miércoles, 8 de enero de 2014

La sombra del Kraken

Otro cuento de mi juventud más bisoña plagado de errores, ideas simplistas y visiones sin profundidad, pero me gusta el trasfondo, a pesar de que apenas sí hay acción en su interior. Por cierto, que hablando del Kraken, más de un productor de cine debería de echar un buen vistazo a esto (una genial obra de Jordi Benet y Antonio Segura) para ver si alguien tiene la estupenda y maravillosa idea de adaptarlo al cine: http://www.morbidofest.com/kraken-comic-resena-especial/.
El cuento está fechado el 18 de Junio de 1990 y la ubicación, Bilbao, pero no pertenece a la saga de "Cuentos absurdos". Se titula:


¡Ja, ja, ja! ¿Quién fue primero, el cuento o el dibujo? ¡Jo, jo, jo!

La sombra del Kraken

No soplaba ni una gota de viento. El drakkar se mecía tenuemente casi sin avanzar desde hacía varias horas; el tiempo necesario para que los remeros se tomaran un buen descanso antes de volver a introducir sus crujientes remos en el agua para bogar rumbo hacia un punto indefinido. Varios marineros mantenían la mirada en la vela que caía floja, como muerta, apoyándose contra el elevado mástil, envolviéndolo en un inútil y colorido abrazo de tela.
Si al menos se levantara el aire tendrían la oportunidad de alcanzar tierra firme en cualquier parte antes de que los víveres empezaran a escasear. Pero los dioses impertérritos continuaban sordos ante las plegarias. Los hombres deben de saber desenvolverse por sí mismos, aceptando con resignación el fruto de sus propios actos responsables. Sin embargo, la enorme e inconmensurable libertad humana a veces resulta ínfima frente al poder de los elementos o ante la sospecha de la soledad más absoluta.
La mar los había engañado. A todos: líderes y seguidores por igual. Perdidos, ahora erraban sin saber a ciencia cierta hacia dónde se encaminaba el navío, minúsculo en la inmensidad de un siempre cambiante escenario empapado por las olas. El cabecilla de la expedición callaba sin apartar los ojos grises de la superficie del agua, tan clara que parecían adivinarse las rocas del fondo. De repente su corazón dio un vuelco en el pecho; bajo el barco vio deslizarse una gigantesca sombra que desapareció enseguida.
"Es... Imposible", pensó aferrando con fuerza el timón.
—¡Lo he visto! —Señaló uno de los remeros llamado Einar.
—¿El qué? —Le preguntó otro que se situaba justo a su espalda.
—Al Kraken.
Un silencio pesado recorrió toda la embarcación. Todos aquellos espíritus supersticiosos se dedicaron a buscar en las verdosas olas con angustia, a base de ojeadas furtivas, sin atreverse a mirar directamente a aquel mar tan cálido y tan lejano ya de sus hogares. El Kraken huele el miedo, y basta con demostrarlo para que él surja desde lo más profundo. El jefe se giró en redondo y dio la orden de avanzar. Había que apartar a un lado la ominosa idea del monstruo si no quería que se le amotinara la tripulación:
—¡Remad ahora! ¡Ya está bien de descanso! —Gritó furioso.
—¿Remar? ¿Hacía dónde? —Siseó con rabia Einar—. ¿Sabes tú acaso dónde estamos?
Uno de sus compañeros, al que llamaban Erik, le hizo callar aplicándole una patada entre los omóplatos. Acto seguido el barco surcaba con buena marcha las aguas apacibles. Hermund, el jefe, volvió a dar la espalda a sus hombres y continuó cavilando.
Niebla en el mar, fotografía de Enrique López Núñez,
extraída de www.artelista.com
Mal había empezado el viaje para ellos. Habían salido desde el puerto islandés de Skutulsfjördur para dirigirse a Irlanda con la idea de encontrar allí un buen botín, pero a mitad del camino apareció la nieba, tan espesa como el aliento de los hrímþursar, que les hizo perder de vista a los otros tres barcos de la expedición, y que les mantuvo vagando por el mar durante horas. Al dispersarse la densa bruma se hallaron navegando en medio de un mar tranquilo y totalmente diferente al que ellos estaban acostumbrados a cruzar en su viajes. El gris plomizo de las aguas habían pasado a un azul purísimo y tan reluciente que casi hería los ojos. Era como si hubieran dado un salto dimensional de un punto a otro del planeta. El fenómeno desconcertó a los norteños, pero, en principio, no podían echar la culpa a nadie. Eso sí, las provisiones de comida y agua comenzaban a reducirse de forma drástica, especialmente por la sed que causaba el calor de aquella parte del mundo, y eso significaba sufrimiento. Una aflicción de la que alguien, por fuerza, debería responder más tarde o más temprano. Muchos rostros barbados se fijaban en los anchos hombros de su líder. La víctima. Pero, a pesar de todo, ninguno osaba todavía hacerle frente y se limitaban a escupir y cuchichearse unos a otros su creciente malestar.
Un joven se levantó del grupo de remeros y fue hasta el jefe para hablar directamente con él en voz baja:
—Tío —llamó el joven. Hermund se volvió con las pobladas cejas alzadas, recién salido de su ensimismamiento. Continuaba manteniendo los brazos cruzados sobre el pecho, presto a escuchar las palabras de su sobrino—. Éstos quieren explicaciones de lo que está ocurriendo. El agua y la comida no durarán más de un día y los nervios empiezan a fallar.
El jefe sonrió y apoyó un brazo robusto como rama de roble en el hombro del muchacho.
—Escucha, Eigil —dijo entonces—, ni siquiera yo sé dónde nos encontramos ni lo que nos ha pasado. Pero estoy seguro de que tenemos que llegar a algún sitio si seguimos remando. Es de lógica.
—Pero podemos caer en el Abismo —respondió el joven intentando no mostrar pánico en la voz. Una cosa era morir en combate y otra bien distinta era desaparecer sin rastro del Mundo hacia un destino desconocido del que su alma bien podría quedar apresada para siempre sin posibilidad de redimirse nunca ni ante los suyos ni ante sus dioses. Una idea que a los ojos de aquellos rudos hijos del Norte resultaba del todo insoportable.
—¡Maldita sea, Eigil! Yo nunca he creído en esas tonterías. Fíjate bien —el hombretón ofreció con la mano extendida a su sobrino la clara línea del horizonte—, ¿te das cuenta? ¿Ves algo especial?
El mozo negó moviendo la cabeza.
—El horizonte no es recto. Se curva un poco. Míralo bien. Si la Tierra se acabara en algún lugar se vería liso como el corte de un hacha y los barcos no desaparecerían detrás del mar —los ojos del jefe chispearon con cierta locura genial—. La Tierra me parece a mí que no debe de acabar nunca, y te aseguro que aún tienen que haber territorios desconocidos, repletos de riquezas esperando al audaz que se atreva a acercarse a ellos.
—Pero, tío, aunque llegáramos allí alguna vez, ¿cómo sabríamos el camino de vuelta si ahora no sabemos ni dónde estamos? —Preguntó Eigil, quien, por su juventud, desconocía el arte de guiarse por las estrellas, mientras que su tío había observado que las constelaciones no se parecían en nada a las que él estaba acostumbrado a seguir.

Placa que representa a Odín y sus cuervos.
Cogida de www.mythmaiden.com
—Los dioses saben lo que hacen y nos ayudarán. Ellos querrán que sus hijos vuelvan a su lugar de nacimiento antes que encontrar una muerte deshonrosa por hambre o sed.
—Hasta ahora, ni Thor ni Tyrr ni el propio Odín nos han escuchado. Pero quizá...
—¡Eigil! —Le atajó Hermund con fastidio—. Te he dicho mil veces que no debes nombrar nunca, nunca, nunca a ese nuevo Dios venido del Sur. Traerías la desgracia sobre nuestras cabezas. Tú eres hijo de Wotta y a él has de rendir culto.
El joven vio la ira reflejada en el encarnado rostro de su pariente. Por eso cambió de tema rápidamente:
—También está el Kraken. Algunos lo han visto, o por lo menos eso es lo que dicen...
El rictus del hombre varió y su frente se ensombreció mientras que las mejillas enjutas pasaron a adquirir un notable color blanco. Antes de contestar tuvo que tragar saliva:
—Tonterías —señaló con un hilo de voz—. El Kraken sólo ataca a los barcos que se han mostrado manifiestamente cobardes en el combate, y nosotros únicamente nos hemos perdido...
—Hay alguno que dice que tú has hecho perder el rumbo queriendo, por temor a llegar a Irlanda.
—¿Quién habla de esa manera? —Preguntó el jefe más con rabia que con curiosidad.
—Ése que se hace llamar Woden.
—¡Ja! Nunca debimos dejar que embarcara con nosotros a ese bastardo sajón embaucador. Supongo que no pisaremos tierra sin que le oigamos hablar de nuevo. Pero es también posible que él no acabe el viaje con la cabeza todavía sobre los hombros. hora vuelve a tu puesto. Quizá el viento comience a soplar antes de anochecer.
Pero el viento no llegó, ni en el crepúsculo ni con la aurora del nuevo día. A mitad de esa agotadora jornada el agua se había acabado. Ninguno de los islandeses se quejó; se limitaban a mover los remos marcando un ritmo interno, siguiendo el compás de sus corazones que les llamaba a no abandonar la lucha y seguir vivos un día más, una hora más, un segundo más. Pero el sajón al caer la tarde soltó la pala y se quedó de brazos caídos en su sitio. El jefe no perdió la oportunidad para desahogarse con él:
—¡Eh, Woden! ¿Quién te ha mandado parar? ¡Sigue remando, maldito seas, sajón hijo de una perra sin nombre!
El interpelado respondió en perfecto islandés, aunque cargado de acento:
—¡Hermund! ¡Todo esto es culpa tuya! Nosotros creíamos que nos dirigíamos a Irlanda, peri tú nos has mentido —los demás dejaron de remar también. Eigil estudiaba sus rostros con preocupación creciente—. Hábilmente te separaste de los otros barcos y en tu intento de regresar nos hemos perdido.
—Te advierto, Woden, que es mejor que mantengas tu sucia lengua sin moverse más dentro de la boca bien cerrada.
—Eres un cobarde, Hermund; tienes miedo a pelear. La vejez te ha debilitado y nos estás poniendo a todos en peligro: tu temor atraerá a ese Kraken vuestro contra nosotros —respondió el sajón, a pesar de que él no creía en la existencia de semejante monstruo marino, pero el hazar le brindaba una oportunidad única de hacerse con el mando de la nave y liderar su propia expedición a coste cero.
Aquello, de hecho, fue suficiente para que los demás guerreros murmuraran afirmando las palabras del extranjero. El jefe se llevó con disimulo la mano hasta su espada, escondida bajo la gruesa capa de piel que le cubría desde los hombros hasta casi los tobillos. Su joven sobrino, por su parte, también se levantó y tomó sus armas.
—¿Es que no lo veis? —Siguió diciendo Woden, dirigiéndose a los sedientos marineros—. No vamos a ninguna parte. Ni siquiera los dioses nos envían un buen viento. Es mejor variar de rumbo.
—¿Y a dónde irías, perro? —Le increpó el jefe con desprecio—. ¿Sabrías tú buscar un rumbo mejor?
—Es mejor dar la vuelta y regresar sobre nuestros pasos, quizá así encontremos el camino a casa.
—El sajón tiene razón —sentenció uno de los marineros más veteranos de nombre Snorry, apoyado con gestos afirmativos de cabeza por varios de sus compañeros—. Si volvemos es probable que salgamos de aquí de una vez.
—Ya veo lo buen marinos que sois todos —Hermund medía con la mirada a los que tenía delante, uno por uno—. Ni siquiera os habéis dado cuenta de que hemos navegado en círculos y ya no es posible dar con el camino de vuelta. Además, volver sobre nuestros pasos implica, como mínimo, los mismos días que ya llevamos navegando y el agua se nos ha agotado por completo.
Imagen de la Cruz del Sur, por la que se intentó
guiar el protagonista de esta historia.
Tomada de www.cielosur.com
El jefe no andaba muy desencaminado, ya que por la noche, cuando todos descansaban, el barco se había desplazado al libre albedrío de las mareas. Sin embargo, Hermund siempre había navegado con el sol a su izquierda, procurando moverse hacia el Norte. Con la llegada de las densas sombras el líder había intentado encontrar sin éxito la estrella Polar, pero se había fijado en un grupo de cinco soles que parecían indicar el Sur, por lo que siempre que podía intentaba dirigirse en dirección contraria. Aún así, la navegación había resultado especialmente caótica y en su fuero interno reconocía que estaba por completo perdido.
De todas formas, su media mentira tuvo el efecto deseado: soliviantar lo suficiente a Woden como para que éste le atacara. Si Hermund conseguía acabar con él los demás dejarían de escuchar sus emponzoñadas palabras para continuar bajo sus órdenes. Eso no resolvería la penosa situación del grupo, pero sí, al menos, el problema más perentorio. Ya habría tiempo de pensar en una solución para el resto.
—¡Lo sabías y no nos has dicho nada! ¡Realmente buscas nuestra perdición! —Woden tomó un hacha de guerra y avanzó hacia Hermund con los dientes prietos. El líder de la expedición tiró de la espada y aguardó a que el otro le alcanzara. Al mismo tiempo, un grupo de hombres se habían armado con sus lanzas, pero Eigil se interpuso entre ellos y su tío dispuesto a derramar la sangre de los de su raza su fuera necesario.
Antes de que se produjera el arrostramiento entre Hermund y Woden el barco se agitó violentamente haciendo que todos rodaran por el suelo. Los ojos se abrieron con terror. Incluso Hermund sintió la punzada del miedo. Continuaron sin moverse durante un instante, aunque no ocurrió nada más. Woden, entonces, se incorporó y atacó al jefe. De un solo golpe cortó la mano armada de su oponente y así lo dejó a su merced. Los demás se tiraron sobre Eigil y lo dejaron muerto sobre el entablado de cubierta, atravesado por numerosos venablos.
El jefe siguió la escena sin emitir queja alguna, pero dentro de él bullía un odio inmenso por aquella que había sido su tripulación. Hermund rezó a todos los dioses que él conocía, incluso al que prohibía a Eigil ni siquiera su mención, y les pedía venganza sobre esos hombres que tenía delante, especialmente contra Woden.
Los amotinados prefirieron no dar muerte a su antiguo líder, a pesar de que la opinión del sajón era bien diferente.
—Ya hemos causado suficiente dolor a Islandia por hoy —consideró Snorry—. No, es mejor abandonarlo en el mar y que los dioses decidan sobre su suerte. Hermund ya tiene suficiente castigo con una muerte sin honor.
Lo llevaron hasta el barco menor que se encontraba amarrado en la popa de la embarcación principal. Allí le dejaron con sus armas y el cuerpo de su sobrino. Después Hermund, el olvidado, los vio alejarse, mientras el cielo se oscurecía con nubarrones que anunciaban tormenta.
No transcurrió mucho tiempo antes de que el antiguo capitán del drakkar pudiera observar, con los cabellos erizados por el horror, cómo el barco de los amotinados era arrastrado a las profundidades del mar por dos gigantescos tentáculos que desaparecieron de inmediato junto con la nave. Ni un grito, ni un solo rastro de sus compañeros, por mucho que luego Hermund los buscara vagando por la zona donde se había producido el desastre. La última visión que había tenido de ellos fue el remolino formado por la rauda engullida, y cuyas ondas hicieron oscilar su barquicuelo durante unos instantes. Después, nada.
El Kraken había actuado por fin.
Algunas horas más tarde, con las primeras gotas de lluvia mojando su largo cabello y cuando todavía Hermund seguía cavilando sobre lo ocurrido, las aguas se oscurecieron rizándose con el viento que se había levantado. La pequeña vela se hinchó moviendo la nave con velocidad. Los ojos del veterano pirata adivinaron tierra en lontananza y hacia allí apuntó la quilla con un áspero grito surgido de su reseca garganta.


Representación de un "Architeuthis dux" (calamar gigante) atacando a un cachalote. Tomada de laexuberanciadehades.wordpress.com.
Tan de lógica como que la Tierra no es una mesa con los bordes derrochando agua de los mares y océanos para regar las estrellas del Firmamento es que en esta entrada canten Los Nikis su llamativo Olaf el Vikingo (así no tengo que traducir la letra).


Y también este instrumental de los Mighty Vikings, titulado "Mitzle's Ska".


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