sábado, 20 de julio de 2013

El mejor contraste

Hace mucho tiempo, en una tierra muy lejana y siempre cubierta por el cielo plomizo y gris, la nieve y el hielo, un joven estudiante se asomó por un pequeño, casi minúsculo, resquicio a su interior para intentar averiguar de qué color era su alma.
Y, para su sorpresa, descubrió que era de todos los colores y de ninguno, puesto que constantemente vibraba con espasmos psicóticos de flashes en blanco y negro, que se mezclaban de forma aleatoria, para tan pronto ser blanca -que es el compendio de todos los colores- como negra -que dicen es la ausencia de luz, y, por tanto, de color- o ambas a la vez. Eran esos momentos los que más alucinaron al lento estudiante y procuró realizar fotografías mentales captando cada instante para plasmarlos luego sobre papel.
Y éste de aquí es el resultado.
Os los iré enseñando a medida que los encuentre o recomponga (porque algunos acabaron partidos en varios pedazos por ataques de ira incontrolables contra el mundo mundial y su tremenda estupidez).
Éste (que es el original y no una copia) carece de título, pero algún día lo bautizaré.


Segundo dibujo en blanco y negro que realicé en Pamplona mientras estudiaba la carrera. Al igual que el primero, lo dibujé en clase mientras escuchaba al profesor (sin tomar notas) y lo rematé en mi cuarto del Colegio Mayor Torre I.

Los Negativos y "Cansados y decaídos", ¿Qué no?

 


Al ser unos músicos geniales y de "mente abierta", no puedo evitar colgar la letra de este chicloso temazo:

Cansados y Decaídos

Un rastro de pan de centeno
me indica el camino a casa por si quiero volver.
En casa de unos amigos he visto por la televisión
un film de Michael Caine
Y todos parecía divertirse, pero dime:
¿quién subió a un Aston Martin?
Baje a la calle a pasear
allí cubos de basura conté
ya sé cuántos debe de haber
para que justo lleguen a diez.
Vi a una chica en un parque
que se parecía mucho a Modesty Blaise;
me propuso hacer algo rápido,
pero nunca pensé que fuera a saltar
por encima de un hot-dog.
No dudarás, seguro que conoces bien a Robert Zimmerman.
Compré el Times sin saber inglés,
miré y tan sólo llegué a comprender:
leí que Byron en Grecia murió,
yo sé que vende biblias en York.
Cuando está amaneciendo paseo y empiezo a soñar.
Subí corriendo a un autobús,
¡Eh, tú!, aquí no se puede fumar.
Y aunque quizá no les falte razón,
¿por qué hablan mientras comen flan?
Y si no entiendes nada de esta canción
quizá algún dia llegues a comprender.

lunes, 15 de julio de 2013

Blanco

No me he olvidado para nada de la serie de cuentos "Mis terrores de la calle Osario". De hecho, ésta sería la tercera entrega de esa colección que durará lo que tenga que durar; nunca más allá de eso, porque sería lo mismo que forzar una marcha que obligaría a descender en calidad de lo narrado. Tampoco hay prisa, ¿verdad? Mientras intentad disfrutar de este pequeño miedo que me asalta de cuando en cuando y hasta de vez en vez.


Portento y terror del mar. Cogido de quieroestarsano.blogspot.com.es


Lloraba al amanecer, cuando el lento alba daba pie a una nueva y nada deseada jornada. Y volvía a derramar abundantes lágrimas silenciosas cuando el cansancio del día le caía a plomo sobre los abatidos hombros, mientras permanecía sentado a solas en un sombreado rincón de su mínima expresión en materia de cocina.
Era un llanto retorcido y amargo, de los que desgarran el corazón y el estómago en un observador casual y anónimo, pero que a él le descomponía por completo el alma; ésa que se escondía bien ceñida en mitad de sus tres amplios dedos de frente, provocándole un intenso y agudo dolor de cabeza, que luego acababa acentuando a partir de la segunda cerveza de abadía agotada por pura desesperación.
Su vida se había convertido en una continua huida hacia adelante, sin una meta concreta más que la de consumir con avidez las veinticuatro horas del día para apurar una semana que le llevaría al final del mes y devorar, así, cuanto antes todo un año totalmente perdido.
La situación empezaba a adquirir un serio cariz de estéril ritualidad involuntaria, apenas quebrada por algunas ocasiones en las que la extenuación del trabajo le sumía en un bendito olvido de la vida y de la lánguida pesadez de la existencia repetida una y otra vez hasta la saciedad. Cuando eso ocurría, ya estaba dormido antes de que la cabeza siquiera rozara la almohada y, entonces, soñaba en un largo fundido en negro, sin música ni letras, pero sí blandamente mecido por el oleaje de un calmado océano oscuro, interior, cálido e infinito.

Me he ido a morir en la orilla, de historiademardelplata.files.wordpress.com
Era cuando mejor descansaba y cuando más cerca estaba de la sensación de haber muerto, porque prácticamente era como dejar de existir por completo. Eso acarreaba una inquietante y absoluta paz en todos los sentidos. Y, al despertar, era verdad que el llanto tardaba más en llegar, aunque irremediablemente aparecía para seguir carcomiendo y minando su ya escasa voluntad de vivir.
De cuando en cuando, se paraba literalmente en mitad de la calle o de las escaleras rumbo a su trabajo sólo para intentar recordar con el ceño fruncido de preocupación desde cuándo se sentía de esa forma: igual que una naranja exprimida, carente de esencia y sólo con la carcasa para manejarse mínimamente en sociedad. Y a veces llegaba a vislumbrar la verdad allá en el fondo de la nada de la memoria que cobraba forma de espiral infinita y en continuo movimiento, y sabía que la soledad en su pequeño apartamento de la Plaza Vaca de Alfaro tenía su origen y su final en su dedicación exclusiva al trabajo, obviando por completo cualquier otro elemento de su faceta privada.
Lo peor de todo es que ni siquiera le gustaba lo que hacía. Durante largas veladas había reflexionado al respecto asomado al balcón del último piso que miraba directamente a la calle Osario, mientras que el televisor del vecino de abajo escupía a todo volumen retazos de películas y series a través de las ventanas abiertas, ya fuera invierno o verano, aunque de forma especial durante los días de más calor.
Resultaba un pensamiento incómodo por incomprensible. Cualquier otro habría dado un giro radical a su vida, pero él prefirió estancarse en su miseria ahogando en ella amor, destino y alma, y culpando de la situación, precisamente, a su absorbente tarea profesional, en la que, a pesar de todo, destacaba por sobre la mediocridad. Él parecía encontrarse por encima de cualquier responsabilidad, o así, al menos, se lo había hecho creer su ego más recóndito hasta que finalmente creyó de forma fehaciente en esa falsa verdad, y siempre podía contar con una justificación ajena a sus propios actos para desvelar su profundo desasosiego social. El mal estaba en él, pero prefería obviar el acuciante síndrome del miembro fantasma tras la voluntaria amputación de su capacidad para sentir remordimientos antes que afrontar el malestar de una embarazosa evidencia clara y contundente que le acabara abriendo los ojos a la realidad de su persona.
Todo eso le obligaba a contemplarse más como un insecto social, a modo de abeja, termita o de hormiga, que como una parte única y personalizada de la raza humana. Trabajar por el bien colectivo se había convertido en su única razón de ser y su individualidad como persona parecía diluirse con el transcurrir monótono de un tiempo, que, en su caso, bien podría estar trazando un círculo perfecto en el que la salida brillaba por su ausencia. Y, quizá por eso mismo, un seco vacío físico se abría paso desde su corazón hacia su mente convirtiendo en polvo y arena cualquier átomo suyo que mostrara el menor atisbo de estar mínimamente vivo.
Pero no todo era tan negro. La ducha le servía para transportarse, casi de forma literal y por unos minutos, a otro mundo por completo carente de sensaciones y sentimientos. Con eso le bastaba. Porque en esos largos minutos, que él procuraba prolongar hasta el máximo que la esclavitud del tiempo le concedía, se permitía el extraño lujo de sonreír mientras el agua limpiaba cuerpo y mente llevándose por el desagüe pestilencias y pensamientos funestos.



Vacío del alma, de blog.libero.it
La nada le embargaba abrazándolo como una amantísima madre, y dejaba de sentir esa angustia atenazante y omnipresente para dar paso en su pecho a una fugaz sensación de paz y sosiego, con la mirada perdida en el níveo plato del suelo y el relajante sonido de las gotas repiqueteando con denso ritmo de selva profunda sobre el plástico canalla de la mampara con síntomas ya de deteriorada opacidad.
Su mayor éxtasis coincidía en el instante en que cerraba los ojos para afrontar esa negritud móvil que se cernía tras sus párpados de plomo. Ahí es donde creía poder controlarlo todo, condensando vanamente vida y existencia dentro de su mano cerrada en un puño a la vez protector y opresor, como ocurría con buena parte de los sistemas políticos existentes a lo largo y ancho de la Historia de la Humanidad.
Pero hasta eso le fallaba últimamente. Un miedo del todo irracional, que duraba menos que un suspiro, le asaltaba de repente y le terminaba arrancando con dureza del placer del momento obligándole a abrir los ojos con terror para fijarse en el plato bajo sus pies como si fuera un colorido salvavidas en pleno mar sin límites. Entonces se dejaba llevar por el pánico y, con el corazón dolorosamente desbocado, salía de la ducha empapando todo el suelo en su huida de esa amenaza invisible y carente de cuerpo y forma.
Ahí comenzó a darse cuenta de que el miedo le servía de freno al llanto, pero no era tampoco una emoción más agradable que la honda tristeza en la que se había acomodado para lo que creía iban a ser el resto de sus días.
Y con esta nueva percepción de las cosas llegó la inquietud y la angustia. Apenas sí dormía ni mucho menos comía, y la higiene diaria se le hizo harto insoportable. Hasta el punto de que más de un día se saltaba la hora de la limpieza corporal, a pesar de que el calor le delataba con crueldad entre sus compañeros de trabajo, que no amigos. Su aspecto se empezaba a asemejar al de un muerto viviente carroñero de cuerpos en vida y su hedor, al de un cadáver pútrido con actividad nocturna ávida de depredación humana. Y así se lo hizo saber su inmediato superior en la oficina, recordándole que el descuido personal bien podía ser motivo de despido procedente, al margen de que la empresa apreciara enormemente su labor profesional.
Se vio obligado, así, a recuperar, contra su voluntad, el hábito del aseo diario. No podía arriesgar el único cabo que le servía de anclaje con el mundo de la cordura. Y el pecho se le encogía mientras alargaba el brazo hacia la puerta de la ducha, antesala a esa solitaria impresión de que su cuerpo se iba a marchitar justo antes de que lo consumiera el pavor desconocido y sin nombre oculto detrás del aire.
Todo el devenir temporal se hizo presente de golpe, densificando todos sus sentidos en el gesto de abrir el agua. Se fijó entonces en los detalles simples de la solería barata de aquel cuarto de baño. Eran baldosas de mediano tamaño tan blancas como el plato liso del suelo y rastros negros de moho en las junturas de cemento. En una de las esquinas, una bandeja de neutro plástico barato se inclinaba peligrosamente cediendo bajo el peso del bote de champú y otro más de gel, ambos de tamaño familiar, aunque él viviera en solitario. La vieja alcachofa, que guardaba cierta semejanza a una tulipa "quizá por eso la denominan flor en la tierra del caballero Borges", llegó a pensar, estaba fija en una zona alta y manufacturada en un material fácilmente corrompible de un indefinido color plateado y los grifos, ornados con un pegote de plástico circular color rojo o azul, ya habían dejado de ser modernos en la década de los sesenta del siglo veinte. Nada más.
La gélida lluvia le abrazó el pelo y con dedos húmedos apelmazó sus densos mechones color de paja. Pero se negó a cerrar los ojos. Poco a poco, el líquido transparente se fue calentando y aplicó el champú sobre la cabeza. La espuma lechosa le resbalaba por sus níveas sienes hasta alojarse lentamente en los bordes de las cuencas oculares. El escozor era insoportable, pero no quería cerrar los párpados. No se atrevía.
Ese "algo" estaba ahí al acecho; lo sentía en el escalofrío de su nuca y sus brazos. Y era peligroso, de lo que causa dolor sin límites e irrefrenable sufrimiento. Un pensamiento horroroso que le obligaba a respirar más rápido marcando de sinuosos y brillantes surcos la descolorida frente hasta transformarla en un poroso laberinto donde las ideas se perdían por sus intrincados rincones, acosadas hasta el agotamiento por una latente amenaza.
Finalmente, sus fuerzas flaquearon y terminó protegiendo los iris contra aquel insoportable suplicio de sequedad ocular bajando los relajantes párpados.
Y entonces ocurrió.
Un gran blanco de 7,14 metros de largo,
cogido prestado de la web criptidos.blogspot.com.es
Por un instante, sus pies dejaron de palpar la porcelana de la ducha sobre la que se sostenían para acabar flotando una milésima de segundo sobre el vacío justo antes de caer a plomo en una inmensa masa de agua fría y salada. Por fortuna para él, la impresión no le impidió tomar aire en el momento anterior a la caída, por lo que contaba con una más que interesante carga de oxígeno antes de frenar su descenso para quedarse atorado entre dos corrientes marinas. Porque eso es lo que era: Un mar sin luces ni relieves que lo envolvía en un fuerte y peligroso abrazo de ceguera sin límites.
Porque no veía absolutamente nada mirara a donde mirara, pero intuía que bajo sus pies se abría un abismo tan profundo como su propio miedo, donde antiguos habitantes del Mundo, cuando éste era todavía nuevo, desplazaban sin prisas sus inmensas masas de múltiples formas lejos siempre de la superficie. Y hacia allí arriba dirigió su vista ansiosa, mientras tragaba saliva con exquisito cuidado de no introducir nada de agua en los pulmones.
La oscuridad era también intensa en lo alto, aunque por fin percibió un leve movimiento oscilante, casi pendular, en el que fijó todas sus esperanzas. Algo rielaba con parpadeos intermitentes, imitando la luminosidad del plenilunio, si bien no mostraba visos de concretarse con unos perfiles definidos, y parecía incluso que se tratara de un espacio fijo bajo un efecto óptico de movimiento por el vaivén de las olas.
El mar se calmó y pudo ver exactamente lo que era: El hueco cuadrangular del plato de ducha, a través del cual se veía la luz blanquecina de su cuarto de baño. Estaba a unos cinco metros de distancia y decidió nadar hacia allí antes de que el oxígeno se viciara en los pulmones.
La primera brazada le costó un dolor intenso en las axilas y su leve queja le costó una pequeña porción de aire que se escapó en forma de burbujas por la nariz. Iba a continuar el camino cuando dejó de ver la luz velada por un cuerpo sinuosamente lento, que desplazaba tras de sí una inmensa cantidad de agua. No vio lo que era, pero se le encendió una alarma eléctrica en el cerebro cuando de nuevo vislumbró la referencia que buscaba danzando como loca por el impulso de una estela que hubiera dejado tras de sí un velero de unos siete metros de eslora.
El instinto le hizo apresurar las brazadas y cuando estaba a punto de alcanzar su meta sintió un roce sesgado en uno de sus costados. Encogió las costillas con temor creciente, soltó todo el aire que le quedaba y se lanzó sin freno a través de la abertura que tenía ya muy próxima sobre su cabeza.
La bocanada de oxígeno le supo realmente a gloria y sus pulmones dejaron de proferir esos silenciosos quejidos que le machacaban la cabeza y le quemaban los oídos, pero todavía tenía medio cuerpo dentro del agua salobre. A su alrededor la cerámica volvía a cobrar consistencia en cada parpadeo que daba y se aferró a ella con urgencia para intentar levantarse por completo. Los nervios y la humedad entorpecieron sus dedos y en más de una ocasión la cabeza volvió a hundirsele en ese mar negro, ominoso, vivo, que le reclamaba como a una presa.
Estaba claro que bajo sus pies le estaba acosando una terrible presencia invisible, y si el plato de ducha se terminaba cerrando de esa forma tan incomprensible antes de que pudiera incorporarse a la realidad moriría de cualquier modo. Bien cazado –tal y como él se temía– o bien asfixiado bajo la superficie.
Sangre por el desagüe, de vacarissesdigital.cat.
Un último esfuerzo le permitió hincar una rodilla salvadora y, por fin, salió con urgencia del agua. En menos de un minuto la cerámica se clausuró bajo sus pies con la última pieza del puzzle que faltaba, y entonces observó un denso hilo de color rojizo que se perdía densa y mansamente por los agujeros del desagüe. Era sangre. Le manaba por la herida del costado en forma de desgarro, como si una lija de acero le hubiera limado la piel, y se mezclaba con el agua de la ducha que había permanecido abierta durante todo ese tiempo. La orina ligeramente dorada y templada se le unió poco después cuando se le relajó la vejiga de forma involuntaria. Se llevó las manos a la cara y volvió a llorar. No sabía si de alegría tras haber sobrevivido a una experiencia de la que desconocía por completo si se trataba de una realidad o una simple fantasía, o por pura desesperación ante el nuevo e impredecible giro que había dado su vida.

¿Y ahora, qué? ¿No volver a ducharse jamás? ¡Menuda opción! ¿Pedirle a alguien que le acompañara todo el tiempo mientras estaba en el cuarto de baño? Absurdo. Sonaba a perversión y encima tener que explicar el motivo, a locura. Además, con total sinceridad, carecía de amigos para ello.
Tampoco le sobraba el tiempo para derrocharlo en psiquiatras ni psicólogos, y, de hecho, sospechaba que lo ocurrido nada tenía que ver con la psique. El desgarro en la zona de las costillas era una prueba o, al menos, algo demasiado real como para tomarlo por una quimera o dejarlo de lado tan alegremente. Había leído en Internet que algunos animales marinos tenían la piel áspera, pese a mostrar un inocente aspecto liso a los ojos. Era el caso de los escualos, y cuando se topó con esa información se le heló literalmente la sangre en las venas.
Recordaba perfectamente que en el momento de producírsele la herida bajo el agua, había notado algo similar a un golpe propinado por un objeto pesado y contundente, pero el aspecto distaba mucho de ser el de una contusión. Aún así, se negó en redondo a acudir a un centro de salud. No sabía qué explicación aportar a aquella lesión, a pesar del riesgo cierto que existía de que el pez le hubiera transmitido un hongo o algo peor que le acabara dañando más la ya mermada salud.
Se detuvo en ese agudo pensamiento. ¿Por qué estaba tan seguro de que fuera un pez? "Doctor, tengo un tiburón en mi ducha y él me ha hecho esto". Sonaba ridículo. Sonaba terrorífico.
Sin amistades a la vista, volvió el pensamiento hacia la escasa familia que le quedaba. Su madre vivía sola en Hornachuelos, cerca de la tienda de venta al público de Moramiel, en la A-3151, y cuando le preguntó por teléfono si alguna vez le había ocurrido "algo extraordinario o inquietante", la mujer, seca de neuronas y parca en palabras, le contestó:
–Tenerte a ti.
Así que se quedó solo ante su problema. Pero no desamparado. La soledad era su estado natural en la vida, por lo que no se sintió extraño en ese sentido. Pero sí asustado.

Decían que el Eurostars Maimonides era uno de los mejores hoteles de Córdoba. Lo desconocía por completo; nunca había tenido necesidad de utilizar ninguno teniendo casa propia en la ciudad. Haber descubierto la única salida económica del Aeropuerto (que, al igual que la estación del AVE, carecía de nombre propio, y eso les confería a ambas instalaciones un insolente aire de indiferencia e inconcreción) le había aportado fama en su empresa y una interesante cantidad de dinero a su cuenta bancaria, porque poco antes de que las autoridades locales decidieran abandonar a su suerte aquella instalación maldita por los dioses de minúsculas aeronaves, él miró hacia el extrañamente llamado Oriente Medio.
Ahogándose, de unrinconparatiyparami.blogspot.com.
¿Por qué no hacer de Córdoba la segunda Meca? ¿Y si se pudiera abrir una vía directa entre una de las mejores muestras mundiales del arte andalusí y los relativamente cercanos países árabes? Un viaje barato que supondría la demostración de que la interculturalidad era efectiva para alimentar la tolerancia entre dos religiones con demasiados radicales peligrosos entre sus respectivas filas.
Económico no implicaba falta de rentabilidad, ya que si finalmente cada año eran miles los que terminaban pasando por la ciudad califal de los Omeyas, los ingresos monetarios cubrirían con creces los gastos de una iniciativa tan absurdamente loca que acabó cuajando de forma increíble. Buscó una compañía aérea de bajo coste y halló la que más se plegaba a sus inquietudes por sus destinos con algunos de los países norteafricanos y, tras convencer a los directivos de Binter Canarias para abrirse al resto del mundo árabe, acabaron creando la mayor vía de peregrinación musulmana hacia Europa de toda la Historia. Una idea que escandalizó en un principio a muchos de los estancados mentales incrustados como cánceres en la impermeable sociedad cordobesa, pero que finalmente acabaron sucumbiendo ante la incesante lluvia de riqueza que acabó descargando sobre la tan necesitada ciudad.
Nada mejor que un sano cambio de mentalidad gracias al influjo del muy vil y tintineante metal dorado.
No podía negar que todo eso a él le había beneficiado con creces en sus finanzas, pero no así en su fuero interno, que seguía siendo negro como la pez, como un falsamente pacífico océano en una noche estival. Así, no le supuso ningún quebranto económico alquilar una de las mejores habitaciones durante un tiempo indefinido en ese hotel.
Una de las características más llamativas de Córdoba es que únicamente se experimentan dos estaciones a lo largo del año –invierno y verano– y ya había llegado al Valle del Guadalquivir ese periodo primaveral de más de 30 grados a la sombra, por lo que necesitaba por encima de todo asearse. Pero en su vivienda no se atrevía. Quizá no le ocurriera lo mismo si modificaba el escenario. A lo mejor el problema no era él...
Nada más dejar la llave sobre la cama, a la que dirigió una escasa mirada de desinterés, se encaminó hacia el baño. Allí se recreó en la bañera de color crema, similar al sepia de las fotografías viejas. En comparación con su hirientemente blanco plato de ducha, aquello era un auténtico lujazo y suspiró ante la idea de un cálido baño sin prisas, con el dulce vapor de agua filtrándose por sus fosas nasales y la mente libre de ideas, palabras o imágenes.
Pero tardó más de una hora en decidirse, sentado sobre el váter de idéntico color, con el ceño fruncido y la boca en un deje de fastidio por su cobardía.
Le costaba reconocer que desde aquel inusual incidente de hacía unos días se sentía más vivo que nunca y que algo más, al margen del insano y omnipresente trabajo, estaba frenando la llegada de un llanto cada vez menos frecuente en su vida. Le estaba gustando catar el sabor a cobre ácido del miedo.
De golpe le sobrevino una mareante paz interior difícil de describir, que le envolvió el alma drogándola con su suave toque de yemas inocentes. Una implosiva microsensación en la base del cerebro, de ésas que proporcionan la ficticia creencia en la invulnerabilidad del que se piensa eternamente joven y por tanto inhabilitado para una muerte que sólo se vislumbra en los finales de los largos caminos ajenos.


"Ophelia", de Marta Blasco, cogido de www.martamoro.com.
Se desnudó muy despacio, mientras se llenaba el fondo de la bañera con agua muy caliente. En ningún momento añadió tibieza a la sauna en la que se estaba transformando la habitación. Había que purificar el cuerpo y la mente todo de golpe, y nada frío podía, ni debía, interponerse en su intento de catarsis completa de su persona.
Primero introdujo el pie y aspiró el aire por la impresión que le produjo en los dedos el tacto del agua hirviendo. El intenso dolor se frenó justo unos centímetros por debajo de la rodilla cuando llegó a palpar con alivio la base de la bañera. Mientras ese miembro se le insensibilizaba por la acción del calor, muy lentamente levantó el otro pie por encima del borde y repitió la operación. Allí se quedó de pie, con una mano asiendo una sólida manilla plateada aferrada a la pared y los ojos entrecerrados, intentando convencerse de que debía de iniciar el descenso del trasero para acabar sentándose. Así lo hizo dejando escapar el aire en un prolongado gemido hasta que el agua le empezó a calentar la barriga a la altura del estómago. Comenzó a sudar copiosamente perlando la frente y los brazos con gruesas gotas de sal y se dejó caer hacia atrás hasta que únicamente permaneció su cabeza por sobre la humeante superficie. Pensó en uno de sus más íntimos deseos de los últimos años: catar un Pernod Fils con agua fría y azúcar, al estilo de lo que hacían los verdaderos bohemios en el París del siglo XIX, y esperar a que la bellísima y sabia Hada Verde le susurrara intimidades confusas al oído.
Y entonces llegó el sopor.

Soñó con un bosque de piedra gris y desnudos árboles descomunales que apuntaban con sus múltiples brazos hacia una meta inalcanzable en el espacio sideral. Una selva sin ruidos ni movimientos, sin vida de ningún tipo, y una densa capa de lenta ceniza flotante cubriendo el suelo de aspecto lunar. Por encima de todo un tenue cielo violeta vigilaba la armonía de la noche y permitía que las estrellas guiñaran su presencia durante un instante para asomarse al escenario antes de volver a retirarse tras de una niebla lechosa que se recreaba densificándose en espirales móviles. Se buscó a sí mismo, pero no se encontró.
Eso le hizo despertar de golpe y extrañamente descansado, aunque todavía traspuesto.


Árbol de piedra. Cogido del Facebook de ErgoGea.

De hecho, tardó unos largos segundos en ser plenamente consciente de que de algún modo había regresado en cuerpo y alma a la ducha de su piso y que esa molesta voz que escuchaba en la lejanía salía del televisor del vecino de abajo, que tenía abierta la puerta del balcón asomado a la calle Osario. Se encontró a sí mismo aferrado al grifo del agua caliente, de pie sobre el plato y con el agua hirviente cayéndole sobre la cabeza. Lo cerró de inmediato y tuvo la impresión de que la realidad bajo sus pies se tambaleaba. La cerámica parecía transparentarse a medida que su seguridad se esfumaba, hasta que pudo ver y oír de nuevo el océano oscuro agitándose por un furioso viento imperceptible e intentando salpicarle desde abajo.
Por alguna rara razón todavía notaba que algo físico le sostenía impidiéndole caer de nuevo al mar. Pero cuando recapacitó sobre la idea de que de aquel foso inmundo podía surgir de repente cualquier cosa para llevárselo al averno más profundo que existiera en este mundo el soporte invisible estalló como una pompa frágil de jabón, y el pequeño cuarto de baño desapareció de su vista de golpe.
Esta vez no se hundió tanto. Lo suficiente como para poder mirar hacia arriba y comprobar que no había luces de ningún tipo bailando sobre la superficie y lo justo para comprobar que no volvía a estar solo. La sombra entre las sombras se agitaba a su alrededor provocando ondas que su piel lograba percibir con claridad –un sentido muy animal del que desconocía su existencia hasta ese momento–. Lo hacía rápido, porque ya le conocía y detectaba su espanto a través de las corrientes marinas, así que se lanzó a por él.
La primera sensación que tuvo fue que lo impulsaban hacia arriba a una velocidad de vértigo, como una muñeca de trapo en manos de una niño, y ambos saltaron varios metros por encima de la superficie. Justo en lo más alto del salto la presa fue liberada y cayó de nuevo con un intenso chapoteo en las aguas oscuras.
"¿Por qué me caza en la noche?", pensó intentando mantenerse sobre las olas. "¿No es un tiburón, entonces?".
Pero de inmediato notó que le faltaba el aire por el tremendo golpe recibido en el abdomen y fue entonces cuando le empezó a doler todo. Los ojos se le cegaron con breves e intermitentes chispazos de luz blanca, pero lo peor fue esa extraña debilidad que le inundó con náusea creciente en la boca del estómago. La cabeza se le fue para atrás y cerró los ojos mareado.
Había perdido parte de su costado, incluido el riñón derecho y toda la arenilla que allí se le formaba y que solía eliminar orinando chorros rojizos entre intensos escozores justo en el orificio del pene.

"¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios!... ¿Dios?"...

Lo que fuera que le estaba acosando era inmenso, monstruoso, inconmensurable para la razón. Pero es que todo aquello era de un sinsentido absoluto e insano. Y dentro de aquel insensato absurdo le llegó claramente una llamada de tranquilidad en forma de sonido de olas rompiendo contra la costa. A su izquierda, no muy lejos. Aunque, según las circunstancias, bien podría estar a una eternidad de distancia.
Se incorporó como pudo entre nubes cálidas de sangre perdida y se centró en nadar con los párpados bajados siempre en dirección al sonido, evitando pensar en su cazador y dándole vueltas a una pregunta obvia: ¿por qué no me ataca de nuevo?
Ya no había dolor, sólo necesidad de supervivencia; tampoco pánico y sí la acuciante sensación de que se merecía una explicación procediera de donde procediera. Así que siguió nadando ya sin sangrar y con la herida prácticamente cicatrizada por la sal. Recuperando fuerzas con cada brazada encaminada hacia la promesa de una playa por ahora sin formas, pero que sabía estaba ahí esperándole, marcando la nebulosa frontera entre la tierra y el mar.
Nada le molestó y llegó plenamente renovado hasta la arena. Allí se dejó caer boca arriba con las brazos extendidos, pero no se atrevió a palparse la inmensa herida,  sus ojos se acostumbraron a ver y descubrir en la densidad nocturna. Primero, la luna, asomando entre una neblina que jugaba oculta no en el firmamento, sino en su propio iris. Más tarde, algunas estrellas eclipsadas por la cremosa luz de limón del satélite lunar, pero no muchas y por completo diferentes a las que se podían ver desde la ciudad califal.
No reconoció el mapa del cielo, si bien le asombró su pétrea indiferencia ante ese otro hecho inusual. Así que se limitó a palpar la arena, acariciándola sin pasión, con tranquilidad y notando cada grano diferente con sus hipersensibilizadas yemas. Olía a mil fragancias y las reconoció todas, desde las pútridas algas descomponiéndose sobre unas rocas a tres kilómetros de distancia, hasta el guano de las aves depositado sin prisas desde hace décadas sobre las elevadas rocas que se cernían por sobre la playa antes de adentrarse en una tierra casi virgen con perfume a eternidad. Percibió la muy amplia gama de suaves sonidos que lo envolvían sin estridencias, conformando una sinfonía de vida rayando en la perfecta falta de mutación, y allá lejos en el mar lo pudo ver por fin.
Imagen celestial pillada de vejacionesmentales.blogspot.com
Rompía sin salpicar la dulce superficie. Catorce metros de pez y quince toneladas de densa masa muscular controlando solemne su océano. Buscando algo. Quizá a él.
"Algún día, intercambiamos papeles", pensó.
Eso no será necesario, creo.
La voz procedía de alguna parte a su espalda. Se giró sin prisas y alzó las cejas no por la gente que había allí congregada, sino por la cantidad de personas que se le habían acercado o que estaban allí desde siempre sin que él se hubiera apercibido de ello.
A primera vista, parecían conformar un caprichoso ejército de muertos en vida: encorvados, cabizbajos, mutilados, silenciosos, acechantes. Pero su quietud era extrema. Al menos podía contar hasta un centenar de ellos reunidos en la playa. Hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, adolescentes, ancianos, incluso algún que otro viejo decrépito, le miraban sin ningún sentimiento especial reflejado en las pupilas. Quizá pudo desvelar algún brillo de curiosidad en ciertas miradas, pero la inmensa mayoría no mostraba absolutamente nada en sus inexpresivos rostros.
"¿Con qué pregunta empiezo?", se dijo temiendo que un torpe comienzo pudiera dar al traste con la cascada de interrogantes que necesitaban de una respuesta inmediata.
Con la más lógica, ¿no te parece?
Miró al portavoz con fastidio. Le molestaba que alguien rompiera esa intensa calma que había conseguido nada más alcanzar la orilla. Pero su curiosidad fue mayor.
Si haces preguntas concisas, obtendrás respuestas precisas le señaló el hombre anónimo antes de que él pudiera abrir la boca.
Y lo que oyó le acabó gustando.
¿Sigo vivo?
Nunca lo has estado.
¿He muerto?
Percibes un estado de vida diferente. Has cambiado de dimensión, si lo prefieres.
¿Y el tiburón?
¿Qué tiburón?
¿No lo veis allí en el mar? Los interpelados miraron en la dirección que él indicaba.  
Ésa es tu prueba, no la nuestra.
¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
Cada uno tomando un camino diferente.
Pero no es el Cielo.
Ni el Infierno tampoco.
¿El Purgatorio, entonces?
Si lo prefieres así, será tu Purgatorio.
¿Por qué a mí?
¿Por qué a nosotros?
Eso no lo sé.
Nosotros tampoco.
¿Soy como vosotros?
Nadie es igual a nosotros. Nadie es igual a ti.
Pero algo tendremos en común para acabar en el mismo sitio...
Se produjo un denso silencio y por un momento creyó que la conversación había terminado.
A todos nos faltaba el hálito.
Los contempló mejor, y descubrió que, en efecto, las mutilaciones herían sus cuerpos. Todos carecían de una parte de su ser, pero no se mostraban afligidos.
¿Y he de convivir con vosotros?
No.
Cerró los ojos aliviado.
Yo me siento... Bien. Dijo por último.
De repente comprobó que estaba solo en la playa.
Entonces se levantó y con el pecho henchido de esperanza se marchó en busca de Dios tierra adentro.


Cuando su jefe comprobó su ausencia por segundo día consecutivo, le llamó al móvil insistentemente. El siguiente paso lo dio la Policía, que acudió al piso que se asomaba a la calle Osario acompañada de varios bomberos. Pero el apartamento al que accedieron estaba en perfecto silencio. Todas sus pertenencias permanecían en su sitio y los presentes temieron encontrarse ante unos de esos extraños casos de desaparición que tantos quebraderos de cabeza suelen provocar. Al cabo de unos días, la Policía recibió una llamada procedente del Hotel Maimónides. Sabían que había estado allí y su ropa repartida con desorden por la habitación, así como su cartera con todos los papeles que le anclaban a la sociedad y le daban un sentido, así lo confirmaba, pero únicamente aportaban un mayor misterio al caso.
Al cabo de una década la investigación se dio por cerrada y nadie nunca preguntó más por él.


El maestro caballero, al que con toda humildad le dedico este pobre cuento. De actualidadliteratura.com. 



No sé la razón; la desconozco por completo, pero elegí el tema a mitad de la redacción del cuento. Este Señor es Al Wilson y el tema (temazo donde los haya) es The Snake. La descubrí gracias a un DJ de altísimos vuelos a finales de la década de los 80' y principios de los 90' en el siglo pasado, Juanma, que pinchaba en el Anvick madrileño (templo del Mod-ernismo más de calle, pero con una elegancia latente muy por encima de otros antros de la época). Va por vos, Monsieur. (En 2006, el blog Soulcargo publicó algo sobre su desaparición: http://soul-cargo.blogspot.com.es/2006/07/rabia.html).

Para los que no han podido evitar levantarse a bailarlo como posesos, he aquí la inquietante letra y su castellanización:

The Snake (La Serpiente)

On her way to work one morning (Una mañana, de camino al trabajo)
Down the path along side the lake (bajando el sendero que corre al lado del lago)
A tender hearted woman saw a poor half frozen snake (una mujer de corazón tierno vio a una pobre serpiente medio congelada)
His pretty colored skin had been all frosted with the dew (su preciosa piel colorida se había escarchado por completo con el rocío)
"Oh well," she cried, "I'll take you in and I'll take care of you" ("Bueno", sollozó la mujer, "Te llevaré conmigo para cuidarte")
"Take me in oh tender woman ("Llévame contigo, ¡oh, buena mujer!)
Take me in, for heaven's sake (llévame contigo, por el amor de Dios)
Take me in oh tender woman," sighed the snake (llévame contigo, ¡oh, buena mujer!", suspiró la serpiente)
She wrapped him up all cozy in a curvature of silk (Lo* envolvió cómodamente en sus manos de seda)
And then laid him by the fireside with some honey and some milk (y entonces lo acostó junto a la chimenea con un poco de miel y leche)

Now she hurried home from work that night as soon as she arrived (Ahora se da prisa para volver a casa del trabajo esa noche y tan pronto como llegó)
She found that pretty snake she'd taking in had been revived (se encontró a esa preciosa serpiente que se había traído revivida)
"Take me in, oh tender woman ("Llévame contigo, ¡oh, buena mujer!)
Take me in, for heaven's sake (llévame contigo, por el amor de Dios)
Take me in oh tender woman," sighed the snake (llévame contigo, ¡oh, buena mujer!", suspiró la serpiente)
Now she clutched him to her bosom, "You're so beautiful," she cried (Lo atrajo entonces hacia su seno, "Eres tan bello", sollozó) 
"But if I hadn't brought you in by now you might have died" ("Pero si no te hubiera traído conmigo seguramente hubieras muerto")

Now she stroked his pretty skin and then she kissed and held him tight (acarició entonces su hermosa piel y luego lo besó y lo estrechó contra ella)
But instead of saying thanks, that snake gave her a vicious bite (pero mientras le daba las gracias, esa misma serpiente le dio un cruel mordisco)
"Take me in, oh tender woman ("Llévame contigo, ¡oh, buena mujer!)
Take me in, for heaven's sake (llévame contigo, por el amor de Dios)
Take me in oh tender woman," sighed the snake (llévame contigo, ¡oh, buena mujer!", suspiró la serpiente)

"I saved you," cried that woman ("Te salvé", sollozó esa mujer)
"And you've bit me even, why? (y a cambio vas y me muerdes, ¿por qué?")
You know your bite is poisonous and now I'm going to die" ("Sabes bien que tu mordisco es venenoso y ahora voy a morirme")

"Oh shut up, silly woman," said the reptile with a grin ("¡Oh, cállate ya, tonta!", dijo el reptil con una amplia sonrisa)
"You knew damn well I was a snake before you took me in ("Sabías jodidamente bien que era una serpiente antes de que me llevaras contigo")
"Take me in, oh tender woman ("Llévame contigo, ¡oh, buena mujer!)
Take me in, for heaven's sake (llévame contigo, por el amor de Dios)
Take me in oh tender woman," sighed the snake (llévame contigo, ¡oh, buena mujer!", suspiró la serpiente)


*A pesar de aludir a una serpiente, la letra lo califica claramente como del género masculino, por tanto he preferido poner "lo" a "la", ya que la historia va más allá de lo que se narra directamente y tiene segundas y hasta terceras lecturas.


Y como el final no es tan deprimente como en un principio yo pretendía, he aquí algo que rima con isla. The Tokens y su The lion slepps tonight...



Para no quedar mal, la letra y una traducción asequible al 80% de los hispanoahablantes:

The lion sleeps tonight (El león duerme esta noche)

In the jungle (En la jungla)
The mighty jungle (la silenciosa jungla)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)
In the jungle (En la jungla)
The quiet jungle (la inmensa jungla)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)

Aween away aween away aween away... (*)

In the village (En la ciudad)
The quiet village (la silenciosa ciudad)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)
In the village (En la ciudad)
The quiet village (la silenciosa ciudad)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)

Aween away aween away aween away...

Hush my darling (calla, cariño mío)
Don't fear my darling (no tengas miedo, cariño mío)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)
Hush my darling (calla, cariño mío)
Don't fear my darling (no tengas miedo, cariño mío)
The lion sleeps tonight (el león duerme esta noche)

The Lion Sleeps To Night, The Lion Sleeps To Night (el león duerme en la noche, el león duerme en la noche)


(*) Si hubiera que traducir ese galimatías de algún modo, a mi me suena que podría significar algo similar a "a buscarse la vida a otra parte". casi ná.