martes, 18 de octubre de 2011

¿Purismo? ¡Para nada!

No pensaba acudir, pero, finalmente, los hados y el ligero toque de gracia del Gran Modernista me abrieron las puertas para disfrutar el pasado 8 de octubre de un concierto que me dejó felizmente satisfecho merced a mi muy saludado (y saludable) "eclecticismo Mod-ernista".
Se trataba del trío From The Jam, con el incombustible bajista Bruce Foxton al frente, excelentemente acompañado de Russell Hastings (guitarras y voz) y de Mark Brzezi (batería), que, personalmente, no me hicieron echar de menos ni a Paul Weller ni a Rick Buckler en esos puestos sobre el escenario (aunque sé que estas palabras pueden levantar más de una ampolla mental entre los más puristas), en una sala que antiguamente fue la KTDral y que se ha rebautizado como Rockitchen.
Recuerdo el sitio como un lugar lo suficientemente amplio como para no sentirse agobiado en ningún momento y con una forma bastante similar a la de la sala Kapital, donde Georgie Fame realizó un espléndido concierto ante un escaso (pero selecto... estaba yo, entre otras cosas) público durante el Festival de Jazz de Madrid el 26 de noviembre de 2010. El parecido era tal que me dio la sensación de revivir un lamentable "déjà vu" al finalizar la actuación de From The Jam, cuando los maromos de la sala nos invitaron amablemente a abandonarla para consumir en el exterior (una estúpida práctica llevada a cabo por este sitio de locales que pretenden contar con un doble público en la misma noche y que deja un sabor de boca bastante agridulce en el público asistente).
Al margen de esa fruslería, no pude dejar de sonreírme al comprobar entre las luces y sombras del local que la media de edad del público llegaba a ¡¡¡los 40 tacos!!!! Eran, en su mayoría, antiguos mods de la época del Revival, lo que quizá fuera la primera oleada modernista nacional en la Piel de Toro, y allí nos concentramos gente de Cáceres (mi gran amigo Carlos y yo, echando muchísimo de menos al gran Juan Francisco-Pisco, adorador de los Jam y quien hubiera disfrutado más que nosotros dos juntos de seguro), Madrid (la inmensa parte de ellos y ellas) e incluso personal de la Línea de la Concepción, desplazados hasta la capital única y exclusivamente para contemplar el concierto y bailar el resto de la noche en la fiesta posterior en el Wild Thing Bar.
La prenda más genérica era la camiseta canalla, todas ellas plagadas de mensajes "modernistas", muchos polos con rayas en cuellos y mangas (en su mayoría Fred Perrys) y algún que otro tío elegante (sin cortarse a la hora de llevar los calcetines blancos, algo que no me desagradó a la vista, a pesar del tiempo pasado desde que era más normal verlo por la calle) y que, ni corto ni perezoso, una vez que se había quitado la chaqueta por el calor generado por el baile constante, se subió al escenario (bajo la atenta y temerosa mirada de uno de los vigilantes de la sala que no sabía si dejarle hacer o tirarse encima de él para retenerlo como si fuera un peligroso terrorista) y le plantó un par de besos a Bruse Foxton como si fueran amigos de toda la vida. Y eso que al impecable bajista, lejos de estar molesto por ello, pareció sentirse alagado y lanzó una mirada cómplice a un sonriente Hastings, en un gesto que bien podía significar: "No hemos hecho ninguna tontería regresando a Madrid". Y digo impecable porque iba hecho un figurín, con un pantalón muy mod, de pitillo y algo elevado que permitía contemplar sus preciosos zapatos de color marrón. La verdad es que parecía que no hubieran pasado los años por él (ni por los locos que saltábamos un metro por debajo del escenario como si nos fuera la vida en ello).
Mucho pogo, mucha cerveza derramada en primera fila (donde pudimos plantarnos los cacereños para berrear bien a gusto), mucha gente saltando unos encima de otro (especialmente el chaval de la camiseta Up-Tight con la target en el pecho y la silueta del señor Weller representando su particular This is the Modern World, aunque me dio la sensación de que esa ropa de algodón era lo único "modernista" de aquel personaje, que también acabó subido al escenario cuando se le fue del todo la cabeza).
Y, mientras tanto, los temas (tan conocidos y que sonaron, a la vez, tan frescos) se nos derramaban encima tronando uno detrás de otro para corear las letras hasta quedar (literalmente) afónicos. Fernando (un simpático "joven" de 50 años que conocí allí mismo) y yo no parábamos de pedir canciones: "¡Down into the tube station at midnight!", y ahí que ellos la tocaban. "¡Smithers-Jones!", y volvían a complacernos... Pero los muy jodidos tardaron muy mucho en desempolvar el "Town called Malice".
Lo reclamamos tantas veces que hasta un grupo de foteros con sus acompañantes femeninas bloqueando la primerísima y selecta primera fila nos llegaron a decir que nos calláramos de una vez porque los músicos habían accedido a tocarla por fin. Fue en el bis y el rubio madrileño (el citado Fernando) y yo ya nos acabamos desmadrando del todo.
Una buena noche, aunque corta, para desentumecer las piernas y demostrar que la tumba la tiene uno todavía algo lejana... Porque lo que son las neuronas se han plantado ya en su propio cementerio cerebral y eso ya no hay quien lo recupere...



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