miércoles, 7 de noviembre de 2012

Iria (una utopía)


No creí que pudiera existir nada similar a lo descrito en el relato, pero la realidad siempre, siempre, siempre sobrepasa a la ficción. Esto que se ve aquí es el Desierto de los desterrados, en Islandia, cogido de www.fotonatura.org. Allí se enviaban a los asesinos y demás personal considerados la escoria social para morir o si sobrevivían, rehabilitarse.


“Allá, en la tierra de Iria, en mitad de la más árida nada esteparia, se alza un avejentado baluarte de plomo y barro; abrasador y ardiente bajo el aplastante sol del verano y helado hasta quemar la piel con las ventosas mordidas matutinas del gris invierno. Es inmenso en altura, aunque mediano en extensión. Depende su percepción, sobre todo, de las personas que haya confinadas en su interior en un momento determinado, pero todos sus habitantes tienen marcado en lo más profundo de sus ojos un mismo origen: las mazmorras infestadas de ratas de la lejana capital, Lasombre.
“Y también comparten idéntico destino: morir en el olvido, lejos de todo y de todos. Desaparecer de la memoria colectiva de un pueblo que se deshace de ellos por ser los putrescentes despojos de una sociedad a la que ofende la vileza de haber nacido pobre, haber surgido llorando del seno de una puta, haber sido alejado del cariño familiar tras su abandono en plena calle o ser, sencillamente, en algo diferentes.
“El roce del viento es lo más similar a un beso que se estila por aquellos lares. El gruñido de odio es el saludo habitual –si no es más bien una amenaza–, y la única música de la que se puede disfrutar es el sonido de una paliza brutal propinada para arrancar a golpes de bastón candente el alma en jirones de un cuerpo falto de fuerza y de energía para seguir existiendo.
“Era, es y será el lugar más parecido al concepto de Infierno en la Tierra: Piedra, polvo y lodo en la boca; lacerados dedos de yemas sangrantes y sin uñas y amarillentos ojos secos de tanto llorar en silencio ácido esmeralda y dorado sulfuro. Allí los sentidos se envilecen, la edad se marchita y el espíritu se encoje bajo una lluvia incesante de malos augurios, esperanzas muertas, pensamientos funestos y fuentes de diarrea existencial.
Muy inquietante imagen elaborada por Anton Semenov, pillada de www.inkultmagazine.com, que se me antoja lo más parecido a lo que se puede encontrar en un Infierno cualquiera. Quizá el tuyo.
“ ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!...

“…Siempre. Nunca. Palabras que pesan como losas por su tremendo sentido realista…
“…Y aún así, muchos de los que allí habitan se sienten más libres que los que dicen serlo en el resto del orbe. Quizá sea porque tienen tiempo de pensar en que existen y que son, a pesar de lo absurdo que puede resultar semejante reflexión.
“Puede también que porque sean capaces de sentir crecer en sus pechos el vértigo de la existencia inyectando en momentos de soledad infinita ese chorro de adrenalina suficiente para hace volar los corazones hasta desbocarse durante un precioso e intenso segundo. Y hay veces, incluso, en los que una sonrisa de asombro ha iluminado, como si saliera el sol en plena noche, alguna celda y los guardias sombríos no se han atrevido a indagar la razón de ese extraño fulgor apenas percibido por ojos que no sean los de un búho nocturno.
Estrella moribunda, del blog www.lapandorica.com
“Son instantes casi divinos que, por ser a la vez profundamente humanos, ahondan en el mayor de los contrastes percibidos. Porque mientras que en el seno de una prisión perdida se sigue absorbiendo a pequeños sorbos la vida áspera y amarga, fuera las hordas de muertos que se mueven continúan agotando sus densas existencias sin vivir realmente. Repitiendo, una y otra vez, los mismos pensamientos, manteniendo idénticos anhelos, realizando gestos gemelos y ya aprendidos, soltando sin hablar palabras repetidas y sin contenido profundo, ofreciendo egoístas besos sin pasión, lanzando miradas sin inteligencia ni curiosidad. Es el mundo terrible del nada asombra y todo aburre; del estar de vuelta de todo o de la pose excesiva para demostrar que se es un espíritu libre tras haberse asomado a todos y cada uno de los rincones del mundo para regresar trayendo consigo, como una carga inútil, el mensaje de que no hay nada diferente bajo el mismo sol y en un planeta demasiado pequeño para los espíritus ociosos.

“Holgada disparidad en la que a un lado se concentran las existencias teñidas de blanco que se pierden en las sombras, frente a las profundamente grises resaltando sin perfiles bajo el colorido y amplio vacío del exterior. Vidas intermitentemente plenas en un extremo, o presencias continuas, pero flojas e inertes, casi inapetentes, en el opuesto.
“Eso es lo que ha llegado a representar Iria en la mente del colectivo hastiado por la ausencia de novedades. Iria es la capacidad de recuperar el orgullo de seguir siendo, a pesar de los obstáculos. Iria es respirar conscientemente el aire que nos rodea y notar que con cada bocanada fresca el cuerpo se revigoriza para seguir avanzando paso a paso. Iria es negarse a que el músculo se agote definitivamente. Iria es esa brazada de más que se da pese al agotamiento extremo cuando tienes la playa a la vista, al alcance de los dedos. Iria es negarse a dejar de ser. Iria es intentar ser inmortales mientras dura un pestañeo de los párpados. Iria es heroicidad en estado puro.
Espectro de las almas blancas, de es.artquid.com
“Pensad en Iria cuando el abrir los ojos por la mañana sea una tarea ingrata e imposible de cumplir. Invocad a Iria cuando creáis que el amor se ha extinguido definitivamente en vuestros pechos. Recordad a Iria cuando la nada viscosa y vermiforme se apodere de vuestros pensamientos. Despertad a Iria cuando penséis que ya es demasiado tarde para empezar de nuevo”.
El portavoz de la Divinidad, desde su improvisado atril en la plaza central de Lasombre, se cayó un momento y recorrió con la mirada al ejército de desesperados que tenía delante. Nadie se movía. Querían más; lo necesitaban, carentes de esperanza como estaban. Pero ya no había nada más que añadir, tan sólo plantearles la cuestión que bien podría prender con su chispa la llama de la revolución o bien acabaría perdiéndose con el viento en alguno de los rincones del mundo hasta dispersarse como si nunca antes la hubieran pronunciado:
“¿Qué es preferible para vosotros? ¿Ser realmente libres en Iria, saberos hombres y mujeres plenos de existencia en esas sombras tan llenas de vida o recrearos en una opulencia vana, sin esperanza ni futuro que os ofrece una ciudad ardiente bajo el sol, que esclaviza las mentes a cambio de vuestra mismísima esencia?”
El silencio se hizo insoportable. Una gota enorme resbaló por la sien derecha del portavoz de la Divinidad hasta alcanzar la comisura de su labio. Abajo, la masa humana se contemplaba con prudencia, intentando adivinar en el ojo del vecino cuál tendría que ser la mejor respuesta, cuando ésta se encontraba en el interior de cada uno. Se oía el viento azotar las cabelleras y arriba en los balcones de los edificios más altos que rodeaban la plaza central, por encima del pueblo, esperaba la respuesta el estamento de los privilegiados.
No había ejército en Lasombre. No hacía falta. Se había logrado adormecer los instintos primarios de la población a base de abundante ocio gratuito para sus escasos momentos de esparcimiento y alimento excesivamente asequible, suficiente como para abastecer las diferentes necesidades que se habían creado de forma artificial según cada barriada y mantenerlas a todas ellas agónicamente sumisas. A cambio, sólo reclamaban el mantenimiento absoluto de esa élite dedicada exclusivamente a la contemplación y la vida pasiva, sin reservas y con una fidelidad a prueba de toda duda. Los gobernantes sabían que eso no podría durar más allá de tres o cuatro generaciones, pero no importaba. Tenían trabajando de forma incansable a un ingente grupo de expertos para crear nuevas formas de diversión sin coste alguno a fin de seguir envileciendo los espíritus durante los años venideros.
De cuando en cuando, permitían que alguno de la base particularmente maleable ascendiera a las alturas para demostrar que existía permeabilidad entre estamentos, pero no era más que un espejismo. Previamente, se practicaba un exhaustivo examen del individuo para determinar su ausencia absoluta de escrúpulos antes de siquiera plantearle la posibilidad de seguir manteniendo inamovible el número de privilegiados o de ingresar algo de sangre fresca, bella y joven en tan hermético círculo.
Otra imagen de Anton Semenov.
Pero algo había fallado. Un minúsculo resquicio del infalible plan hacía tambalear su impresionante estructura desde los cimientos, porque a nadie se le había ocurrido incluir en los cálculos la posibilidad de semejante percepción en la masa irreflexiva: Hastío y aburrimiento absoluto.
Unos pocos comenzaron a cuestionar un sistema incapaz de cumplir con sus más íntimos anhelos y hacer reales sus aspiraciones más ínfimas en comparación con el torrente imparable de necesidades vacías  que se hacía llegar al conjunto de ciudadanos desde la cumbre. Algo removía sus estómagos incapaces de reconocer que ese hueco en sus esencias era la libertad de elección, muerta ya por la ingente cantidad de información percibida a diario para obturar el raciocinio y dejar que otros más preparados y mejor dispuestos resolvieran los problemas cotidianos.
Unos se mantenían en rincones oscuros para elaborar intrincados dibujos en blanco y negro que les despejaba por unos segundos la visión. Otros, se imaginaban formas en la piedra y lloraban por su desconocimiento absoluto ante la posibilidad de arrancarlas de su seno, porque no conocían técnica alguna para poder hacerlo. Los había que en su locura se arrancaban los ojos para evitar esa búsqueda inútil e incansable de algo que les satisfaciera de verdad, y hasta se llegaban a quitar la vida por lo insoportable de una situación rutinaria y sin salida.
A muchos de ellos los denunciaron sus propios familiares y vecinos, temerosos ante una actitud carente de lógica que bien podría ocultar una enfermedad insondable que acabara con sus cómodas existencias. Y desaparecieron de la faz de la tierra como si nunca antes hubieran existido.
Pero quienes tuvieron contacto con los extraños recogieron y sembraron sin saberlo una semilla de inquietud que les hacía brillar en mitad de la uniformidad generalizada y, finalmente, acabaron ellos también por evaporarse de las calles. Así que, a partir de entonces, reinó el silencio en la mayoría de los casos para preservar la vida y el azul de la enfermedad acabó extendiéndose como la cianosis en los cuerpos carentes de oxígeno.
Y ahora, un portavoz de la Divinidad, Ésa a la que muchos de los gobernantes despreciaban porque no se veían reflejados en Ella, desataba su lengua ante una inquieta e inquietante multitud de personas que luchaban y se afanaban por recuperar el pensamiento perdido.
El silencio también se hizo insoportable para los que estaban asomados a los balcones y alguno tuvo que reprimir un escalofrío, cerrando los ojos a lo que allá abajo estaba por venir. Una mujer desdentada por la piorrea se aclaró la garganta y con voz clara proclamó:
–¡Iria!
Su palabra quedó suspendida en el aire, quebró la vergüenza que atenazaba las lenguas y abrió las compuertas para que una avalancha de ideas cobrara forma en un único concepto.
–¡Iria! –Berreó el que se encontraba a su lado afirmando con la cabeza y esbozando algo parecido a una sonrisa.
Idea de la pesadilla de Anton Semenov.
–¡Iria! –Repitió al fondo una joven de apenas quince años levantando a la vez un puño en lo alto.
–¡Iria!
–¡Iria!
–¡Iria!
La percepción del tiempo se detuvo para todos. El portavoz de la Divinidad, los de arriba y toda la masa congregada en la plaza central de Lasombre supieron de inmediato que, a pesar de que no todos se unieron al grito casi generalizado, aquella sociedad tan asentada en cátedras de acero que todos creían constantes viraba de improviso hacia un destino por completo nuevo y desconocido que nadie de los presentes alcanzaba a vislumbrar.
El siguiente paso aún estaba por dar. Hubo miedo, pero su sabor era fresco y muchos le dieron la bienvenida, porque había nacido de un albedrío individual aliado a otras muchas voluntades similares, que no iguales, y cada uno pensaba en que comenzaba a ser el verdadero dueño de sus personas.
Y, por fin, alguien reaccionó…
Nada mejor que relajar el ambiente con un buen tema musical. El artista, Otis Redding, la canción, (Sitting On) The Dock Of The Bay. Perdonad si a alguien he ofendido con este relato. Pero sabed que he disfrutado redactándolo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario