miércoles, 15 de agosto de 2012

Encuentros en la primerísima fase


Me he tenido que sacudir durante meses la vergüenza (y el denso polvo dorado acumulado en las quebradizas telarañas de mi memoria) para incluir esta experiencia en el blog. Y si me da apuro es porque se trata de lo que Iker Jiménez denominaría un encuentro con lo insólito, algo que no entra en la cabeza del común de los mortales, que lo considera “cuentos de hadas” (en el más peyorativo sentido del término), por lo que no te acaban tomando en serio.
Pero, por otro lado, uno empieza a tener una edad en la que la opinión ajena no pesa ya tanto en mi actitud ante la vida, por lo que mi tendencia natural es hacer lo que me apetece; y eso no es otra cosa que narrar lo ocurrido en aquella nubosa tarde de sábado de 1984 en Pamplona.
He de aclarar que, para desgracia de mis padres, me gustaba más lo que rodeaba al mundo universitario que el estudio propiamente dicho. Quizá por ello, y aunque acabé Periodismo (Ciencias de la Información, que se llamaba por entonces) en la mejor Universidad de aquella época (La de Navarra), soy a mi edad un mero juntaletras mediocre, incapaz de salir de la base para alcanzar una miserable jefatura, mientras que el resto de mi promoción (1989) se codea con las altas esferas entre los forjadores de opinión de este siniestro y peculiar país (conste que lo digo sin acritud de ningún tipo, pese al recochineo que se adivina latiendo entre líneas y palabras).
Así, por ejemplo, allí obtuve mi primer cero (patatero y literal) por parte de una profesora, Rosa María Echevarría, de la que apenas aprendí nada de nada y que me pedía que en lugar de ejecutar una prueba de conocimientos le redactara un examen como si se tratara de una novela (paradójicamente, se trataba de la asignatura de Literatura). Por contra, del Maestro (con mayúsculas) José Antonio Vidal-Quadras tomé prestados sus amplios conocimientos en redacción (de todo tipo, desde la periodísticas hasta la literaria, pasando por la epistolar y, si me apuran, la cinematográfica), mientras que gracias a Carlos Soria me considero una mejor persona (me auguró que sería un buen padre, y así lo creo que soy) y un mejor profesional, intentando por todos los medios ubicar la ética por encima y por delante de cualquier tipo de privilegio malavenido, ya sea personal, político o económico (quizá también por eso no termino de despegar de la base, ¿quién sabe?). Una práctica, para desgracia de esta imposible profesión, harto difícil y no siempre aplicable (mi cara se enrojece, y no sólo de rabia, al escribir esto).
Por entonces prefería crear clubes de relatos cortos, participar en encuentros sobre Tolkien (contando, incluso, con la presencia de José Miguel Odero entre nosotros), abrir charlas filosóficas acompañadas de un buen coñac (“Instalamos nuestras colonias en las encías de los recién operados”, así se llamaban) o disfrutar de la organización de ciclos de cine (como el dedicado a Andrei Tarkovski,en 1988  de la mano de Rafael Llano, al que se presentó ni más ni menos que la mismísima Tarkovskaya –Larissa- y el vástago de ambos, Andrei Andreevich, para recibir el homenaje a su fallecido marido y padre, respectivamente). Con estos mimbres, poca cosa se puede esperar de alguien como yo (a nivel académico, claro está).
Pues bien, en mi primer año en Pamplona, viviendo como estaba en el Colegio Mayor Belagua, en Torre I, un muy melancólico sábado de otoño (entre octubre y noviembre, no recuerdo bien), mientras estudiaba (curioso, ¿verdad?), pude contemplar y contemplé a mis anchas por la ventana de mi habitación, situada en el tercer piso del alto edificio, un fenómeno que, como mínimo, se podría considerar llamativo, extraño o inquietante.
Al fondo se ve la Torre I, donde viví cuando estudié en Pamplona y mi habitación
era la ventana de en medio que se ve en el tercer piso.

El cielo estaba por completo cubierto de nubes conformando una extraña autopista de algodón añil mirando en dirección a unos montes ubicados a escasos cinco kilómetros al este del casco urbano pamplonés. Pero la visión era clara y límpida (algo propio de la atmósfera de esa ciudad por aquella época), porque no había niebla baja. Atardecía lánguidamente y de repente, por el rabillo del ojo, captó mi atención una luz nerviosa que surgió de entre las nubes hasta quedarse inmóvil flotando justo por debajo de ellas. Digamos que ese resplandor redondo carecía de color, pero no era blanca ni tampoco despedía destellos que iluminaran su entorno. Sencillamente, era “algo” claramente visible para el ojo humano, aunque sin llegar tampoco a mostrar detalles de su contorno o tamaño.
Algo parecido a este cielo era el que vi ese día en Pamplona.
Lo primero que pensé era que se trataba del foco de un helicóptero (silencioso, eso sí), porque desconocía de cualquier otra aeronave que por entonces pudiera mantenerse inmóvil en el aire en el mismo punto y sin temblar un ápice. Pero descarté la idea en cuanto comenzó a moverse de una extraña manera: subía y bajaba entrando y saliendo del manto de nubes como si fuera un juego. Y es que recuerdo que pensé que fuera quien fuera quien pilotara “aquello” estaba disfrutando de lo lindo. Su absoluta libertad de movimientos en capacidad de vuelo le permitía hacer lo que quería y poco a poco se fue alejando en dirección hacia los montes hasta que finalmente desapareció.
Evidentemente, me quedé de piedra. Pero todavía no le di la importancia real que podría llegar a tener hasta que de repente volvió a aparecer en el mismo punto que al principio. Supuse que se trataba del mismo objeto por tamaño y composición, pero descarté del todo aquello cuando apareció acompañado de otro punto de luz dedicándose ambos a realizar juegos similares al primero que contemplé.
Con los ojos desorbitados y respirando con rapidez, me levanté de la mesa, que quedaba en perpendicular a la ventana en su lado izquierdo y, tras echar un último vistazo a aquel fenómeno me fui corriendo a la habitación de al lado para ver si había alguien. Y, en efecto, así era. Allí estaba Jorge González de Matauco, natural de Vitoria, de mi misma edad y que tenía que estudiar bastante más que yo, puesto que había cometido la imprudencia de meterse de cabeza en la carrera de Derecho. Recuerdo, porque se me quedó grabado, que tenía puesto un jersey de lana gruesa de un color similar a la mostaza y le conminé, siempre por favor, que me acompañara a mi cuarto a que viera algo por la ventana (efectivamente, el ángulo de la suya impedía ver bien lo que estaba ocurriendo, porque la masa de Torre II se lo impedía).
Éste es Jorge González Matauco, con quien compartí aquella
extraña experiencia y que he "cogido" de su página web.
Cuando en breves segundos  llegamos a mi ventana le pregunté si él también podía contemplar lo que yo mismo estaba viendo. Y ante mi sorpresa (y alivio) dijo que sí. Así permanecimos un rato largo admirando sin hablar las acrobacias de aquellas cosas hasta que le pregunté: “¿Qué crees que es eso?”. “No lo sé”, contestó con sencillez y realismo, puesto que ni yo mismo sabría cómo calificarlo. Había ya hasta tres objetos pasándoselo en grande entre las nubes moviéndose de forma imposible, como si un enorme niño invisible manipulara aviones a su antojo, de una manera que la navegación aérea consideraría una falacia. Hasta que me dijo que tenía que estudiar y se fue a su cuarto, supongo que para meditar un poco sobre lo experimentado antes de sumergirse en las plúmbeas páginas de su libro.
No lo consideré extraño. Sencillamente le vi marcharse y yo continué con mi observación. Dos de los objetos, finalmente, ascendieron con rapidez y no volvieron a aparecer nunca más (queda melancólico, ¿verdad?), pero el tercero adquirió velocidad y acabó estampándose sin estallidos ni explosiones ni exceso de luces contra la ladera derecha del pico más alto de aquellas montañas lejanas (he intentado averiguar si tienen algún nombre, pero Internet no llega tan lejos como nosotros creemos) y se disipó. No es que se apagara, más bien es como si hubiera entrado dentro de la montaña: literalmente desapareció de la vista. Y ya no hubo más.
No es exactamente lo que aparece en esta foto de zonalibre.org, pero se parece algo a lo que vi en Pamplona. Ni eran tantas luces ni se veían dobles como aquí, y además no eran amarillas.

Si alguien se pregunta la razón por la que un estudiante de Periodismo no dio a conocer aquello antes, como se supone que tendría que haber hecho alguien con aspiraciones de comunicador, he de contestarle sin tapujos que la vergüenza pudo más que la vocación y además estaba demasiado verde (aún hoy en día sigo considerándome algo inmaduro a nivel profesional) para escribir esta historia de forma conexa y que tuviera algo de sentido.

 Como no podía ser de otro modo, aquí entra la banda sonora de UFO, una de mis series favoritas en los años 70 del siglo pasado, cuando todo era en blanco y negro y todos veíamos exactamente lo mismo, con lo que al día siguiente las conversaciones sobre la televisión irremediablemente giraban en torno al mismo tema:

7 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. 2004. Noviembre. Una de esas tardes claras de otoño en las que el sol juega al escondite con la luna antes de pintar el cielo de oscuro. La mecánica cuántica no se me dio nunca bien, así que opté por no asistir a aquella clase de jueves y abandonar mi jornada laboral (estudiantil en cualquier caso) por ese día. La soledad del que hace novillos es palpable cuando las clases las componían 12 alumnos, así que el camino que iba desde la facultad a la parada de autobús tuve que hacerlo en compañía, única, de mi sombra.

    Siempre he estado/sido atraído (y aun lo estoy) por los secretos que esconde nuestro basto universo y no sería extraño que, en aquel corto trayecto de poco mas de 300 metros, mi mente anduviera recreándose en algún relato de J.J. Benítez, o Jiménez del Oso, o algún otro compañero de lo insólito que acabara sus programas de radio con un “cada uno ve lo que está dispuesto a creer”.

    Observador del cielo (y de la vida) que me considero, no tuve mejor idea que levantar mis ojos del hormigón que conformaba aquel liberador camino y mirar al horizonte. Allí, cual lucero vespertino vi, sobre las antenas que coronan los primeros cerros de la Sierra Morena cordobesa, una gran luz anaranjada (y por gran no me refiero a tamaño, sí a intensidad). Seguí su rastro, anonadado, inmóvil, perplejo, para ver como ese “cítrico volador” se dividía en 3, 4, 5 luces más pequeñas. Literalmente me froté los ojos tal y como recomienda cualquier buen manual de lo oculto. Allí seguía, bajando (más bien alejándose). Busqué en la calle y misteriosamente solo había una señora, que no llegaba a ver más allá de la otra acera sin sus correspondientes gafas. Llamé a mi casa, pero no alcanzaban a ver el horizonte desde la ventana. Para cuando subieron a la azotea, el fenómeno había desaparecido. Y yo…volvia a casa en el siguiente autobús que pasó por allí. Por supuesto, el que yo quería coger, lo había perdido.

    Esa misma noche dediqué mi tiempo a buscar posibles causas del avistamiento. Referencias, reentradas, explosiones. No quería ser consciente de lo que había visto, y buscaba una explicación racional. Nunca obtuve respuesta verdadera, pero interiormente, yo si se lo que era. “Cada uno ve lo que está dispuesto a creer”

    [IMG]http://www.iwasabducted.com/ufogallery/ufo9.jpg[/IMG]

    [IMG]http://4.bp.blogspot.com/-y7IdEXeFb7w/T-u42cwtA-I/AAAAAAAAFIo/F4STiPTzYmU/s1600/Screen+Shot+2012-06-28+at+9.47.48+AMUFO,+UFOs,+sighting,+sightings,+alien,+aliens,+orb,+orbs,+arizona,+Nogales,+june,+2012,+glow,+sunset.png[/IMG]

    ResponderEliminar
  3. Adjunto:

    Tu caso está enmarcado en la "Gran Oleada" que sacudió España entre 1984 y 1985. Produciendo numerosos avistamientos. Si la memoria y la orientación no me fallan, delante de tu ventana tendrías la biblioteca, además de la Torre 2. Eliminando todas las sierras que hay en el agulo de visión oculto por estos dos edificios, llegamos a la conclusión de que las sierras que ves son: ala derecha, estribaciones de la Sierra de Tajonar (pico mas alto "Zenborain", 883m) y la gran Sierra de Izco ("Elomendi", 1289m), y a la izquierda los bajos Pirineos navarros (adivine usted a que pico estaba mirando). Me inclino por la primera opcion.

    Otra explicación a tu caso puede ser el comunmente llamado "Sindrome de la botella vacía" o "resaca" en términos coloquiales, que en casos extremos puede producir visiones, angustias y otro tipo de situaciones asociadas a los encuentros con seres espaciales.

    ResponderEliminar
  4. Perdona que no te haya contestado antes, pero es que el mero hecho de que alguien comente algo en este blog es tan llamativo y raro como los fenómenos a los que ambos aludimos en nuestros escritos (por cierto, el tuyo de un alto nivel literario, lo que me ha puesto verde de envidia mala). No sólo estoy perplejo por tu participación en esta página, sino por lo que cuentas (las imágenes que adjuntas supongo que son fenómenos similares al tuyo en otros sitios, a no ser que hayas estado en Arizona). Si lo mío formó parte de algo generalizado (lo que le resta en parte ese carácter especial que yo creía que tenía), lo tuyo sí que fue algo singular, ¿no? Y, por ende, ocurrió aquí, en la ciudad califal ni más ni menos, aunque dicen que en Trassierra estas cosillas no son para nada extrañas, sino más bien abundantes.
    Pero es más, demuestras tener unos conocimientos sobre la vista que tenía desde mi ventana de Torre I fastuosa (y sé de buena tinta que tú no eres yo, ergo creo que has estado allí). Mil gracias por los nombres de aquellos montes, que también me inclino por que fuera el Zenborain. El cálculo de la distancia lo hice a través de google map, aunque desde la ventana daba la sensación de que estuvieran más cerca (si ahora mismo viera ese monte todavía te podría decir en qué punto exacto se perdió de vista el objeto que describo; concretamente un poquito por debajo de la cota 831 del perfil que se ve en esta página pasándole el cursor por encima: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2100631).
    Respecto a la explicación que das sobre el síndrome de la botella vacía, no dudo que en mi caso particular bien podría entrar dentro de él, peeeeeeero pongo la mano en el fuego por mi compañero de piso, Jorge, que sé de buena tinta que no se afanaba mucho en levantar vidrios (por lo menos, en aquel entonces) y él también lo avistó (ahora se dedica a realizar maratones por todo el mundo y a viajar a puntos remotos donde apenas hay nadie, yo c reo que huyendo de aquel fenómeno...).
    P.D. Por cierto, ¿por qué has suprimido tu primer post?
    P.D. II He visto tu blog y o bien lo has abandonado por completo o bien te has quedado sin muchas cosas que decir. Además, a mí me suena un montón las dos cositas que tienes publicadas. ¿Nos hemos hablado alguna vez anteriormente a través de Internet o algo?
    Lo dicho, muchas gracias por participar. Y hasta pronto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No solo he visto eso. Este fenómeno es lo más parecido a lo que tu viste y lo he contado por simple similitud. En realidad, pasar las noches en la azotea mirando hacia las estrellas da para mucho, que ya hablaremos. Además, de buena tinta conozco a gente que ha vivido fenómenos de este tipo. Algunos de mucha consideración.

      Amigo de lo oculto, lo friki y lo extraño. Este mundo me apasiona.

      PD: El primer post se borró porque las nuevas tecnologías y yo vamos de la mano...pero tirando ellas de mi... Y toqué donde no debía.

      Pues dejé de escribir porque, sencillamente, perdi la dirección. Si si, como suena. Tras un periodo de exámenes... cuando encontré la contraseña...perdi la inspiración.

      Eliminar
  5. No tengo más remedio que incluir un enlace de un compañero de profesión y amigo mío, Alfredo Martín-Górriz, pero es que es un pura delicia: http://www.lapaginadefinitiva.com/2012/08/28/extraterrestre-de-nacho-vigalondo/

    ResponderEliminar
  6. Ayer (12 de julio de 2014),mientras disfrutaba de la última entrega de Spiderman en la gran pantalla en uno de los maravillosos cines de verano que hay en la ciudad de Córdoba, tuve una llamada intuitiva desde lo alto que me hizo elevar los ojos y lo vi: Un punto de luz intensa que en principio tomé por un avión cercano, pero que luego se ELEVÓ (no viajó en línea recta) y disminuyó claramente de tamaño hasta reducirse a una sombra con rastro luminoso que acabó desapareciendo a una velocidad de vértigo en el espacio exterior.
    Poco después pasó un avión con sus luces de posición y a una altura "normal", que me demostró que lo que había contemplado pocos minutos antes no era para nada un objeto similar.
    En fin... Ya van DOS veces (a la tercera, les doy la mano).

    ResponderEliminar