miércoles, 7 de septiembre de 2011

Luciana Serra

Seguramente, la pobre Luciana Serra estará más que harta de que se le reconozcan sus méritos como soprano por su papel como Reina de la Noche en la Flauta Mágica del irrepetible Mozart. Algo que quizá le hizo morir de éxito al eclipsar un tanto sus otros personajes operísticos, en los que su increíble voz le hace sobresalir siempre por encima de compañeros, partituras y autores.
Pero este auténtico fenómeno de la naturaleza no va a tener más remedio que aguantar una vez más una mención a su portentosa representación de Astrifiammante.
Y la verdad es que me veo obligado a denunciar que por culpa de esta bella genovesa ya no soy capaz de escuchar el famosísimo Aria en voz de ninguna otra.
Me comentó una vez un amigo mío con el que estudié en Pompaelo, y cuyo nombre es Pedro Burzaco Ojeda (es decir, que de música sabe un rato), que yo me había especializado en ese tema en concreto. Es cierto que de la Flauta Mágica suelo repetir de forma insistente la obertura, el dueto entre Papagina y Papagino y el Aria de la Reina de la Noche. Evidentemente, éste por sobre todo lo demás.
Fue, precisamente, en Pamplona donde descubrí su voz, merced a una cinta propiedad de Javier Pérez Guerrero, un insigne pensador sevillano con quien tuve el honor también de compartir piso, sesudas reflexiones etílicas y sangrientas aunque incruentas batallitas en tableros de mesa. Y no era una cinta cualquiera, no. Se trataba, ni más ni menos, de la versión que grabó Sir Colin Davis para la Philips en 1984 y para los que echó mano de "monstruos" de la talla de Peter Schereirer, Margaret Price, Mikael Melbye, Kurt Moll, la propia Luciana Serra, Robert Tear, Maria Venuti, el Coro de la Radio Leipzig y Staatskapelle de Drede.
Luciana Serra, como Reina de la Noche,
en una imagen "delicadamente sustraída" de su web
Es del todo en vano intentar explicar que la calidad de los músicos iba en perfecta consonancia tanto con las voces de los intérpretes como con la ligera batuta del director. Pero ella, ¡AY, ELLA! Me arrancó incontrolables lágrimas de desgarro interno en mi alma descuidada y pillada por sorpresa cuando su modelada y fluida voz se abrió paso como un tranvía desbocado a través de las cuerdas de la orquesta y comenzó a hacer con exquisita y suma facilidad magia con ella. La torcía y retorcía a su antojo hasta alcanzar los niveles de una columna salomónica, forjando con su sólida liquidez de garganta una cuerda de plata musical, que llegaba a forzar hasta el límite sabedora de que nunca, nunca, nunca llegaría a quebrarla. Siempre imprimiendo una velocidad adecuada, ajustada y precisa en sus notas, Luciana era capaz de pasar (y hacerme pasar de su mano) de la luz más clara a las sombras más envolventes, hasta que finalmente lograba fundir ambas contradicciones en una única entidad de emoción pura con sus escalas imposibles de imitar.
Tanto me gustaba, que lo oía una y otra vez, maldiciendo a Mozart por lo corto y escaso del tema, aunque gran parte de su encanto radica, quizá, en su fugacidad y en ese aire de falso populismo. Es una canción complicadamente intrincada, a la que la gran Luciana aportó un volumen único y sobrenatural.
El problema es que aún hoy en día me veo incapaz de escucharlo por voz de cualquier otra intérprete o acompañada de cualquier otra orquesta, y eso resulta una auténtica maldición que tengo que echarle en cara a la italiana, a la que odio y adoro por partes iguales con toda mi pasión.
Curiosamente era inevitable que ambos acabáramos unidos a través de la música, puesto que el mismo año que yo vi la luz, ella daba el gran salto a la fama internacional. Y es que la cosecha de 1966 es de todo menos indiferente...

Oídlo, oídlo...


Me acabo de encontrar con esto y creo que merece la pena colgarlo aquí:

1 comentario:

  1. Me había equivocado de tema. Éste es el que me pone los pelos de punta.

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