Estoy preocupado. En lugar de dolor agudo siento un romo vacío inmenso en mi interior tras la muerte de mi padre, a quien de forma cariñosa he bautizado en sus últimos meses de vida como el Antiguo. Llevo tanto tiempo llorando de forma intermitente que, al final, me he encontrado seco de lágrimas y sentimientos.
Soy como una roca que se desmorona en polvo en silencio.
No me gusta. Me desagrada esta supuesta insensibilidad, porque, a pesar de que en su momento estuvimos muy distanciados generacional, mental e ideológicamente hablando, en sus últimas semanas llegamos a conocernos y a querernos mutuamente y estuvimos muy unidos.
¿A qué viene, entonces, esa ausencia del llanto, como si no notara el luto? Me repugna. No lo siento como algo natural. Llevaba tanto tiempo cuidándole con cierta intensidad que cuando se ha ido me ha dejado con las manos vacías y una penosa sensación de inutilidad creciente.
Aclaremos una cosa: Estoy profundamente triste, pero ya lo estaba de antes. Es una continuidad acrecentada, pero ya asumida y domada en mis entrañas, porque si de algo estoy seguro es de que el ser humano se adapta a cualquier circunstancia y la normaliza. Al cabo del tiempo convive con el dolor físico, con la soledad, con la pérdida, con la amargura, con la distancia, con el ostracismo, con la violencia propia y ajena, con la brutalidad, con la infamia, con la injusticia, con el miedo... Y sobrevive, se lo apropia y pasa a formar parte de lo natural y cotidiano.
Tanto es así, que cuando algo de eso desparece, el sufriente se siente desplazado, fuera de sí, descontrolado, inquieto y hasta incluso puede echarlo de menos.
Primera y última hora
¿Qué hora era cuando el primer rayo de luz
atravesó el Universo en siete profundas fases?
Con ese segundo original y primario
vacilaron los cimientos del Cosmos,
ardieron mundos y estrellas.
Soplaron vientos de cambio estelar
y la estructura singular de cristal y polvo rojo
se estiró con mil tensiones opuestas.
¿En qué hora la sopa de agua y fuego
generó el tiempo y la vida paridos con dolor
en infinitos mundos distanciados por eones y gigámetros?
Y aún así, todo eso es un suspiro
en el pensamiento y palabra de dioses espaciales.
Fríos, lejanos, con corazones de plata.
Sin sangre en las venas y miradas perdidas y vacías.
¿Qué hora manaba del reloj invisible
con el primer aliento vital
y el primer ahogo de muerte?
Un juego de contrarios.
Un brillante naipe rasgado,
Sombras y luces fundidas.
El firmamento llora porque la última hora
cae ya con densa gravedad
sobre justos e impíos por igual.
La Luna se volverá violeta
y temblará violenta
justo en el segundo en que se
cierren las últimas ventanas temporales
para ceder paso libre
a las ignotas nieblas del insoportable infinito
y a la ingrávida eternidad sin horas.
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| Marky Ramone, Dee Dee Ramone, Johnny Ramone y Joey Ramone, de la época de Pleasant Dreams, en un imagen gozosamente recuperada de rockontro.org |
Me considero musicalmente Mod-ernista, pero reconozco sin atisbo de culpa que hay una trilogía Punk a la que venero muy sinceramente: Sex Pistols, The Clash y Ramones. Voy a obviar a los británicos y me voy a centrar ahora en los norteamericanos (mejor dicho, neoyorquinos, porque NYC es una urbe que trasciende al propio país que la contiene y bien podría ser como una polis-estado griega de la Antigüedad).
Los Ramones (como los llamamos por estos lares, con una significativa pronunciación hispánica de la erre) siempre me han sorprendido. Los conocí en una época en la mi estúpido ser radical me obligaba a escuchar y a encasillarme en un determinado tipo de música, como el lamentable purista musical que era. Pero mi amigo Carlos Cordero siempre tuvo la mente mucho más abierta que yo (así le ha ido de bien a él y de mal a mí) y adquiría discos vinilo más allá de estéticas empanadas y precocinadas para mentes estrechas. Una de sus mejores compras fueron los cuatro de Queens (como Peter Parker, y a lo mejor por eso tienen su propia versión del tema de Spiderman).
Al principio –estúpido de mí– me obligaba a que no me gustaran, porque eso 'manchaba' mi absurdo purismo; pero el grupo es como una imparable marea que te empapa por dentro y te arrastra inerme y rendido con sus supuestamente fáciles melodías enérgicas que trascienden épocas y se eternizan adaptándose como un guante a cualquier situación y momento que se escuchen.
Si mal no recuerdo, Carlos comenzó con Pleasant Dreams, de 1981. Luego cayó End of the Century, de 1980, hasta retroceder a sus trabajos más originales y más propios de tugurios oscuros y llenos de humo, sudor y vómitos.
Personalmente, de ese primer disco comprado We want the air waves me enganchó desde el principio. Se sale de sus riffs y acordes tradicionales y es un tema que se complica sutilmente hasta que juega con tu cerebro obviando la letra, centrándote casi únicamente en la música y en su machacón estribillo. Me parece una genialidad y por eso la he escogido para esta entrada.
Yo, por mi parte, adquirí Acid Eaters, de 1993, para mi colección personal. Pero eso, amigos, y como se suele decir, es otra historia...
We want the air waves (Queremos las ondas de la radio)


