miércoles, 29 de enero de 2014

Tan sólo un juego

Éste es otro relato de la saga "Cuentos Absurdos" que escribí en 1996 en homenaje a mi Tía Doly (Dolores Medio), que falleció ese mismo año (tengo otra entrada con un cuento dedicada a ella: http://jmjcollantes.blogspot.com.es/2013/04/el-rey-arcoiris-novena-entrega-de.html). En realidad, es la prima de mi abuela Nieves Estrada (también fallecida), pero mi madre la llamaba así, y yo lo adopté también cuando contacté con ella durante mis años de estudios en Pamplona. Más que un cuento es una narración con Asturias de fondo sobre un chaval cualquiera, haciendo lo que tendrían que hacer los demás chavales de su edad: disfrutar de la vida echándole imaginación. Se titula:


Representación del Cuélebre en una casa del municipio de Murias. Cogido de www.muriasdealler.com

Tan sólo un juego

Las tardes de Primavera eran buenas para pasear. Joaquín, un avispado chaval de doce años, tenía esa sana costumbre y de ahí que cada día, a eso de las cinco, cogiera su merienda y tomara el camino que conduce al hayedo. A medida que dejaba atrás las casas de la minúscula aldea el rapaz notaba que la hierba se mostraba más densa y jugosa, el aire se hacía más limpio y agradable y sus sentidos, más perceptibles y abiertos a todas esas maravillas que conforman la belleza de los campos asturianos. Era capaz de gozar realmente con la simple contemplación de la flor del trébol que zarandeaba su penacho morado al ritmo que le imponía la brisa baja, y se revolcaba chanceando a viva voz por los prados, aspirando en profundidad aquel olor salvaje que emanaba del verdín.
Aunque la mar se hallaba lejos, su imaginación podía raptar el salado perfume del Cantábrico, que él asociaba involuntariamente con la luminosa visión del río Monasterio serpenteando perezoso por el valle. Su mente infantil, entonces, se llenaba con oleadas de fantasías propias de un pequeño héroe: "Por allí llegarán los invasores pensaba, creyendo ver las alargadas de aquellos hombres altos y rubios infestando la superficie de la corriente—, pero se las tendrán que ver conmigo".
Acto seguido, recogía una rama larga y flexible y la blandía ante sí para arrostrarse a los rubicundos guerreros de allende los mares boreales.
Flor del trébol. Tomada de www.fotonatura.org
—¡Tú, el jefe! —Gritaba con autoridad a un imaginario gigante de largas coletas y espesas barbas blondas, yelmo astado y una enorme hacha en sus nervudas manos—. Mejor te das la vuelta con toda tu gente o aquí va a haber algo más que palabras. Soy Don Joaquín, el mejor caballero del rey. Te burlas, ¿eh? Pues toma esto. Y esto para ti. ¡Quish! ¡Toma! ¡Muere! ¡Ja!
Uno a uno, los colosos del Norte iban cayendo bajo la fuerza imparable de sus mandobles hasta que no quedaba en pie ninguno de los incursores que habían osado horadar su amada tierra. Hecho el trabajo de defensor del reino, volvía a reír mientras arrojaba a gran distancia su Tizona de madera para continuar después con su marcha en pos de nuevas aventuras.
Al llegar por fin al bosque de Redes sus pisadas se hacían respetuosamente lentas, procurando caminar sin hacer muchos ruido. Bajo las frescas y cerradas sombras de las hayas y carbayos brotaban frondosas matas de helecho que susurraban a su paso invocaciones impregnadas de magia.
Allá en todas las aldeas del Caso se decía que en la espesura, escondidos acechantes por cualquier rincón, habitaban seres feéricos. Algunos muy peligrosos como los trasgus; otros, como las bellísimas xanas, no tanto. Pero todos, y de esto sabía la mayoría de los aldeanos "por experiencia propia", demasiado bromistas. El guaje no temía a nada, era en exceso audaz y se limitaba a admirar incansable las mil formas y colores con que se engalanaba la arboleda en aquella época del año.
Siguiendo una vez la llamada del urogallo y del pito, Joaquín se topó con un llamativo corro de retallinas y rapiegus que bailaban al son de extrañas gaitas y tamboriles; pero cuando la música cesó el niño tuvo que cubrirse la boca conteniendo la risa, porque, en realidad, aquellos animales no eran sino diaños burlones de puntiagudas orejas disfrazados bajo pieles.
Sin duda alguna, cuando mejor lo pasaba era al verse cara a cara con Laral, o por lo menos así decía ella que se llamaba. Dicho nombre aludía a una chiquitina muy hermosa, de abundantes cabellos caoba y ataviada a la manera de una auténtica princesa salida de un cuento de Christian Andersen. De hecho, la chiquilla, cuyos ojos color de atardecer parecían no ser de este mundo, se proclamaba a sí misma Reina de las Hadas, y Joaquín nunca lo puso en duda, aunque tampoco le concedía excesiva importancia; para él Laral era simplemente y antes que nada una excelente compañera de juegos.
¿Joaquín y Laral? Quizá. Dibujo del excelente artista Benjamin
Lacombe
, cuyo trazo me gusta tanto como
el arte de su compatriota Rebecca Dautrener.
Fue ella la que le enseñó los trucos necesarios para observar, sin ser visto y sin molestarlos, a los feeres en sus tareas habituales y la que le descubrió el intrigante misterio que se esconde en el hecho de que de un ínfima bellota pueda brotar a la larga un roble longevo de siglos y tan elevado que sus ramas acaben por rasgar en jirones las cabalgaduras esponjosas del irascible Nuberu.
Cada vez que Joaquín, el privilegiado, rozaba con sus dedos inocentes la estrella de oro que Laral ceñía sobre la frente el chico no podía dejar de reír por las cosquillas, y ambos se ponían a cantar tomados de la mano, llamando a la fina lluvia para que el orbayu acompañara el canto con su empapada melodía siempre cambiante.
Un triste día, años más tarde, Laral no acudió más a la cita. Pero, como digo, ese inevitable suceso ocurrió tiempo después.
Con sus idas y venidas, por entre musgos y colonias de setas pringosas que se adherían ansiosos a los troncos de los centenarios árboles, Joaquín averiguó que ese sorprendente estruendo —tan parecido al tronar de las grandes rocas cuando se despeñan por una empinada ladera— y ese temblor que a veces hacía rodar al rapaz por los suelos eran provocados por un enorme cuélebre negro, quizá el mayor del mundo, que moraba en una recóndita caverna de la Peña del Viento.
De cuando en cuando, la enorme bestia surgía del interior de su habitáculo, batiendo cansinamente sus alas correosas, en busca de Dios sabe qué. Lo más probable es que fuera de caza y, aunque los paisanos culparan siempre al lobo (y, en ocasiones, también al oso), Joaquín sospechaba que las vacas que pacían en Brañagallones eran atacadas y devoradas posteriormente por el legendario ofidio.
Evidentemente, el muchacho al verlo se ocultaba, sin perderlo de vista, en lo más aciago de la selva, porque, aunque valiente, Joaquín no era nada tonto.
A la hora en que las sombras se alargaban huidizas como gomas negras, el chico iniciaba el regreso a casa. Era también el momento en que le acuciaba el hambre y, tras un atracón inicial de moras, echaba mano al bocadillo encaminando sus pasos hacia el nacimiento del río. Una vez en la orilla, de cuclillas, viendo pasar el agua renovada y pura, consumía en pocos bocados el pan relleno de chocolate Cibeles, no sin antes repartir algunas migajas con las truchas que hacían bullir la superficie mientras atrapaban al vuelo a los imprudentes insectos de plata sucia.
Xanas engatusando a un pobre mortal, de atlantiscomplementos.wordpress.com.

En algunos puntos del cauce, allí donde había más profundidad, los rayos del sol poniente reverberaban con mayor intensidad que en otros, y entonces el niño, si se fijaba con atención, lograba distinguir, entre los destellos, a las insólitas damas fluviales, con su pelo largo y rutilante y sus caras pálidas radiantes de inquietante beldad.
Ellas le sonreían amistosas al tiempo que se acercaban a él murmurándole promesas que el pobre no llegaba a comprender... Por ser todavía demasiado joven. Joaquín se apartaba de las mujeres, aunque no por notarse molesto ni avergonzado, y ellas le dejaban ir en paz; si bien siempre había alguna que predecía convencida:
Ya caerá.
Pero no todo era diversión. La inminente llegada del anochecer suponía para Joaquín la gran prueba. Era una hora temida de veras por el chico, ya que, dependiendo del tiempo que hiciera, el Mal podía presentarse con todo su perverso poder para intentar robarle el alma, tal y como había oído decir a Don Cerilo, el párroco del concejo, en más de una homilía.
El Mal se manifestaba silencioso en forma de pesados nubarrones que velaban las luces del día, sumiendo a la aldea en una extraña oscuridad prematura. Mientras las tinieblas adquirían firmeza en su sistemático avance el mocito sacaba como podía fuerzas de flaqueza y, encomendándose al Altísimo, chillaba a las sombras que dejaran de perturbar a su hogar y a sus seres queridos, y éstas, como impresionadas por el candor de su adversario, se retiraban pavorosas hacia el interior impulsadas por un viento divino, aligerando así en parte la aflicción que sentía el muchacho.
Joaquín no es que fuera un chico insociable ni nada por el estilo y, por supuesto, si lo quisiera, habría tenido más de un amigo con el que compartir sus particulares momentos de ocio. Pero es que él era así, diferente, especial, y el resto de la chiquillada percibía con envidia la discrepancia calificándola de locura; aunque tampoco se atrevían a dañarle.
Cuando le veían llegar de sus largos paseos, callaban y no le invitaban a unirse a ellos en sus juegos. De todos modos, el niño tocado por Dios no habría aceptado nunca el convite, puesto que prefería mil veces más ver a los traviesos pautos dando patadas a los granos de maíz que se habían soltado de las mazorcas almacenadas, en medio de un improvisado estadio dispuesto en el interior del hórreo familiar.
Las estrellas rielaban ya en el crepúsculo astur cuando Joaquín traspasaba el umbral de su casa y se iniciaba el ritual tantas veces repetido; su madre, despreocupada, le preguntaba qué había estado haciendo en toda la tarde, y el mozuelo, intuyendo la complicidad de la mujer, respondía estampándole un beso en la mejilla:
Nada en especial, mamá. Sólo me divertía.


Hórreo asturiano con su maíz colgando. Cogido de www.panageos.es 




Un buen tema del grupo asturiano Los Murciélagos: "Taxi Driver".



Y éstos son los insignes Nikis, con la canción que los seguidores del Sporting han adoptado como suyo: "Soy minero". Es cachondo.



Hablar de Asturias sin el tema homónimo de Víctor Manuel carece por completo de sentido.


Y para cerrar, el Himnu d'Asturies, que más de uno ha convertido en el himno de todos los que se han pasado un pelín bebiendo en una juerga, en fin...


2 comentarios:

  1. Joder, muy bueno como siempre. Lo aplaudo tanto que vas a tener que salir seis veces a saludar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Ja, ja, ja! Gracias mi buen Albert. Que te conste que en la próxima entrada hay una parte claramente inspirada en su ingenio y en los amigos tuyos de los libros que me has ido presentando (seguro que la reconoces, porque soy ávido lector del ahora tristemente abandonado "Castillo de la Indolencia").

      Eliminar