domingo, 10 de febrero de 2013

La superación de Jack Tisdall

Y aquí tenéis, totalmente gratis, un cuento escrito para un concurso y que acabó publicado en un libro junto a otros muchos relatos de la diáspora extremeña. El estilo es muy a lo James Joyce (no en balde, me acababa de tragar el Ulisses, del que me encantó el último capítulo, extremadamente sensual, en el que no hay ni un solo signo de puntuación).

Callejón dublinés similar al del cuento.



El invierno. Frío y humedad. Maquillaje de la ciudad, disimulando sus arrugas sucias de vómitos y orinas, escondiendo verrugas rellenas de basura, obligando a la gente a mantener en sus inexpresivas caras una sonrisa forzada. Una estación amable en la que el día se abriga temprano con un manto oscuro de seda nocturna; la estación del tabaco congelado en estancos mohosos y grises, reino de las telarañas donde reposa el polvo del tiempo pendiente. Del silencio y la magia.
Jack Tisdall salió de la casa con algunas monedas de cobre en el bolsillo. Se detuvo en el vano de la puerta admirando la nube de vaho que emanaba de entre sus labios carnosos, tenazmente cercados por el duro vello sin rasurar. Largo el camino hasta la taberna de Jim Mulligan. Calor, música y excelentes pintas de cerveza ¡gloria a Dios! Largo camino e intrincado -go dtéir slán abhaile!-; pero merece la pena. No hay gloria sin valor, y la recompensa.... ¡Ay, la recompensa!
Notaba el helor del empedrado bajo las suelas de sus botas, opacas a pesar de la luz de los faroles. La turba da dinero, aunque no transforma precisamente en príncipes al que la comercia. Lo justo para ahogar la sed, y otras necesidades básicas, y superar el ansia con unas pipas cargadas de hebras aromáticas, cómodamente aposentado sobre una silla robusta, capaz de soportar todo el peso que concede el agotamiento. Un tiempo de diablos, acentuado por la noche sensible. Invierno en Hibernia, sin nieve, aunque muy típico. Igual para toda la isla, el frío repartido equitativo entre sus habitantes; a unos más que a otros, en realidad, pero eso forma parte del invariable sistema, ¿no?
El bueno de Jack Tisdall se encargaba de repartir para que la diferencia fuera aún mayor. A unos, un saco; a los menos, dos. A otros, la enorme mayoría, nada de nada. ¡Así se queden tiesos en sus casas como yo me estoy quedando ahora!
Repartidor de turba irlandés.
Apresuró el paso. A su izquierda, la calle del túnel, más negra que la mismísima oscuridad, y allá al final, la taberna. Pero maldita la gracia de tener que cruzarla.. ¿Por qué no está iluminada? ¿Por qué no hay alguien nunca? Nadie. Absoluta soledad. Ramalazos de recuerdos en la inquieta mente de Jack; cuentos sobre duendes, historias perversas de hechos monstruosamente desagradables. Truculenta sensación de un niño solitario y marcado por el miedo primitivo.
No soy un héroe, ¡válgame el Cielo que no! Caminar hasta que acabe la manzana, bordearla y regresar en sentido contrario por la paralela, toda una hazaña. Lo mismo daría un paseo hasta el lugar donde Dios habrá de juzgar las acciones de los hombres. Jack miró con ojos acuosos al callejón. ¡Qué demonios! Unos metros y fuera. Respiró hondo y se adentró en la lúgubre callejuela.
El viento levantó jugando una ancha hoja de periódico que crujió con fuerza. Quebrantar de huesos, muertos gritando hambrientos por volver a la vida animada. Jack Tisdall se detuvo. La hoja se movía hacia él, directa, deprisa y con ganas, como una amplia mortaja. Volteó en el aire a la altura de su cabeza, rozando la gorra de tweed, manchada de sudor y de grasa. Un picado de papel hasta su tobillo, golpeando bruscamente. El viento cesó; enredado en su pierna, el periódico ejercía una suave presión informativa. Mover la canilla a ver si se va, convulsivamente, a ciegas, sólo con la dichosa impresión en el tobillo. No quiere soltarse de mí, ¡sucios periodistas! No hay bemoles para agacharse y quitarlo con la mano; quizá con la luz recobre el valor. Salir cuanto antes de allí, ¡qué angustiosa estupidez! ¿Verdad?

Mano espectral como la del cuento.
En pocas zancadas Jack alcanzó la salida. La farola que se encontraba a unos siete metros era suficiente como para echar una mirada. Sus ojos buscaron la mancha blanca sobre la bota. No estaba. ¿Volviste al Averno de nuevo? En el callejón, la respuesta del viento, silenciosa a pesar de todo.
Ahora a celebrar la victoria con unos cuantos tragos espesos. De la taberna de Jim Mulligan brotaban salvajes las notas arrancadas del violín del pequeño Mick Geraghty, dándole la bienvenida. Jack sonrió, el cielo de los héroes por fin. El Valhalla.
En gesto de burla hacia sí mismo alzó la pierna y la vio allí, justamente donde antes estaba el periódico; una mano alba y blanda sujeta como un percebe a su tobillo; una mano de noble inglés, surcada por finas venas azules, cubierta de escarcha, con largos y delicados dedos pálidos de sangre. Jack Tisdall dejó de sonreír. Bajó la pierna y se apoyó contra la pared.
Los cuentos no son cuentos, tienen un reflejo en la realidad, como si ésta fuera un espejo de los poemas y leyendas de la vieja tierra verde. Jadeando, Jack volvió a echar un vistazo. Comprobó que seguía allí y soltó un sollozo. Qué maldita suerte tengo. El oficial de policía Tom Twigg apareció caminando por la acera opuesta. Paso cansino, manos enguantadas a la espalda, rostro aburrido. Jack pensó en llamarle.
"Tom, ven a ver lo que tengo en la pierna. No te lo vas a creer".
"¡Qué! Jack, tus mugrientos pantalones y tus feas botas sin brillo".
"Pero, ¿y la mano? También está la mano".
"¡Maldito seas, Jack! Vete con tus tonterías de borracho al Infierno. No me fastidies más, Jack".
"¿No la ves, Tommy? No te enfades, Tom. Sólo era una broma; bastarda, jodida y sangrienta broma".
Pero el astuto Tom Twigg también podría llegar a verla y se quedaría fijamente mirando a los asustados ojos de Jack. ¿Dónde la has robado, Jack? ¿Quién es el pobre desgraciado que se quedó manco por darte una amistosa caricia en el tobillo? Mejor será que la devuelvas, Jack. No quiero complicaciones contigo, Jack.
Sí, Tom. Como tú digas, Tom.
Sin ni siquiera dirigirle una ojeada a Jack, el oficial de policía Tom Twigg pasó de largo y se alejó envuelto en su propio vapor bucal. Fundiéndose con la noche, como si nunca hubiera pasado por allí. Tom Twigg no existe, ni la ciudad, ni el callejón, sólo la mano y yo pegado a ella.
El violín de Mick Geraghty cesó de tocar. Por una balada, una pinta; por dos pintas, una jiga; y por una pinta y un whiskey, un reel. Jack recapacitó. Falso, no es verdad, si Tom no la ve yo tampoco debería de verla. Alrededor de los ojos se produjo una nube de ceguera que se extendía hacia el centro, formando una implosión concéntrica. La mano brillaba con parpadeos de estrella muerta, hasta que desapareció. ¿Lo ves? Tenía más razón que un santo.
Jack Tisdall caminó aligerado. La luz de la taberna le abrasó la cara, derritiendo la máscara de hielo, fundiendo su preocupación, transformándola en agua salada que le resbalaba por su cuello, dejando en cada pliegue de la piel la mitad de su volumen.
-¡Jimmy! Dame el mejor contraste que dejara hecho Dios en este mundo.

Pinta de cerveza negra; el mejor contraste.
Jim Mulligan, sonriente, satisfecho consigo mismo, asintió jovial. Ni el humo, ni el olor agrio del sudor, destilado pacientemente a presión, ni los gritos y cantos de la mediana edad irlandesa, despistaron la atención de Jack. Espuma de crema, sin una sola burbuja, cuerpo negro y denso, encerrado en su celda de cristal. Cerveza de la casa, cerveza nacional, el mejor contraste. Jack levantó el vaso tarareando una tonadilla entre dientes.
-¡Eh, Jack! ¿Qué es eso que te has traído contigo? -Exclamó Sam O'Reilly, el cartero que a diario realizaba el recorrido de la zona del muelle, siempre montado sobre su destartalada bicicleta.
Ojos oblicuos, ojos directos, pupilas ebrias de alcohol, sonrieron ante la visión.
-Mira el trofeo de guerra, ¡vaya con el pícaro Jack! -Coreó Robert Dillon, sin profesión concreta o simplemente desconocida.
-La mano de un inglés -señaló un viejo tocado con una gruesa gorra de lana.
-El héroe de la revolución; Jack, el gran Manannan Mac Llyr. ¡Caramba, viejo! Esto hay que celebrarlo -Mick Geraghty atacó entonces con su instrumento una conocida marcha de guerra que fue cantada por la audiencia:

"I will stand in the band
Like a true irish man,
And go to fight the forces of the Crown.
I will march with O'Neill
To an irish battle field,
And tonight we'll go and save old Wexford Town"...

No. Lo mejor era no entrar. Necios embriagados que no saben nada de la angustia. Cerebros ahogados en líquido cohobado en la clandestinidad, embotados con el perfume de la pólvora aún reciente. Cuerpos abiertos en canal mostrando orgullosos sus entrañas, con los oídos ensordecidos por los disparos. Recibieron bien y todavía quieren más. Por sobre el horror de la guerra se eleva flotante el horror personal: la garra de un noble británico aferrada como una presa al tobillo de un repartidor irlandés de turba.
Violinista irlandés, más típico que una mujer vestida de gitana en la feria de Sevilla.
Jack Tisdall optó por no traspasar la puerta de la taberna. La máscara se encajó de nuevo, acoplándose al detalle a su rostro, asiéndole con fuerza del pelo y de las orejas. Con dolor mordiente. A su derecha, el callejón; susurros de vergüenza. El gran dios Manannan, hijo de Llyr, manchando impúdico los calzones ante una abierta boca desdentada. El principio puede ser el fin, como los inexistentes extremos de una circunferencia perfecta. evolver al césar lo que es del césar, a Dios lo que es de Dios, y al Diablo exactamente lo mismo. Regresó a la calle del túnel con pasos acelerados.
¿Y el periódico? ¿Por qué no sopla el viento para alejar el temor? Piedra sobre piedra, en penoso equilibrio durante siglos, permitiendo resignadas los dedos que soban el polvo, erosionando el pasado, marcando con precisión matemática las salidas del sol. Los interiores de los panteones deben de ser similares a esta tiniebla; las tumbas de hombres y dioses parecidos, iguales, con idénticos miedos. Algún día no saldrá más el sol, y el cielo se derrumbará sobre todos nosotros. Jack alcanzó el final de la callejuela. El Diablo recibió lo suyo, quizá. Pero no fue así.
Jack se dedicó a morderse los dedos con rabia hasta sangrar. No es justo, no lo es. Lanzó una patada ciega contra el muro chorreante de humedad, la bilis urbana. La mano chasqueó con dentera, como si se hubiera astillado por entero. Pulpa hecha papilla, perros sarnosos lamiendo la humeante comida en platos oxidados. Jack abrió los ojos suspirando. La mano se movía, artrítica, con lentitud, escupiendo chillidos mudos de lamento; aullando sin ruido. Preguntando el porqué de tanta brutalidad incontenida. Ella sólo quería ayudar. La cara entre las manos, sin una posible respuesta convincente. Visión perdida y triste, sin contemplar el camino, hasta casa.
La salvación está en el hogar, pleno de sentido. Betty dormía en el piso de arriba. Estaba acostumbrada a las tardanzas de Jack. Eructos malolientes, besos de sabor amargo, caricias torpes bajo las sábanas. Era preferible esperar durmiendo, o por lo menos simularlo. La bondadosa Betty, caída en el suelo, encharcada en su sangre, suplicando con la mirada. Nunca más se produciría el milagro de la vida en ella...
La mano se desvanecía, se hacía transparente. Agua de la playa remota, mil gotas preñadas de arena, dando a luz a la vez. En el estante guardaba la botella. Jack arrastró los pies hasta la cocina, recogió una jarra del armario y tomó asiento. Brindis por la vida; por Betty, la esterilidad. Por la mano que le daba la oportunidad de cazar recuerdos al asalto. Por la mano, que por fin había desaparecido. Brindis por el adiós.

Preciosa estampa de un pub irlandés.
Náuseas de vacío al comprobar que con la mano también había hecho mutis por el foro su pie y su tobillo embotado sin destellos. Pata de palo, roída por la carcoma, redoblando sobre la madera de la estancia al compás del rápido corazón. Jack se levantó, quietud perfecta, como la de los grandes peñascos antes de caer al abismo. La roca de Jack, de pie, sin rodilla. La mano robaba indolora a Jack su cuerpo, trozo a trozo. Vaciándose como los sacos llenos, hasta que la piel cayera floja a la fosa. Jack sonrió enfermo de fiebre. Extraviándose, condenado antes incluso del Juicio. Culpable de crear sus propios fantasmas. Adiós, querida pierna, queridas piernas mías. Levantemos las copas por la despedida. ¿Qué diría Tom Twigg de todo esto? "Pobre Betty; le han afanado el marido, poco a poco".
Pobre Betty, sí. Pero ¿y Jack? ¿Qué pasa con Jack?
Se esfumaba al mismo tiempo que se iba vaciando la botella. Evaporarse en el aire, como el alcohol. Para el carro, eso es mejor dejárselo a los ateos, ¿verdad, Jack? Si ellos lo quieren que así sea, que se disipen y se transformen en una nada sin consciencia. Pero la consciencia hace daño, ¿eh? Por eso desean desaparecer.
No voy a subir con Betty, le daría un disgusto enorme. Aunque puede que se alegrara de perderme. Pues no, tampoco voy a subir para darle una alegría. Jack se derrumbó en la silla. Sobre la mesa la botella vertía las últimas gotas de licor ardiente. Sin cuerpo, sin nada, sólo la consciencia terrible de continuar vivo. Jack terminó por dormirse.
Betty despertó despacio. Borrar las legañas, anular el pánico a la soledad con un parpadeo. El lado de jack estaba frío, desierto, sin la calidez de su presencia inevitable.
Miradas acuciantes, manos enlazadas nerviosamente, con las palmas sudadas. Y por primera y última vez vio lágrimas en los ojos de Jack. Nunca nás, nunca más. A partir de entonces, todas las malditas noches, mataba su desazón en la taberna de Jim Mulligan. El hombre tiende a abandonar el erial para ir a beber en el oasis de unos labios fértiles, con la esperanza del fruto futuro. Reflejo de uno mismo, promesa de eternidad. Y ella era la incapacidad inútil y estéril de la muerte. Negación de vida. Ésa había sido su gran pesadilla cada vez que anochecía, y finalmente se había cumplido.
Parroquianos de un pub irlandés, pillada de www.independent.ie
Betty intentó detener el llanto conteniendo la respiración La nariz empapada, goteo burbujeante, presión en el pecho, en mitad del alma. Se levantó del lecho apartando las sábanas a un lado y descendió las escaleras en camisa de noche, sin cubrirse de la helada con ninguna otra prenda. La puerta de la cocina estaba abierta, dejando entrar a raudales la luminosidad blanquísima de la mañana. Diminutas hadas rubias de piel azulada, hechas con partículas de luz, bailando ágiles sobre el entarimado; espirales de niebla, sonriendo casi desvanecida ante los ronquidos del temible dragón durmiente. Párpados apretados, ocultando el iris resacoso.
Observó aliviada a su marido que tenía el brazo apoyado sobre la mesa y la cara enterrada entre dobleces de ropa lanuda color de nuez. La mano derecha, descansando en el seno, todavía con el lacre de la segunda virginidad; la izquierda, cubriendo la tímida sonrisa y secándose las lágrimas de eterno agradecimiento. A pesar de la botella y la jarra, secas y abandonadas a su suerte. Betty recuperó a su hombre, aunque nunca lo había perdido. La mujer se desplazó por la estancia sin ruidos, como una brisa carente de peso, con la ligereza de una niña pubescente.
Jack Tisdall rasgó la negrura de su mirada. Betty enjuagando el recipiente de cristal. De espaldas. Pasándose, de cuando en cuando, el dorso de la mano por los ojos. La contempló al detalle. Francamente bella, siempre tan fina, sin perder la línea y sensual, inocentemente sensual en cualquiera de sus ademanes. Jack se levantó y fue hacia Betty. Ella dejó de limpiar y permaneció quieta, tensa, aguardando. Jack, el dragón domado, posó los dedos sobre sus hombros, redondez tibia, y la hizo volverse. Ojos asustados, muy abiertos. Jack los estudió largo tiempo, atravesando barreras, quebrándolas con rabia, hasta llegar a encontrar su figura agazapada en lo más profundo. Ínfima, acurrucada, tremendamente indefensa, injustamente abandonada en su sentimiento de culpabilidad morbosa. Le acarició una mejilla sedosa. Sorpresa. Luego el beso, calmado, muy suave, rozándole apenas la boca. Deliciosa iluminación.
La mano blanca se había ido; labor bien hecha. Libertad para el renovado Jack, el Fénix, el nuevo héroe, juzgado y hallado inocente ante los hombres.
Jack salió de casa para encaminarse hasta el puerto. Le esperaban las sacas de turba, que ahora descansaban en las cubiertas de los barcos, meciéndose con el balanceo despacioso del mar. A su izquierda, el callejón del túnel. Visible, rebosante de día, sin sombras acechantes, mostrando las arrugas sucias de vómitos y orinas, sus verrugas plenas de basura sin disimular, como el resto de la urbe. Jack asintió con la cabeza en señal de desprecio, luego continuó su camino. La taberna de Jim Mulligan tendría que esperar mucho, muchísimo tiempo, hasta que volviera a ver a Jack Tisdall cruzando de nuevo su puerta pintada de verde.


Me apetece que suene aquí el Do the dog, de los Specials.

He aquí la letra y su posible traducción:
All you punks and all you teds (todos vosotros punks y teds)
National Front and Natty dreds (Frente Nacional* y rastas)
Mods, rockers, hippies and skinheads (Mods, rockers, hippies y skinheads)
Keep on fighting 'till you're dead (siguen en la lucha hasta que estés muerto)

Who am I to say? (¿Quién soy yo para decirlo)
Who am I to say?  (¿Quién soy yo para decirlo)
Am I just a hypocrite? (¿Soy tan sólo un hipócrita?)
Another piece of your bullshit (Otra parte más de tus gilipolleces)
Am I the dog the bit, the hand of the man that feeds it? (¿Soy el perro que muerde la mano que le alimenta?)

Do the dog, do the dog (haz el perro, haz el perro)
Do the dog, not the donkey (haz el perro, no el burro)
Do the dog, don't be a jerk (haz el perro, no seas cretino)
Do the dog, watch who you work for (haz el perro, conoce para quién trabajas)
Do the do the do the do the dog (haz, haz, haz, haz el perro)
Everybody's doing the dog (todo el mundo está haciendo el perro)

Take your F.A. aggravation (coge tus problemas de la FA**)
Fight it out on New Street station (Discútelo en la estación de New Street***)
Master racial masturbation (señor de la masturbación racial)
Causes National Front frustration (que causa la frustración del Frente Nacional)

Who am I to say? (¿Quién soy yo para decirlo)
To the IRA (Al IRA****)
To the UDA (al UDA*****)
Soldier boy from the UK (soldadito del Reino Unido)
Am I just a hypocrite? (¿Soy tan sólo un hipócrita?)
Another piece of your bullshit (Otra parte más de tus gilipolleces)
Am I the dog the bit, the hand of the man that feeds it? (¿Soy el perro que muerde la mano que le alimenta?)

Do the dog, do the dog  (haz el perro, haz el perro)
Do the dog, not the donkey (haz el perro, no el burro)
Do the dog, don't be a jerk (haz el perro, no seas cretino)
Do the dog, watch who you work for (haz el perro, conoce para quién trabajas)
Do the do the do the do the dog  (haz, haz, haz, haz el perro)
Do the do the do the do the dog  (haz, haz, haz, haz el perro)
Do the do the do the do the dog  (haz, haz, haz, haz el perro)
Everybody's doing the dog (todo el mundo está haciendo el perro)

* Frente Nacional es un partido racista de ultraderecha británico que tuvo mucho dinamismo en la década de los 70/80 del siglo pasado.
** FA es la Asociación de Fútbol en Inglaterra.
*** New Street es Calle Nueva.
**** El IRA es el Ejército Republicano Irlandés (católicos)
***** El UDA es la Asociación en Defensa del Ulster (protestantes)

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