jueves, 25 de abril de 2013

Leyenda Altoaragonesa (penúltima entrega de "Deliciosamente Humano")

Nos acercamos al final de otro ciclo. Terminé La Rosa Negra y ahora estamos a punto de finiquitar Deliciosamente Humano. Éste es el penúltimo cuento de esta colección y luego habrá que empezar con otra cosa. Ya veremos. Esta leyenda me la inspiró la imagen tomada por Olga Burzaco Ojeda, hermana de mi gran amigo Pedro Burzaco, profesor de violín en Barcelona, que espero reproducir luego. Lean, lean y lo entenderán. Por cierto, que el Alto Aragón es una delicia, en todos los sentidos...



Imagen de Olga Burzaco que refleja una de las tradiciones más curiosas del Alto Aragón.


Leyenda Altoaragonesa

Como una sombra, se deslizó dentro del pajar. Aprovechando cada retazo oscuro, avanzó literalmente pegado a la pared de piedra; con lentitud, sin ruidos. Se detuvo y miró la hierba seca perfectamente empacada, a la espera paciente del invierno,  tan crudo en aquellas tierras altas. Sus ojillos mostraron un brillo amarillento de malicia y se pasó la lengua relamiéndose los labios dibujados en una sonrisa.
Bruscamente extendió los brazos hacia adelante y su delgado cuerpo se contorsionó en una danza de flexibilidad y salvajismo.
Al principio salió humo, gris y tenue; más tarde unas pequeñas llamas cubrieron el dorado tesoro hasta que el fuego creció devorando con gula toda la paja. Pronto las crepitantes llamas lamieron también la madera de las vigas que sostenían el techo y el local se transformó en una monumental pira que iluminaba con rojos intensos la noche violeta.
Desde el interior de la casa cercana un hombre joven salió corriendo atraído por el estruendo y la antinatural luz. Se llevó las manos a la cabeza al ver su almiar consumiéndose entre el fuego, pero su expresión cambió en odio al escuchar una estridente carcajada en la oscuridad. Una mujer tocada con un camisón blanco y un chal crema sobre los hombros se aproximó al hombre, su marido, y con voz ronca le preguntó:
-¿Qué ocurre, Pedro?
Quedó petrificada de espanto al comprobar por sí misma lo que sucedía. Todo el trabajo del verano había desaparecido con la humareda de la gran hoguera. Se cogió del brazo de su esposo sin apartar la vista del espectáculo. Pedro, con los dientes apretados de rabia, se separó de su mujer y se metió en la casa. Al rato volvió a salir con un enorme trabuco dispuesto a disparar.
-¿Qué vas a hacer? ¡Pedro!
Pero el hombre ya no la escuchaba.
La risa se volvió a oír en el interior del pajar. Pedro se extrañó.
-¡No! Si el muy imbécil encima se ha quedado dentro -comentó en voz baja.
Se aproximó luego a la entrada por la que el calor y la humareda salían a raudales e intentó atisbar algo entre el fuego. No vio a nadie.
-¡Qué  raro! Juraría...
De repente se dio la vuelta y en la oscuridad logró distinguir una furtiva figura que huía hacia el monte a una velocidad vertiginosa. Sin pensárselo dos veces Pedro disparó su arma.

Caserío altoaragonés, de romanicoaragones.
Al amanecer sólo quedaban en pie dos paredes medio derruidas y negras; el resto: cenizas y algún que otro madero inutilizado por el desastre. Durante toda la noche Pedro y los vecinos habían intentado salvar algo de la pira, pero fue del todo inútil. Ahora todos ellos sostenían en sus manos sendos tazones de fuerte café caliente preparado por María.-Por lo menos lo intentamos -se atrevió a decir uno de los que ayudaron en la dura faena.
-Pues, ya ves, no ha servido de mucho -respondió otro que se lavaba la cara y los brazos en un barreño de agua ya teñida por el tizón.
Pedro permanecía callado sentado en una silla, mirando con fijeza a los restos de su maltrecha hacienda.
-¿Y cómo se formó el incendio? -Cuestionó el hombre que se había lavado mientras buscaba algo para secarse. María le tendió un paño.
-¿No escuchasteis el disparo? -Dijo Pedro saliendo por fin de su mutismo.
-Sí, pero creímos que se trataba de otra cosa. Nadie podía imaginar que...
-Eran dos -sentenció Pedro.
-¿Cómo lo sabes?
-Uno se quedó dentro y al otro le descerrajé un tiro cuando salía corriendo. Luego fui a ver, y ni rastro, ¿eh?
-Pues ahí en el pajar no hay nada que se parezca a un cuerpo.
-¡Estoy más que harto de los malditos forasteros! -Gritó Pedro levantándose de la silla. Los demás quedaron perplejos-. Esa gentuza que viene de fuera y se divierten de esa manera. Al principio son todo sonrisas y luego mira: Lobos con piel de corderos...
-Di mejor de cabra -atajó el más viejo de los allí congregados.
Hasta el propio Pedro se calló y se le quedó mirando.
-¿De qué hablas? -Preguntó Pedro sintiendo que los cabellos de la nuca se le erizaban con un curioso escalofrío.
-Lo sabes muy bien, y todos éstos también -respondió el anciano-. Ni eran dos ni mucho menos era humano.
Se hizo un silencio cargado de expectación supersticiosa. El viejo siguió hablando.
-Pedro, esta noche a ti te ha visitado un diaple.
-¿Cómo? -Contestó perplejo su interlocutor.
-Un diablo -aclaró el viejo tras un corta pausa.
-¡Ja! ¿Y por qué a mí? -Preguntó medio en broma.
-Fácil: Por haberte casado hace poco y porque os iba bien a ambos. Sólo por eso, y por la mala leche que gastan esos cabritos.
María se acercó a su marido y se aferró a él en un gesto que tanto significaba una búsqueda de protección como una señal de apoyo incondicional hacia el hombre que amaba y con el que se había comprometido de por vida. Pedro también le tomó de las manos apretándoselas con afecto para disimular su miedo.
-Lo mejor que puedes hacer es ir a ver al mosen. Nosotros mientras tanto te ayudaremos en lo que podamos.
Pedro asintió con la cabeza, a pesar de que los curas no fueran precisamente santos de su devoción. El resto de vecinos se limitó a afirmar con gravedad las palabras del viejo. Porque la tradición pesa más, en algunos casos, que la propia fe.
Figuras demoniacas en un templo románico del Alto Aragón, de arquivoltas.com.

Por la mañana temprano Pedro tomó el sendero que bajaba al pueblo.
Caminaba despacio, con los pies buceándoles bajo la fría niebla, preguntándose si el sacerdote, el mismo que los había unido en matrimonio cuatro meses antes, se iba a creer o no aquella pamplina. Por dos veces estuvo a punto de cambiar de parecer y volverse a casa con su mujer para levantar cuanto antes otro pajar, pero algo le obligó a seguir adelante.
La iglesia, de fuerte piedra con sabor a románico, se hallaba en la parte más alta del pueblo. Su campanario se recortaba con claridad por sobre la masa gris y húmeda que empañaba el paisaje. Al verlo, Pedro se detuvo sobrecogido y el tañido de la campana le hizo dar un salto. Se avergonzó del susto y se introdujo finalmente en el templo de sombras antiguas.
Los bancos estaban aún vacíos. En el altar un monaguillo encendía las velas y cirios para la misa que iba a celebrarse en breve. Pedro avanzó por el pasillo y se dirigió al muchacho:
-Oye, el mosen ¿está?
-Sí.  En la sacristía -contestó el rapaz señalando una puerta a la izquierda del altar.
Después de llamar suavemente Pedro pasó a una pequeña habitación donde un hombre bajito y con aspecto bonachón luchaba con tesón por introducirse en las vestiduras sagradas.
-Sea quien sea, ¿me podría echar una mano? -Dijo el cura con la voz ahogada por la ropa.
Pedro no perdió el tiempo y pronto se encontró frente a un rostro arrugado y enrojecido que le sonreía.
-Gracias... ¡Oh! Pedro, eres tú. ¿Cómo está María? Me acabo de enterar de vuestra desgracia. Lo siento mucho.
-Precisamente vengo a hablar de eso, mosen. El Tío Celes me aconsejó que viniera a verle. Según él...
-Un diablo quemó tu pajar -terminó diciendo el sacerdote.
-¿Usted qué opina? -Inquirió Pedro sonriendo.
-Puede que sí y puede que no -fue la respuesta-. De todas formas, me inclino a pensar que lo que diga el Tío Celestino sea cierto.
Pedro levantó una ceja con ironía. El cura advirtió el gesto y meneó la cabeza resignadamente.
-¿Qué quieres? -Se disculpó-. Yo también soy hombre y nací aquí. Además, los diablos no son ajenos a mi religión. De hecho, tengo que vérmelas con ellos a diario.
-Bien está, mosen, y yo le deseo la mejor de las suertes en esa batalla diaria, pero yo busco soluciones a mi problema.
-Claro, claro -reconoció el cura-. Sí, lo más probable es que ese cornudo vuelva a intentarlo en cuanto construyáis otro pajar y es seguro que regrese acompañado por alguno de los de su ralea.
Pedro abrió los ojos con terror. El sacerdote le hizo un ademán para restarle importancia al asunto.
-¡Bah, hombre! No te preocupes. Yo sé lo que hay que hacer.
-Pero, ¿lo dice usted en serio?
-¡Faltaría más! -La expresión del cura mostraba una seriedad fuera de dudas que obligó a Pedro a disculparse.
-Lo siento, mosen, pero, no sé, usted dice las cosas como si no pasara nada y estamos hablando de un diablo, ¿no?
-Ya. Ya lo sé. Es la costumbre. Olvídalo.
Tras soltar un suspiro el cura se dirigió a un armario de madera negra y carcomido por el paso de los años, luego lo abrió con una pesada llave que escondía en un cajón e introdujo medio cuerpo en su interior. Cuando volvió a salir en sus manos descansaba un paquete que guardaba una muy singular forma. Estaba tan cubierto de polvo y telarañas como el mismo mueble donde había permanecido escondido durante tanto tiempo.
-Toma -dijo el cura tendiendo el paquete a Pedro.
-¿Qué es esto? -Preguntó el otro sopesando el regalo con cierto asco y recelo.
-Bueno, está un poco sucio, y es que lleva ahí dentro no sé cuántos años. La verdad es que nunca creí que fuera a servir para algo -el cura se volvió para guardar otra vez la llave del armario-. ¿Que qué es? Ya lo verás... No, no. Ahora no lo abras.
Pedro puso cara de fastidio.
-Te aseguro que funcionará -sentenció el sacerdote-. Cuando te hagas otro pajar avisas al Tío Celestino y le preguntas a él, pero no lo abras antes, ¿eh?
-Muy bien, mosen. Usted sabrá lo que más conviene hacer en estas cuestiones y le haré caso. Bueno, con Dios.
-Ve tú con Él -le respondió el cura viéndole marchar con una mirada de complicidad divertida en los ojos.

Elementos para una buena recena, de coriensesdelconvento.blogspot.com.es.
Poco tardaron Pedro y sus vecinos en levantar un nuevo edificio donde almacenar la yerba seca para que las bestias no quedaran sin forraje durante el duro invierno que ya comenzaba a asomarse en aquellas tierras altas. La culminación de la obra se celebró con una opípara recena, en la que no faltó el buen vino, abundante comida caliente y las jotas cantadas hasta bien entrada la noche. Y cuando ya la buena gente comenzaba a retirarse con paso cansino hacia sus hogares, Pedro llamó en un aparte al Tío Celestino y le pidió con aire de misterio que se quedara un rato más.
El joven sirvió a su invitado otro vaso de oscuro caldo y ambos se liaron sendos cigarrillos sentados frente a la chimenea encendida. Sin dilaciones ni explicaciones previas Pedro se metió en materia.
-María, hazme el favor de traer el paquete.
El Tío Celestino retiró el cigarrillo de los labios para sonreír a sus anchas.
-¿Te lo dio el mosen? -Quiso saber.
-Sí. El mismo día que fui a verle -contestó Pedro-. Me dijo que te preguntara, que tú ya sabrías.
El anciano asintió mientras María entregaba el pedido a su marido.
-Aquí está. El mosen dijo que lo abriéramos hoy mismo y que los diablos no vendrían más -explicó Pedro.
El viejo seco y quemado por los años estudió el envoltorio con mirada experta y antes de que lo desempaquetaran soltó una sonora carcajada asombrando con ello a la joven pareja.
-¿Qué tiene de gracioso el tema? -Indagó pedro.
-Tú ábrelo, anda -fue la respuesta-. ¡Qué jodido! Sí que tiene buenas ideas el hombre éste.
Pedro lo desenvolvió despacio, con mimo y respeto, como si tuviera en sus manos una antigua y frágil reliquia. Al quedar al descubierto lo que había en el interior tanto Pedro como María ahogaron una exclamación. El Tío Celestino, sin embargo, ni se inmutó.
-Por Dios, ¡qué asco! -Dijo Pedro.
-Es repugnante -coreó María.
-Pero nos será de gran ayuda -concluyó el viejo.

Pedro y el Tío Celestino se encontraban ocultos tras de unos árboles cerca de la entrada del nuevo pajar; ambos se envolvían en mantas para combatir el frío intenso de la noche. El de menor edad llevaba una lamparilla apagada.
-¿Cuánto tiempo más vamos a esperar? En un par de horas amanecerá.
El anciano le hizo un gesto apremiante de silencio.  Ante la puerta del edificio se recortaban tres figuras delgadas y oscuras que cuchicheaban jocosas entre sí en una jerga incomprensible y extraña.
-¿Son ellos? -Preguntó Pedro con voz temblorosa.
-¡Venga! Enciende la lámpara ahora.
Un chorro de luz cálida calló de lleno sobre los demonios permitiendo contemplar con claridad su aspecto: eran mitad hombres y mitad cabras. Sus cabezas, grandes como calabazas maduras, así como las patas pertenecían a la parte animal, mientras que el resto del cuerpo se cubría con una grasienta mata de pelo negro y rizoso. Los ojos amarillos de los diablos reflejaron una profunda maldad al ver a los dos hombres que se acercaban corriendo armados cada uno de ellos con un hacha. El Tío Celestino gritaba al tiempo que corría:
-Mirad ahí arriba, ¡ved! Eso es lo que le pasó a otro de los vuestros que llegó antes para quemar el pajar, y eso es lo que os ocurrirá a vosotros ahora.
Los demonios miraron hacia donde señalaba el viejo y chillaron de puro espanto. En la viga que servía de marco superior a la puerta se encontraba clavada recta la cabeza momificaba de un enorme macho cabrío; aún mostraba algo de piel pegada al cráneo, y bajo la pálida sonrisa una luenga barba le caía hacia abajo mecida suavemente por el viento. Los inmensos cuernos, retorcidos como caracolas de mar, hacían resaltar todavía más las cuencas vacías de los ojos. Aquella visión y la de los hombres con las hachas fue suficiente para que los seres infernales salieran huyendo con pánico y poder salvar así sus cabezas, que seguramente irían destinadas también como adorno y aviso en cualquier otro pajar de la zona, tal y como había ocurrido con la de aquel "congénere" suyo.
Pedro y el Tío Celestino se detuvieron bajo la momia de la cabra y tomaron un respiro. Luego se rieron con ganas de la situación.
-¡No te digo! Pues la idea del mosen ha funcionado. ¡Qué jodido! -Comentó el viejo justo antes de liarse uno de sus cigarrillos.

Hombre-cabra, cogido del blog de ruerrero.blogspot.com.es.




Evidentemente, para que suene algo bueno, nada mejor que un grupo de la tierra. Hato de Foces en directo.



Y como toque Mod-ernista, un grupito aragonés de buen soul: The Faith Keepers con su tema "Don´t Worry ´bout Later".


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