni insatisfacción, sino meramente eso: Vacío. Mente en blanco; recuerdos, sí, pero similares a fotografías sin vida y ya amarillas por el transcurrir imparable del tiempo. Recuerdos estáticos; puras estatuas esculpidas con materiales y elementos de la imaginación. Pues las vivencias se habían transformado en simples palabras mentales, tantas veces declamadas que ya se las sabía de memoria, y la promesa de la novedad en sus vidas hacía tiempo que se había disipado. Pero, a pesar de todo, la quería.
     Incluso la amaba.

     Un segundo relámpago, más prolongado y agónico, tiñó de azul eléctrico las paredes en exceso recargadas de la habitación, y él pudo contemplarse a sus anchas en el espejo adosado al armario doble. Ausencia de unidad. Todo lo que tenía, incluidas sus ilusiones, lo había compartido sin egoísmos y bien agusto con su mujer; y ella tan sólo había aportado a esta relación su original y fresca presencia, que el hombre supo aprovechar en los momentos más íntimos de la pareja. Nada más. Y no era suficiente.
     Le dolía intensamente este pensamiento. Tenía la impresión de ser el dueño y señor de una importante y fructífera mina, cuya riqueza él sabía perfectamente que algún día tendría que agotarse. Se desplazó saliendo de la estancia. El trueno tampoco vino esta vez.
     En su estudio, sentado erguido sobre la silla de trabajo, notó una leve pero intensa punzada de miedo. La imagen de su esposa como un próspero yacimiento minero le asaltó de nuevo acompañada de una idea insoportable: las minas podían ser asaltadas o explotadas por más de una persona a la vez. Hizo una mueca de fastidio con la boca y su mente giró repentina con escenas de cuerpos jóvenes retorciéndose, entrelazando miembros en sábanas ajenas. Dedos como enanas culebras viscosas que exploraban hasta el más recóndito rincón del universo femenino, provocando manantiales de placer; suspiros que recorrían a la velocidad de la luz toda la superficie de la Tierra, causando la risa de sus acólitos: El soberano Cernunnos, el nuevo Dios Astado. De golpe se hizo el bendito silencio en su febril cabeza.
     El ambiente de la estancia se calentó repentinamente y una gota de sudor le corrió por la sien, acariciándole con mmimo salado el borde del ojo. Cerró con fuerza los párpados protectores, aguantando el escozor, e inhaló el aire del cuarto cargado de electricidad estática. Su boca tenía un desagradable regusto metálico de cobre frío.
     Las piernas le pesaban en demasía mientras caminaba con floja torpeza hacia la ventana para abrirla. Que corriera el aire, que un viento huracanado le azotara la cara arrastrando consigo bien lejos sus funestos pensamientos; en ese instante era su mayor ambición. Pero, tras el cristal, la atmósfera aplastante permaneció inmóvil, insensible a la voluntad apremiante, aunque humilde, de aquel hombre entristecido. A través del vano ya franqueado de la ventana penetró una quietud densa y dulzona. La obscuridad estrellada se mostraba preñada de magia, con una aureola maligna que le susurraba una tonadilla constante y para nada desconocida al oído. El latido vital del Universo. Apestaba a hechizo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el cielo estaba descubierto. Ni una nube.
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    El tercer relámpago, intenso y lento, como si hubiera aguantado toda una eternidad para estallar implacable en el momento oportuno, sobresaltó al hombre asomado a la desierta calle. La espalda toda se le erizó con un duradero escalofrío, si bien el susto, a cambio, le despejó completamente obligándole a reflexionar con rapidez; ideas que en absoluto le pertenecían. Se movió hacia el escritorio y recogió la foto en la que su mujer aparecía en medio de él y del mejor amigo de la pareja. Los brazos de ella descansaban sobre los hombros de ambos varones que la flanqueaban y tenía la cara entornada hacia el amigo a quien regalaba con una sonrisa... ¿lasciva?
     Una lágrima cayó con un golpe sordo contra el cristal que cubría el retrato y dejó borrosa su propia imagen. El hombre gimió con lastimera autocompasión y restregó los dedos en un huero intento por secar la resbaladiza superficie. Al contrario, su brusco manoseo extendió el turbio líquido por toda la fotografía empañando los rostros del antaño feliz trío, haciéndolos irreconocibles.
     En mitad del llanto contempló empavorecido cómo la reproducción de su esposa le miraba ahora fijamente sin dejar de sonreír burlona, aunque aquel grotesco mohín no era el de ella, sino el de un duende silvestre de las recónditas selvas de Europa. Un trasgo de boca desmesurada y babeante, con largos dientes renegridos y una bulbosa lengua morada que relamía rauda, de manera repugnante, sus labios de prostituta barata. El hombre quiso desprenderse del retrato, pero sus manos continuaban aferradas a aquel objeto insano y sus grasientas yemas proseguían sobando el cristal con insistencia.
    Mientras, la tonada ganaba gradualmente en intensidad, con un infernal coro creciente de timbales, ahogando sus pensamientos antes negros y ahora indiferentes, apoderándose con ritmo salvaje de su cuerpo hasta que el grito que permanecía prisionero en su garganta halló la libertad suficiente para rasgar su pecho y salir con la energía propia del que se niega a nacer. Por un momento temió que su alarido de angustia hubiera despertado a todo el vecindario, aunque, en realidad, nadie escuchó nada.
    En su cerebro una palabra iba cobrando forma con fuerza. Era una orden enérgica que tanto podría haber surgido de sus más íntimos, secretos y desconocidos deseos como de una voluntad del todo ajena a él que se hubiera adueñado de su persona. En cualquier caso, la obedeció con alivio manifiesto haciendo añicos la fotografía contra el borde de la mesa de trabajo.

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     Un resquemor. En uno de sus dedos se había alojado una estilizada astilla de cristal, introduciéndose profunda en la carne, pariendo un eclosivo fontanal de vida. Sonrió satisfecho al hilillo de sangre espesa que manchaba de rojo las grietas de su blanca piel. Dolía mucho, pero dio la bienvenida a esa nueva sensación capaz de desplazar al odio y al pánico que le habían atenazado hacía sólo unos momentos. Antes de ir al cuarto de baño para arrancarse la sobresaliente racha de vidrio echó un vistazo a su entorno; aparentemente, nada había cambiado.
    Sacó el algodón y el alcohol que guardaba en un armarito debajo del lavabo. Luego, con manos temblorosas y los dientes apretados, anticipándose al daño, extrajo la transparente esquirla; era larga y ligeramente triangular. Por lo menos le había llegado hasta el hueso. Se desinfectó la herida pensando en si no sería mejor coserla, ya que la sangre no dejaba de fluir por mucho que dejara el dedo bajo un chorro continuo de agua fría. Desechó esa posibilidad porque ello hubiera supuesto tener que despertar a su mujer para que le acompañara a Urgencias, con la consiguiente explicación sobre cómo se había producido el corte.
     El espejo le devolvió un pobre y patético reflejo de sí mismo que le sonrojó de vergüenza. Pero, ¿cómo se había atrevido a pensar siquiera en todas aquellas cosas horribles sobre su esposa? ¡Menuda mezquindad! Negó con la cabeza enarcando las cejas. El rubor no había disminuido. Finalmente, tomó un trozo de esparadrapo y lo fijó al dedo con un puñado de hebras de algodón pegado a la herida, apagó la luz y salió al pasillo.
     La mañana aún no había llegado y todavía podría disfrutar de unas pocas horas de sueño antes de tener que levantarse definitivamente para ir a la oficina. A mitad de camino hacia su habitación se detuvo molesto. Tenía que arreglar el pequeño desastre que había provocado en su despacho. Retrocedió sobre sus pasos hasta un cuartucho donde reposaban los enseres de limpieza, agarró la escoba y el recogedor y, emulando al Genial Hidalgo, marchó a solventar el desaguisado.
    Sonreía con ternura.

    Todo iba a cambiar. Desde mañana mismo. Era cierto que les separaba todo un abismo diferencial en gustos, cultura y costumbres, y tampoco se podía decir que formaran una pareja ideal, pero ¡qué diablos! Alguien tenía que ceder; y si él debía de tragarse su orgullo para sacrificarse y salvar el matrimonio, así sería. Puede que un niño les ayudara a superar la crisis. ¿Y por qué no una niña?
    Sorteó con ciega confianza todos los obstáculos hasta la mesa sin necesidad de conectar el interruptor del estudio. Las luces de la calle le bastaban para realizar su labor. Después no tuvo más remedio que encender la lámpara de la mesita supletoria, porque se vio incapaz de encontrar ni un solo cristal sobre la moqueta del suelo. Dio varias vueltas al mueble con incredulidad: Ni rastro.
    Tragó saliva al tiempo que buscaba la accidentada fotografía por todas partes. Era inconcebible. Estaba seguro de haberla dejado sobre el buró antes de salir de la estancia. Gruñó para aclararse la traquea, la notaba como si se hubiera transformado en goma vieja y le costó trabajo volver a engullir. Desde luego, no se trataba de un sueño; la herida del dedo daba fe de ello, ¿o no? Despegó la cinta y separó él algodón. El hombre admiró absorto su índice perfectamente sano.
    ¿Locura? Imposible; aún recordaba con viveza el sufrimiento cuando el cristal le desgarró por segunda vez la carne al sacárselo y la rabia que sintió al estampar la foto contra la esquina de madera vieja y fuerte. No había probado ni una gota de cerveza, su bebida favorita, y se notaba más lúcido que nunca. Entonces, ¿qué? Frunció el ceño en busca de una respuesta racional. Incluso se tranquilizó algo pensando en que, al menos, la fotografía podría estar en cualquier otra parte, por ejemplo, sin ir más lejos, en el baño. Era bastante verosímil. Muy bien, pero ¿y todo lo demás?
    ¡Bah! Una mala noche, por no decir penosa, y un exceso de imaginación, tan simple como eso. No merecía la pena darle más vueltas al asunto, ¿verdad?
    Se estiró con pereza y, haciendo gala de un paso más elástico, fue hasta su dormitorio. Rompía el alba; si se daba prisa todavía podría descansar un rato tumbado en la cama. Esa idea le hizo feliz. "Descansar, descansar", le reclamaba a gritos su cabeza y le embargó una oleada de paz cuando apartó las sábanas para introducirse bajo ellas. El lecho estaba helado. Junto a él no había nadie.
    ¡Santo Dios! ¿Pero dónde se había metido aquella estúpida? Sólo le faltaba eso para rematar esta dichosa y absurda vigilia. Retiró de una patada la ropa de cama y se puso en pie visiblemente contrariado. Recorrió con avidez el resto de la casa sin encontrarla. ¡A ver si todo iba a ser verdad y la muy zorra le había abandonado al final!
    De nuevo en su alcoba. comprobó azorado que en el armario no quedaba nada de ella; ni un zapato ni una maldita media. Nada de nada. Sus cajones, sus perchas, sus estanterías estaban desocupados. Tampoco en el baño adyacente a la habitación pudo ver ninguno de sus múltiples efectos personales desordenados encima el tocador; no estaban sus fastidiosas compresas, que ella solía colocar despreocupadamente, una vez usadas, sobre el radiador; las cremas de mano, faciales o para el pelo habían desaparecido; su caótico ejército de botes de perfume, frascos de colonia y desodorantes se evaporó en el aire.

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    Se obligó a dominarse para poder pensar con más calma sentado sobre la cama. En primer lugar, tres años de vida marital fueron suficientes como para que la mujer-niña hubiera acaparado un vestuario capaz de cubrir las necesidades de media China, y en el apartamento no había tantas maletas ni bolsas con las que ella se hubiera podido llevar absolutamente todo lo que tenía.
    En segundo lugar, habría jurado que su esposa estaba sumida en un profundo sueño cuando él se levantó inquieto en plena noche. No había tenido tiempo material para marcharse tan rápida y silenciosamente como, al parecer, había hecho. Además, la casa no era tan grande y él había deambulado constantemente de un lado para otro, ¿cómo era que entonces no la había visto ni oído en todo ese tiempo?
    El enojo dio paso a la preocupación y al miedo.
    Con un suspiro de impaciencia descolgó el teléfono del salón. Al otro lado de la línea, una voz soñolienta se identificó como la Policía antes de preguntar por el motivo de la llamada. Pero el hombre no respondió. Lentamente, bajó el brazo y colgó el auricular. Sus ojos desorbitados revisaban la balda donde, aparte de los libros, la pareja exhibía sus recuerdos más preciados plasmados en papel: Imágenes de sus viajes por el país y por el extranjero, enmarcadas en plata y de todos los tamaños conocidos.
    Seguían allí, sin alterar el estudiado y minucioso orden con que las habían colocado. Primero La Vera, donde recibieron el fresco saludo de los cerezos floridos a principios de la primavera. A su lado Escocia, donde él gozó como nunca, pese al mutismo aburrido de su mujer frente a la inagotable belleza de incontables tonos de verde que sacian el paisaje de las Highlands. Siberia y sus primeras nevadas en septiembre, que despertaron el sincero interés de su esposa y en él una abrumadora sensación de melancolía inexplicable. La Garganta del Cares, las luminosas playas almerienses, Alemania, el norte de África, Guatemala y las imponentes alturas de los Andes, Irlanda y sus fantasías célticas esculpidas en piedra histórica. Todas estaban allí, imperturbables salvo por un perverso detalle. En ninguna de las instantáneas aparecía reflejada su mujer.
    Se dejó caer con pesadez al suelo. Un manto de comprensión repentina se abatió a plomo sobre él y supo con certeza que su ansia de soledad se había cumplido. Su mujer ya no existía.
    La mañana le sorprendió riendo amargamante y las mejillas arrasadas en lágrimas.