domingo, 4 de mayo de 2025

Nadie, nunca, nada

 

Cíclope dorado en el cielo bastardo y agonizante de Madrid


Hay dos paréntesis claros que enmarcan la vida de todo el mundo: Venimos y nos vamos con absolutamente nada en las manos. De hecho, llegamos desnudos en todos los sentidos y nos marchamos vestidos por mero formalismo social, pero la desnudez de pensamientos parece ser la misma al principio y al final.

Desconozco hasta qué punto somos conscientes de pensar al salir del útero materno. A pesar de haberlo experimentado, no tengo el menor recuerdo de aquello y, por tanto, desconozco personalmente si llegué al mundo (o a esta dimensión) con ideas en la cabeza. Desde luego lo que me pudiera haber traído conmigo lo olvidé por completo en la dimensión -física o temporal- previa. Es más, me pregunto que si somos capaces de soñar flotando en la calidez de la placenta cómo serían esos sueños.

Yo sueño -cuando lo hago- en imágenes, además de sonidos y supuestamente palabras. ¿Se pueden soñar imágenes cuando has estado siempre en la oscuridad? ¿Qué sueña una persona completamente ciega si no es con imágenes retenidas en la memoria? ¿Se puede soñar la abstracción informe? ¿Dormir es lo más cercano que estamos de la muerte en vida?

Ni idea. El caso es que nada físico traemos y nada físico nos llevamos. Pasamos a ser una sombra de los hombres huecos de Eliot, pobres en bienes materiales y en muchísimos casos pobres también en experiencia e intelecto. 

¿Nuestra experiencia individual de ahora nos servirá para pasar a esa tercera dimensión que nos aguarda y disfrutarla o evitar sufrirla? Está claro que la experiencia de la primera dimensión no nos ha servido para nada en la que ahora mismo estamos y que la experiencia como parte de toda una humanidad a la que pertenecemos, tampoco. Nacemos y morimos solos, aunque estemos rodeados de una multitud, incluso en una tragedia o desastre colectivo o en una guerra junto a otros muchos, seguimos yendo a la muerte en solitario. 

No vas de la mano de nadie.

Estoy seguro de que esas parejas trágicas que se quitan la vida de la mano a la vez inician, a velocidad de vértigo, caminos diferentes nada más traspasar el umbral y no se vuelven a ver (si es que tenemos ojos en el otro lado). Quizá lo que nos espera es la Nada, que es la pobreza más absoluta, cuando toda nuestra energía vital deja de transformarse para perderse irremediablemente. 

Pero es extraño ser y dejar de ser de golpe. Del mismo modo que lo es no ser y de repente ser, sin solución de continuidad. Es una ruptura muy brusca. Casi absurda. Especialmente el paso de no ser a ser. ¿Cómo se da? ¿Qué ocurre? Me da que es algo más que plantar una semillita dentro de otro cuerpo tras cuatro estúpidos movimientos de cadera. ¿Puedes no ser en una dimensión y ser en la siguiente? Lo curioso es que todos acabamos siendo en la segunda dimensión a la que denominamos la realidad. 

¡Que brutal casualidad! ¡Qué coincidencia más sideral!

Nada-Todo-Nada; Nada-Todo-Todo; Todo-Todo-Todo; Nada-Nada-Nada; Todo-Nada-Todo; Todo-Nada-Nada. Con todas esas posibilidades acabamos todos y todas aquí, coincidiendo con una dimensión vital bastante similar para el común de los mortales.

Somos todo; somos nada. Pero la nada que es ya es un todo, a no ser que haya una infinita gama de grises entre ambos extremos y entonces sea verdad que sí es válida la experiencia anterior a ésta y será válida para después la experiencia que acumulemos ahora.




Nadie, nunca, nada

Nada tenemos, nada llevamos y con nada combatimos.

Somos el ejército de la Nada.

Marabunta que consume tenaz los nanosegundos

y planetas a su alcance,

dejando un profundo hueco detrás.


Nada poseemos, nada retenemos y para nada vivimos.

Somos los que tienen las manos llenas de nada.

Quienes nada contemplan con cuencas vacías de ojos,

en mentes de alienada melancolía

solitarias en mitad de la lúgubre horda.


Nada compartimos, nada aprendemos y hacia nada caminamos.

Somos pura nada en busca de una identidad perdida.

Simple conciencia de potencial esencia fallida,

incapaces de avanzar hacia el ser relleno

de frambuesa, éter, luz y vida.


Nada pretendemos, nada pensamos y por nada sentimos.

Nada es la nada de muchos

que jamás llegarán a ser nada.

Nada es la inmovilidad de la palabra callada

tullida antes de nacer en la boca,

muerta sin forma en el sonido de la Nada.


Nada amamos, nada pervertimos y sin nada somos.

Somos el ejército de la Nada.

Somos los de las manos vacías.

Somos los que anhelan vivir desde la tumba.

Somos los que no somos rebosantes de nada.


Una llaga dolorosa en el centro del infinito.


Con tanta 'nada' y con tanto 'todo' mi mente memorial -que es como se mueve en el mundo de la música- me ha llevado directamente al grupo mexicano Johnny Jets y su canción 'La Carta'.

Se me hace difícil pensar en un grupo garajero de tantísima calidad en los años 60' de México. De hecho, cuando estuve allí (un par de veces) pregunté a los mexicanos por ellos y nadie me pudo dar razón, no los conocían, por lo que me fue absolutamente imposible traerme algún disco o CD de vuelta.

Se dedicaban a versionear temas castellanizándolos con una enorme gracia y soltura, haciendo que las canciones de otros pasaran a ser prácticamente suyas.

Me los presentó Juan de Pablos a través de su programa radiofónico Flor de Pasión en 1989, cuando aún llevaba mi parka alemana plagada de parches sobre países célticos y acabábamos de aterrizar en Bilbao un grupo de gente procedentes de la gloriosa concentración Mod de Santander.

Pinchó la canción 'Bule Bu', tuve la inmensa suerte de grabarla en cinta de cassette y la escuchaba una y otra vez. Tanto es así, que me llegó a gustar tanto o más que la original de James Brown 'I feel good'. Así que, ¡qué demonios! también la incluyo, ¡ya lo creo que sí! Es un gozadón.