domingo, 11 de noviembre de 2012

La Rosa Negra (capítulo VII)

Capítulo VII. Pureza en mitad de la Fantasía.
 
 
 
Y a medida que andaba y cantaba, el valle se iba poniendo verde de hierba que, tras los pasos del león, se fue extendiendo como un lago.
                                                                                                       C.S. Lewis. El sobrino del mago.
 
 
"Ahí está -se dijo antes de descender al valle-. Me parece que ya he llegado por fin".
La tierra limpia del sendero actuaba como un bálsamo cicatrizante para las heridas de sus pies, al tiempo que la visión del viento meciendo sin ruido la alta hierba virgen sanó las azarosas inquietudes de su alma. Su ánimo fue a mejor y no sintió la necesidad de volverse para despedir al invierno que se había adueñado del bosque a sus espaldas, pese a que no dejaba de ser un espléndido espectáculo.
"¡Qué raro que no tenga hambre!", pensó haciendo cuentas de su larga estancia en aquella región mágica sin haber probado un solo bocado. Se detuvo un instante distraído con esta banal idea. Del mismo modo recorrió con la vista el perfil de la colina que se erguía ante él ya a poca distancia.
Carecía de una forma particularmente vistosa, aunque mostraba algunos detalles dignos de ser destacados. El pico de la cima, por ejemplo, era completamente negro, en contraste con los verdes, ocres y marrones del resto del conjunto, como si sobre él, de forma exclusiva, hubiera caído una nevada impregnada de noche sin luna. A media altura, un árbol señero montaba guardia frente a lo que parecía ser una fortaleza de piedra, pero en realidad se trataba de una agrupación de rocas armonizadas de tal manera que su imagen alejada era muy similar a la figura de un castillo.
Colina solitaria en el desierto de las Bardenas con lo que parece ser una fortaleza
en su pico. Imagen cogida de www.gonzaloiza.com
"Aquello podría ser la morada del Rey -razonó atendiendo a esta última circunstancia-. Y puede que dentro esté la flor".
Tan pronto se percató de lo que estaba pensando saltó alarmado entre la yerba a uno de los lados del camino.
-Si seré tonto -se lamentó oteando con mil ojos desde su escondrijo, pero no alcanzó a ver a nadie por los alrededores-. Una de dos : o es un rey muy descuidado o está muy seguro de sí mismo.
Ninguna de las dos posibilidades barajadas le tranquilizó lo bastante como para ponerse de nuevo en marcha. Un gorjeo, como de risa infantil, rompió el silencio justo detrás de su nuca sobresaltando al joven en mitad de la calma.
-¡Mi madre! ¿Qué es esto? -Exclamó precipitándose hacia adelante con el vello de los brazos totalmente erizado.
Anduvo un buen trecho arrastrándose a gatas hasta que se dio la vuelta para hacer frente al nuevo horror con que le ponía a prueba aquella atroz y desalmada tierra.
Delante tenía a un pequeño ciervo blanco de grandes ojos azules que le escudriñaban tranquilos y sin ningún temor. Por el contrario, Cunneda sintió pánico, más incluso que cuando estuvo con el dragón. Y su miedo procedía del cuerno recto que le nacía a la criatura en la frente, medio palmo por encima de las cuencas oculares. La cabeza del simpático animalillo se ladeó chanceándose del absurdo terror que atenazaba al muchacho. Si bien tampoco hizo nada por evitarlo.
-¿Qué eres tú? -Preguntó sabiendo que aquel prodigio de la naturaleza tendría algún medio de comunicarse con él.
El Nimbi meneó su larga cola de león y pareció sonreír.
-¡Venga, háblame! Sé que puedes hacerlo. En este lugar cualquier cosa es posible.

Dibujo del libro "Unicornios (de la Historia y la Verdad)", de
Michael Green, que un servidor tiene la enorme suerte de poseer.
Enseguida vio que el animal no parecía tener malas intenciones y, además, su mera presencia le llenaba de sosiego. El pitón, formado por tres espirales acijados que se entrelazaban hasta fundirse en uno en la punta, ya no le resultaba tan terrible. Fulguraba con una extraña luz casi divina. Entonces Cunneda, sin que mediase motivo, se abrió confiado al unicornio:
-No me contestas, aunque parece que me entiendes. ¿No es así? ¿Eres tú el Rey de los Elfos? ¿Son éstas tus tierras? Pues has de saber que he venido a llevarme la Rosa Negra. No quiero utilizar la violencia, me caes bien, pero, después de todo lo que he pasado, no pienso renunciar ahora.
El Nimbi agitó sus tupidas crines rubias y emitió una especie de enincho que al joven le sonó como una carcajada.
-¿Te ríes de mí o es que a lo mejor estoy equivocado? No, ya veo. No eres el Rey de los Elfos, pero bien podrías serlo si quisieras. Rezumas majestad...
Cunneda, quien ni siquiera se había percibido del uso de palabras que no existían en su lengua natal, extendió una mano intentando acariciar el hocico del Nimbi, pero éste se apartó raudo y desapareció.
-¡Hey! ¡Aguarda! -Llamó-. No voy a hacerte daño; te he dado mi palabra de honor. ¿Por dónde andas? ¡Por favor, vuelve!
Su repentina ausencia le dejó desolado. Desconocía lo que era un unicornio, nunca se lo había oído mentar a nadie, pero reconoció con inteligencia que el escurridizo animal era pura amistad, y en esos momentos lo que más necesitaba era un amigo.
"No te he abandonado", anunció el Nimbi. Estaba a su lado, asomado entre unos crecidos matojos de pasto. Cunneda respiró con alivio al verlo.
-Demasiados seres que hablan con pensamientos -respondió el joven en tono de broma.
"Primadinas ahora teme a la palabra, porque si hiciera uso de ella podría morir", aclaró el unicornio.
-¿Quién es ese tal Prima-no-sé-qué?
"Primadinas es el dragón con quien jugaste a no hablar", dijo el Nimbi saliendo hasta el centro del camino de grupas a la colina. El viento provocaba centelleantes torbellinos con los bucles de sus melenas y de su corta barba mientras parecía aguardar por algo.
-Jugar no es precisamente lo que hicimos el dragón y yo, creo. ¿Tú y él sois lo mismo? -Quiso saber Cunneda obviando la cuestión de que el unicornio supiera de su encuentro con el pérfido saurio.
"En cuanto que criaturas somos iguales. Pero, en realidad y en esencia, somos contrarios".
La respuesta del animal no satisfizo al muchacho.
"Lo siento, pero no te entiendo -declaró cambiando sin brusquedad al registro del unicornio-. No soy un hombre sabio y tendrás que hablarme con claridad".
"Crees que Primadinas y yo somos uno porque para ti ambos nos expresamos de la misma manera. ¿Es que no eres capaz de distinguir la diferencia?"
Cunneda negó con la cabeza arqueando las cejas.
"La verdad es que no. Claro que veo que el dragón era repugnante y tú eres lo más bello que he visto hasta ahora, pero aparte de eso para mí actuáis igual", confesó.
El Nimbi sonrió para sus adentros antes de alentar al joven mientras se daba la vuelta de cara a la colina.
"Recapacita; piénsalo bien", le aconsejó.
"¿Qué es lo que miras?". El cambio de tema demostraba que Cunneda no parecía muy dispuesto a devanarse los sesos por una cuestión que, aunque le interesaba sobremanera, no consideraba tampoco imprescindible para cumplir su autoimpuesta misión.
El unicornio se giró entonces para mirar de frente al joven.
"¿Piensas de verdad que la sabiduría es inútil?"
"¿Y quién ha dicho eso?", se defendió molesto el muchacho.
"Muy bien, pues contéstame y serás más sabio".
El nerviosismo de Cunneda dio paso al enfado.
"Me fastidia que me trates como a un niño. ¿Por qué no me lo dices tú y acabamos antes? Deja de burlarte de mí, ¿quieres?"
"Si no fueras un niño yo nunca me habría acercado a ti", fue la enigmática réplica del Nimbi, el cual volvió a contemplar atentamente el horizonte.
Ofendido hasta su límite se alejó unos pasos del animal, pero no pasó mucho tiempo antes de que se detuviera en seco con gesto triunfante. Tenía la respuesta; ya sabía cuál era la abismal desemejanza entre dragón y unicornio. Hubiera querido decir "tú eres pensamiento y el monstruo, palabra", pero se calló porque la sentencia le resultó demasiado pobre para expresar la amalgama de ideas fugaces que se concentraron de manera instantánea en su cerebro hasta dar con la solución.
Rechinó los dientes al no hallar los conceptos precisos para explicar que el reptil, al comunicarse, lo hacía de forma forzada denotando así que lo natural en él era la palabra hablada, a la que había renunciado a cambio de disfrutar engañosamente de una retorcida diversión, que bien podría haber acabado de forma estúpida con su propia vida. El Nimbi, sin embargo, cabalgaba recta y libremente por el interior mismo del pensamiento del joven, sin necesidad siquiera de proyectar la palabra mental desde su cerebro al de Cunneda.
Con una mezcla de satisfacción e impotencia el muchacho desanduvo lo andado y se situó junto al unicornio.
"Tengo la respuesta, pero desconozco cómo dártela", admitió por fin.
"Lo sé".
El cuerno refulgió adamantino con una luz blanca tan radiante que prácticamente se hizo invisible a los ojos del muchacho.
"Verás, el mejor conocimiento no es el que se refleja en palabras, sino el que se confirma con acciones. No permitas que tus limitaciones te inhiban en la búsqueda de la Verdad. Para mí, has demostrado ser un hombre sabio, y eso es lo mismo que decir que eres un buen hombre".
Cunneda no le entendió muy bien, aunque captó perfectamente el mensaje secundario que le había lanzado aquel extraordinario animal tan distinto del resto de las bestias. Henchido de orgullo y nuevas esperanzas rastreó los alrededores a ver si podía encontrar algo para entregárselo a modo de agradecimiento. A pocos metros de donde estaban brotaba una planta de graciosas flores color violeta y dulce aroma. Arrancó una y se la ofreció al Nimbi. Éste no pudo ocultar su impresión al percibir el olor de la lavanda que le tendía el joven.
Flor de lavanda.
"Y esto, ¿por qué?", inquirió.
"Porque supongo que a todas las mujeres os agradan los regalos y ahora no tengo nada mejor que entregarte".
El unicornio no dijo nada, pero aceptó el obsequio con una mirada cargada de ternura. De repente tendió sus orejas hacia el camino.
"¡Ah! Aquí llegan", señaló.
"¿Quién llega?", cuestionó Cunneda atontado aún por el agradable cosquilleo que le produjo alimentar al excelente animal. Aparte de que sentía cierta recóndita soberbia por haber averiguado que se trataba de una hembra.
"Una pequeña ayuda para ti".
El ruido de los cascos mordiendo la tierra se escuchó incluso antes de que una nube de polvo mostrara el lugar de donde procedían los caballos. Se trataba de una manada liderada por un gran macho azabache y cuatro yeguas cuyos pelajes variaban de colorido con cada galopada que daban. Dos rezagados potrillos canela cerraban la marcha procurando no perder de vista las cerdas de las colas de sus respectivas madres.
"Los hombres suelen confundirme con ellos", apuntó el unicornio echando una ojeada a Cunneda.
"¿A quién? ¿A ti y a ésos? Qué absurdo -respondió boquiabierto-. Tú eres mucho más... Más hermosa. Aunque ese caballo negro que va delante, cualquiera diría que pertenece a un dios".
"A un dios no, pero es la montura preferida del Rey de los Elfos. Su nombre es Celebinish. Los demás no tienen dueño".
"¿Del Rey de los Elfos?"
"Sí. Ése al que buscas".
Cunneda creyó notar una mirada irrisoria en el Nimbi.

Hermoso animal cogido de www.fondosescritoriogratis.net
"Te equivocas. Yo no le busco. Todo lo contrario; estoy procurando no tropezarme con él", aseguró.
"¡Vaya! ¿De veras?"
Antes de que el joven pudiera decir nada el titánico semental se paró frente a ellos agitando la testuz como saludo. Visto a esa distancia el bruto no sólo impresionaba, sino que llegaba a imponer serio respeto. El resto de la gavilla permaneció alejada pastando de la jugosa hierba.
"No te preocupes. No te hará nada. Vamos, móntalo".
"¿Qué? Yo nunca me he subido a un caballo", comentó el muchacho con alarma.
"Siempre hay una primera vez. De todos modos, Celebinish tiene la virtud de no tirar nunca a quien tenga encima, aunque también cuenta con la mala costumbre de no dejar montar al que él no quiera. Comprobemos en qué grupo estás tú".
El caballo relinchó mostrando los dientes en asentimiento a lo que había apuntado el unicornio. Cunneda, entonces, alzó los hombros resignado y se acercó al flanco derecho del frisón. Celebinish le miró un instante y se apartó cuando el joven hizo el amago de subirse.
-Tranquilo, bonito -le espetó Cunneda, pero la operación se repitió por segunda vez con el mismo resultado.
"¿Lo ves? Ahora ya sabemos que no me deja. ¡Menuda ayuda que me has traído!"
"No te enfades. Inténtalo por el otro lado", le aconsejó el Nimbi.
Rodeando al corcel, que persistió en su sitio, Cunneda subió a su lomo de un ágil salto. Luego esperó un tiempo prudente antes de atreverse a sonreír.
"Tenías razón", admitió dando algunos pasos sobre el caballo. "¿Y ahora qué?"
"Ahora sígueme. Debes de rematar tu viaje de una vez".
Avanzaron en dirección al cerro, el unicornio primero, seguido por Cunneda y Celebinish. El resto de la recua no los acompañó.


Para acompañar la lectura ofrezco a Milladoiro y su especialísimo tema "Muiñeira de Pontesampaio".
 

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