Hombre-árbol, de Carlos Sánchez Hijarrubia, que me viene de vicio para la historia |
En una población costera situada al Sur del país vivía un
joven moreno y de pequeña estatura. Durante el invierno ayudaba en las faenas
pesqueras yendo cada día en un bote diferente y cobrando en comidas.
En la estación estival se colocaba en algún garito de la
playa donde vendía toda clase de bebidas frescas a los viajeros que venían a
visitar el pueblo. Por supuesto, atendía a todos por igual, pero prefería
servir antes a las turistas que a los turistas.
El joven moreno y bajito –según los extranjeros “típico del
lugar”– soñaba con poderle hablar a alguna de aquellas monumentales bellezas
que, con voz golosa, le pedían cerveza, sobre todo, o agua, las menos. Aunque
sólo iban a eso, a beber.
“¿Será posible que no se fijen en mí?” –Reflexionaba el
joven afligido–. Uno no es tan feo, ¡vamos, digo yo!”.
Todas las noches, al regresar a casa, se preguntaba cuál
podría ser el motivo de que a él no le hicieran ni caso. ¡Qué va! Las muy…
preferían la compañía de esos chicarrones llenos de hinchados músculos y bien
bronceados. ¡Oh, sí! Los veía pasar en parejas agarrados del brazo o dándose la
mano, charlando de intimidades, y ellas miraban hacia arriba para contemplar
embelesadas los ojos de sus experimentados acompañantes. ¡Pues claro, hombre!
Ahí estaba la clave. Su tamaño. Era demasiado bajo para atraerlas a su lado.
“La culpa es de la familia materna –pensaba–, he heredado
sus genes enanoides; mi padre bien podía haberse esforzado en buscar una mujer
más alta”.
La solución se le ocurrió una mañana mientras contemplaba la
vitrina de una tienda de plantas. En unas macetas crecían flores variadas, de
diferentes colores y formas, y se fijó en que había algunas de la misma especie
que tenían una mayor altura que otras. Intrigado, entró dentro del local y
preguntó a la tendera.
–Es por la luz –respondió la buena mujer.
Le explicó entonces que las plantas recogían la energía
lumínica a través de sus hojas y que aquéllas que estaban más expuestas al sol
acababan siendo más grandes que el resto, aunque se hubieran plantado al mismo
tiempo. El joven, emocionado, no se lo pensó dos veces.
“La luz hace crecer –discurrió–. Yo también usaré el mismo
método”.
Se dirigió a una droguería donde adquirió un bote de pintura
verde similar al color de la vegetación. Luego se untó con una brocha el espeso
líquido en las palmas de las manos y se encaminó hacia el monte más elevado de
los que rodeaban al pueblo. Una vez allí, expuso sus manos mirando directamente
al sol por la zona pintada y se quedó quieto con los ojos cerrados, confiando
ciegamente en la provechosa utilidad de su idea.
Poco le importó que la piel se le quemara, quedándose del
todo insensible y dura, ni que empezara a notar cómo los dedos de los pies
adquirieron vida propia para hundirse en el terreno, cada vez más
profundamente. Él sólo tenía la noción de crecer y progresar, igual que un
árbol.
Al cabo de un mes, más o menos, llegó tan arriba que ocultó
el sol al pueblo. Los turistas, por culpa del muchacho, dejaron de acudir.
–Si no hay sol, no hay divisas –gritaron indignados y se
marcharon a una localidad vecina que ofrecía las mismas posibilidades, sólo que
iluminadas por el astro rey.
El desesperado alcalde, que de cuando en cuando seguía
gastando chistera, a pesar de la obsolescencia de la prenda, mandó talar al
loco de las manos verdes que no se avenía a escuchar razones de ningún tipo,
porque, entre otras cuestiones, carecía ya de orejas para escucharlas, y si las
hubiera conservado estarían a tal altura que la voz no les llegaría con
nitidez.
Y el leñador lo segó cumpliendo desapasionado la orden.
Los golpes de hacha no dolían, ni siquiera manó sangre; el
joven sólo pudo sonreír de contento al ver que caía desde tan alto antes de
morir.
Bella imagen extraída de www.arbolemia.es que hubiera podido ser un buen final alternativo, pero no. |
Aquí cuelgo un video de los Agentes Secretos titulado "Málaga es mi ciudad", que por ciudad costera que es, conoce bien lo que significa la llegada de turistas y el desastre que supondría su fuga hacia otros lares...
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