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Hermoso ejemplar de musgado árbol otoñal que mira al melancólico Norte con falsos ojos de primavera |
Érase una vez un niño que se perdió en el bosque próximo a su aldea. Era un lugar sombrío, plagado de robles milenarios en cuyo interior corrían laberintos de serrín, sabiduría y terror a partes iguales, y anidaban búhos, lechuzas y mochuelos que cazaban de noche, a la luz de unas estrellas tan lejanas como frías, en silencio, con alas de diamante y silencio letal, la sombra de fantasmas y engendros ligados a la tierra podrida.
Evidentemente, el niño sabía que NO debía ir bajo la arboleda y mucho menos alejarse hasta perder de vista la seguridad de las casas y sus cálidas humaredas de tierno hogar. Pero más se lo advertían más se arraigaba en su alma la semilla de la rebeldía y un día estalló de curiosidad.
Se plantó en la orilla de la umbrosa muralla leñosa y por un resquicio entre troncos se coló en la zona prohibida.
Lo primero que notó fue el silencio de algodón en sus oídos y, maravilla de maravillas, la innecesidad de respirar nunca más. Como los peces bajo el agua, su garganta se cerró adaptándose a una atmósfera sin oxígeno ni olores, y no sintió angustia en el proceso. Tampoco necesitó de sus ojos por la ausencia de luz y las pupilas se velaron sin dolor con un velo níveo de primorosa hermosura. Su piel se tornó verdosa y gris, insensible a los roces de ramas y zarzas que no lograron lacerarla.
En su interior la sangre dejó de fluir y un inmóvil fluido morado inundó sus venas como savia de helecho.
No era la muerte, pero tampoco estaba vivo y así vagó por el bosque primigenio con una ligera sensación de alivio en el hueco que dejó su alma en lo que creía era su pecho y cabeza unidos por millones de sutiles hilos plateados de esencia humana.
El niño muerto en vida pasó sus primeros años de transición hacia su nueva vida vagando por caminos invisibles tropezando de cuando en cuando con otros como él, sin cruzarse miradas, saludos o palabras, porque no importaban. También llegó a ver vivos que desprendían un agradable olor dulce que embriagaba sus no sentidos y despertaba algo parecido a la sensación de hambre. Pero ellos le importaban aún menos que los que eran como él, y, además, estaban fuera de su alcance más allá de la muralla de árboles entrelazados.
Una vez, cuando creyó que habían pasado siglos desde su bendita desobediencia, llegó a un inmenso claro bajo una bóveda celestial infestada de luces que le guiñaban su nombre largamente olvidado e intentó sonreír. Allí se permitió el lujo de abandonar su rumbo errante y tumbarse en la negra hierba de lo que estaba seguro que era una noche eterna, siempre con una luna llena cambiante de color a capricho, que le bañó por completo el cuerpo desnudo y liso.
Y entonces comenzó el cambio: Donde antes había pelo ahora eran plumas perfectas, sus ojos se agudizaron y descubrieron detalles y secretos hasta entonces ocultos a sus abotargados no sentidos. Sus brazos se transformaron en alas de poder y fuerza inimaginables. Sus pies pasaron a ser temibles armas afiladas como cuchillas y donde antes había una boca y una nariz, un pico acerado bostezaba su sorpresa ante el cambio.
Esta vez el hambre era real y buscó presas a las que dar caza.
El bosque guardaba en su más recóndito interior, casi en secuelas dimensionales a ras del suelo, infinitos claros donde otras tantas antaño personas experimentaban sus particulares metamorfosis. Y mientras que unos adquirían la forma temible de sombras fantasmales retorcidas como olivos viejos de siglos, otras iniciaban el vuelo cazando a los anteriores.
El antes niño sonrió feliz por dentro mientras se lanzaba sobre su primera víctima, que apestaba a un miedo reconocible, al tiempo que en su interior sabía que así iban a ser las cosas por los siglos de los siglos y más allá incluso del tiempo finito.
La nana del desencanto.
La nana del desengaño.
La nana del fraude,
pero no de la mentira.
¿Qué duele más, la palabra de barro
en una boca sin dientes y lengua de brea,
aunque sincera,
o lisonjas y amores disipados por la tormenta
de transparencia intangible y lechosos sueños de niebla
que mueren cada mañana al romper el alba?
La nana de la furia.
La nana de la soledad callada.
La nana de la ira sin fuerza.
Las canciones se marchitan en el tiempo del olvido.
Las flores son belleza efímera
que languidece con la escarcha de las horas.
No hay cielo sobre mi cabeza.
No hay suelo a mis pies.
Una espiral estriada que secuestra las risas y sonrisas
perdidas en un laberinto de ácidas luces irisadas.
Secretos ocultos en el corazón de cada hombre
que brotan amargos cuando son insoportables
y marcan el sello de la igualdad a fuego
sobre el espejismo vanidoso de la extraordinaria singularidad.
Todos diferentes en la unidad;
todos unidos en la especial esencia que nos distingue.
La nana de la solitaria palabra.
La nana de nombre impronunciable.
La nana del vacío que me arrastra
y devora por dentro;
el vacío que soy y que llena mi alma.
La nana de la muerte en vida.
La nana de la insensible existencia.
La nana que pulveriza el hielo
para que el lenguaje musical y primigenio
te envuelva en el último viaje hacia la nada.
La nana de la paz sencilla.
La nana del descanso sin miedo.
La nana de las manos leves sobre el pecho,
los ojos cerrados y la ausencia de aliento.
He de reconocer que me gusta mucho Kortatu. No hacen música elegante, pero sí bailable y divertida, de la que te llega como una flecha directa al interior. O te encanta o la odias, como si no hubiera término medio ni fronteras sentimentales. Así de radical.
Hoy en día en esta Piel de Toro de enormes diferencias lo hubieran tenido crudo para darse a conocer, especialmente por sus tendencias políticas, pero tuvieron la imensa suerte de nacer en una época de efervescencia mental y creativa, un país quizá más libre del que se intuye ahora, y nos pudieron traer el Ska visto bajo su particular tamiz 'punkarra' con temas como 'El último Ska', 'Sarri Sarri', 'Jimmi Jazz' y su estupendo y genial 'Don Vito y la revuelta en el frenopático', que es la que plasmo a continuación, junto a 'Egunero', de Hertainak, que igualmente me vuelve loco.
Me enamoré de ellas la primera vez que las escuché en 'Los 33 de Radio 3' (¿o eran ya 'Los 333' o 'Los 3.333'...?).
PD. Ambas canciones forman parte de un recopilatorio que he abierto en Spotify titulado Piezas (de Hubi) y que desde aquí invito a todos y todas que lo conzcan y lo disfruten. Ese recopilatorio hace refrencia a todo lo que me fue llamando durante mis múltiples y diferentes épocas musicales.
Hay un poco de todo y todas las canciones me tocan, de un modo u otro, el alma o han sido importantes para sostenerme, reivindicarme o posicionarme en una sociedad y una vida que no suelen ser ni amistosos ni un puto camino de rosas.
Muy muy, muy recomendable escuchar la lista en formato aleatorio (sorprende más).
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