La dueña, una bretona ultranacionalista de apellido Konan y de nombre Gaëlle, siempre había tenido en mente cómo serían las puertas, o, al menos, la imagen que mostrarían: La del Señor Lobo a cuerpo completo y tamaño natural, sosteniendo la taza mientras soltaba aquella genialidad de frase de "No nos chupemos las pollas todavía". Iban a ser entradas como de saloon del Oeste, abatibles, sólo que más altas y más pesadas para quitarle las ganas a quien quisiera abrirlas de una patada... Y lo consiguió.
Numerosos turistas acudían a las puertas del local sólo para hacerse una foto con el alter ego de Harvey Keitel. Otra cosa bien diferente es que luego entraran dentro. No porque nadie les impidiera la entrada, al menos físicamente, sino más bien por la fama (mala) que tenía.
Por entonces, se formó una banda de niños pijos aburridos que se cansaron de ser buenos y se pasaron al 'lado oscuro' de la vida. Tenían dinero para ello y mucho tiempo que derrochar. Así que buscaron una marca propia, que cobró la forma de botas y botines de piel de serpiente verdes, y una actividad común, la de traer cocaína para sus colegas coqueteando con el lado peligroso de la vida, simplemente por conseguir un poco de excitación en sus fáciles existencias.
Resultó que el negocio era lucrativo, además de divertido, y lo que en principio fue una reunión de amiguetes, acabó transformándose en una organización criminal de primer orden, pero muy discreta, porque aquellos tipos eran como supervillanos: Se disfrazaban para una vida y vestían de marca cara para la 'otra' vida. Y así era más entretenido.
En efecto, el Quentin's pasó a ser 'su' local para disfrutar de fiestas salvajes, donde el lujo, la abundancia y el exceso eran la tónica habitual. Gaëlle les dejaba hacer porque gastaban una cantidad ingente de dinero cada vez que se pasaban por allí, y ellos cumplían los requisitos de la bretona en cuanto a convivencia, modales y formas con el resto de la parroquia, de modo que, a la postre, todo el que estaba presente acababa uniéndose a la interesante bacanal donde corría el polvo blanco con facilidad hasta que el alba les daba a todos un beso en la frente.
Se hacían llamar Los Kobra, con 'k'. Igual pensaban que así no se les ligaría con ese espíritu ultraconservador que en el fondo mantenían caliente en su seno y que hacían valer siempre que podían cuando no calzaban sus botines o botas verdosas. En el local tenían su rincón particular: Un gran 'pozo de conversación' ovalado que se había ejecutado a la derecha de la entrada, al estilo de los que había en los 70' del siglo pasado, con un acceso de tres escalones estrechos y el suelo deprimido en torno a 90 centímetros, además de un montón de sofás y cojines en toda su periferia y sus correspondientes mesas 'quentinizadas'.
Pero si de verdad era famoso el Quentin's era por su música, al margen de toda la parafernalia tarantiniana repartida a lo largo y ancho del local, en paredes, mesas, sillas, suelo y techo. Aquella loca de las brumosas tierras del Oeste céltico idolatraba al realizador norteamericano, se conocía pasajes enteros de sus películas y las había visto todas como mínimo un par de veces. De hecho, hasta tenía un rincón donde vendía todo tipo de camisetas (sin copyright, por supuesto) con los personajes, y eso le suponía una muy interesante fuente de ingresos extras, porque los diseños eran únicos.
Pero volviendo a la música, evidentemente los poderosos altavoces del local escupían a todo volumen los temas que arropaban el ambiente y el clímax de las películas. Había pantallas en las que se reflejaban los momentos estelares, como el baile entre Travolta y Thurman en Pulp Fiction o cuando ésta última desmembraba a decenas de sicarios (88 fanáticos, concretamente) tras haber escuchado el ritmo frenético de las 5.6.7.8's (la propietaria había elaborado su propio montaje con esa larga escena y la canción 'Woo-hoo' adaptándola a los casi 30 minutos que dura la lucha-baile, pero por lo general el volumen era mudo para escuchar la música desde los platos donde se pinchaban vinilos y compactos).
Los Djs que trabajaban en el local sabían que no podían salirse de las canciones que arropaban las películas. Comenzando siempre que fuera posible por Little Green Bag, de George Baker Selection, y rematando (si no venía antes la Policía a cerrar el bar) con After Dark, de los fatídicos Tito & Tarántula, porque, aunque los puretas no consideraban Abierto hasta el amanecer una película propiamente dicha de Tarantino, la historia y el guión eran suyas, y la bretona la tenía claramente entre sus favoritas.
Pero también se produjo una sana competencia por descubrir qué posibles temas podrían formar parte sin chirriar en exceso de la filmografía tarantiniana y se produjo una auténtica obsesión por localizarlas.
Algo similar a lo que en su tiempo dio lugar al movimiento Northern Soul, cuando en Manchester, Wigan, Wolverhampton, Stoke-on-Trent o Birmingham, en plena década de los 70' del siglo pasado, los pinchas trataban de destacar sobre el resto localizando esa pequeña joya soulera 'que nadie más conocía' para acabar quitándoles su brillo 'original' de tanto darlos a conocer. Algo muy común al puto mainstream social (ya sabes, si no puedes con algo, crea insanas alianzas y acaba por absorberlo).
Bastaba con que alguien dijera "Ésta pega en una peli del Tarantino" para que sonara, aunque al final era la dueña quien tenía la última palabra.
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Iconografía fácilmente reconocible por los Mod-ernistas sobre temática Northern Soul cogida de theconversation.com |
Entre ellas podrían haber estado perfectamente las canciones Leaves do fall, de Rosebud; Nobody's Fault But Mine, de Nanda Moura; Rockin' Daddy, de Ricky Rialto & The Green Rats, o incluso Rolling in the Deep, de Adele, si no fuera porque la primera es de 2017; la segunda, de 2021; la tercera, de 2023, y la cuarta, de 2010, y el local tuvo un abrupto final antes de esas fechas.
De hecho, la última película de Tarantino para este establecimiento fue Malditos bastardos, rodada en 2009. Es la ventaja que tiene narrar desde la atemporalidad. A decir verdad, había una que bien podría haber entrado en cualquiera de sus películas por ser de 1970: Demon Lover, de los holandeses Shocking Blue, un temazo que habla de la dependencia sexual de una mujer hacia un hombre, que no es precisamente un angelito, pero que se lo sabía montar muy bien y la tenía bajo su dominio 'demoniaco'. Más de uno (yo y otros) se ha preguntado el motivo de que no apareciera en alguna de sus películas pero sí que haya sido pinchada en ese local. Y algo similar se podría pensar de Kings of the wild frontier, de los maravillosos y estrafalarios Adam & The Ants, o incluso Ride a White Swan, de T. Rex (después de que Boland aparcara su enfermiza obsesión Mod-ernista por la ropa), con una letra que bien podría inspirar, además, algún capítulo de una película suya. En fin.
Hubo, en concreto, un disyoquei (así, como se pronuncia), de nombre Gizem, muy despierto e increíblemente temerario, que se trajo al pub a nombres como Befun, Ben Bostick, Brick Fields, Chaun Davis, Dan Ayalon, John Vincent, Larry And The Lamplighters o Moarn, y obtuvo el reconocimiento de sus colegas y, muy especialmente, de Gaëlle, con la que tuvo el honor y el privilegio de retozar en más de una ocasión, por supuesto cuando ella se lo permitía.
El local era un verdadero templo de excelencia musical, diversión y, como muchos de sus clientes eran políticos y técnicos del Ayuntamiento, además de agentes de Policía, apenas había controles sobre el horario de cierre, muy a pesar de las ingentes quejas vecinales sobre el ruido que se generaba (eso sí, cuando se abrían las puertas, porque dentro estaba completamente insonorizado).
Pero era cierto que se formaban colas a la entrada para acceder al interior que avanzaban con una lentitud pasmosa y, en ocasiones, eso provocaba algunos roces (que podían llegar a ser serios) entre quienes buscaban divertirse y quienes trataban de conciliar el sueño reparador tras una asquerosa y agotadora jornada de trabajo (por aquella época, y hoy en día, igual, lo habitual era trabajar también los fines de semana para llegar con algo menos de asfixia a final de mes).
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Impactante anuncio de los años 90' del siglo pasado contra el consumo de coca en España |
Este detalle es mucho más importante de lo que parece, porque fue una vecina octogenaria la que encendió la mecha que acabaría haciendo saltar por los aires ese local que marcó a fuego las noches cordobesas. La mujer muy afectada de los nervios, se pasaba largas veladas insomnes asomada a la ventana desde la que podía ver el ir y venir de clientes en el pub. Y como la droga lleva campando por este mundo desde casi siempre, pero de forma absolutamente popular desde inicios de la segunda mitad del pasado Siglo XX, cuando todo el mundo podía ser chamán en potencia, la mujer estaba al día de estas cuestiones, y desde el otro lado del cristal de su turbia ventana contempló movimientos que le resultaron por completo sospechosos, si no inquietantes.
Especialmente por el hecho de que algunos de los que estaban dentro, y que curiosamente calzaban unas botas muy llamativas, de cuando en cuando, pero con mucha asiduidad, se llevaban en un aparte a determinadas personas para realizar transacciones en las sombras. Y hasta ella sabía qué estaba pasando.
La avispada anciana llamó a su nieto, que trabajaba en una de las escasísimas industrias que tiene la capital, fabricante de cobre, para que le sirviera de ojos y oídos a una altura mucho mas próxima que la de su segundo piso. Gerardo le debía un inmenso favor a la madre de su madre, ya que se hizo cargo de él y de su educación desde que apenas tenía siete años, justo cuando su padre los abandonó para abrazar botellas en Algeciras y desde allí a costas desconocidas para continuar besando cuellos de cristal y su vieja se fundió con la tierra en un amargo, vertiginoso y posterior viaje de aniquilamiento consentido y propio. Curiosamente, el chaval apenas bebía en ocasiones muy puntuales y de todo polvo blanco o marrón supo alejarse pulcramente con el ejemplo de su mamita siempre fresco en la retina.
Gerardo, como su héroe de papel Bruce Wayne, odiaba lo que había destruido su niñez, y cuando supo por voz de su antepasada lo que se cocía en el local, maquinó un turbio plan de inquietante futuro, más propio del payaso que del murciélago. Aunque de eso no era consciente.
Conocía, por colegas, a los que tenían la nieve tibia por lucrativo negocio. Había uno en concreto con acento asisense que, de vez en vez, se pasaba por la Córdoba española para controlar sus ganancias y su territorio de distribución. La ciudad y su provincia eran más bien lugares de paso, si bien dejaba algunas ganancias que le cubrían ciertos lujos. Pero había notado un preocupante descenso en la venta de su material y no sabía aún a qué achacarlo.
Jamás se le hubiera ocurrido pasarse por el Quentin's. Era más de ir a La Santiaguera a catar mojitos, y de Of Legends, por afinidad y ritmo, pero esa guarida de blanquitos le quedaba muy lejos del pensamiento.
Utiá Soasé, que así se llamaba, se sorprendió cuando le invitaron a través de un nativo, Rafael, a conocer un ambiente distinto al suyo habitual. Bebida, diversión y mujeres; sin poner ni un euro sobre la mesa. Conocía al que se lo planteó, un cliente habitual, buen cliente; buena gente; amigo íntimo del que celebraba su cumpleaños, un tal Gerardo. Y a él le daba igual, con la condición de llevar a alguno de los suyos, no fuera que al final se aburriese antes de tiempo y poder cambiar de planes.
Gerardo había lanzado el anzuelo. Sólo faltaba que el pez lo mordiera y se lo tragara hasta el fondo.
Fue un jueves. Las noches de 'juernes' en Córdoba eran sonadas, aunque más tarde se vinieron abajo. Creo que ya lo he comentado anteriormente, pero es justo repetirse. Al ser una ciudad universitaria, los y las estudiantes que regresaban a sus hogares los fines de semana adelantaban un día la noche de viernes para 'celebrarla' con sus colegas. Dos viernes semanales por el precio de uno. Los locales de ocio nocturno se llenaban de ambiente y el Quentin's más, si cabe. Y Los Kobra no desaprovechaban la ocasión de seguir derrochando dinero, imagen, buen rollo y 'amistad' a raudales.
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Ronda de chupitos coloridos y urgentes |
Evidentemente, si corría el alcohol dulce en forma de millares de minúsculos, urgentes y carísimos chupitos de colores, también lo hacía la coca amarga.
La paciente anciana se posicionó en su atalaya tras el cristal de la ventana. Su nombre clave: Lechuza Invisible. Vio a su vecino del cuarto mirar desesperado la larga fila de parroquianos que esa noche asaltarían el local y que iba densificándose con el paso de los minutos. La mujer sonrió con simpatía hacia él. Las conversaciones cada vez más altas escalaban pacientes hacia los pisos altos de la vecindad.
Procedente desde la Avenida de América un coche se detuvo delante del local y de él descendieron cuatro hombres, mientras un quinto se marchaba para buscar alojamiento temporal para el vehículo. Lechuza Invisible reconoció a su nieto. Nombre Clave: Escolopendra Dorada. Junto a él se encontraba un amigo amante de la música, el sexo, las sustancias psicotrópicas, los vuelos mentales y el dinero (Libélula Azul), que era el que conocía a Utiá Soasé. Nombre Clave: Araña Lobo. El cuarto era su sicario (Sombra Blanca).
Algo instintivo hizo que el portero, tras un rápido vistazo, les dejara acceder los primeros al local, sin que nadie en la cola profiriera queja alguna. Olían a peligro, aunque el aspecto diera a entender todo lo contrario. Lechuza Invisible los contempló entrar y asintió levemente. Su vecino ya no estaba en la calle.
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Marcellus Wallas y Butch Coolidge en apuros |
Araña Lobo tuvo que reconocer en su fuero interno que estaba asombrado por lo que estaba viendo. Miró a Sombra Blanca y le vio sonreír. Buena señal. Pudieron sentarse en una mesa con la imagen de Butch Coolidge y Marcellus Wallace maniatados y a merced de depredadores sexuales depravados. Los dos carteleros se sintieron todavía más a gusto.
Escolopendra Dorada y Libélula Azul fueron a la barra a pedir y a dejar el mensaje de que cada vez que levantaran la mano en la mesa alguien acudiría de inmediato a reponer. Dieron a entender que se iban a gastar una indecente cantidad de dinero y que necesitarían 'algo más' para animarse. El camarero recogió un papel sucio de color amarillo verdoso y dos ceros estampados y puso cara de enterado. La primera ronda se la llevaron ellos mismos con cuatro vasos cada uno hasta arriba de licor.
Como toda buena 'banda', Los Kobra también tenían sus respectivos 'boss' o jefes o líderes, que no eran precisamente ni los más peligrosos ni los más macarras. Sencillamente, eran los que tenían más pasta y sabían divertirse más y mejor que el resto. Entre todos los de esa cúpula blanca destacaba un chaval de la Carretera de Las Ermitas, llamado Hugo.
Su nariz estaba ya insensibilizada por el chispeante polvo blanco que le hacía sentirse invencible ante cualquier circunstancia, agudizaba su ingenio y, ¡qué diablos!, llenaba sus bolsillos para disfrutar a tope de una vida desenfrenada y en loca carrera hacia la autodestrucción. Lo sabía, pero su único afán era que la 'fiesta eterna' en la que estaba inmerso desde la mañana hasta que se metía en la cama (muchas veces despuntando ya el alba) jamás terminara. De hecho, era una persona que no caía mal, extremadamente simpática y hasta generosa con los que estaban a su alrededor. Podía haber sido cualquier cosa que hubiera deseado, con el apoyo económico familiar y su prodigiosa inteligencia, que le sirvió para sacar a más de uno de apuros laborales y sociales, pero optó por ese camino. Sin más. Nombre clave: Luciérnaga Brillante.
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Hans Landa con su vaso de leche en una imagen cogida de Cinéfilos Rebeldes |
Ese jueves de Mayo, mes importante donde los haya para la ciudad de Córdoba, con la Feria de Nuestra Señora de la Salud a la vuelta de la esquina, el local estaba a reventar y todos los principales colegas de Luciérnaga Brillante estaban con él celebrando la vida, a la que exprimían hasta la última gota, en torno a tres mesas (con las imágenes de Mamba Negra, en hiperperfecta curva praxiteliana, y su katana Hattori Hanzō; el standartenführer Hans Landa -nada que ver con nuestro Alfredo- en la cabaña donde 'crea' a su antagonista Shoshanna, y el Señor Naranja chorreando de sangre tumbado en el suelo y con el arma en la mano derecha) que habían juntado en un rincón algo apartado del resto. Lo dicho, Gaëlle les dejaba a su aire, con la única condición de no molestar al resto de la parroquia. Cada uno a lo suyo, era su lema, y había que cumplirlo a rajatabla, porque más de uno sospechaba que la bretona era (literalmente) de armas tomar en caso contrario.
Los potentes altavoces del Quentin's escupían a todo volumen 'Jungle Boogie', de Kool & The Gang, y el ambiente estaba ya en la cresta de la ola. Los colombianos no estaban malagusto y quien tenía disparados los pulsos era Libélula Azul, con los ojos pegados al acorazonado trasero -apenas oculto bajo una estrecha minifalda- de una de Los Kobra, muy mona y que ya le había detectado en la distancia con una mirada de serpiente venenosa. Escolopendra Dorada simplemente fingía divertirse con todos los sentidos pendientes de que la magia de plan funcionara por sí solo. Era imposible juntar alimañas en un mismo espacio limitado sin que no acabaran detectándose más tarde o más temprano.
Finalmente, Libélula Azul apuró su noveno chupito y se lanzó al ataque. Su amigo le dejó hacer despreocupado, porque quizá aquello fuera a estimular el desenlace. Vio cómo la chica se anticipó al deseo del acelerado chaval y se interpuso en su camino antes de que llegara al rincón de Los Kobra. Interpretó desde la distancia una rápida presentación con besos en la mejilla incluidos y luego una pequeña chanza sobre el calzado de la mujer que la hizo sonreír abiertamente. Nombre clave: Mantis Diamantina. Juntos se fundieron con el resto de bailarines en la zona de baile para desmadrarse sin sonrojo. Sonaba entonces 'Nobody but me', de The Human Beinz.
No tardaron mucho en acercarse a la barra para endosarse seguidos cuatro chupitos más de color azul, rojo, verde y violeta. Al rematar el último las bocas de ambos se juntaron empezando a devorarse mutuamente, y hasta Escolopendra Dorada se sorprendió con la velocidad de esa pasión casi involuntaria. Sombra Blanca hizo un gesto a Araña Lobo hacia la pareja y comentó algo a su oído que hizo reír a los dos, pero el tercero no escuchó nada por el atronador ruido de la música.
Fuera del local el tercer colombiano aún no había encontrado aparcamiento y juró en arameo cuando dio su décima vuelta a esa "puta cuadra de mierda" donde no había el menor espacio para un vehículo más. Se iba la noche, dentro estarían ya entonados y mientras él pasando calor y amuermándose hasta extremos insospechados. Nombre clave: Sapo de Caña.
En el rincón de los botines verdes de piel de serpiente ya no cabía un alma. La mesa y el suelo a su alrededor estaba plagada de pequeños vasos de vidrio irrompible, además de líquidos de todo tipo, y la fiesta dio un paso más. Primero con pastillas y luego con polvo blanco a la vista de todos. Muchos se aproximaban al lugar a ver si podían pillar algo, pero eran cortésmente rechazados haciéndoles ver que era territorio privado y no tenían invitación.
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El polvito blanco de la falsa fuerza y de la euforia desenfrenada de securetec.net |
Con 'Hooked on a feeling', de Blue Swede, Mantis Diamantina arrastró a Libélula Azul hasta las mesas de sus amigos y amigas y se los presentó. Con él fueron todo amabilidad y hasta le invitaron a un tirito. Libélula Azul se lo estaba pasando de miedo y hasta llegó un momento en que se olvidó de qué había venido a hacer al Quentin's en ayuda de su buen colega y mejor amigo.
Se había encoñado hasta las trancas de la ingenua belleza de Mantis Diamantina y la nieve le había abierto la mente hasta dos o tres dimensiones más allá. Congenió de veras con Luciérnaga Brillante, porque tenían un talante extremadamente similar, pero cuando estaba riendo el enésimo chiste de su anfitrión, con todo el cuerpo de Mantis amoldado a su lateral, notó algo en la nuca que le hizo girarse. Eran los ojos de Escolopendra Dorada clavados en él con una petición de ayuda para entretener a los colombianos. Así que se despidió del grupo apesadumbrado y a Mantis la citó para más tarde. Si es que había un 'más tarde'.
De vuelta a la mesa siete, la suya, Libélula Azul hizo un gesto al camarero de los 100 euros y éste les hizo llegar un platillo de cristal con perico de la tierra que Araña Lobo reconoció sólo por su color. Sonrió satisfecho y la cató casi sin que nadie lo notara. Sonaba 'Don't let me be misunderstood', de Santa Esmeralda; las palmas iniciales sonaron como un avance de la Feria por venir y la parroquia enloqueció. Era el momento de Los Kobra para hacer negocio y enviaron a dos de sus repartidores a la calle. Los que aún hacían cola fuera reconocieron la señal y por turnos se fueron acercando a las esquinas donde se habían acoplado para la transacción de papel por un instante de delirio, euforia y un pálido reflejo de fortaleza en el alma, la mente y el corazón.
Dio la casualidad de que Sapo de Caña llegaba a pie tras haber encontrado por fin un hueco entre el culo de un Dacia Sandero plateado y un Audi A4 gris perla teniendo que subir a la acera dos ruedas de su Porsche Panamera madeira gold metallic. Vio a uno de los repartidores y se acercó haciéndose pasar por cliente. Le compró una dosis enseñando un diente dorado en su mueca que pretendía ser una sonrisa y se encaminó mosqueado hacia el local donde también entró el primero sin ser molestado. Al pasar las puertas le envolvieron amistosas las notas de 'Stuck in the middle whith you', de Stealers Wheel, pero ni lo notó y localizó al jefe de inmediato. Se aproximó y aguantó estoico la bromita de Araña Lobo sobre su torpeza a la hora de dejar el coche antes de entregarle la bolsita de la discordia.
A Escolopendra Dorada no se le escapó el gesto de disgusto del narcotraficante y vio sus labios formando una palabra incomprensible para él: "Vergajo", seguida de "Bochinchero de los cojones", algo de "Joderle la farra" a alguien y "sacarle por las narices la feca a hostias" mientras sus irritadas pupilas buscaban al culpable de su mala leche. Estaba claro que su plan funcionaba, pero no sabía cómo iba a evolucionar la situación. Estaba solo (y muy inquieto) con los tres colombianos; Libélula Azul había vuelto con Mantis y se habían perdido en el lavabo junto con Luciérnaga Brillante y su acompañante para continuar su fiesta particular que se había elevado un grado más a nivel de perversiones.
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Decoración típica (y con IA) de un baño en un establecimiento de ocio nocturno |
La situación pedía a gritos un tema adecuado y sonó 'Misirou', de Christiaan Janssens. Para entonces Sapo de Caña asaltaba a su proveedor para llevárselo al jefe, mientras Sombra Blanca hacía otro tanto con el segundo, que lo vio venir amenazador y salió por patas ante la estupefacción de la clientela. El otro no tuvo tanta suerte y con la muñeca rota fue arrastrado hasta Araña Lobo, que esperaba en un aparte oscuro para interrogarle sobre ese otro material que le pisaba terreno. Escolopendra Dorada fue en busca de su amigo donde le vio meterse por última vez.
Es curiosa la sensación que provoca entrar en la mayoría de baños de bares, pubs y salas de concierto del mundo. Especialmente de los países con juventud de sangre caliente y ganas de cachondeo. Las paredes y muy especialmente las puertas (cuando aún no las han desquiciado) de los rincones más 'íntimos' para las aguas mayores o las menores femeninas, están llenas, con auténtico 'horror vacui', de mensajes, nombres, motes, grupos musicales de todos los estilos (algunos incluso inventados o todavía por nacer), insultos, palabras gruesas y sacrílegas o dibujos y grafitis de todos los tamaños, tipos y colores. Es como un museo de tiempo atrapado en letras que hipnotiza y te arrastra durante unos minutos abstrayéndote de donde estás.
Y eso mismo le pasó a Escolopendra Dorada al entrar, tras unas densas cortinas de terciopelo rojo, ya descoloridas, en el pasillo que lleva a los excusados; un lugar más amplio de lo que hubiera sospechado, con demasiada gente esperando, trapicheando, dándose el lote o incluso hablando, porque allí la música llegaba amortiguada, como si te hubieran colocado algodones en los oídos. Y ya allí empezaban las pintadas, muchas de ellas fluorescentes y brillantes en la oscuridad. Nadie se fijó en él, pero intuyó que no iba a encontrar a su amigo enseguida y tampoco era plan de dar la sensación de querer colarse antes que los que ya estaban allí. Así que esperó a que las colas se despejaran antes de entrar, primero en el de hombres (donde, ya de paso, se alivió de su necesidad privada) y luego en el de mujeres.
Estaban los cuatro allí (Luciérnaga Brillante se les había unido junto a otra Kobra) y entre pastilla y pastilla se estaban explorando unas a otros y viceversa en busca de un goce sexual de muchos kilates. Abiertamente, ante las que entraban simplemente para orinar, que obviaban el espectáculo tanto al entrar como al salir. Libélula Azul le vio llegar y sonrió como un tonto dando la bienvenida a su amigo. Pero cuando le vio la cara le cambió el gesto. ¿Había empezado a rodar el plan?
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Budd en el desierto con la katana de Hattori Hanzō |
En la sala, al otro lado de la frontera de terciopelo, el pobre camello había acabado de 'cantar', sin excesiva resistencia, señalando al rincón de Los Kobra como los legítimos propietarios del copo de la competencia. Araña Lobo escrutó con una mirada cargada de veneno al grupo de jóvenes alborotadores con aquel calzado tan hortera, mandó a sus dos hombres a despedir con discreción y sin prisas al repartidor y se sentó en la mesa preguntándose dónde estarían sus dos anfitriones.
Sabía ya dónde estaban quienes le habían dañado el negocio. No tenía prisa por actuar ni tampoco tenía artillería apropiada, sólo una navaja de mariposa y un puño americano con púas salientes y aquello requería actuar de forma tajante. Tampoco Sapo de Caña ni Sombra Blanca llevaban fierro, al menos que él supiera, y estaban en inferioridad numérica. La paciencia es la madre de la ciencia, y a él le sobraba, al igual que tiempo. Era de las pocas personas en el mundo que no estaba esclavizado por el reloj, y eso le había librado de úlceras, hipertensiones y estreses molestos. Tardaba en reaccionar, pero cuando lo hacía era contundente y taxativo en sus maneras. Sin florituras ni discursos previos; y limpio. Muy limpio.
En cierto modo, pero sin que él lo supiera, y ya que hablamos del Quentin's, se parecía bastante a Budd, el hermano de Bill, perfectamente interpretado por Michael Madsen en las dos películas, y el único capaz de neutralizar a la Novia (Uma Thurman) sin aspavientos ni alaracas, sólo siendo práctico y paciente. Por cierto, Budd también tenía su propia mesa del pub en la escena del desierto mientras hablaba con un anticuado móvil, sosteniendo con admiración la katana de Hattori Hanzō.
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Una imagen que bien podría haber sido la de Adara cogida de shutterstock.com |
Ahí donde lo ven, Utiá Soatse había aprendido perfectamente inglés, se defendía bastante con el ruso y entendía suficiente mandarín como para no requerir de intérprete, gracias a la paciencia y la falta de prisas. Ya había empezado con el árabe y se había formado por su cuenta en disciplinas varias como la filosofía, las artes y las matemáticas. Su mente era un portento, pero, al igual que Luciérnaga Brillante, prefirió tomar el camino alternativo a lo estandarizado. Ahí podía dar rienda suelta a su vena sádica, una de sus peores y múltiples taras mentales. Su rostro no reflejaba emoción alguna a la espera de que regresaran sus dos colegas y amigos para poner tierra de por medio.
En el pasillo del baño Escolopendra Dorada afeó en un aparte a su amigo por haberse 'aliado con el enemigo', a lo que Libélula Azul se defendió asegurando que Mantis Diamantina era 'diferente' y que le había robado completamente corazón, sexo y alma. En ese momento, los tres Kobra se les unieron para salir a la zona noble del pub, donde ya sonaba 'Run Fay Run', de Isaac Hayes.
A decir verdad, Mantis se había encoñado (literal) de Libélula Azul. Su mero tacto la estremecía como nunca antes nadie lo había conseguido, y le hacía reír. Era tierno y divertido, pero su mano era sabia y firme allí donde acariciaba. Y tenía labia, por no decir que usaba la lengua a la perfección, no sólo para hablar, pero también. Merecía estar en Los Kobra, pero carecía de medios para ello.
Había que estar muy por encima de la media en cuestiones de cartera y talonario para entrar, y estaba segura de que él no querría, por no hablar de una parte influyente de la banda, que se lo estaban tomando demasiado en serio y ya no disfrutaban tanto como al principio. Lo mirarían de arriba abajo antes de bufar y no volver a regalarle ni una palabra. Pero eran los menos. Los demás estaban dentro por la juerga, el cachondeo, la fiesta eterna y la diversión que despertaba a gritos sus almas, aunque mataba no tan lentamente sus dañadas entrañas. Ninguno llegaría de seguir a ese ritmo a los 40, pero, como balbuceaban cuando la voz ya les fallaba, que les quitaran lo bailado... Y el más allá era un simple pozo negro que devoraría sus memorias al que no temían en absoluto.
¿Y ella? Era consciente de su inmenso atractivo físico. La pequeña Adara lo sufrió en el seno de su familia con el acoso constante de su hermano mayor, a espaldas de papá y mamá, demasiado inmersos en sus propias miserias personales como para darse cuenta de nada. Tuvo que resolver el problema por sí misma rompiéndole el brazo con una pesada sartén de hierro que la familia tenía en la cocina para dorar las carnes y dejarlas en su punto o para cocciones a fuego lento. El caso es que una madrugada estival de casi 22 grados la joven se encontraba rebuscando una jarra de agua fresca en la nevera con el corto camisón semitransparente pegado al pecho por el sudor y no se fijó en que el hermanito había llegado medio ebrio y la observaba a espaldas de ella relamiéndose.
Notó unas manos obscenas recorriéndole el cuerpo y cuando unos dedos trataban de rebuscar bajo la minúscula ropa interior reaccionó por fin. Le dio un cabezazo con la nuca en la nariz haciendo que su hermano viera literalmente estrellados puntitos blancos de puro dolor; se dio la vuelta y le empujó contra la isla de la cocina y antes de que pudiera siquiera gritar para insultarla cogió por instinto esa pesada sartén de hierro fundido que usaba la familia para marcar y sellar carnees y pescados y se la lanzó con todas sus fuerzas.
Iba directa hacia su cuello y él levantó la mano para protegerse, pero primero el cúbito y luego el radio se hicieron añicos como cristal podrido con un crujido seco que paralizó a ambos. Él no pudo siquiera gritar mientras le manaba sangre a borbotones de la nariz tratando de colocar en su sitio la mano que le bailaba encogida y ella se marchó a su cuarto, mientras su madre trataba de buscar una explicación a la escena que se encontró entre los vapores alternativos de la fluoxetina.
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Harley Quinn (Margot Robbie) y el Joker (Jared Leto), en un fotograma de 'El escuadrón suicida' |
Ese día algo se le rompió por dentro a Adara, y por esa obscena grieta asomó un nuevo ser menos apegado a la familia, con el sentimiento de culpabilidad totalmente adormecido y con unas increíbles ganas de divertirse al más puro estilo Harley Quinn. En ese momento Mantis Diamantina creía haber encontrado a su Joker particular y se había enamorado hasta el tuétano.
Cuando los cuatro salieron a la luz el enjuto Tarántula Lobo los descubrió y vio que dos de ellos llevaban esos absurdos botines. La niñata pibona de ojos verdes y pelo violeta y su cliente se habían 'encontrado' antes, y, por tanto, no había nada sospechoso en ello, pero el del cumpleaños y otro de esa banda de babosos blanquitos también estaban juntos, con lo que se le disparó una alarma de colores en su despierto cerebro bajo un denso pelo negro pegado a la cabeza con brillantina peinado hacia atrás.
¿Qué estaba pasando aquí? ¿Estaban todos conchabados desde el primer momento? Todo apuntaba a que sí, pero entonces, ¿para qué lo habían traído a este local? ¿Para eliminarlo como competencia directa? ¿Ése era el plan? La verdad es que cuadraba, salvo por un pequeñito detalle de nada: Ninguno de los de la banda le había mirado siquiera, como si no existiera, y mucho menos le conociera. ¿Entonces, qué? Algo se le escapaba y le urgía a actuar cuanto antes, pero ¿para hacer qué?
Por lo pronto, iba a esperar a que llegaran sus dos colegas y lo plantearía en asamblea. Si Sombra Blanca y Sapo de Caña traían armamento, mejor que mejor; si no, entre los tres verían qué hacer.
Entre tanto, alguien 'necesitado' de alegría se acercó a Los Kobra para pedirles material. Le contestaron que para eso había que salir fuera a trapichear con alguno de sus camellos, pero el recién llegado les comentó que no había nadie. Incluso se comentaba que personas extrañas los habían espantado sin miramientos. En ese momento Luciérnaga Brillante llegó a la altura del grupo junto a los demás y le volvieron a narrar lo sucedido, lo que le hizo fruncir el ceño con desconfianza y asombro en busca de culpables. Miró a Mantis Diamantina, pero enseguida la descartó. La conocía demasiado bien y no era en absoluto su forma de actuar. Luego volvió la mirada a Libélula -demasiado 'feliz' como para enterarse de la misa la mitad- y a Escolopendra Dorada con un interrogante en la mirada.
Sonaba 'Street Life', de Randy Crawford, y el ambiente del pub se transformó de golpe en una inmensa y chiclosa burbuja psicodélica en la que el tiempo, el movimiento y hasta el pensamiento se ralentizaron a menos de la mitad de la velocidad normal. Todo, absolutamente todo, se movía a cámara lenta; las palabras sonaban distorsionadas, al igual que la música. Los ojos de Luciérnaga le buscaron muy despacio y una sensación vibrante en la nuca le hizo volverse también de forma espectacular y exasperantemente pausada. Vio entonces a Tarántula Lobo hablar con sus dos amigos, pero a ellos no les afectaba el retardo. Hablaban y gesticulaban con normalidad, como si estuvieran fuera de la distorsión.
"¿Pero qué coño me han hecho éstos?", pensó Escolopendra, creyendo que el fenómeno que estaba experimentando era fruto de que alguien le hubiera puesto algo en su bebida, tal y como cantaban los Ramones en uno de sus mejores temas. Pero no era eso; era el miedo y la sospecha de que el líder de Los Kobra les hubiera descubierto y que Tarántula Lobo hubiera hecho otro tanto, con lo que se encontraría en medio de dos fuegos a punto de estallar. Bueno, él y su amigo, que parecía estar en otro mundo, del mismo modo que le ocurría también a Mantis.
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El Zippo de Sapo de Caña (no, no me lo he inventado; existe) |
Utiá chistó con fastidio cuando sus sicarios le recordaron que fue él mismo quien les prohibió traer armamento de fuego a la fiesta. Cada uno tenía, no obstante, suficientes elementos para generar daño a un buen puñado de personas, incluidas macanas metálicas extensibles, navajas tácticas y hasta un kubotán camuflado como llavero. Pero no sabía lo que tendría el rival, así que su mente comenzó a trabajar incansable. Había algo que siempre le había llamado la atención de Sapo de Caña: Fumaba cigarrillos que él mismo liaba con mimo y paciencia quedándole unos cilindros finos y perfectos sin rastro de hebras de tabaco a uno y otro lado del pitillo, que muy a menudo iba acompañado de algo de polen.
Pero lo mejor era su Zippo. Un ejemplar precioso, con un llamativo diseño en el que se podía ver grabada una calavera fusionada con el mecanismo de un reloj, que bien podría hablar de la fugacidad de la vida, aunque quizá eso podría no casar con la actitud vital de su dueño. ¿Quién sabe? No obstante, se conoce de la existencia en la historia de sicarios-poetas de fama universal, y éste bien podría ser el caso. Sin ir más lejos, estaba Jules Winnfield, plasmado con bastante fidelidad por Tarantino en su película Pulp Fiction, que más de uno piensa que es ficticio, pero un pajarito me ha soplado que no es así...
El caso es que Tarántula Lobo le pidió su mechero a Sapo de Caña y envió a ambos a la barra para que adquirieran varias botellas de ron, vodka (si podía ser de la marca Spirytus, mejor que mejor) y a ser posible de Evercleare y Cocoroco (o cualquier otro aguardiente). En definitiva, todo lo que sobrepasara de los 90 grados de alcohol y ardiera con facilidad.
Cuando Mantis y Libélula sacaron a Gerardo de su especie de letargo con varios zarandeos nada suaves, Escolopendra tuvo que regresar literalmente de nuevo al interior de su cerebro para otear y localizar esa idea tan urgente que le taladraba por dentro y que hacía muy poco tiempo se le había escurrido entre los dedos esquivándole con soltura endiablada por los recovecos de su mente: ¿Por qué diantre estaban allí?, ¿qué demonios pasaba realmente a su alrededor? Y, sobre todo, ¿por qué cojones esa terrible sensación de peligro que le hacía cosquillas en el alma? Finalmente, la memoria le volvió de golpe y pasaron unos pocos segundos antes de que se diera cuenta de lo que le estaban diciendo.
Luciérnaga quería saber si ellos tenían algo que ver con la reciente desaparición de sus camellos en las calles vecinas. La pregunta tenía una sólida razón de base: Nunca antes a Los Kobra les había pasado nada similar, y para más Inri esta única vez coincidía con la presencia de ambos en el pub -por vez primera, les hizo notar, además- acompañados de aquellas otras personas que rezumaban peligro como si fuera densa melaza.
Justo en ese momento Tarántula Lobo los estaba taladrando con la mirada y sus negras pupilas coincidieron con las de Escolopendra y Luciérnaga. Entonces se produjo una especie de interconexión axial a tres bandas en la que cada uno de ellos supo al detalle lo que los otros estaban pensando en ese mismo momento:
Utiá deseaba con toda su alma y pasión desmembrarlos a todos. Nada le hubiera producido más placer. Nada. Se sentía engañado por aquellos dos pingos que le robaban su territorio de caza junto a los hijueputas horteras de los botines verdes y no sabía qué era peor: Si la rivalidad directa con la coca o la sensación de quedar como un idiota novato antes esos güeros imberbes. Se culpaba por su ingenuidad y eso lo proyectaba en forma de agrio odio bílico que saboreaba en los lados de la lengua.
Hugo notó de golpe que su pequeño mundo de fantasía temblaba y se tambaleaba mostrando una inmensa fragilidad ante el menor soplo de adversidad. Quizá una etapa de su vida había acabado para siempre y era el momento de adaptarse a las nuevas circunstancias a velocidad de vértigo. En eso consistía, de hecho, su inteligencia innata: Aprovechar las ocasiones y aferrarse a ellas para ir tirando un día más, una semana, un mes o lo que fuera necesario. Pero nada le había preparado en su fácil vida para el sabor amargo de corteza de lima que deja la decepción en el paladar.
Y Gerardo pensaba en cómo había sido tan tonto como para haberse metido de cabeza en semejante berenjenal. Quería muchísimo a su abuela, la Mama Ela (apelativo ultracariñoso de Rafaela), y quería ayudarla por encima de todas las cosas. Pero ahora notaba que el esfínter y la vejiga se le querían aflojar a marchas forzadas y no sabía si iba a aguantar la suelta múltiple. Tenía cobre frío en la boca de puro miedo.
No lo tuvieron fácil Sapo de Caña (Liam Samuel para sus padres) y Sombra Blanca (Yael Eusebio) para adquirir las botellas encargadas. En el pub no se vendían por unidades como en los supermercados, porque cualquier negocio en ocio nocturno lo que busca es apurar su correspondiente 400% de sobrecoste en forma de chupito o combinado. Pero las abultadas carteras de los dos carteleros acabaron por convencer al camarero de los dos ceros y les acabó cediendo para 'una ardiente fiesta particular' siete botellas de ron, cuatro de tequila, cinco de diferentes tipos de aguardiente y dos de vodka. Todo ello por la generosa cantidad de 433,76 euros.
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Conjunto de menhires de Monteneuf, en el bosque de Broceliande, en Bretaña. Foto cogida 'prestada' del blog vivirorutirna.com |
El camarero los vio alejarse con sus bolsas cargadas en dirección al tipo enjuto y engominado que les esperaba de pie y luego fue a darle el aviso a Gaëlle. Y lo hizo por tres motivos: Porque si ella los veía sin saber nada de antemano podría creer que se trataba de un botellón (el gran rival de los bares y pubs) y eso la cabrearía sobremanera; porque la bretona siempre quería saber quién podría llegar a pasarse con el alcohol y prevenir a tiempo problemas y malos tragos, y porque sencillamente no tenía sentido que alguien pagara tanto por algo que podía adquirir más barato fuera, en cualquier 24 horas, en lugar de seguir apurando la noche a base de sorbos, como hasta ahora venía haciendo aquel estrafalario cuarteto -bueno, ya quinteto- desde que llegó al Quentin's. Era, como mínimo, muy mosqueante y eso también podría llegar a cabrear a la dueña.
Sus enfados eran antológicos.
Gaëlle Konan parecía no encajar en Córdoba. Era muy norteña, muy celosa de su cultura, que ella y los suyos defendían y vanagloriaban todavía en reuniones nocturnas clandestinas político-musicales allá en Pont-ar-Veuzenn-Kimerc'h. Porque el nacionalismo bretón era aún muy intenso e impregnaba Le Faou, aunque ya se había diluido bastante en el resto del país de Hoel y cuna de Maeloc, y en Brest no era más que una sombra en la mente y la memoria rocosa de los más viejos.
Pero fue la ciudad la que hizo que ella encajara. Cómo y por qué acabó en el Sur del país sólo ella lo sabe, y muy probablemente se lo acabará llevando a la tumba cuando le llegue el momento, pero el caso es que se trajo consigo una maña natural para los negocios de hostelería (esto no es un secreto, lo heredo de su madre, Michelle Kersulec, empresaria y cocinera), y Córdoba es de las que abre los brazos sin reservas a todo aquél o aquélla que ofrezca comida de calidad y bebida para el asueto. Y más cuando se trata de alguien de una belleza inusual como la de Gaëlle (en la que tenían gran parte de la culpa sus ojos verde esmeralda, su pelo cobrizo y sus pecas sobre su pequeña nariz puntiaguda), muy a pesar de que era menuda y extremadamente nerviosa como para haber nacido en el Norte. Era una persona muy difícil de amar en el tiempo, aunque extremadamente atractiva como para hacer el amor con ella cada vez que se daba la ocasión y -como ya hemos dejado bien claro- sólo cuando ella lo permitía.
Cuando el camarero le explicó la situación, alzó una ceja -la izquierda- con preocupada curiosidad y se aproximó al lugar de la barra donde estaban los nuevos, muy inquieta por esa luz roja de alarma que se le había encendido en el cerebro de forma natural, fruto de la clandestinidad de sus actividades de antaño.
De un vistazo vio el panorama. Tenso como un tempestad a punto de desatarse, con ese olor a ozono eléctrico previo al primer relámpago, que cobró forma de primer Molotov ardiente arrojado en mitad de las mesas de Los Kobra.
El rincón prendió con rapidez por la cantidad de alcohol derramado por todas partes y pilló a dos de los que festejaban la vida de lleno: Sus ropas y pelos comenzaron a arder entre alaridos de pánico y dolor, mientras los demás trataban de apartarse de ellos a la mayor velocidad que les permitían sus respectivas borracheras. El resto del pub aún no se había enterado de gran cosa, ni siquiera Luciérnaga pudo reaccionar a tiempo y mucho menos Escolopendra, que seguía exactamente en la misma a posición.
Por el contrario, Gaëll introdujo con una rapidez pasmosa las manos bajo la barra junto al rincón donde se almacenaban los barriles de cerveza y sacó una recortada de dos caños cargada con sendos cartuchos de postas. Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de lanzarse el segundo Molotov disparó uno de los plomos que se abrieron en busca de libertad y acabaron por alojarse en la botella ya en el aire haciéndola estallar en llamas en pleno aire abrasándole la mano a Sapo de Caña, pero también en el rostro de Sombra Blanca y Araña Lobo, aunque el primero salió peor parado.
Sombra Blanca perdió el ojo izquierdo y la nariz. Araña Lobo recibió uno de los plomos en la sien haciéndole catar un dolor exquisito que le hizo morderse el labio inferior.
El disparo sí fue escuchado alto y claro en el local y eso causó una desordenada estampida humana hacia la calle salvadora de fuego y plomo. En mitad del caos Araña Lobo sacó la navaja. Se encontraba solo. Sus dos sicarios estaban fuera de combate. Vivos, pero inutilizados para pelear. Sorteó a los que huían y se encaminó directamente hacia Luciérnaga Brillante, que trataba de ayudar a algunos de los suyos a despejar su rincón especial entre llamas crecientes y humo denso con olor a carne quemada. No lo vio venir, pero la navaja no se clavó en su espalda, sino en el costado de Mantis que se interpuso en el último momento en su trayectoria.
Araña Lobo mostró los dientes con disgusto y recibió en el bazo un segundo disparo casi a quemarropa de la bretona. Aquello le hizo retroceder herido y sangrante en busca de sus dos muchachos para desaparecer antes de que apareciera la Policía, los bomberos, las ambulancias y todo tipo de vehículos tuneados con sirenas y luces giratorias y parpadeantes.
Escolopendra Dorada había sido testigo de lujo, mudo y silencioso, en primerísima primera fila de todo el desastre causado por su ingenuo plan. Pero miraba desconsolado a su amigo abrazar a Mantis, que no parecía reaccionar ni a sus llamadas ni a las de Luciérnaga hasta que éste la alzó del suelo sin esfuerzo aparente para llevársela de allí.
Jamás había pensado en ella como en un objeto follable. No le atraía en ese sentido. Pero sí sentía un profundo cariño casi fraternal hacia ella y se le estaba escapando el alma por la boca viéndola tan quieta, tan pálida, tan callada. Sin respiración aparente. Finalmente salieron también a la calle dejando detrás a una desolada Gaëll que contemplaba con ojos secos y llorando por dentro cómo se esfumaba su negocio y su vida transformados en vivas pavesas multicolores elevándose hacia un techo recalentado.
En los altavoces todavía sonaban las notas del 'I Gotcha', de Joe Tex, antes de que el sonido comenzará a perderse consumido también por las llamas, cuando uno de sus camareros la sacó por fin a rastras para ponerla a salvo.
Así fue el ominoso final del Quentin's para mayor felicidad del vecindario y serios lamentos por parte de los amantes de la noche en la ciudad de los califas. He de añadir que en las reseñas periodísticas se expuso el suceso como un simple incendio y no salieron a la luz ningún otro hecho de los ocurridos en el interior aquella madrugada. De ello se encargaron algunos de sus clientes más destacados y el silencio cumplió su cometido.
También he de decir que muy poco después, una vez se saneó el local de los efectos del fuego, otro pub ocupó su lugar y los vecinos volvieron a sufrir los envites del ocio nocturno. Mismos perros con distintos collares.
Y lo siento mucho, pero poco más supe del resto de protagonistas de la historia, aunque en los días siguientes no hubo obituarios de personas jóvenes, si bien el Hospital Reina Sofía de Córdoba y el Virgen del Rocío de Sevilla tuvieron bastante trabajo en las horas siguientes al incendio.
Y ahora una de esas canciones que bien podrían haber sonado en el Quentin's, pero nunca lo hicieron. Es Adele y su 'Rolling in the deep'. Y también el 'Aberdeen' de Avi Kaplan, porque me da la santa gana.
There's a fire starting in my heart (Hay un fuego que se inicia en mi corazón) Reaching a fever pitch and it's bringing me out the dark (que está llegando a su punto álgido y me saca de la oscuridad)
Finally I can see you crystal clear (finalmente, puedo verte con claridad cristalina)
Go 'head and sell me out and I'll lay your ship bare (venga, véndeme y dejaré tu barco al descubierto)
See how I leave with every piece of you (Mira cómo me voy con cada pedazo de ti)
Don't underestimate the things that I will do (No subestimes las cosas que haré)
There's a fire starting in my heart (Hay un fuego que se inicia en mi corazón)
Reaching a fever pitch and its bringing me out the dark (que está llegando a su punto álgido y me saca de la oscuridad)
The scars of your love remind me of us (Las cicatrices de tu amor me recuerdan a nosotros)
They keep me thinking that we almost had it all (Me siguen haciendo pensando que casi lo teníamos todo)
The scars of your love they leave me breathless, I can't help feeling (Las cicatrices de tu amor me dejan sin aliento, no puedo evitar sentirlo) We could have had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
The scars of your love they leave me breathless, I can't help feeling (Las cicatrices de tu amor me dejan sin aliento, no puedo evitar sentirlo) We could have had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
Rolling in the deep (Rodando en la profundidad)
(Tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
You had my heart inside of your hand (tenías mi corazón en tus manos)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
And you played it to the beat (Y jugaste con él al ritmo)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
Baby I have no story to be told (Cariño, no tengo ninguna historia que contar.)
But I've heard one on you and I'm gonna make your head burn (Pero he oído uno sobre ti y voy a hacer que tu cabeza arda)
Think of me in the depths of your despair (Piensa en mí en lo más profundo de tu desesperación)
Making a home down there 'cause mine sure won't be shared (Haciendo un hogar allí abajo porque el mío seguro que no será compartido)
The scars of your love remind me of us (Las cicatrices de tu amor me recuerdan a nosotros)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
They keep me thinking that we almost had it all (Me siguen haciendo pensando que casi lo teníamos todo)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
The scars of your love they leave me breathless, I can't help feeling (Las cicatrices de tu amor me dejan sin aliento, no puedo evitar sentirlo)
We could have had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
Rolling in the deep (Rodando en la profundidad)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
You had my heart inside of your hand (tenías mi corazón en tus manos)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
And you played it to the beat (pero jugaste con él al ritmo)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
We could've had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
Rolling in the deep (Rodando en la profundidad)
You had my heart inside your hand (tenías mi corazón en tus manos)
But you played it with a beating (pero jugaste con él y le diste una paliza)
Throw your soul through every open door (tira tu alma por cada puerta abierta)
Count your blessings to find what you look for (Cuenta tus bendiciones para encontrar lo que buscas)
Turned my sorrow into treasured gold (Convirtió mi dolor en oro preciado)
You pay me back in kind and reap just what you sow (Me pagas con la misma moneda y cosechas exactamente lo que siembras.)
We could've had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
We could've had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
It all, it all, it all, (todo, todo, todo)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
We could have had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
Rolling in the deep (Rodando en la profundidad)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
You had my heart inside of your hand (tenías mi corazón en tus manos)
(you're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
And you played it to the beat (pero jugaste con él al ritmo)
(tears are gonna fall, rolling in the deep) (Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo)
We could've had it all (Lo podríamos haber tenido todo)
(You're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
Rolling in the deep (Rodando en la profundidad)
(Las lágrimas caerán, rodando en lo profundo) (Tears are gonna fall, rolling in the deep)
You had my heart inside your hand (tenías mi corazón en tus manos)
(You're gonna wish you never had met me) (Desearás no haberme conocido nunca)
But you played it, you played it, you played it, you played it (pero jugaste, jugaste, jugaste, jugaste con él)
To the beat (al ritmo).
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