Marco de corte celtoide que representa el laberinto picto de este escrito. |
El ciclo cerrado
El Hombre avanzaba por un laberinto sencillo, compuesto de
caminos blancos y negros que se cruzaban entre sí enlazando una obra de arte
picto, insertada dentro de la más remota tradición mal llamada céltica. Cada
sendero terminaba por conducir a una de las cuatro esquinas que enmarcaban la
maraña dedalística y más allá parecía no haber nada. Sobre el Hombre, perdido y
sin angustia, se extendía un inmenso plano flotante de estrellas que guiñaban
luminosidad en un fondo de azabache brillante y escurridizo. Sus ojos
estudiaron el espacio gravitando por encima de él y pensó en la posibilidad de
escaparse por una ruta alternativa; tan sólo debía caminar hacia arriba, pero
su naturaleza limitada no le permitía más que moverse encerrado en sus propias
dimensiones.
El Hombre
continuó adelante hasta que por fin llegó al ángulo superior izquierdo, donde
vio una casa levantada en piedra, con la techumbre de paja rojiza, muy similar
a una palloza. Adosada a uno de los muros de la vivienda se hallaba una pocilga
rebosante de estiércol y otros restos orgánicos. Enormes cerdos de pelo
grisáceo hundían sus largos hocicos en el montón de desechos que cubría por
completo el suelo en busca de alimento. El Hombre se apoyó en la cerca que
rodeaba a los gochos para observarlos con más detalle y descansar también de la
interminable caminata.
En el interior
del edificio se iluminó una luz y, de repente, los puercos empezaron a chillar
como idos mientras se acercaban a la verja de madera. El Hombre retrocedió con
miedo ante el ansioso empuje de las bestias, agolpadas ahora en manada salvaje
en el punto más próximo a la cabaña. La puerta de la vivienda se abrió con un
dilatado gemido agonizante, y una mujer alta —más que el Hombre, incluso— salió
al exterior con un candil encendido en la mano. A pesar de la claridad escasa,
comprobó que la mujer era hermosa y excitantemente sensual. Ella quedó inmóvil
bajo la mirada penetrante de él, sabiéndose admirada, creciéndose en sana
vanidad. En ese momento, la piara armó tal alboroto que el Hombre se asustó. No
así la mujer. Tras de ella apareció un lechoncillo torpe y todavía desnudo de
pelaje, pegado a la falda de su protectora.
El Hombre le miró
fijamente y descubrió con repugnancia que las patas delanteras de la cría
remataban en manos humanas —recordando en cierto modo el caso del caballo de un
afamado general romano—, con los dedos deformados y las palmas abiertas en
llagas sangrantes de caminar arrastrándolas sobre las piedras.
Dibujo muy, pero que muy ilustrativo para esta historia, pillado de www.rojillo.com . |
La mujer,
enfadada, lo apartó de su lado con un fuerte puntapié que lanzó al estridente
cochinillo lejos de ella. El Hombre la volvió a mirar a la cara, luego
contempló a los cerdos y al lechón; sucesivamente, una y otra vez, los escrutó
a todos por separado y en conjunto hasta que, finalmente, comprendió. Entonces
huyó despavorido de la escena. Mientras, la mujer cogió una estaca y golpeó a
los berracos en la cabeza y en el lomo sin piedad al tiempo que los anegaba en
insultos. Cuando los animales volvieron sosegados a remover desperdicios, la
mujer recuperó en brazos a su hijo-bestia y lo atrajo con mimo a su seno
cubriéndolo de tiernos besos.
El Hombre escogió
por entonces una vereda negra para proseguir. Nada más salir de la primera
esquina del laberinto, ya se había olvidado de todo lo que allí ocurriera, sin
embargo arrastraba consigo cierta desagradable sensación en el pecho, una
especie de malestar general, aunque desconocía el motivo.
Blanco bajo el
negro; sobre el negro, blanco; al lado del negro, blanco; y negro al lado del
negro. Al margen de eso, la Nada inmaterial.
En medio del
camino sin polvo se encontró una flauta marfileña y completamente nueva. La
recogió y le dio vueltas en sus manos enguantadas, alba entre dedos de ébano.
Se la llevó a la boca e interpretó una melodía natural que guardaba atesorada
en su interior desde siempre. El Hombre se alegró con la música, de tal manera
que incluso la desazón que sentía desapareció del todo. Con una amplia sonrisa
en sus labios, se guardó el instrumento en el roto bolsillo sin fondo de su
gabán y se puso en marcha de nuevo. La flauta cayó sin ruido al suelo justo
donde el Hombre la había encontrado, aunque él no se dio ni cuenta y, por eso,
la dejó atrás lejos ya de su fugaz memoria.
Anduvo ligero
hasta la esquina inferior izquierda. Allí crecía un árbol enorme entre las
malezas de un descuidado jardín circular. Era un inveterado roble cubierto por
incontables capas de espeso musgo acumulado en su tronco a través de los
siglos. De su copa se derramaban millares de gotas cristalinas, como si la
colosal planta hubiera estado acumulando el agua de las lluvias caídas en los
últimos trescientos años para filtrarse ahora, sin prisas, a través de sus
ramas hasta caer al suelo con lentitud, lágrima a lágrima.
Cada vez que una de ellas se vertía, el
ambiente se llenaba de un sonido líquido y suave; un sonido preñado de ecos,
similar al que produciría ese mismo estilicio en el interior de una caverna. El
Hombre se relajó tumbándose a reposar bajo el roble, la espalda apoyada contra
la dura corteza. Alzó luego la cara para refrescarse con aquella ducha natural
y se sintió a gusto. Tanto, que llegó a pensar en quedarse para siempre en ese
apartado rincón.
Dibujo de un árbol de la vida circular. |
Al otro lado del
árbol se escuchó un nuevo ruido que llamó su atención: el llanto de un niño
recién salido a la vida. El Hombre se incorporó y bordeó el amplio tronco,
guiándose por los sollozos, hasta dar con la criatura. Estaba completamente
sola, cubierta de sangre y grumos y con el cordón umbilical todavía palpitante
y cortado por un extremo. De entre los herbosos terrones de tierra se abrió
paso una raíz pálida que se introdujo dulcemente en la desdentada boca del
neonato. El niño dejó de berrear y se dedicó a succionar la cepa con avidez mal
disimulada. El Hombre sonrió ante la visión, y continuó haciéndolo cuando al
aún inocente apartó la raíz de sus encías y se puso en pie, al tiempo que
balbuceaba ya sus primeras palabras. El rapaz se abrazó encantado al roble
llamándole "mamá" y en ese gesto siguió desarrollándose a ojos vista,
de forma imparable, hasta convertirse en un mozo que algo después paso a ser un
hombre en el cénit de su madurez.
Fue entonces
cuando se separó del árbol y miró hacia arriba con ojos ensombrecidos y serios.
Se sirvió del agua de la copa para limpiarse la sangre del invisible parto que
aún embozaba su desnuda humanidad y luego extendió uno de sus brazos en un
ademán imperante de demanda. Desde lo alto se deslizó hasta sus pies un hacha
vieja y mohosa. El nuevo hombre la asió con seguridad y observó la hoja:
oxidada, pero con buen filo. Cuando miró de nuevo hacia arriba dejó al
descubierto su barba cana y las innumerables arrugas que surcaban su rostro.
Levantó el hacha
por encima de su cabeza para talar el árbol en su base, pero el peso de la
herramienta era mayor de lo que sus avejentados miembros podían soportar y se
le escurrió de los dedos. El anciano se dejó caer al polvo con cierto terror
reflejado en sus pupilas. La piel, seca como un pergamino, se le pegó a los huesos
y finalmente se rasgó mostrando la sonriente calavera. Su cuerpo se deshizo
mezclándose de nuevo con la tierra, valiéndole así de alimento al roble.
El Hombre,
testigo del suceso, se marchó confundido y, antes de retomar otra senda —esta
vez tapizada por la nieve—, volvió a oír en la parte oculta del árbol la
llantina dolorosa de un recién nacido.
La luna llena,
crema de plata, emergió sin avisar desde el sur. Su ampo destello proyectó
sobre el camino la sombra del caminante, quien fue sorprendido por su réplica
oscura y sin faz. De nuevo el Hombre sintió miedo. A medida que el satélite se
desplazaba, marcando el transcurso de un tiempo inocuo, la sombra fue también
creciendo, de tal modo que en seguida envolvió el total del dédalo, pero el Hombre
no se apercibió del fenómeno y perdió la perspectiva general en la búsqueda de
su propia silueta. Al no encontrarla suspiró con alivio. Tras de sí iba dejando
un rastro de huellas desiguales que desaparecían al instante bajo los copos
silenciosos de la cellisca azulada.
Sus pasos le
llevaron hasta el esquinado inferior derecho. Un gran castillo sin guardias en
las puertas dominaba la altura de una imponente colina, a la que se podía
acceder a través de un retorcido sendero de adoquines dorados que, por
supuesto, tomó. Entonces llegó a la entrada y sobre ella encontró un cartel con
la leyenda "Entra para ser juzgado". Nadie le obligó, pero el Hombre
se introdujo en la fortaleza.
Grandes antorchas
arrojaban luz sobre un pasillo estrecho, de paredes de piedra cruda, que
parecía no tener fin y que se bifurcaba en cada recodo. El Hombre se desanimó y
ya se iba a dar la vuelta cuando a su lado apareció un viejo vestido con una
túnica talar que le hizo señas para que le siguiera. Así lo hizo, y fue guiado
hasta una sala amplísima y de techo elevado atravesada en su centro por una
doble hilera de columnas de mármol verde y blanco que partía la estancia en
tres secciones: en uno de los lados, una multitud de gente guardaba turno para
su juicio; frente a ellos, se veía igual número de guías-ancianos, gemelos en
todo al que había llevado al Hombre hasta el salón. El viejo le indicó que se
colocara el último en la cola y se retiró después a su sitio.
La fila avanzaba,
aunque el Hombre observó que ninguna de las personas que estaban antes que él
volvían por la parte central de la habitación, por la que discurría una
alfombra de terciopelo verde, situada allí en honor de los que eran
considerados inocentes.
Al fondo del
corredor intermedio se alzaba impresionante la figura de un rey asentado sobre
un rico trono de caoba. Una fina corona le ceñía el largo cabello a las sienes
y su mirar era tranquilo y amistoso. De espaldas a él, a la altura de la grada
donde el monarca reposaba los pies se veía a una mujer ya madura y con aire
entristecido; en su mano derecha tenía una diadema de flores moradas y con la
siniestra sostenía una copa rebosante de hidromiel que se derramaba sobre el
enlosado suelo. Junto a ella, a una distancia de tres metros exactos, un hombre
musculoso con el rostro oculto bajo una capucha gris y sin huecos para los
ojos, mantenía las palmas de sus manos sobre el pomo de una gran espada ancha y
curva.
Verdugo con espada, cogido de es.silenthill.wikia.com. |
El rey era joven
aún y, a fin de poder dictar sentencia sin los remordimientos que nacen de los
errores, se ayudaba de dos consejeros, impuestos a su persona por necesidad y
tradición: una víbora descomunal en el costado real donde se encontraba también
el verdugo, y una lechuza en la parte donde estaba la mujer. Ambos estaban
capacitados para leer el alma humana y eran los únicos que se hallaban por
encima de la cabeza del monarca; la primera, enrollada con seguridad a uno de
los pilares que formaban parte del dosel y la segunda, posada pacientemente
sobre el pilar contrario.
Los que acudían
para ser juzgados se presentaban ante el rey y, sin decir palabra, esperaban a
que se hiciera justicia. El monarca, a su vez, aguardaba a que hablaran sus
consejeros, pero la serpiente, a espaldas del soberano, cerraba con su cola el
pico del ave, y por eso era ella la que siempre se pronunciaba. El rey,
entonces, levantaba su mano derecha y el culpable era conducido por su
guía-anciano delante del sayón, quien de un tajo certero, pese a la ceguera,
los decapitaba a los dos.
Con cada ejecución
cumplida la mujer de las flores y la copa se iba marchitando un poco más,
mientras que el borrero de la pesada cimitarra se cargaba de renovado vigor.
Por último, le
llegó la vez al Hombre. Pero antes incluso de que la víbora pudiera susurrar su
venenosa mentira al oído del inexperto rey, el Hombre negó con la cabeza y el
coronado muchacho elevó las dos manos. La asombrada sierpe siseó con enojo, la
amarillenta curuja ululó asintiendo la firme decisión de su señor, quien
adquirió conocimiento propio y dejó de ser un poco menos ignorante, la mujer
sonrió con belleza y el ciego boche se estremeció con un escalofrío que le
recorrió la espina dorsal en toda su longitud.
Rápidamente, la
dama ofreció las flores y el recipiente al Hombre para que éste escogiera entre
uno de los dos premios. Aceptó con gusto la guirnalda que le fue ajustada en la
crisma y su guía-anciano le llevó riendo a carcajadas por sobre la alfombra
esmeralda hacia la salida. Entretanto, un sinfín de inseguras personas habían
ido llegando al castillo en busca de un juicio redentor, y el Hombre escuchó de
nuevo el incansable silbido de la espada al segar más cabezas. Una vez a salvo
a las puertas de la fortaleza, el viejo se despidió de él fundiéndose con las
sombras, más allá del fuego de las teas.
El Hombre optó
por un camino enlutado de carbón para dirigirse, sin saberlo, a la última
esquina del intrincado conjunto. Mientras andaba, las flores que le
dignificaban fueron ajándose y caían mustias encima del carbón, transformándolo
bajo su peso formidable en puro cristal de diamante. Pero las flamantes joyas
eran devoradas por un dragón enano y sucio que vivía cobijado tras la capa del
mugriento mineral. De todo esto el Hombre jamás tuvo conocimiento, y marchaba
adelante olvidando siempre y sin recordar nunca nada.
La casilla
superior derecha se mostró ante el Hombre como un extenso prado de hierba alta
y espesa oscurecida por la noche, ofreciendo matices variados de grises y
azules marino, cenizas de violetas esparcidas a lo largo y ancho de la campiña.
El viento soplaba del norte y mecía las matas creando la ilusión de arrostrarse
a un océano embravecido. En la lejanía divisó una luz minúscula —una estrella
caída— y se aproximó a ella para ver quién la había encendido.
A medida que se acercaba al lugar distinguió
la forma de otro hombre ataviado con una bata blanca. Éste se inclinaba sobre
una mesa de disección en la que se tendía un cadáver humano abierto en canal.
El científico, armado con un bisturí, rajaba al muerto sin seguir un método
concreto; buscaba algo sin éxito aparente y cada vez que realizaba una incisión
murmuraba frases que sonaban incoherentes para el Hombre.
"¡Oh! ¿Dónde
estás, maldita?", y abría las venas de las muñecas. "Sólo sangre.
Sólo sangre", y separaba los huesos del cráneo para destrozar el cerebro.
Así continuó, utilizando el filoso instrumento cada vez con más rabia y saña,
hasta que no pudo hacer más uso del maltratado cuerpo, y arrojó sus despojos
con desprecio manifiesto al otro lado de la camilla. Los alrededores estaban
infestados de muertos totalmente mutilados por el de la bata blanca; todos
varones y ninguna hembra.
El roce de la
hierba contra sus pies hizo que el hombre del bisturí se girara en redondo,
desplegando a la vez una amplia sonrisa lunática. El Hombre se detuvo a
contemplar la ambigua expresión del otro, que ocultaba sus ojos tras de unas
gruesas gafas redondas de color azul. Estalló un relámpago y arreció el viento, después vino
el trueno y con él un grito aterrador. El investigador se abalanzó contra el
Hombre, con el estilete preparado para asestar un golpe mortal y definitivo.
Marioneta, de davidopoulos.blogspot.com. |
El Hombre comenzó
a correr escuchando detrás de su nuca la agitada respiración del loco,
ganándole terreno, cada vez más cerca; más y más cerca. Derramó lágrimas
desesperadas, aulló su miedo a las nubes nocturnas y cuando ya iba a ser
alcanzado oyó el chasquido seco de unos hilos tensos al quebrarse. Dio unos
pocos pasos y se paró con curiosidad natural. El hombre de blanco yacía
inmóvil, como un pelele, en el suelo; sobre él flotaban cinco cables sueltos a
merced del viento a los que siguió con la mirada, arriba, muy arriba, para
descubrir la figura descomunal de un gigante que manipulaba diestramente con
unas varillas de marioneta.
Su diversión se
había roto y ahora el muñeco permanecía inservible tumbado sobre la hierba.
El monstruoso
ilusionista guardaba un increíble parecido con el títere que manejaba,
mostrando incluso la misma sonrisa babosa de demente. Una nueva descarga
eléctrica de la tormenta desveló que el gigante estaba unido a otras tantas
fibras que le salían de las manos, los pies y el cuello y que subían más alto
todavía, hasta terminar en unas varillas aún mayores.
Al poco rato, el
Hombre adivinó que una forma negra y alada operaba con el titán del mismo modo
que éste lo hacía con el científico. De sus lentas maneras se desprendía una
profunda tristeza, pero no se debía a la rotura de la primera marioneta. Era un
abatimiento que procedía de muy atrás en el tiempo, más antiguo quizá que la
propia historia del laberinto. El Hombre se secó las lágrimas intentando
recapacitar sobre lo que había experimentado, sin embargo, los hechos
desbordaban con creces su entendimiento y lo dejó estar así. Al menos, seguía
vivo y, por ahora, eso era bastante.
Se alejó de la
cuarta esquina con la mirada fija en el sendero blanco. Los luceros del cielo
llamaron su atención y observó el espacio plagado de parpadeos brillantes. Por
un instante pensó en la posibilidad de escaparse, aunque su naturaleza
limitada, la normal en alguien sin inquietudes y satisfecho con lo que tiene,
aunque no sepa de dónde procede, se lo impedía.
El Hombre se
encaminó, perdido y sin angustia, hacia el ángulo superior izquierdo del
laberinto picto.
Y para "escuchar" este cuento, me complace incluir aquí "The end", de los Doors, y por supuesto su enigmática traducción.
The End (El final)
This is the end (Éste es el final)
Beautiful friend (mi hermoso amigo)
This is the end (éste es el final)
My only friend, the end (mi único amigo, el final)
Of our elaborate plans, the end (de nuestros elaborados planes, el final)
Of everything that stands, the end (de todo lo que estaba erguido, el final)
No safety or surprise, the end (no hay seguridad ni sorpresa, el final)
I'll never look into your eyes...again (nunca más te volveré a mirar a los ojos... de nuevo)
Can you picture what will be (¿puedes imaginar lo que será?)
So limitless and free (tan ilimitado y libre)
Desperately in need...of some...stranger's hand (Desesperadamente apurado..de alguna..mano extraña)
In a...desperate land (En una...tierra desesperada)
Lost in a Roman...wilderness of pain (Perdido en una tierra salvaje romana de sufrimiento)
And all the children are insane (Y todos los niños están dementes)
All the children are insane (todos los niños están dementes)
Waiting for the summer rain, yeah su (esperando a que caiga la lluvia veraniega)
There's danger on the edge of town (Se cierne un peligro al final de la ciudad)
Ride the King's highway, baby (conduce por la autopista del Rey, nena)
Weird scenes inside the gold mine (Extrañas escenas en la mina de oro)
Ride the highway west, baby (conduce por la autopista del Oeste, nena)
Ride the snake, ride the snake (cabalga la serpiente, cabalga la serpiente)
To the lake, the ancient lake, baby (hacia el lago, el antiguo lago, nena)
The snake is long, seven miles (La serpiente es larga, siete millas)
Ride the snake...he's old, and his skin is cold (cabalga la serpiente... es muy anciano* y su piel es fría)
The west is the best (El Oeste es lo mejor)
The west is the best (El Oeste es lo mejor)
Get here, and we'll do the rest (encuéntrate conmigo y haremos el resto)
The blue bus is callin' us (El autobús azul nos está llamando)
The blue bus is callin' us (El autobús azul nos está llamando)
Driver, where you taken' us (Conductor, ¿hacia dónde nos llevas?)
The killer awoke before dawn, he put his boots on (El asesino se levantó antes del amanecer, se calzó sus botas)
He took a face from the ancient gallery (recogió una cara de la vieja galería)
And he walked on down the hall (y caminó hasta el salón)
He went into the room where his sister lived, and...then he (fue a la habitación donde residía su hermana, y entonces él...)
Paid a visit to his brother, and then he (se marcó una visita a su hermano, y entonces él...)
He walked on down the hall, and (caminó hasta el salón)
And he came to a door...and he looked inside (y llegó hasta una puerta...y miró dentro)
Father, yes son, I want to kill you (¿Padre?, ¿Sí, hijo? Quiero matarte)
Mother...I want to...WAAAAAA (¿Madre?... Quiero... WAAAAAA**)
C'mon baby,--------- No "take a chance with us" (Vamos, nena, no te arriesgues con nosotros)
C'mon baby, take a chance with us (Vamos, nena, arriésgate con nosotros)
C'mon baby, take a chance with us (Vamos, nena, arriésgate con nosotros)
And meet me at the back of the blue bus (y encuéntrate conmigo en la trasera del autobús azul)
Doin' a blue rock (marcándonos un rock azul)
On a blue bus (en un autobús azul)
Doin' a blue rock (marcándonos un rock azul)
C'mon, yeah (vamos, sí)
Kill, kill, kill, kill, kill, kill (mata, mata, mata, mata, mata, mata)
This is the end (éste es el final)
Beautiful friend (mi hermoso amigo)
This is the end (éste es el final)
My only friend, the end (mi único amigo, el final)
It hurts to set you free (me duele dejarte libre)
But you'll never follow me (pero es que nunca vas a seguirme)
The end of laughter and soft lies (el fin de las risas y de las leves mentiras)
The end of nights we tried to die (el fin de las noches en las que intentamos morir)
This is the end (éste es el final)
*Al igual que con el caso de The Snake de Al Wilson, en inglés snake (serpiente) es masculino y así lo traduzco.
**Mucha gente entiende que en este grito se intuye que como Edipo Rey, se quiere follar a su madre, como si fuera Electra. Es posible que así sea, pero en ninguna versión lo escuché explícitamente y sólo oí el susodicho grito.
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