domingo, 30 de diciembre de 2012

La Rosa Negra (Capítulo VIII)

Capítulo VIII. Viaje bajo tierra.
 
 

Por mí se va a la ciudad doliente,

Por mí al abismo del tormento fiero,

Por mí a vivir con la perdida gente.

Dante Alighieri. La divina comedia.

 
 
Tal y como le había asegurado el Nimbi, Celebinish era sumamente dócil con los que él permitía cargar encima. Tan cómo iba Cunneda que no tuvo necesidad ni de bridas ni de agarrarse a ninguna parte, y eso que el desfile se desarrollaba a todo galope. Por la velocidad, el glorioso efecto de ingravidez y cierto vértigo nacido de la boca del estómago, creía estar volando y así se dejó llevar unos minutos, con la cabeza ladeada, los párpados bajados en arrebato y los brazos ligeramente extendidos permitiendo a las rápidas corrientes de aire que se colaran bajo ellos haciendo ahuecar sus ropajes. Al volver a abrir los ojos vio al unicornio cabalgando gallarda a su lado.

-¡Esto es maravilloso! ¡Maravilloso! -Aclamó alborozado sin darse cuenta de que lo hacía en voz alta.

"Pues mira para atrás", le recomendó el Nimbi.

Así lo hizo, colocando una mano en la cruceta del caballo y la otra en sus cuartos traseros. A lo lejos, en mitad del verde mar de hierba, se encontraba la yeguada. Cada una de las bestias mantenía alzada su larga cabeza, en actitud oferente; un incipiente resplandor que abarcaba toda la gama de colores comenzó a emanar de las potras y poco después un descomunal arcoíris cubrió toda la bóveda celestial por encima de ellos.

El espectáculo sobrepasaba con creces su imaginación, ya de por sí bastante activa, y permaneció mudo olvidándose incluso de respirar. El unicornio, mientras, se limitó a corretear con gozo alrededor de Celebinish dejando escuchar de nuevo su risa infantil. El muchacho adoptó aquello como un buen augurio, lo que incrementó tanto su coraje como su confianza en acabar la aventura con un final felizmente adecuado.

Justo entonces se detuvo el caballo bruscamente, puesto que ya habían llegado a la base del monte. Literalmente la senda terminaba allí, como si penetrara en el seno de la montaña, y no se adivinaba ningún otro sendero por el que se pudiera alcanzar la cima. Para mal de males, la pendiente del cerro caía en picado durante más de diez metros en todo su perímetro abortando cualquier posible intento por escalarlo. Cunneda, desolado, miró inquisitivamente al Nimbi, quien le devolvió la misma mirada.

"¿Y cómo se sube hasta allí arriba?"

"Haces demasiadas preguntas", le reprochó el unicornio.

"Es que yo creí que la cima era a donde tenía que llegar".

"Y lo es", se apresuró a responder el animal. "Y éste de aquí es el punto en el que tú y yo nos separamos definitivamente. A partir de ahora ya no me verás más y tendrás que seguir solo".

A Cunneda se le vino el mundo encima. No había disfrutado de mucho tiempo junto al Nimbi, pero se había acostumbrado a su presencia y hasta le había llegado a tomar auténtico cariño.

"¿Cómo piensas irte? ¿Vas a desaparecer o algo así?"

La inocente ocurrencia del muchacho divirtió al unicornio, aunque su risa no sonó tan alegre como antes.

"Me iré caminando, si ése es tu deseo".

"Lo que de verdad quiero es acabar ya mismo con esta pesadilla".

"Pero no puedes. Quizá te quede todavía lo más duro por recorrer".

"¡Y me lo dices así! ¡Tan tranquila!", saltó el joven. "Me figuré que eras mi amiga, caramba, pero pareces disfrutar intentando meterme miedo".

"¿Hubieras preferido que te mintiera?"

Por lo más sagrado! Claro que no. Lo siento", se disculpó. "Supongo que las cosas no pueden ser de otro modo. Pero antes de que te vayas hazme el favor de decirme por dónde tengo que ir".

"En realidad, Celebinish es el único que conoce el camino. Deja que él escoja libremente la ruta y nunca le fuerces a hacer lo que él no quiera. Bueno, ahora sí que llegó el momento de irme".

Como despedida el unicornio tocó con su asta iluminada la mano que le mostraba el joven y se volvió con rapidez. Al instante se había perdido entre las altas hierbas. Cunneda se contemplaba las yemas de los dedos, notando un nudo en la garganta, cuando maldijo con un juramento su torpeza.

-Me olvidé de preguntarle su nombre -se dijo-. ¡Eh! ¡Vuelve! ¡Has de decirme cómo te llamas!

Nadie contestó. "Me lo imaginaba; ya verás cómo voy a acabar por olvidarla". Entonces una voz muy lejana resonó en su cabeza:

"Lucífero, es mi nombre".
Eclipse, cogido de lamascarayelespejo.blogspot.com.es.
 

Algo más confortado, el muchacho palmeó con conformidad el grueso cuello de Celebinish dándole a entender que estaba preparado para seguir adelante. El caballo se desvió a la izquierda, recorrió una docena de metros y giró repentinamente en dirección a la pared de piedra. Visto y no visto, tan instantáneo que el mozo no tuvo tiempo ni de gritar, se encontraron en las entrañas del monte tras atravesar, emulando a los fantasmas, la falda de la solitaria altura. Habían pasado de la luz clara del día a una húmeda oscuridad que dejó parcialmente ciego a Cunneda, no obstante eso no lo acobardó.

-¡Oye! ¿Acaso eres un druida y has conjurado un rito mágico para traspasar la roca?-Inquirió el joven a su montura, pero Celebinish no se dio por aludido-. Por supuesto. Tú eres lo único normal que hay por estos contornos y seguramente no sabes hablar. Pues eso es algo que se agradece, ¿sabes?

Si bien Cunneda era incapaz de verse las manos colocadas a un palmo de su nariz, Celebinish, al contrario, caminaba con paso elástico y firme, sabiendo en todo momento por dónde pisaba, siguiendo en parte su instinto y guiándose además por la vista, ya que habiendo nacido en Tir Na N'og estaba capacitado para vislumbrar lo que encubrían las tinieblas y sus ojos despedían un intrigante esplendor lechoso.

Al cabo del tiempo el muchacho se dio cuenta de que todavía no habían iniciado el ascenso y, según sus cálculos, ya tendrían que haber empezado a tomar la pendiente que les llevara a la cima. Agarró, por tanto, de las crines al poderoso zaíno y le obligó a pararse.

-Hace rato que tendríamos que estar subiendo. ¿Estás seguro de que vamos bien por aquí?

Celebinish, encabritándose, respondió con un relincho tan potente que el joven sintió que todas sus tripas vibraban.

-Vale, vale. Tú mandas... ¡Espera! ¿Qué es eso?

Cunneda se había fijado en una luz verde que lucía al fondo en la lejanía. Un viento frío impulsó consigo lúgubres gemidos de ultratumba que se multiplicaron en innumerables ecos al rebotar en las paredes de la caverna. Del techo caían, provocando un sonido repetitivo, heladas gotas de lo que parecía ser agua subterránea.

-¡Dagda me asista! ¿Por qué te has puesto tan nervioso?

El caballo intentaba retroceder angustiado y sus ijares temblaban de pavor. En un momento dado cesó el ulular del aire y Cunneda pudo percibir algo parecido al arrastrar de pies sobre la grava y el rumor de roncas respiraciones. Al fondo, el brillo mortecino se iba acercando lentamente.

-¡Mira, mira! -Chilló con todo el vello del cuerpo en erección-. ¡Estamos en el infierno ése del que habla mi padre!

En mitad del resplandor esmeralda centenares de cuerpos intangibles se deslizaban hacia ellos. Eran almas en pena; algunas mostraban la forma de repugnantes cadáveres descompuestos, otros parecían mantenerse jóvenes en la muerte, aunque sus cuerpos tenían señales de violencia y heridas provocadas por instrumentos inhumanos. Todos acusaban algo en común: una mirada ansiosa hacia la persona de Cunneda y su caballo. Los muertos les rodearon y entonces el muchacho escuchó una voz conocida.
Hematófago en el infierno de Dante.
 

-Vuestra sangre, hijo mío. Dadnos vuestra sangre.

-¡Madre! -Llamó al reconocer a la mujer que le había otorgado la vida. A su lado se encontraba también su hermano, fallecido a los trece años de unas fiebres malignas y fatales.

-Tu sangre, hermanito -dijo el pequeño-. La necesitamos para seguir siendo.

Luego un coro de voces les reclamó su fluido vital mientras los espectros extendían los dedos hacia el animal y su jinete. El niño y la mujer abrieron sus bocas con desmesura y de ellas surgieron sendos enjambres de moscas grises que rodearon furiosas a Cunneda y Celebinish picándoles por todas partes. Algunas manos les palparon y su contacto quemaba; finalmente el joven sintió un feroz mordisco en una de sus piernas.

Cunneda profirió un alarido de dolor y pánico y ésa fue la señal para que el caballo, que había aguantado hasta el borde de sus fuerzas, se lanzara desbocado hacia adelante en una frenética carrera por huir de aquella locura.

Los hematófagos no pudieron hacer nada por detenerlos y cuando ya estaban a bastante distancia el muchacho oyó la súplica de su madre, con una voz tan quejumbrosa que se le desgarró el alma.

-¡Hijo! No me dejes aquí. Esto es tan triste y vacío...

Cunneda cerró los ojos para reprimir las lágrimas y se aferró al cuello de su montura, la cual continuaba su lunática cabalgada.

Desde entonces Celebinish no aminoró la velocidad de su fuga y el joven sólo se atrevió a abrir los párpados muy de cuando en cuando. Una de esas veces descubrió que él también podía ver merced a la luz natural que irradiaba del mineral con el que estaba compuesta la interminable cueva. Y así supo que la concavidad principal se subdividía en un sinfín de pasillos, corredores y recovecos secundarios por los que se hubiera obligado a vagar de por vida perdido si no contara con la inestimable compañía de Celebinish.
Esta tarántula tiene cara de no haber roto nunca un plato...
En otra ocasión el caballo torció en un pasadizo a su derecha accediendo a una especie de amplia cámara donde se respiraba un ambiente viciado y podrido. La curiosidad de Cunneda volvió a excitarse cuando una sustancia fina, pegajosa y desagradable quedó adherida a su cuerpo. Entreabrió una rendija a través de sus párpados y su corazón dejó de latir cuando contempló una multitud de gordas tarántulas, algunas de hasta dos metros de envergadura por uno de alto, que permanecían quietas cubriendo todo el piso, encimadas unas sobre otras o descansando sus bulbosos vientres contra los excrementos del suelo en aletargada espera de una presa.

Por lo general, las más grandes acababan por devorar a las de menor tamaño, y el muchacho pudo asistir a una de esas espantosas escenas. Había una araña enganchada boca abajo al elevado techo de cuyas fauces sobresalía una nudosa pata peluda. El monstruoso arácnido inmediatamente dejó de mover las mandíbulas en cuanto posó su racimo de malévolos ojillos en él y su caballo y se descolgó pesadamente, dejándose caer, de la bóveda. Luego mantuvo una breve persecución tras de ellos a la que renunció cuando intuyó que su cacería era del todo inútil.

El frágil equilibrio mental de Cunneda estaba a punto de quebrarse, de transformarse en minúsculas motas de polvo desintegrado, de desparramarse en la vorágine de su alma inmortal que corría libre por la intrincada red de venas y arterías a través de la plenitud de su ser. Tan pronto se veía a sí mismo como un niño campeón que vive una inocente aventura que como un adulto inmaduro vagando errante en busca de un mínimo de sentido a su existencia. Llegó incluso a contemplarse como un gran monarca de expresión indefinida, sentado sobre un alto trono y gobernando una tierra que no necesitaba de administraciones ni de orden.
El Big Bang, cogido de mostintolerantreligion.com.
Fugaces visiones espontáneas le permitieron admirar el doloroso parto del mundo, su ardiente llanto al ver la luz en medio de la vacua nebulosidad cósmica y una multiplicidad de seres vivientes recreándose con gozo en la aparición del Mundo-Madre universal. Las estrellas surgirían mucho después.

Todas esas imágenes mentales no despertaron en él ningún deseo ni pensamiento concreto. Tenía la mente en blanco, concentrando su energía en absorber el inacabable flujo de ideas recreativas que le asaltaban, pese a mantener los ojos herméticamente sellados. De esa manera vio continentes enteros hundirse bajo las bravas aguas de océanos primitivos que luego regurgitaban nuevas tierras sobre las que se agitaron los primeros trazos de vida no acuática.

Imperios milenarios y complicadas culturas nacían y se exterminaban fagocitados por el paso del tiempo. Dioses con formas protoplasmáticas o habitando en cuerpos de descomunales animales verminosos; espíritus naturales de todos los tamaños y caracteres; hombres de razas dispares; bestias creíbles o bien del todo inimaginables; conformaban en conjunto un multimillonario ejército que desfilaba en hileras silenciosas hacia el seno de una hermosa mujer, cuyos brazos abiertos los recibía en un gesto preñado de amor y deseo.

El muchacho improvisaba los apurados momentos de lucidez que, de vez en vez, acudían a él con oraciones dirigidas a las inalcanzables deidades de su panteón racial; oró también al nuevo y único Dios acogido por su padre; aunque presumió que sus rezos quedarían aprisionados para siempre entre los inextricables muros de aquella dimensión blasfema.

Futuro y pasado se confundían de manera disparatada, haciendo que cualquier esfuerzo por comprender nada de nada fuera totalmente ineficaz. Con todo, aprendió que la periódica degradación del ente humano era redimida de continuo por actos de sacrificio individuales, cuyos artífices poseían una valía personal infinitamente superior al conjunto de los que eran salvados. Si bien el valor de los redentores se medía única y exclusivamente por la magnitud de su acción. Y los acontecimientos se repetían una y otra vez, independiente de la época en que discurrían aquellas historias eternamente iguales unas a otras sobre la grandeza y la miseria del Hombre. Le anegó la felicidad, la esperanza, el odio y la tristeza, y cuando todo se volvió negro de nuevo sólo permaneció en él un perturbador sentimiento de piedad.
Imagen infernal, de necromorty.blogspot.com.
 

-Tu compasión es francamente desagradable.

La voz procedía de una sombra informe y profunda que se alzó ante ellos. Celebinish se había detenido de golpe.

-Habéis extraviado el camino -prosiguió la Voz-. En mi casa no hay lugar para los vivos. Así que idos.

Cunneda no osó decir palabra mientras la sombra sin rostro abría una puerta a su espalda. Una ardiente ráfaga encarnada brotó de la oquedad en la roca y la sombra pareció disolverse en medio del resplandor.

Celebinish, al paso, se introdujo en las llamas abrasadoras que barrían la grieta de salida.
 
 
 
Para la ocasión, Llan de Cubel, con su tema La casa gris.
 

Como segundo plato, un delicioso Eileen Óg, por parte de The Dubliners.
 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Me gusta, me gusta

El ser pequeño y oscuro de la derecha soy yo con el diploma que acredita el premio. La imagen es de Ángel Roldán Serrano, un gran fotógrafo de Córdoba y coleguita mío.


Estimados amigos, acabo de recibir un premio periodístico y la verdad es que me ha gustado tanto la experiencia que quisiera compartirla con vosotros, estimados lectores. Fue a causa de un reportaje elaborado sobre el Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic) que ellos han considerado meritorio de ser finalmente galardonado. He de reconocer que me presenté porque me avisaron justo el día antes de que se acababa el plazo y que bien merecía la pena proponer el reportaje al premio (algo que he agradecido encarecidamente a esa persona y aún lo sigo haciendo), y cuando me comunicaron semanas más tarde que lo había conseguido, no me di realmente cuenta de la importancia (realtiva, siempre) que tenía hasta que mis compañeros del periódico ABC de Córdoba no me lo hicieron ver. Y es que después de 12 años, era el primer reconocimiento que recibíamos de nuestra labor y entonces se me iluminó la luz de las neuronas.
Cuando me lo dieron físicamente, el pasado día 12 de diciembre, no tuve que hablar, algo que me hubiera horrorizado por mi pánico escénico, pero como creo que es de bien nacidos ser agradecidos, voy a aprovechar mi blog para hacerlo públicamente:
"Me gustaría hacer tres tipos de agradecimientos:
En primer lugar, a los propios investigadores del Instituto, un colectivo de personas que se queman las pestañas a diario en pro de la humanidad y que, en este caso, tuvieron las santas narices de quedarse a ejercer su profesión en este triste y gris país, muy a pesar de todo y de todos. Eso sí que es de agradecer, porque sin su presencia no hubiera podido haber escrito sobre ellos ni haber sido premiado en la vida.
En segundo lugar, a mis propios compañeros del periódico. Un reducidísimo grupo de personas que han situado el listón de la calidad periodística tan alto que nos obliga a todos a esforzarnos a diario para no tener que trabajar nunca por debajo de esa "delgada línea roja". A ellos les quiero hacer extensivo este premio, pero sólo a nivel anímico, porque en el económico no va a poder ser, ya que me han dicho que lo tengo que compartir gustosamente con Hacienda (que, al fin y al cabo, somos todos) y seríamos demasiados comensales para tan escasa porción a repartir.
En este caso, se lo voy a dedicar muy especialmente a un compañero que se nos murió en los brazos, plantado en su puesto de trabajo, no hace mucho tiempo de esto (al menos ésa es mi percepción) y del que dijeron que iban a instaurar algún tipo de premio con su nombre (ya fuera sobre información agraria o económica, que en ambos ámbitos se desenvolvía como pez en el agua), pero que, a la postre, se ha quedado en mera agüita de borrajas. Estés donde estés, ya sea en las Calderas de Pedro Botero (como llegó a insinuar tu cuñado en la despedida) o en una especie de Paraíso particular, va por ti, Antonio.
En tercer lugar, pero no por ser menos importantes, a mi familia, mi mujer Yolanda, y mis dos hijas, Paula y Sofía, y a mis amigos (a ésos de verdad), sin cuyo apoyo y cariño me resultaría casi imposible ejercer esta durísima y a menudo difícil profesión, que, en ocasiones, me pesa como una auténtica losa.
A todos ellos, gracias".
P.D. Como no me lo creía, pregunté si había sido el único en presentarme y, gracias al Gran Modernista, me dijeron que no. Fue todo un alivio. ¡Je, je, je!

Para la ocasión, me gustaría que escuchárais esta maravilla de la Naturaleza. Se llama Big Maybelle y su tema One Monkey don't stop no show tiene una cadencia que me entusiasma.


Pero también, por el trabajo que ejercemos, bien merece la pena añadir el siguiente tema (y no es broma). Y es que trabajamos como enanos (como los de Blancanieves de Disney...:

sábado, 24 de noviembre de 2012

Octava entrega de Deliciosamente Humano

Siento ser tan rápido a la hora de volcar últimamente contenidos en el blog, pero me siento acosado por el tiempo que se me va de las manos. Me da la sensación de que se agota con rapidez y tengo demasiadas cosas que mostrar. Como el silencio de los lectores es abismal, continúo por la saga de Deliciosamente Humano, a pesar de que La Rosa Negra es, con diferencia, lo que más se lee. Quien quiera peces, que se moje la rabadilla, que dice el refrán; o lo que es lo mismo, quien quiera algo que lo pida claramente, ¿ok?.
Dicho esto, aquí os regalo otro cuentecillo más:


                                                   Amago de superhombre
En la estancia no entraba casi luz. Las persianas estaban bajadas y sólo por alguna rendija un débil rayo de sol se esforzaba por iluminar un rincón, confiriéndole a la habitación un cierto aire de celda. En el centro había una cama con ruedecillas en las patas y sobre el lecho descansaba una anciana que acababa de ser operada. La mujer se hallaba en periodo de recuperación, de ahí que el flujo de enfermeras fuera cada vez menor.
El flotante olor de las flores era demasiado intenso y dulzón y empezaba a fastidiar al joven sentado en uno de los sillones situados a ambos lados de la camilla.
Sustituía momentáneamente a su hermana, quien había bajado al bar del hospital para comer algo. La enferma era la abuela de ambos. Si ésta daba visos de encontrarse mal su nieto debía de notificarlo a las enfermeras; por lo demás, atendía también las llamadas telefónicas, en exceso numerosas para su gusto.
El cuarto estaba muy caldeado y la temperatura parecía aumentar por momentos. Para combatir el calor el joven se despojó del jersey soltando el aire con un sonoro bufido. La mujer no se despertó.
Me gusta la luz filtrada a través de barras
y barrotes. Imagen cogida de
jansenson.blogspot.com.es.
Golpearon a la puerta suavemente y acto seguido Begoña entró sonriendo. Aquella estudiante en prácticas resultaba fantásticamente atractiva para el joven, pero éste no sabía cómo decírselo; de hecho, creía que ni siquiera tenía derecho a hacerlo. Una de esas tontas situaciones tan comunes a las personas de talante tímido, como era el caso. Begoña saludó en voz baja y se dirigió hasta una mesita rodante donde reposaban los restos de la comida ingerida por la anciana.
-¿Qué tal se encuentra? -Susurró la chica señalando a la camilla.
-Mejor, gracias -respondió el joven sonrojándose levemente sin poder evitarlo en la penumbra del sillón.
-Si necesitáis algo, no tenéis más que avisar, ¿vale? -Begoña retiró la bandeja y se despidió educada con su gracioso acento navarro. El joven se levantó rápidamente para abrirle la puerta haciendo que la muchacha bajara los ojos murmurando unas palabras de agradecimiento. Durante un momento vio cómo la enfermera se alejaba por el pasillo, fijándose en la suave cadencia de sus firmes caderas, luego se metió en la habitación y cerró la puerta. La abuela continuaba durmiendo.
El teléfono quebró la quietud y la anciana, abriendo los ojos alarmada, se quedó mirando a su nieto en silencio.
-¿Digo que estás durmiendo? -Inquirió éste antes de descolgar.
-Si es de la familia, me lo pasas.
El joven mantuvo al aparato una conversación breve, tajante, aburrida y monótona, en contestación a las típicas preguntas que se suelen hacer al llamar a un enfermo. Después colgó.
-¿Quién era?
-Una amiga tuya; bastante plasta, por cierto.
-¡Oh! No lo sabes tú bien -apuntó la abuela-. Les agradezco muchísimo que se preocupen por mí, pero si me pongo siempre es que acabo agotada.
-¡Bah! No te preocupes. Anda, duérmete.
-¿Y tu hermana?
-Bajó a comer. Vuelve ahora.
El joven se acomodó de nuevo en el sillón y su abuela cayó en un sueño profundo nada más cerrar los párpados. Los sedantes que tomaba para calmar el dolor eran realmente fuertes y la mantenían atontada la mayor parte del día.
Para matar el tiempo se dedicó a estudiar la camilla. Era de ésas móviles que se podían subir o bajar tanto en la cabecera como en los pies; bastaba con darle vueltas a un gato grisáceo que ponía en marcha un sistema simple de ruedas y tuercas. El joven se movió hacia adelante y retiró el gato de la palanca a la que estaba acoplado. Luego se recostó en su asiento entreteniéndose en hacer rotar el retorcido instrumento sobre su eje alrededor de la mano.
Acto seguido dejó volar la imaginación cuando sus ojos se posaron sobre la enferma.
Visión enfermiza titulada "La Peste", tomada de www.elhorizontal.com
La vio tan frágil, tan segura, tan sumamente arropada por sus nietos...
"Sería irónico -se dijo mentalmente- que la persona que la vigilaba fuera también la que la acabara matando". Bastaría con un simple golpe certero en la cabeza y ni tan siquiera sufriría. Pasaría a dormir para siempre en una muerte indolora y dulce.
Después se vio a sí mismo dejando con calma el arma homicida sobre la cama para a la enfermera que estuviera de turno. "Ojalá que fuera Begoña". Ella vendría quedándose horrorizada ante la escena. "No, mejor que no sea Begoña; esa clase de chicas tan finas no se suelen enamorar de los asesinos. Pero sí la que trabaja por las tardes, la que tiene cara de vinagre. Démosle una pequeña sorpresa".
-Debería usted de dar aviso sobre lo que ha pasado, ¿no le parece? -Le diría.
Luego permanecería en la habitación aguardando a las fuerzas del orden; incluso abriría la persiana a fin de que la estancia se llenara de luz y poder contemplar así, a sus anchas, su repugnante obra. Primero el histérico sonido de las sirenas llenando el lugar, unos pasos rápidos en el exterior y la irrupción de varios agentes de marrón con caras de pocos amigos.
Entonces encendería un relajante cigarrillo preparándose para el inevitable interrogatorio.
-¿Por qué lo hizo? ¿No era usted familiar suyo? ¿No se encontraba la víctima a su cargo?
¿Cómo les iba a explicar a esos cabezas de chorlito que si había actuado así fue porque se sentía capaz de ello, porque le apetecía matar, porque su valor era mayor que el de cualquiera, que asesinó porque sí? Veía como algo imposible que los policías llegaran a entenderlo, y por eso se limitaría a responder:
-La maté porque roncaba...
Dejó tan malsana fantasía a un lado y de nuevo se encontró en la habitación de un hospital, con las ventanas cerradas, ya en las tinieblas del norteño invierno.
Alegoría sobre la afinidad entre mujeres, de Jodorovski (creo),
cogida de planocreativo.wordpress.com
Su hermana entró en ese momento encendiendo las luces y la anciana despertó finalmente. Tenía más afinidad con ella, por mera cuestión de carácter, y le gustaba departir con la joven sobre cualquier cosa, porque tenía una capacidad de detalle que la entretenía. Su nieto, por contra, era demasiado parco en palabras y no sabía llenar su prolongado tedio tras tantos días hospitalizada.
-¿Comiste bien? -Quiso saber la abuela.
-De maravilla. Hola, tú -saludó al hermano, quien se puso en pie tras colocar el gato en su sitio. Luego se vistió el jersey y se apresuró a despedirse.
-Bueno, yo me tengo que marchar -dijo dando un beso a cada una de ellas. En la puerta sacó un pitillo del abrigo.
-Estaré aquí para la cena. Hasta luego.
En el pasillo aspiró ansioso el humo del tabaco, porque en el interior del cuarto, durante las visitas, no estaba permitido fumar y se alejó en dirección a los ascensores. Pasó ante el control de las enfermeras y vio a Begoña atendiendo una llamada telefónica. Cuando la chica levantó la mirada al paso del joven éste le sonrió y le lanzó un furtivo guiño. Incomprensiblemente, esta vez fue ella la que se sonrojó.
Para amenizar la lectura, he preferido volver la mirada al Revival Mod-ernista. El grupo elegido, Secret Affair (me encantaban) y su tema, ¡cómo no!, el Time for action. Equilicuá:


Letra y traducción, evidentemente:
Standing in the shadows, (Permaneciendo en las sombras)
Where the in-crowd meet (donde se cita la multitud*)
We're all dressed up for the evening (estamos todos vestidos para pasar la noche)
We hate the punk elite (who are the punk elite) (odiamos a la élite punk-¿quién es la élite punk?)
So take me to your leader (así que llévame ante tu líder)
Because its time you realised... (porque es el momento de que te liberes...)
CHORUS (ESTRIBILLO)
That this is the time (Que éste es el momento)
This is the time for action (time for action) (Éste es el momento para la acción)
This is the time to be seen (time to be seen) (Éste es el momento para exhibirse)
This is the time for action (Éste es el momento para la acción)
Time to be seen (El momento para exhibirse)
They can laugh in our face (Podrán reírse en nuestras cara)
Cos we know we're right (porque sabemos que estamos bien)
Looking good's the answer (la respuesta es la buena apariencia)
And living by night (y vivir para la noche)
So take me to your leader (así que llévame ante tu líder)
Because its time you realised... (porque es el momento de que te liberes...)

REPEAT CHORUS (REPETIR ESTRIBILLO)
Look at Sweet Julia (Echa un vistazo a la dulce Julia)
Speeding on the late night train (A toda leche en el último tren de la noche)
They're laughing at the way she dresses (Se ríen de su forma de vestir)
Too smart and clean (Demasiado elegante y limpia)
But she don't care (Pero a ella le da igual)
because she know's she's right (porque sabe que está bien)
And you know we're only two steps away (Y sabes que estamos sólo a dos pasos de distancia)
REPEAT CHORUS (REPETIR EL ESTRIBILLO)
* The in-crowd en este caso no alude únicamente a una masa de gente, sino a un tipo muy determinado de personas con mucha clase para vestir y, especialmente, para escuchar determinado tipo de música, por lo que acudían a determinados clubes musicales no aptos para los no sibaritas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Séptima entrega de Deliciosamente Humano

El club de los estúpidos
Los héroes y los santos son crucificados siempre, pero se levantan una vez más para ser adorados por los mismos que antes les crucificaron.
Liam O'Flaherty.
Imagen de la Sierra de Santa Bárbara, donde transcurre esta oscura historia. Cogida de guijosantabarbara.blogspot.com.es
Ahí los tengo delante. Horas y horas en el mismo bar bebiendo cerveza y hablando; vomitando palabras desde siete bocas. Uno de ellos soy yo.
Recuerdo a Jaime abriendo la puerta, arrastrando consigo el frío de la noche. Y mientras tanto, continuaban llegando más jarras rebosantes de espuma. Jaime, todo sonrisas y escepticismo, se nos apareció con un poema recién escrito para que nos lo leyera, y accedimos:
Las rugosidades de la pared;
Mis dedos acariciando pezones llagados,
Reposando en el cáncer mortal
Que acapara el cuerpo de la mujer.
Sudor y vómito en un bajel
Y el océano que grita su impotencia.
Sobre las olas cabalga,
Sacando la lengua al compás,
El diablo burlón de almas.
Si él supiera,
Si todos supiéramos...
Dificultad de un parto
En una pelvis estrecha,
El dolor de ser alguien
Por el mero hecho de ser.
Encontrar la muerte a voluntad,
La muerte voluntaria y el goce
Del amor en tus brazos fríos.
Ojalá fuera lícito matar
Y ser consecuente con el odio:
Muerte a voluntad;
Desgarrar el amor imposible.
Bienvenido al mundo del
Absurdo, hijo mío.
¡Qué estúpidos! ¡Qué estúpidos!
Buscar el sentido del no sé qué
Para creerse dueños del aire.
Han muerto, solos, pudriéndose,
El asceta y el místico.
Impotencia del inocente,
Guerrero paciente, voluntario único
Al que se ha de pisar
Hasta que sus huesos blancos
Reluzcan con la luna.
Si Dios quisiera...
Si Dios quiere.
Mientras tanto hay que seguir llorando,
Sin rosas secretas ni glorias
Que conquistar.
Sólo seguir llorando
Ante la risa del burlón.
Bienvenido al mundo del absurdo,
Maldito imbécil.
"Bien, ¿qué os ha parecido? -Nos preguntó el autor.
Pobre Jaime. Dio margaritas a los cerdos. Insensibles, permanecimos mudos y luego alguno incluso se atrevió a decir que le había gustado, pero no dio ningún motivo. Pobres de nosotros porque ni aquello era poesía ni nunca entendimos nada de artes; nos limitábamos a disertar sobre temas generales, adentrándonos en la metafísica, para no llegar nunca a un fin definido ni definitivo. Y, sobre todo, pobre de mí, que hablé de más aquella noche para opinar sobre algo que se encontraba muy por encima de mis modestas posibilidades.
Te faltó hablar de la voluntad, Jaime. La voluntad para matar. Creo que es un poema cobarde, para seres débiles e incapaces de afrontar la vida cara a cara.
Los demás me miraron. Jaime también, un poco molesto. En sus caras descubrí una necesidad de escuchar que no supe satisfacer, porque todo lo que tenía que exponer lo había dicho ya. Todo. O más bien nada.
¿Voluntad para matar? ¿Qué quieres decir con eso?
Quizá Javier se refiera a la posibilidad de poder matar porque sí dijo Joaquín.
¿Y por qué matar y no voluntad para suicidarse? Preguntó Jorge.
De nuevo esa charla baladí. El torrente de preguntas sin respuestas. Siento todavía unas ganas terribles de hacerles callar, pero después de lo ocurrido es mejor que silencie mis labios y deje transcurrir el tiempo sin decir nada. Escuchando sin hablar. Con vergüenza. Como obligan a hacer a los niños.
A Jorge le contesté yo:
Para suicidarse hay que estar libre de ataduras. Y la mayor de todas es el miedo. Para matar a otro hombre no se necesita más que las ganas de acabar con él, es algo muy simple. Pero para quitarse la vida es necesario un auténtico acto de voluntad. Los suicidas por una causa son despreciables; odiosamente cobardes.
Algunos, como José o Juan, prendieron las pipas, señal de que les atraía el tema. El humo espeso, denso, pesado, flotando lento en el espacio intermedio entre ambos aportó una nota fantástica al ambiente de nuestro pequeño rincón privado.
Mesón similar al que aparece en el relato, de elroalicodemanue.blogspot.com.es.
Yo, sin embargo, pienso que tan cobarde es el que se quita la vida como el que no se atreve a hacerlo puntualizó Julián, y me da exactamente lo mismo que se haga por voluntad, como tú dices, o por presiones sociales, económicas o sentimentales... Es igual.
Pero es que yo aún diría más era Jaime el que hablaba; nadie que se suicida lo hace por un acto puro de voluntad. Sería de una idiotez incomprensible.
Mis ojos entrecerrados. Aguantando la carga. Y después la acción estúpida, más propia de un inquieto adolescente que muestra las plumas de sus nuevas alas que de un adulto hecho y derecho, como se supone que yo era. Me perdí en la vorágine de mi posición a la que debía de defender a capa y espada, como si me fuera la existencia en ello. Cuestión de un mal comprendido sentido del honor.
Te puedo demostrar que en eso estás equivocado le dije.
¿Sabes de algún ejemplo? Preguntó Juan.
Yo mismo contesté acalorado.
Los demás sonrieron. Nuestras reuniones teóricas e imaginativas adoptaban un nuevo cariz. Era la primera vez que uno del grupo pretendía moverse en el terreno de la acción práctica. Y eso les resultó francamente interesante a mis compañeros.
A pesar de todo, los dos fumadores negaron incrédulos con la cabeza. El humo de las pipas escondía sus cínicas muecas de sorna. En ese momento les hubiera escupido: la saliva rompiendo la telaraña que les servía de escudo con un sinuoso sonido de seda desgarrada. Luego el impacto en sus caras, claro y agradable, dejándome a mí desahogado por completo. En vez de eso me levanté para enfrentarme a todos con la mirada, uno a uno por separado y luego nuevamente a todos en conjunto. Me ardía el rostro. El corazón acelerado, resonando en el silencio, formando un eco sordo bajo la respiración agitada. Me temblaban las manos cuando tomé la jarra para apurarla de un interminable trago. Después llamé al tabernero a gritos.
¡Jonás! ¡Ven un momento!
El hombre me miró sobresaltado. Nunca nos había visto así. Eran ya demasiados años parapetado tras de sus limpios vidrios, en su refugio de paz y alcoholes. Se asustó de veras cuando vio quebrado el solaz de su mesón.
¿Tienes aún la pistola a mano? Le pedí en voz baja.
Jonás asintió pálido, aunque se quedó inmóvil, esperando, con su enjuta cara más alargada si podía por el hueco que dejaba su boca abierta.
¿Está cargada?
Sí señor, pero...
Tráesela solicitó Jaime. No va a pasar nada.
El tabernero alzó los hombros descarnados y se marchó en busca del arma. Le seguí tambaleante hasta el cuartucho trasero de la casa. A la luz de una vela sacó una caja polvorienta que guardaba la pistola y me la ofreció. Estaba oxidada y herrumbrosa, pero cuando eché el percutor hacia atrás el gatillo se movió sin ningún esfuerzo dejándola preparada para disparar.
Cuidado, señor. Estas cosas las carga el Diablo.
No te preocupes, buen amigo. Tú vuelve a tu negocio que nosotros seguiremos con nuestras cuitas.
Regresé con mi grupo. La sonrisa ebria como una mueca grotesca en la boca. La pistola en la mano apuntando al suelo. Me detuve frente a la mesa.
Bueno, colegas míos. Llegó el momento. Me iré al monte para no molestar a alguien con tan desagradable espectáculo.
Sus expresiones no cambiaron un ápice. Aquello me enfureció y me embocé con la capa. En la puerta pude sentir las seis miradas fijas en mi espalda. Salí por fin sin escuchar una palabra, ni siquiera una despedida. O bien les daba igual que yo me pegara un tiro o bien estaban muy seguros de que no me atrevería a hacerlo. Las dos posibilidades me encolerizaron todavía más, a pesar de la contradicción que suponían. Quizá esperara a que me detuvieran o simplemente dijeran que la broma había ido demasiado lejos. Nada. Callados, mirando, rodeados de cerveza y humo.
El mesón era el último edificio de la localidad. Más allá, en el seno de la noche, comenzaba el campo abierto. Hacía frío, pero yo sudaba. El farol de la rúa brindaba una luz mortecina en forma de círculo, bajo el cual me centré. El vaho de mis respiración me recordó las pipas y la añorada intimidad del calor. Por un instante flaqueé, pero luego me puse a andar dejando atrás el pueblo y su relativa comodidad.
Debía de cumplir una palabra dada; tenía que demostrar que mi teoría era cierta; estaba obligado a ser uno de esos cretinos románticos, tan de moda, habilitados para morir con fanatismo manifiesto en defensa de un ideal.
Conjunto megalítico por sobre la nieva caída, de www.crienaturavila.com.
Los primeros copos entibiaron mi empeño y despejaron la roja embriaguez que me tenía sometido.
Con la nieve llegó también una especie de resplandor azulado que clareaba la senda. Intuí la luna oculta entre los oscuros nubarrones. Al mismo tiempo me envolvió el fresco olor rural y no tuve miedo. Así caminé durante más de una hora sin darme cuenta. Remitió luego la copiosa nevada permitiendo que la vieja Selene encendiera con sus múltiples brazos la blancura del manto helado.
El paisaje que se me ofreció entonces me resultó alucinante: una gama de verdes, casi negros, mezclados con albas manchas dejadas por la cellisca, servían de alfombrada base a un conjunto de grandes rocas que se alzaban como dientes lobunos desde sus encías terrosas. Toda la campiña se encontraba salpicada de flores pálidas indiferentes a los rigores de la temperatura glacial. Pese a mis escasos conocimientos de botánica las reconocí como Limonium dichotomum; inexistentes en aquella región.
Limonium dichotomum, de biodiversidadvirtual.orgherbarium
Finalmente, me apoyé algo mareado en una de aquellas erguidas piedras. Dejé pasar el tiempo mirando absorto a mi alrededor; realmente había olvidado el motivo por el que me hallaba en un lugar extraño, a esas horas tan tardías, con un arma en la mano.
La confusión se disipó enseguida y supe de golpe que había llegado hasta allí para suicidarme. ¿Para qué negarlo? Estaba aterrado. La angustia hizo que me temblara la cabeza, así que cerré los ojos a fin de intentar serenarme. Procuré concentrarme en esos pequeños acontecimientos que nos hacen pensar en que uno está vivo; cosas tan simples como el roce de la ropa contra la piel, el viento besándome la cara, la dura presión de la roca sobre los omóplatos o la pesadez de las piernas después de una larga e irregular caminata... Pero si algo eché realmente en falta en esos momentos fue el familiar y entrañable canto de los grillos.
Poco a poco acerté a calmarme. Aún así, persistía el ansia ante el hecho de que en breve tendría que asomarme al abismo donde se arrojan los que dejan de ser.
Mi existencia se iba a terminar sólo por una tonta apuesta de mezquinos borrachos que no me aportaría beneficio alguno más que el de demostrar que yo tenía razón. ¿De qué valía eso una vez en la fosa? Ni siquiera mis camaradas de taberna se dignarían en recordarme después como el único del grupo que contaba con el valor suficiente para llegar hasta el final con todas las consecuencias; al contrario, más bien me acabarían evocando como el "idiota ése que se reventó los sesos porque sí".
No; porque sí, no. La inspiración, como suele ocurrir, me llegó de pronto arrancándome una breve risa de complicidad hacia mi persona. Y es que el mero hecho de estar allí ya contradecía mis propias palabras, todo lo que yo había apologizado frente al ataque del resto de mis amigos, puesto que si me iba a suicidar con la intención de evidenciar que no hacía falta un motivo para ello, eso de por sí ya era un pretexto y, por tanto, yo carecía de razón. Increíble; había perdido. Mis argumentos se desmoronaban incluso antes de empezar.
Visto lo cual, no tenía más que desandar el camino para volver a casa y abandonar tan absurda empresa. Derrotado, por supuesto.
Mi orgullo en entredicho; ¡ay! Aquello era lo que más dolía. Razoné fascinado que ya no podía echarme atrás por puro temor al ostracismo, ya que todo aquel que mercadea con su palabra, la acaba desvirtuando; y quien no tiene palabra se priva del honor.
Levanté el arma.
Mis manos estaban azuladas, inutilizables. Ni siquiera podía articular los dedos, pues no me obedecían, y acerté en ello con una excelente excusa: "cometí el error de salir sin guantes; me vi incapaz de apretar el gatillo". Sonaba disparatado, pero no tenía nada mejor para ocurrírseme.
De lo lejos me llegaron los sones de una arrítmica sinfonía de cencerros. Parecían cabras u ovejas. Después escuché una flauta acompañada por el canto ronco de un anciano. Algunas de las frases las entendí claramente; decían así:
-"En el aire flota una fragancia de promesas remotas,
Tanto que llegan a ser invisibles a los ojos
Del hombre ansioso.
Las infinitas posibilidades van casadas con la mentira
Y el fruto de esa penosa unión es
La más grande desesperación del alma.
¿De qué sirve amar hasta la locura cierta?
¿Para qué arde una llama de cariño
Si éste es imposible?"
Ovejas negras, recopiladas de petalofucsia.blogia.
El resto de los versos cantados, si es que los había, fueron arrastrados por la fuerza del viento haciéndolos incomprensibles. Luego, de entre la tiniebla, surgió un zagal de cabellos negros y ojos castaños. Al verme cesó el toque de su instrumento y sonrió. No parpadeaba y la extraña curva de su boca me resultó forzada. Sentí repugnancia y algo de pánico. Posteriormente apareció el rebaño. Ovejas; todas negras, arrancando implacables de raíz la yerba en su avance, dejando tras de sí un rectilíneo rastro de desolación. No balaban, no producían más ruido que el de sus badajos golpeando las campanas de cobre. Por último vino el pastor, cubierto por una raída capa tan oscura y opaca que casi le hacía pasar desapercibido a la vista, fundiendo su altísima y espigada figura con la noche. La cabeza, protegida por un sombrero de paja de amplias alas, se alzó sin prisas y dejó al descubierto sus pupilas profundas, brillantes, rojas como ascuas.
El pastor colocó una de sus manos sarmentosas sobre la tierna cabeza del rapaz, quien de repente pareció sufrir una infinita y tormentosa agonía por ello. Volví a escuchar entonces esa voz rasposa, cascada por el tiempo, que me saludaba:
-Buenas noches tenga, caballero.
Bramó luego el viento con insólita potencia, arrancando de cuajo a las siemprevivas. Su gélida furia era tal que una bofetada de ofensa, y así noté que la piel se me secaba con su agudo tacto. Si tuviera que buscar un símil que describiera tan dolorosa y desagradable sensación, diría que dos dedos de filosas uñas se entretenían en tejer sangrientos mapas de lejanos países de fábula aprovechando las rugosidades naturales de mi rostro.
Me resguardé al otro lado de la peña a fin de evitar el frío envite del aire y allí recapacité sobre lo que estaba aconteciendo: era imposible que, a esas horas y con ese temporal, alguien medianamente normal se dedicara a apacentar su ganado. ¿Quiénes eran, pues, aquéllos que hacían de la noche la hora habitual para ejercer unas labores tradicionalmente diurnas, sin pensar siquiera en el bienestar de unos animales que, a postremas, suponían su sustento y supervivencia?
Intrigado, me asomé de nuevo para echarles otro vistazo, sin embargo ya no había nadie; ni pastor ni zagal ni ovejas. Pero sí la nítida pista sin hierba que dejaron las voraces rumiantes a su paso. En esto lo vi y, por tanto, ¡Dios me guarde!, lo que fuera motivo de leyenda pasó a ser para mí una realidad muy difícil de olvidar. Una bestia, mitad yegua mitad jabalí, cruzó rauda siguiendo los pasos del pastor con su cerduno hocico pegado al suelo, chasqueando las amoladeras, y los vivaces ojillos fijos en su meta. Hincado al enorme cuerno que le nace en mitad de la frente se descomponía el cadáver de un lobo adulto. No obstante, el monstruo no daba muestras de sentir el peso añadido y, con una agilidad y fortaleza envidiables, desapareció a su vez en los límites de la noche.
Dibujo (creo que el único que existe) del Escornáu, escaneado (penosamente) del libro Personajes imaginarios en peligro de extinción, de Pilar Alonso y Alberto Gil, con dibujos de Jesús Gabán.
Soltando un suspiro de alivio me sequé los regueros de sudor del cuello con el pañuelo para luego quedarme inmóvil durante un buen rato, intentando adivinar en la roca sobre la que me apoyaba un oasis de sano verismo y cordura. Por un momento creí escuchar las campanillas en el horizonte; luego, nada. Silencio sepulcral. Entonces me di cuenta de que había perdido la pistola.
No me dio tiempo a reaccionar. Hasta mí llegaba nebulosa una voz femenina que canturreaba sin palabras. Me hice el sordo cerrando en vano mis oídos a esa nueva ilusión, pero me fue imposible no hacerle caso. Caminaba desnuda, como una ninfa griega, recogiendo las flores víctimas del vendaval con las que confeccionaba una suave corona. Se aproximó y con sus delicadas manos me concedió el privilegio de hacerme rey al ceñirme la frente con la diadema aún sin terminar.
-¿La reconoces? -Preguntó alguien por encima de mí. Miré hacia arriba y vi a un joven sentado en los alto de la piedra con las piernas colgando, balanceándolas juguetón. Fruncí el ceño. Luego contemplé de nuevo a la muchacha.
-¿No? ¡Qué lástima! -Continuó el joven-. Ella sí que te conoce bien. Antaño anduvo tan enamorada de ti que acabó por abandonarte. ¿Sabes ya de quién hablamos?
¡Y tanto! Se refería a Gema; la única mujer a la que me había atrevido a querer hasta la locura. La tenía delante, mirándome sin ver, como dicen que les ocurre a los fumadores de opio allá en Oriente, con interrogantes ojos de ida, casi babeando. Una pobre imagen de lo que fue. No pude ni abrir la boca y ella comenzó a irse con lentitud, permitiéndome retener en la memoria cada nimio detalle de su delicioso soma.
-¿Recuerdas ese extraño dolor que te causó su fuga?
Perfectamente, maldito ladrón de membranzas, como si hubiera ocurrido hace sólo unos segundos. Me dijo que necesitaba ver mundo y escapar de ese pequeño pueblo que la estaba asfixiando.
-¡Falso! ¿Cómo pudiste creer en semejante justificación? -Se rió en clara burla-. Seamos sinceros: se fue porque te amaba y eso la estaba consumiendo; sentía auténtico horror a quererte, ¿no es maravilloso?
¿Maravilloso? No; más bien absurdo. Nadie teme al amor, sino a sus consecuencias y yo nunca di motivos a Gema para que perdiera su fe en nuestra ideal relación.
Siempre me imaginé que este caballero (y el de Nitrato de Chile)
eran el Diablo, de desdetemplolucero.blogspot.com.es
-¡Cuidado! Nos no tenemos necesidad de mentir; adoramos la Verdad. Tu duda nos ofende. Habrá, pues, que refrescar ésa tu voluble retentiva cerrada al pasado. Veamos, sospecho que la dama decía algo parecido a esto: "Javier, tienes que contener tu pasión desbordante...
...Porque es como un huracán que me arrastra, y yo no puedo corresponderte". Cierto; aún guardaba con celo aquella carta que me envió durante mi viaje a Bilbao. Al parecer, no fui capaz de dominarme, tal y como ella me suplicaba en su misiva.
-¿Ves? Ahora muéstranos en qué te convertiste desde entonces.
Un amargado.
-Con la facultad de acusar una aversión creciente hacia las mujeres; esos encantadores animalitos que te acosaron en cuanto ella desapareció.
Actuó por cobardía.
-E hizo de ti un pusilánime inverecundo. Posees todo el derecho del mundo para odiarla, amigo mío.
Apreté los dientes con rabia. La aborrecía, sí. En ese momento hubiera entregado gustoso mi alma a cambio de tener la ocasión de estrangularla, así que la busqué frenético para realizar mi obcecado deseo. Empero, la voz habló de nuevo.
-Hasta aquí lo que ya conoces. Sin embargo, lo peor vino después, durante su vida en la gran ciudad, donde se abandonó a los placeres de la experiencia imperdonable por parte de las buenas gentes puritanas... Siempre teniéndote presente -su risa me acosaba dejándome como hipnotizado-. Cada vez que yacía con un hombre, y fueron muchos, ella imaginaba que se trataba de ti; estabas por encima de cualquiera. ¡Oh! ¡Cuántos mensajes rotos donde intentaba explicarte el por qué de su decisión! ¿Y noches? Eternas, interminables, dando vueltas en su habitación, viendo tu rostro en cada esquina. Lloraba a menudo y otras tantas veces estuvo tentada de regresar contigo, pero, ¡claro!, no podía ser. Tampoco tú la olvidaste nunca y aún hoy sigues sufriendo. Nos queremos que eso termine, mi buen amigo. Ella ha muerto... Y su alma es nuestra.
La vi en lontananza, fugazmente pequeña, casi perdida. Grité su nombre, aunque no respondió ni volví a verla nunca más. El joven apareció a mi lado sonriente, pasando su brazo por sobre mis hombros.
Gema perdida, de hipogeo.blogspot.com.es.
-¡Vamos, vamos! Nada de lágrimas. Deseamos lo mejor para ti y queremos que muestres a esos bárbaros amigos tuyos que la razón está de tu parte. Te ayudaremos a que se callen de una vez para siempre. ¿Buscabas esto? -Me entregó la pistola, que yo recibí con ansia arrebatándosela-. Ahora demuestra tu valía, Nos haremos que seas un hombre de nuevo. Dispara.
Obedecí la orden llevándome la boca del cañón hasta la sien. He de reconocer que me encontraba relajado, realmente a gusto y en paz.
-Dispara -insistió apremiante el joven.
¿De dónde vino la repentina tormenta? Hubo un trueno y varios relámpagos nos rodearon formando una especie de jaula a nuestro alrededor. La cara de mi acompañante se descompuso.
-¡Dispara! -Me chilló.
La tempestad se desató con toda su furia. El joven se separó de mí y contempló el cielo. Yo seguía igual, con la misma postura, pero confuso e inseguro.
-¡No! ¡Él tiene que ser nuestro! -Dijo el otro señalándome con su mano en forma de garra bestial-. ¡Está perdido! ¡Perdido!
Después se escuchó un disparo.
Al cabo de tres días reaparecí por el mesón. Me presenté con un aparatoso apósito en la cabeza que pretendía cubrir un rasguño ocasionado por bala. Nadie dijo nada cuando entré. Ni siquiera Jonás, al que devolví el arma posándola sobre el mostrador.
Los seis, Jaime, Joaquín, Jorge, José, Juan y Julián, me miraron sin poder contener un gesto de sorpresa por mi aspecto. Me acerqué a ellos y ninguno hizo alusión ni al vendaje ni a las canas que inundaban mi cabello, antes totalmente oscuro. En mi fuero interno sinceramente les agradecí en el alma su piadoso silencio.
Volví al Club, al refugio, con sus charlas y disertaciones inútiles. Volví a formar parte de los hombres pacientes para beberme el tiempo y también la cerveza que Jonás me puso delante e intentar olvidar de una vez por todas que durante demasiados años había perdido mi preciada humanidad.
Aquí me viene de perlas el Confutatis Lacrimosa, del Requiem de Mozart. Sencillamente, me apasiona.



No puedo por menos que insertar algo de mi tierra. Y creo que lo mejor es un tema de la Sierra del Norte de Cáceres. Manantial Folk y su Amanecer en Gredos, con letra del vate Pedro Lahorascala.




La letra de este poema dice así:
Recibo el día en la cumbre
de la ruda crestería
y corto una rebanada
de las mañaneras brisas,
para mojarla en el néctar
de la leche clara y limpia
que manan las ubres prietas
de las montañas bravías
Recibo el día en la cresta
de la alzada serranía:
Al norte por Majalardos,
en donde Gredos alía
águila, nieve y laguna
sobre la azul maravilla,
bajo los rayos del sol
que lo besan y acarician.
En mi almuerzo como y bebo
de la vieja tierra mía.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Occidental, plasta e informal


¿Quién alguna vez no ha acabado despertando en algún lugar desconocido (en primera instancia) y con un tremendo dolor en el interior del cerebro fruto de la nutrida muerte neuronal producida por la incondicional ingesta de alcohol durante la madrugada anterior? Es cierto que mucha gente tendrá todo el derecho del mundo a responder que ellos no, que nunca han catado el brebaje del Diablo y que, por tanto, ni han perdido los papeles ni la cabeza ni tampoco la vergüenza. Y no les resto un ápice de razón por la certeza que eso encierra.
Pero conozco, igualmente, a una cantidad ingente de coetáneos generacionales míos a los que ese infortunado fenómeno les ha ocurrido no una, ni dos ni tres, sino varias veces más de las mencionadas, en lo que una buena amiga mía, Begoña Olabarrieta, calificaba acertadamente, en mi opinión, no como alcoholismo, pero sí de bebedores compulsivos.
El sueño de un borracho, recogido para la ocasión de nadacomolalluvia.blogspot.com.es
Eso no significa otra cosa que consumir de manera abundante (quizá en exceso) durante un periodo de tiempo concreto, pero sin la necesidad constante de que el alcohol alivie la pesada carga de una vida que en muchas ocasiones pierde el sabor y la sal, así como los colores, por culpa de una acuciante urgencia de utilidad práctica sin ahondar un mínimo en las necesidades anímicas. O lo que es lo mismo: el inútil éxito laboral y la estúpida dedicación de casi todo el tiempo de que uno dispone para cedérselo al trabajo frente al abandono de la contemplación sin prisas para ver pasar el viento ante tus ojos en un claro día de primavera o biengastar minutos preciosos con la persona o las personas que realmente pueden dar sentido a una existencia.
Las tentaciones de un borrachín, de grupoeupsike.wordpress.com
Esos bebedores compulsivos son, evidentemente, una categoría superior a la del mero bebedor de fin de semana, que concentra en esos tres días sus necesidades de inhibirse a través de la botella. Pero también es verdad que en esos estados de embriaguez temporal se cometen errores lamentables que pueden dar al traste con el futuro de alguien prometedor o puedes dañar la sensibilidad de alguien que, a la postre, te puede acabar sacando de algún apuro. Pero de todo eso el bebedor compulsivo sólo es consciente a toro pasado, por lo que en muy escasas ocasiones el problema se resuelve y la solución perece en un rincón del olvido más remoto.
El problema es cuando las generaciones siguientes intentaron imitar a la mía y se limitaron a copiar únicamente el absurdo que conlleva el vacío posterior a tantas horas de bienestar etílico plagado de ideas que se van por el sumidero de la genialidad perdida. Fueron los llamados “Generación X” o en España, más concretamente, la “Generación Kronen”. Mundos perdidos de manera voluntaria, a pesar de contar con una preparación infinitamente mejor que la nuestra. Y donde nosotros acabamos emergiendo del fango para salir victoriosos a la luz de un nuevo amanecer, ellos prefirieron permanecer en las sombrías profundidades de la nada existencial, únicamente para poder lamentarse de ello. Penoso, pero cierto.
Hommer Simpson, uno de los más brillantes bebedores de la
historia de la pequeña pantalla, brindando por el alcohol, la causa de y
la solución a todos los problemas de la vida, recogido de foro.miotragus.org
Sobre esta tercera lacra occidental, ALCOHOL a mansalva, se han hecho numerosas canciones de mi época, pero quiero recrearme con una de ellas: una universalidad de Neil Diamond de 1968 que versioneó Bob Marley, “Red, Red Wine”.

La letra y su traducción, son las que siguen:

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
GO TO MY HEAD (sube a mi cabeza)
MAKES ME FORGET THAT I (hazme olvidar que)
STILL NEED HER SO (todavía la necesito tanto)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
ITS UP TO YOU (depende de ti)
ALL I CAN DO, I'VE DONE (todo lo que podia hacer, lo he hecho)
MEMORIES WON'T GO (los recuerdos no quieren irse)
MEMORIES WON'T GO (los recuerdos no quieren irse)

ID HAVE SWORN (Me juré)
THAT WITH TIME (que con el tiempo)
THOUGHTS OF YOU (los pensamientos sobre ti)
WOULD LEAVE MY HEAD (abandonarían mi cabeza)
I WAS WRONG (estaba equivocado)
NOW I FIND (ahora he encontrado)
JUST ONE THING MAKES ME FORGET (lo único que me hace olvidar)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
STAY CLOSE TO ME (permanece cerca de mí)
DONT LET ME BE ALONE (no dejes que me quede solo)
ITS TEARIN APART (se me está hacienda tiras)
MY BLUE, BLUE HEART (mi triste, triste corazón)

ID HAVE SWORN (Me juré)
THAT WITH TIME (que con el tiempo)
THOUGHTS OF HER (los pensamientos sobre ti)
WOULD LEAVE MY HEAD (abandonarían mi cabeza)
I WAS WRONG (estaba equivocado)
AND I FIND (y ahora encontré)
JUST ONE THING MAKES ME FORGET (lo único que me hace olvidar)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
STAY CLOSE TO ME (permanece cerca de mí)
DONT LET ME BE ALONE (no dejes que me quede solo)
ITS TEARIN APART (se me está hacienda tiras)
MY BLUE, BLUE HEART (mi triste, triste corazón)

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RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
YOU KEEP ME ROCKING ALL OF THE TIME (me haces estremecer todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO GRAND (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan magnífico)
I FEEL A MILLION DOLLARS WHEN YOUR JUST IN MY HAND (siento como si tuviera un millón de dólares cuando te tengo en mi mano)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO SAD (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan triste)
ANY TIME I SEE YOU GO IT MAKE ME FEEL BAD (cada vez que te veo marcharte me hace sentir mal)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA PON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep*)
RED RED WINE YOU GIVE ME WHOLE HEAP OF ZING (Rojo, rojo vino, me aportas un montón de cosas)
WHOLE HEAP OF ZING MEK ME DO ME OWN THING (un montón de cosas que me hace hacer lo mío)
RED RED WINE YOU REALLY KNOW HOW FI LOVE (Rojo, rojo vino, realmente sabes cómo encontrar el amor)
YOUR KIND OF LOVING LIKE A BLESSING FROM ABOVE (tienes una forma de amar como bendecida por el Cielo)
RED RED WINE I LOVE YOU RIGHT FROM THE START (Rojo, rojo vino, te amo desde el principio)
RIGHT FROM THE START WITH ALL OF MY HEART (desde el principio con todo mi corazón)
RED RED WINE IN A 80S STYLE (Rojo, rojo vino con estilo de los 80)
RED RED WINE IN A MODERN BEAT STYLE, YEAH (Rojo, rojo vino con un estilo de ritmo modern, sí)

GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME RED WINE BECAUSE IT MAKE ME FEEL FINE (Dame vino rojo, porque me hace sentir genial)
MEK ME FEEL FINE ALL OF THE TIME (me hace sentir genial todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA ON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep)
THE LINE BROKE, THE MONKEY GET CHOKE (la línea se rompió, el mono se ahogó)
BURN BAD GANJA PON HIM LITTLE ROWING BOAT (quema algo de maría –ganja- sobre él en un botecito de remos)

RED RED WINE IM GONNA HOLD ON TO YOU (Rojo, rojo vino te voy a abrazar)
HOLD ON TO YOU CAUSE I KNOW YOU LOVE TRUE (a abrazarte, porque sé que tu amor es de verdad)
RED RED WINE IM GONNA LOVE YOU TILL I DIE (Rojo, rojo vino, te voy a querer hasta que me muera)
LOVE YOU TILL I DIE AND THATS NO LIE (a quererte hasta que me muera y no miento)
RED RED WINE CANT GET YOU OUT MY MIND (Rojo, rojo vino, no te puedo sacar de mi mente)
WHERE EVER YOU MAYBE ILL SURELY FIND (donde quiera que estés te encontraré fijo)
ILL SURELY FIND, MAKE NO FUSS JUST STICK WITH US. (te encontraré fijo, no la montes y únete a nosotros)

GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME RED WINE BECAUSE IT MAKE ME FEEL FINE (Dame vino rojo, porque me hace sentir genial)
MEK ME FEEL FINE ALL OF THE TIME (me hace sentir genial todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA ON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep)
THE LINE BROKE, THE MONKEY GET CHOKE (la línea se rompió, el mono se ahogó)
BURN BAD GANJA PON HIM LITTLE ROWING BOAT (quema algo de maría –ganja- sobre él en un botecito de remos)

RED RED WINE YOU REALLY KNOW HOW FI LOVE (Rojo, rojo vino, realmente sabes cómo encontrar el amor)
YOUR KIND OF LOVING LIKE A BLESSING FROM ABOVE (tienes una forma de amar como bendecida por el Cielo)
RED RED WINE I LOVE YOU RIGHT FROM THE START (Rojo, rojo vino, te amo desde el principio)
RIGHT FROM THE START WITH ALL OF MY HEART (desde el principio con todo mi corazón)
RED RED WINE YOU GIVE ME WHOLE HEAP OF ZING (Rojo, rojo vino, me aportas un montón de cosas)
WHOLE HEAP OF ZING MEK ME DO ME OWN THING (un montón de cosas que me hace hacer lo mío)
RED RED WINE IN A 80S STYLE (Rojo, rojo vino con estilo de los 80)
RED RED WINE IN A MODERN BEAT STYLE, YEAH.
(Rojo, rojo vino con un estilo de ritmo modern, sí)
 (*) Dep es la discográfica del grupo UB40, que hizo famoso este tema en 1983.