sábado, 30 de abril de 2011

Microeconomía para tiempos aciagos









Una pequeña ristra humorística ("captada" de la red de redes) sobre algo que debería de dar pavor, pero es bueno mirarlo con una sonrisa...
     ¿Es que a nadie se le ha ocurrido pedir públicamente la lista de bancos y cajas que fueron rescatados con dinero de todos nosotros (y de nuestro espíritu) cuando la pesadilla de la crisis irrumpió de forma definitiva con el reconocimiento del Gobierno? ¿Cuánto dinero recibieron esas entidades y de qué forma se repartió con nombres y apellidos? ¿Cuántas veces han recibido esas cantidades salvadoras? ¿Es que nadie tiene curiosidad? ¿Soy el único alma cándida en este sentido?
     Me resulta increíble, casi kafkiano, pensar en todo el chorreón de euros que se han dedicado a salvar unas estructuras por completo alejadas de lo que son sus clientes, que viven y piensan al margen de los pobres animales a los que les chupa con fruición la sangre y que se han acorazado detrás de un inviolable caparazón de indiferencia ante todo lo que las rodea con la única excusa de que necesitan hasta del último céntimo que acaparan (incluidos los abusivos 12 euros que te llegan a cobrar por sacar dinero de una tarjeta de crédito para llegar a final de mes) a fin de pasar la reválida de Europa; esos famosos exámenes o test de estrés que se supone determinan la salud y la resistencia de la banca ante una situación de grave choque financiero.
     Y me resulta difícil de digerir por la sencilla razón de que un país no son las entidades financieras, sino sus habitantes. Esos extraños seres que suelen caminar a cuatro/dos/tres patas capaces de lo mejor y de lo peor, de pasar de la euforia más absoluta a la más profunda tristeza sin que se merme en exceso su motor mental y anímico, de superar las peores situaciones sin que la cordura general se vaya al garete y que si sobreviven es gracias a sus negocios y sus trabajos y no a los premios de las loterías, precisamente.
     Y si las personas son las que hacen un país, un Estado o como diantre se quiera denominar, por lógica, lo último que hay que hacer es asfixiarlas para salvar a entidades sin almas.
     En los foros de Internet han corrido ríos de bits para tratar sobre este tema, tanto a favor como en contra (como debe de ser en una sociedad donde el exceso de información vicia tanto como su ausencia total), pero la sensación última es la que prima, y mucho me temo que la mayoría de los mortales han experimentado en sus carnes, incluidos los considerados como solventes porque todavía trabajan, el agujón de su apatía hacia el entorno al ir a solicitarles la posibilidad de seguir siendo sus esclavos durante un tiempo más para ir tirando hasta que el temporal amaine.
     Pues mucho me temo que de continuar en sus búnqueres haciendo oídos sordos a las llamadas de auxilio de aquellos que les alimentan, cuando salgan de sus agujeros al creer que la situación ha mejorado se encontrarán rodeados de una tierra yerma y sin posibilidades de que vuelva a crecer nada en ella y únicamente habrán sobrevivido para volver a morir más lenta y agónicamente que si hubieran desaparecido de forma natural unos meses antes.
     El problema de fondo, aparte de la insana mentalidad que demuestran tener las entidades financieras, es que cuando todo esto haya acabado (si es que alguna vez ocurre, porque los hay también que les viene muy bien que se prolongue cuanto más tiempo mejor) el sistema seguirá siendo exactamente el mismo y la situación será prácticamente idéntica a la del punto de partida de la crisis. Únicamente habrá variado el elemento, la fuente, el bien con el que seguir con la especulación. Así, el ladrillo pulverizado dará paso al oro, la soja, el petróleo, el coltán o los cereales, que serán la nueva moneda para el enriquecimiento desmedido. Habrá una nueva burbuja que reventar en el futuro y a las bases les seguirá dando igual siempre y cuando haya un trabajo con el que tirar mesualmente y unos derechos laborales que volver a conquistar. Es decir, que el propio concepto de crisis (punto en un camino a partir del cual hay que elegir por dónde continuar al llegar a una bifurcación o trifurcación) dejará de tener sentido y habrá que inventarse un nuevo término sustantivo para cuando la economía se vuelva a hundir.
     Es triste pensar que los bancos y cajas de ahorro únicamente tienen una visión macroeconómica de las cosas. La microeconomía, tan importante en el funcionamiento día a día de un núcleo familiar (sea o no tradicional), se sigue dejando de lado en favor de conceptos abstractos únicamente comprensibles por un grupito de privilegiados que manejan el cotarro ante la impuesta ignorancia de las masas mayoritarias, o lo que es lo mismo el grueso de la Humanidad.
     La microeconomía, bien entendida, puede ser la solución para hacer de la economía de este país algo realmente saneado. Será un proceso lento, quizá hasta un punto exasperante, pero después del desfonde bajo nuestros piés de un sistema frágil y sin base real, más vale que se rellene ese inmenso hueco con pequeñas piedras pesadas y bien reales que den firmeza y estabilidad en lugar de volver a cabalgar con rapidez sobre el dinero rápido de las burbujitas de jabón que no hay quien las controle. Traducido a un lenguaje más llano, no estaría de más que los bancos y cajas dedicaran una parte de los fondos que ahora atesoran como si fueran avaros dragones tolkienianos a mover la economía de base mediante microcréditos. Eso daría una estabilidad a ciertos negocios y mantendría el empleo hasta la vuelta de la competencia pura y dura en que los empresarios se vuelvan a lanzar dentelladas unos a otros para captar nuestra atención.
     Es más, las entidades bancarias bien podrían repartirse el cotarro de forma territorial, casi por barriadas, a fin de refrescar el comercio pequeño y que el dinero vuelva a correr con algo más de alegría incentivando el consumo de nuevo, quizá con una pequeña ayuda por parte de los comerciantes a base de una bajada temporal de los precios (como si estuviéramos en rebajas permanentes hasta que pase un tiempo).

     Eso, al menos, es lo que me comprometo a hacer yo si la Diosa Fortuna me golpea (aunque sea con dolor) con su bastón y me llevo 14 millones de euros en el Euromillón. Prefiero mil veces dedicar una parte de esa fortuna a mantener negocios o crear nuevos en mi ciudad antes que ingresar todos esos eurillos en un banco o caja, y opto antes por el colchón que por volver a alimentar a esos animales de bellota con mi dinero.
     Pero por ahora ellos prefieren enviar a sus maltrechos "clientes" costosas cartas confeccionadas a base de papel de lujo y membretes a todo color con el absurdo, estúpido y demencial mensaje de que están cumpliendo con la reválida europea.
     ¡Nos ha fastidiado! Es que si en estas condiciones no lo consiguen es como para ahorcarlos a todos (lo que para muchos también sería otra solución, ¡je, je, je!).


1 comentario:

  1. Estimado amigo Hubi. Que el sistema financiero actual sale reforzado de la crisis no es secreto, a pesar de que nadie lo dice. Una legión de 'yupies' repeinados con gomina nos haya llevado a esta situación y todos los españolitos -con el gobierno a la cabeza- se lo hemos agradecido inyectando en sus respectivos bancos, dinero público. Visto lo visto, se ha abierto la veda... la próxima será todavía más sangrante. Tiempo al tiempo. La revolución no se hace ahora en las calles ni con banderas. Como bien dices, llenar el conchón con nuestros ahorros limitados es el mejor castigo para el sistema bancario. Sin dinero, que especulen con sus corbatas y trasjes de Armani.

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