lunes, 20 de enero de 2014

El tamborilero

Aquí tenemos otra historia escrita en mis inicios que se enmarca en la famosa Batalla de Elviña, muy cerquita de A Coruña. Por entonces, carecíamos de Internet y no podíamos acceder de inmediato a importantes detalles, como puede ocurrir ahora, para recrear una narración. Así que las fuentes que se usaban provenían de oriundos de un lugar que habían escuchado historias y que luego te narraban con orgullo mal disimulado, porque su tierra chica formó parte de la Historia, con mayúsculas, modelándola. En Pamplona, mientras estudiaba Periodismo, me codeé con un buen número de gallegos de todo tipo, desde amantes de lo fantástico (curiosamente, los que optaron por carreras de ciencias) hasta los que más se aferraban a una realidad impoluta y que coincidían con los que estudiaban de Derecho. El caso es que uno de ellos (no recuerdo bien el bando al que pertenecía) me contó esta curiosidad de la Guerra de la Independencia española, y yo no desaproveché la ocasión de plasmar mi punto de vista sobre ella en forma de cuento (quien tenga memoria reconocerá detrás también el claro influjo de Barry Lindon, película realizada por Stanley Kubrick en 1975, y que tuve la inmensa suerte de ver en pantalla grande con mi buen amigo Pedro Burzaco en los Cines Iturrama). Se enmarca dentro de la serie "Cuentos Absurdos", he realizado una serie de modificaciones actuales para que adquiriera cierto barniz histórico y se titula:

Representación de la Batalla de Elviña. El cuadro está en la actualidad en el Palacio de Versalles.

EL TAMBORILERO

El capitán Creagh, del Regimiento 51 de Highlanders, miró al cielo del mediodía, en el que se empezaban a formar nubarrones, aunque el sol se hacía notar a través de los cada vez más escasos claros que, de cuando en cuando, se abrían allá en lo alto. Se había puesto una mano en la frente haciéndole sombra sobre los ojos que, a pesar de todo, guiñaban a la luz. Fue bajando lentamente la cabeza, saboreando el paisaje gallego. Le resultaba increíble el parecido de esta tierra con su natal Escocia.
Cuando llegó a España había creído que iba a encontrarse con un secarral desierto y árido y plagado de víboras, pero en vez de arena tenía yerba verde bajo sus pies y en vez de serpientes que las había, y en abundancia, pero bien ocultas— halló refrescantes ríos donde saciar la sed. Eso sí, la huida del Ejército británico acosado por el mismísimo emperador francés había sido un desastre y también le había mostrado la peor cara de aquel sureño país bajo el frío y la nieve embarrada, por lo que un poco de sol, que era el mismo en todas partes, era muy de agradecer en aquel gris y gélido invierno.
Miró hacia la extensión que tenía delante, de espaldas a la costa, y admiró el contraste: verde puro contra azul puro; "una esmeralda junto a un zafiro", se dijo el capitán.
Se olvidó finalmente del panorama para fijarse en sus hombres. Gente dura; algunos jóvenes, otros no tanto, y todos valientes y sufridos.
Eran soldados escoceses elegidos expresamente para retener a las tropas francesas el tiempo suficiente como para que en retaguardia, allá en La Coruña, el grueso del ejército inglés desembarcara hacia las islas, a casa, para lamer sus heridas y regresar algo más repuestos. Ésa era la idea del general Moore. El viejo militar era un astuto y curtido hueso bien duro de roer y a los gabachos, como gustaban en llamar los españoles a los casacas azules, se les podía atragantar si se lo intentaban tragar.
Su compañía se encontraba a la izquierda del frente inglés, si bien el veterano líder, al frente de la Brigada 95 de Infantería de Fusileros, se había llevado por ahora la peor parte de la refriega. Pero la Union Jack todavía hondeaba orgullosa en el centro de la cuña británica y en aquél de los varios recesos que se suelen producir en mitad de una batalla como aquélla, considerada "civilizada", el capitán se permitió el lujo de contemplar aquel trapo tricolor que abrigaba bajo su maternal yugo a galeses, ingleses, irlandeses y escoceses por igual. De hecho, a su alrededor el Regimiento 50 de Fusileros Reales Galeses estaba siendo despedazado por la artillería desplegada por el indeciso, aunque inteligente, mariscal Soult.
Creagh pensó en los pocos de los suyos que sobrevivirían aquel día. Por un momento creyó verlos igual que si fueran carneros caminando hacia el matadero, auténtica y literal carne de cañón; pero luego, enfadándose consigo mismo, desechó la idea.
—No. Son hombres —susurró mirando al suelo mientras cerraba la mano en un puño de enojo y vergüenza hacia su persona.
—¿Señor? —Era el joven tamborilero Finbar O'Rourke. Un nativo de Cork de apenas quince años, que se había extrañado sinceramente al oír hablar a su lado al capitán. Éste se le quedó mirando un momento.
"Por Dios, pero si es un niño", pensó y le apoyó con cariño la mano en la cabeza.
—No pasa nada, chaval —le respondió y se alejó en busca del sargento Adair Irwin.
Lo encontró departiendo animadamente en gaélico con un soldado raso de nombre Dermoth acerca de las mujeres de pelo pajizo que les aguardaban en su tierra y de lo que él haría en ese mismo momento con una de ellas si la tuviera a mano. Ambos se reían a carcajadas. No en balde, todavía guardaban algunas botellas de vino procedentes del saqueo sistemático realizado en todas las casas que se habían encontrado por el camino en dirección al puerto salvador.
Thoir Toigh! Cum samhach! —Le advirtió entonces el soldado con un ligero acento pastoso y el sargento se giró con una agilidad pasmosa para su gigantesco tamaño cuadrándose ante el capitán. Creagh respondió al saludo con desgana y volvió a pasear la mirada por la zona con los brazos en jarras.
—Irwin... De los españoles no se ven ni las sombras. ¡Maldita sea! —Gritó el capitán—. ¿No es ésta su guerra?
El sargento miró a su vez en la dirección que contemplaba su superior y se rascó sus rojizas y abundantes patillas.
Aspecto que tiene un highlander del 42
Regimiento en las guerras napoleónicas.
cogido de accionunoseis.org.
—Sin duda, señor. Pero ellos tienen otras batallas que atender. Eso sin contar los que ya han caído junto a nosotros en la retirada y que dos de sus regimientos nos apoyan desde la ciudad —comentó prudente—. En cierto modo, lo nuestro es una escaramuza que no les concierne del todo. El enano corso sabe bien lo que se hace...
—¡Así se queden helados los malditos franceses con este frío venido del Infierno! —Respondió el capitán mientras se secaba el sudor con un pañuelo sucio de sangre y ceniza tras quitarse el sombrero.
—Señor —exclamó el sargento—, si lo ve conveniente a la tropa se le podría dar un pequeño respiro. Llevamos horas de tensión y de combate y los franceses nos acosan, pero no terminan de atacar.
El capitán miró a Irwin con una sonrisa irónica.
—¿Cansado, sargento?
—¡Dios me libre, señor! En mi familia nunca estuvieron permitidos esos lujos más propios de nobles que de una plebe pobre como las ratas; no sé si me entiende —respondió el aludido casi con indignación—. Lo digo más bien por ellos.
El capitán miró a sus hombres, se volvió a cubrir con el sombrero y mientras se alejaba dijo:
—Evidentemente, por ellos. Está bien, dé la orden. Pero que los hombres se vayan alternando.
Irwin comenzó a gritar bien alto para que toda la compañía le pudiera escuchar sin excesivos problemas.
—¡Atención! —Los soldados se tensaron con un entrechocar de talones y armas recogidas en los arsenales coruñeses—. ¡Primer batallón! ¡Sobre el lugar... Descansen!
La mayor parte se dejó caer al suelo con satisfacción y comenzaron a charlar como si se encontraran a miles de kilómetros de allí, aislándose del desastre que se cernía a su alrededor. El resto se mantuvo alerta a los movimientos del enemigo, que en cualquier momento podría reiniciar las hostilidades hacia la zona en la que se encontraban, muy próxima a un lugar llamado Pedralonga.
Caía la tarde y las sombras se alargaban para devorar con hambre los perfiles de todo lo tangible e intangible. Durante ese mínimo periodo de tranquilidad Finbar O'Rourke contemplaba pensativo su tambor. No comprendía exactamente la razón por la que se había presentado voluntario para aquel suicidio. Quizá fuera porque no tenía familia ni en Irlanda ni mucho menos en España, o quizá creyera bueno transformarse en un héroe y entrar a formar parte de una Historia que se teñía cada vez más de negro bajo la oscura sombra de Napoleón. Un emperador absolutista, con Julio César y Alejandro Magno como principales ejemplos en los que reflejarse, que tuvo sus orígenes en una teórica Revolución del pueblo para el pueblo, y a la que acabó traicionando con un golpe de estado por el bien de una Francia que medraría como nunca gobernada por su férrea mano.
Pero la política no le importaba al joven tamborilero ni tampoco a los soldados con los que compartía camaradería y destino y que en ese momento tenían ánimos para bromear incluso sobre la muerte.
—¿Os habéis dado cuenta? —Dijo uno de ellos señalando con el dedo por encima del hombro hacia retaguardia—. Esos cretinos han dado por segura nuestra muerte.
—¿Por qué lo dices? —Quisieron saber varios a la vez; en sus caras se leía una curiosa alegría. Esperaban que el chiste fuera bueno.
—Ni siquiera nos han dejado víveres para la cena de hoy.
Por un momento se hizo el silencio y poco después un coro de risas sacó a Finbar de su ensueño. El chaval también sonrió, aunque ligeramente.
Creagh contemplaba estas muestras de ánimo con satisfacción. "¡Qué ser tan curioso el hombre! —Caviló—; éstos van a la muerte y se lo toman a broma. Realmente asombroso".
Uno de los cabos se le acercó corriendo e hizo el saludo antes de informarle:
—Señor, los franceses —tenía la respiración entrecortada por el ansia.
—¿Se mueven?
—Han formado para el avance delante de nosotros.
—Bien. Avise al sargento Irwin. Que se presente de inmediato ante mí —fue hacia el bulto donde se acomodaban sus enseres personales y sacó un catalejo, regalo personal del propio comandante Wesley. Lo desplegó por completo y avanzó unos pasos antes de llevárselo al ojo. A su lado aparecieron el sargento y el cabo.
—¿Señor? —Preguntó Irwin en posición de firmes y bastante más despejado que antes.
—El general Hope ya debe de estar al tanto, pero envíe a un hombre a darle aviso y esperaremos órdenes —dijo Creagh sin sacarse el catalejo del ojo—. ¡Por San Jorge que vamos a tener un buen baile! Nos tocan unos cuantos...
La masa de soldados bajo el mando del muy astuto general Delaborde se desplazaba hacia el valle donde se encontraba la minúscula localidad de Pedralonga. En el centro de las líneas británicas los franceses habían concentrado el fuego de artillería y la batalla allí estaba resultando especialmente dura y sangrienta.
"Nos toca de nuevo", se dijo el capitán, mientras calculaba las fuerzas enemigas a las que se tenía que enfrentar en pocos minutos.
—¿Cuántos cree que son, señor?
—Unos cinco mil... Quizá más —respondió su superior sin inmutarse—. Pero no hay caballería y tienen muy pocos cañones.
La orden no vino de Hope, sino del general Leith, que se encontraba a su derecha, y no era otra que acudir al encuentro de los franceses. Por entonces, el general Moore había fallecido en combate, mientras que su sucesor, el general Baird estaba muy malherido, con lo que Hope se hizo con el mando supremo. Pero de eso los escoceses no tenían noticias.  
—Tenemos trabajo, Irwin, y hay que hacerlo deprisa y bien.
El sargento volvió a saludar y se alejó gritando órdenes. La compañía ya estaba preparada y el sargento se encontró a todos de pie y dispuestos para cualquier eventualidad. Sus caras, sin embargo, mostraban una gravedad gris y macilenta y más de uno tuvo que disimular sus náuseas.

Un tamborilero y un gaitero vestidos a la manera de las guerras napoleónicas. Foto cogida de royalgreenjackets.blogspot.com.es.
—¡En formación! ¡Muchachos! ¡Deprisa! Vamos a defender con uñas y dientes el vino que nos hemos encontrado por el camino. Que no caida en manos de los franceses.
Hubo algunas risas, pero enseguida el entrechocar de armas dio paso a un silencio inquietante. La brisa fresca movía los penachos de sus gorras y traía el ruido de cientos de pies avanzando en la distancia y algunas órdenes gritadas en francés.
El capitán Creagh llegó a paso firme y se colocó de espaldas a sus hombres, en primera línea. Detrás de él se situó el sargento, aguardando paciente. Miraba al cielo, pero no rezaba. Su superior le habló sin volverse para mirarle.
—Nuestra compañía abrirá la marcha. Estaremos apoyados por otras dos compañías de fusileros ingleses y galeses que nos flanquearán en el avance —luego elevó la voz para que todo el mundo le escuchara—. ¡Por la gloria de Escocia en nuestros corazones! ¡Quiero que la música suene bien alta por encima de los disparos!... ¡Aaaatención!
Creagh desenvainó su espada y los 350 hombres de su compañía comenzaron a escuchar el sonido de una decena de roncones sonando a la vez. Enseguida las gaitas interpretaron "Highland Laddie", la melodía tan conocida por aquellos rudos hijos de la Caledonia céltica. La sangre empezó a bullir en sus venas y sin moverse del sitio comenzaron a marcar el ritmo con los pies.
El capitán dio la orden de avance y, al mismo tiempo que entraba el redoble de los tambores, toda la compañía se puso en marcha.
Finbar superó el terror inicial gracias a la música. Golpeaba frenéticamente el parche de su instrumento junto a otros cuatro chicos que caminaban a sus lados. Detrás de él iban los soldados con sus fusiles en bajo y las ballonetas caladas. Miró al capitan que marchaba a buen ritmo con el sable descansando sobre el hombro.
Los franceses se habían detenido poco antes de alcanzar Pedralonga. Todavía estaban lejos y no se escuchaban disparos. Frente a ellos se habían colocado las piezas de artillería —no más de seis— y numerosos efectivos de artillería. Galeses e ingleses también habían iniciado el avance a ritmo de tambores y flautines de guerra. Los últimos estarían acosados por la mitad de los 1.600 dragones del general Lorges. El joven tamborilero analizó fríamente su situación y consideró que era mejor que la de una carga de caballería, aunque en aquel terreno abrupto y plagado de obstáculo la efectividad en combate de aquellos animales era por completo nula.
Monumento a Sir John Moore donde cayó en la batalla.
Había prisa. La tarde se movía con rapidez y la débil luz invernal del sol en breve se apagaría. Sault no las tenía todas consigo, y no se atrevía a lanzar un ataque final, porque podría derivar en un auténtico desastre. Pero los británicos querían tener cerrada la evacuación del ejército esa misma noche. Así que la labor de los voluntarios que quedaban en el frente era la de seguir frenando la falta natural de iniciativa por parte del enemigo y evitar que éste acabara utilizando su cañones contra los barcos fondeados en la bahía de A Coruña.
El primer disparo de cañón sobresaltó al joven. Era un proyectil de cálculo. Cayó a unos veinte metros delante de la compañía, abriendo una espantosa herida negra en el verde del valle. No volvió a escuchar más cañonazos hasta que llegaron a la altura del hueco producido por la primera granada. Entonces las seis bocas vomitaron sus balas a discreción y fue como estar en el corazón de una tormenta espantosa. Tardaron algunos segundos en caer a tierra, y cuando lo hicieron varios cuerpos destrozados quedaron esparcidos por la yerba sin darles tiempos a gritar.
Las gaitas plañeron más fuerte y los tambores golpearon duro el cuero para ensordecer el rugido de las detonaciones. Los franceses esperaron a regular el tiro otra vez y de nuevo abrieron fuego. Una bomba estalló delante de Finbar levantando terrones de tierra y piedras que golpearon en su tambor y le hirieron e las piernas desnudas bajo el kilt verde del uniforme escocés. Su cara se oscureció con el humo y de la boca le salían esputos terrosos.
Observó al capitán que continuaba igual de erguido, mirando siempre adelante. Había perdido el sombrero y su peluca blanca quedaba a la vista de sus hombres. El sargento Irwin había caído decapitado por una bala de cañón que le arrancó de cuajo la cabeza, y era un cabo el que ahora ocupaba su puesto. A partir de entonces y hasta el final los cañones no cesaron en su empeño de desgarrar la carne y los huesos de los furiosos escoceses. Finbar imitó al capitán: apuntó la cara al frente, pero sin ver el objetivo; sólo caminaba, siempre, sin pausa, pensando que quizá así lograría esquivar a la muerte.
Sus compañeros caían en silencio, ahorrando aspavientos, como si fueran muñecos de trapo sin el sostén que proporciona la vida. De cuando en cuando, Finbar llegaba a divisar los huecos que dejaban a su lado los muertos.
Sonaron los primeros disparos de fusil: una interminable hilera de franceses abría fuego dejando cantidad de pequeñas nubes de humo blanco que se elevaban hacia el cielo, indiferentes al pedestre escenario de la guerra. Las redondas balas la mayoría de las veces no eran mortales, pero sí muy dolorosas y, a la larga, el herido no llegaba a salvarse. Tras la compañía el campo aparecía sembrado de moribundos que gemían con los brazos en alto solicitando ayuda.
Creagh recibió el primer impacto en la pierna. Dio un traspié y se tuvo que apoyar en la espada para no caer. Finbar vio cómo aquel hombre realizaba enormes esfuerzos por incorporarse y antes de que el resto del grupo le alcanzara, él ya estaba de pie y andando a buen paso. Cada movimiento de sus piernas hacía que el capitán encogiera la boca en un gesto de dolor y que un chorro de sangre manara libremente de la herida. Los ojos del capitán apenas podían enfocar nada a través de los chispazos de luz que le provoca aquel tormento.
Los escoceses por fin abrieron fuego y algún que otro francés cayó del mismo modo: en silencio y sin gestos superfluos. Simplemente morían.
Quedaban pocos galeses a su izquierda y de los ingleses no se sabía nada; había un silencio inquietante en su zona. Finbar temió que hubieran muerto todos, aunque en realidad las otras dos compañías se habían replegado concentrando en los soldados gaélicos la totalidad del fuego enemigo.
Sin embargo, el momento más angustioso para el joven irlandés fue cuando notó que el sonido de las gaitas y tambores había disminuido drásticamente, y que el ruido de pasos marcando el ritmo en tierra era débil, casi imperceptible a sus espaldas. "¡Dios mío! No hay casi nadie. Me estoy quedando solo", pensó asustado sin atreverse a echar un vistazo ni atrás ni a los lados, aunque la tentación era intensa.
En otra tanda de disparos el capitán cayó por fin. Se quedó apoyado en rodillas y manos y con la cabeza gacha. Finbar recibió un proyectil en el tambor, pero no se dio ni cuenta, ya que en ese momento estaba dando la vuelta al instrumento para continuar golpeándolo en su parte inferior; la otra se había roto.
Justo entonces se percibió del absoluto silencio que se había hecho en el campo. No había música ni pasos a su alrededor, y los franceses que entreveía a través de las columnas de humo habían dejado de disparar. Finbar se encontraba al lado de su capitán, que jadeaba con rabia defendiendo el último aliento de vida. El joven comenzó a llorar quedamente y notó la mano de Creagh que le empujaba, animándole a seguir.
—Venga, muchacho... ¡Adelante!
Finbar vaciló un instante, contemplando la súplica en los ojos del capitán.
—¡Vamos! —Repitió éste y Finbar comenzó a tocar de nuevo, avanzando poco a poco al principio, tratando de disimular el temblor de sus piernas, y al ritmo después.
Justo detrás, Creagh había empezado a entonar como buenamente podía el "Rules Britannia", pero parte del aire se le escapaba en burbujeantes espumarajos rosados por sus perforados pulmones.
Delante los franceses se habían transformado en formas borrosas a causa de las lágrimas. Varios de ellos se cuadraron ante Finbar formando un pasillo para dejarle pasar con las armas en alto, saludando al valiente hijo de Hibernia.
Creagh había dejado de cantar y yacía muerto en tierra ahogado en su propia sangre, y Finbar avanzaba hacia adelante, con el sol poniente a su espalda, redoblando con fuerza su tambor.
La misión se había cumplido.





Representación de una carga de infantería británica en las guerras napoleónicas. Cogida de www.hisinsa.com
Por alusiones, voy a introducir dos videoclips de Barry Lindon. El primero es la Marcha del Liliburlero, una delicia para el cuerpo y el alma:



La siguiente es British Grenadiers y una danza tradicional con la forma de bailar típica irlandesa, bajo el título de "Piper's Maggot Jig" e interpretada por The Chieftains.



Y una de los temas más célebres del grupo Luar Na Lubre, gallegos hasta la médula, "O Son Do Ar", del que Mike Oldfield quedó por completo prendado (y no me extraña).



Por cierto que si alguna productora gallega tiene la buena idea de llevar esta batalla al cine, no va a tener problemas con los extras, porque cada año en A Coruña se celebra el aniversario de este encuentro bélico entre casacas rojas y azules con una representación muy bien ambientada. He aquí una pequeña muestra:




El toque Mod-ernista: The Jam y su "The Eton Rifles".


2 comentarios:

  1. Es lamentable, pero me he visto en la obligación de tener que retirar algunas cuestiones de la entrada para incluir el tema de los Jam. No entiendo este tipo de limitaciones en un medio que, en teoría, tendría que ser ilimitado, pero, en fin. Así que lo añado a continuación.
    Si alguien quiere conocer un poco más a Sir John Moore, que se lea este enlace. Se centra sobre todo en su figura, es cortito, pero bastante emotivo:
    http://institucional.us.es/revistas/philologia/5/art_29.pdf

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  2. Y ahora la letra de Eton Rifles, de The Jam:

    The Eton Rifles (Los Rifles de Eton*)

    Sup up your beer and collect your fags (Bebed las cervezas y recoged a vuestros maricas)
    There's a row going on down near Slough. (ya hay una fila que desciende cerca de Slough**).
    Get out your mat and pray to the West. (Saca tu alfombra y ponte a orar de cara al Oeste).
    I'll get out mine and pray for myself. (Yo sacaré la mía y rezaré por mí).

    Thought you were smart when you took them on, (Pensé que erais listos cuando os trajeron)
    But you didn't take a peep in their artillery room. (Pero ni siquiera echasteis una ojeada al cuarto que tienen de artillería).
    All that rugby puts hairs on your chest. (Todo ese rugby hace que os salga el pelo en el pecho)
    What chance have you got against a tie and a crest? (¿Qué posibilidades tenéis contra una corbata y una cresta?)

    Hello-Hurrah - what a nice day for the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Qué bonito día para los Rifles de Eton)
    Hello-Hurrah - I hope rain stops play for the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Espero que la lluvia deje de caer para los Rifles de Eton)

    Thought you were clever when you lit the fuse, (Pensé que érais inteligentes cuando encendisteis la mecha)
    Tore down the house of commons in your brand new shoes, (Derribasteis la Cámara de los Comunes con vuestros zapatos nuevos)
    Composed a revolutionary symphony, (Componiendo una sinfonía revolucionaria)
    Then went to bed with a charming young thing. (Para luego ir a la cama con un jovencito encantador)

    Hello-Hurrah - cheers then, mate. It's the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Bridemos, pues, chavales. Son los Rifles de Eton)
    Hello-Hurrah - an extremist scrape with the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Un limpieza extremista con los Rifles de Eton)

    What a catalyst you turned out to be: (Vaya catalizador que resultasteis ser:)
    Loaded the guns, then you run off home for your tea - (Teníais las armas cargadas y entonces os largasteis a casa para tomar el té)
    Left me standing like a guilty schoolboy... (Me dejasteis firme como un colegial culpable...)

    What a catalyst you turned out to be: (Vaya catalizador que resultasteis ser:)
    Loaded the guns, then you run off home for your tea - (Teníais las armas cargadas y entonces os largasteis a casa para tomar el té)
    Left me standing like a naughty schoolboy... (Me dejasteis firme como un colegial culpable...)

    We came out of it naturally the worst: (Salimos de ahí naturalmente como lo peor:)
    Beaten and bloody, and I was sick down my shirt. (Golpeados y ensangrentados, y estaba enfermo hasta los huesos)
    We were no match for their untamed wit, (No fuimos rival para su salvaje ingenio)
    Though some of the lads said they'd be back next week. (Aunque algunos de los muchachos dijeron que volveríamos la semana que viene)

    Hello-Hurrah - it's the price to pay to the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Es el precio que hay que pagar a los Rifles de Eton)
    Hello-Hurrah - I'd prefer the plague to the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Prefiero a una plaga antes que a los Rifles de Eton)

    Hello-Hurrah - it's the price to pay to the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Es el precio que hay que pagar a los Rifles de Eton)

    Hello-Hurrah - I'd prefer the plague to the Eton Rifles. (¡Hola! ¡Hurra! Prefiero a una plaga antes que a los Rifles de Eton)


    * Eton es un prestigioso colegio sólo para chicos.
    **Slough es una ciudad del condado de Berkshire.

    Encantadores muchachos, según Paul Weller, ¿verdad? ¿Alguien ha notado que el Modfather da a entender que en los colegios británicos y en las academias británicas hay cierto tufillo homosexual?

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