lunes, 31 de julio de 2017

Temor esencial II

La Dama de Rojo tiñó las pupilas del cuervo indefenso en un descuido del ave.


VII

Mi voz, que es Tu verbo,
Con una ausencia total de pena,
Da forma oral a ideas brumosas:
¿Es acaso esa libertad gravosa
La que nos condena
a confinarnos en el Averno
o, de otra manera, el regalo
Que por dicha tenemos
Nos devuelve al solaz último
del que todos los iguales procedemos?

Si eso es cierto,
Y temo que en este campo no yerro,
Nosotros mismos seremos
Quienes por decisión propia,
Usando al Padre de testaferro,
Al final de todo nos juzguemos.
¡Qué irónica idiotez!
Sufrimos tanto con el miedo
De un Dios como espantoso juez
Que ni siquiera le vemos como debemos.

Furiosa masa anormal;
Rehala infame de pecadores disfrazados
Con maza y toga.
En ese cerrado hilo temporal
Contemplamos encimados
Desde el Otro Lado
Nuestra completa existencia,
Y a la menor falta anudamos
En torno al cuello la soga
Que nos hará bailar a conciencia,
Pese a ser los inherentes amos de nuestro hado.



VIII

La hembra ingrata se fue
Disipándose en la confusión de la niebla.
Y me dejó vacilante
Sobre la estrecha senda
De lo que aún está por hacer.
Abandonado así a mi suerte,
Noto el furor de la cólera crecer,
Pero hasta el eje de la Tierra
cruje y se dobla
Bajo el colosal peso de mi tristeza.

"Prohibido llorar;
Siempre puedes culparle a Él".
Prendas y anillos teñidos de rojo,
La señora sin rostro emerge con valor
Al final de la vereda azul.
Tres mudos cipreses la escoltan
Por el ceniciento jardín
Donde la flora perdió su color.
En su hombro descansa un cuervo cojo
De correosas alas que la arropan.

Una a una
Van cayendo mis defensas
Desnudando los temores primarios
Que el vértigo negro no supo neutralizar.
Me veo vagando solo por las dehesas
De la que antaño fue mi cuna
Sorteando cuerpos de cigüeñas
Aplastadas por ramas de alcornoques
Y dispersas entre el cuarzo de las peñas...
Recreo esta lúgubre escena a diario
Bajo el espectro de una invariable luna.



IX

"Prohibido padecer;
Siempre puedes culparle a Él".
¿Se atreve a interrumpir mi pensamiento
esa inoportuna mujer
Que no deja de darme la espalda
como si ocultara una grave culpa?
La agobiante frase desgarra la piel
Y convierte la carne en pulpa:
Es agua hirviente que escalda
e impide mi regodeo en el sufrimiento.

La que habla no es otra que la Ira,
Hija natural de la anterior,
Y, como ella, su única ilusión
Es encender en mí la pira
Que alimenta la curiosidad dormida
Para volver a sentir el vigor
Del intelecto dando vueltas.
Pero ninguna de las dos es bienvenida
Porque su presencia me fue impuesta
Sin contar para nada con mi voluntaria decisión.

La bastarda tiene oficio
Adquirido tras milenios de experiencia
Lamiendo con su lengua de vampiro,
A través del más ínfimo resquicio,
El alma líquida de los antiguos gentiles.
Con calculada paciencia
La maestra de los vicios
Arroja un manto de envenenado papiro
Que me aparta y aísla
De los humanos rediles
Anulando mi bisoña resistencia.



X

Cuando me suelo comunicar conTigo
Tropiezo con el silencio.
Reposado conticinio que se alarga
Mansamente,
Quizá más de lo debido.
En Tu muda respuesta acecha el peligro
Para los que seguimos en tinieblas,
Mientras se desvanecen Tus pasos
Por un desierto de tiempo perdido
Porque Tú ya no nos hablas.

¿Y si ella no miente?
"Siempre puedes culparle a Él",
Afirmaba no siendo conveniente
Escucharla para el que Te sigue siendo fiel
Pese a que has precintado Tus labios.
Es que también has cerrado los míos;
Confieres franca palabra a un puñado de sabios
Que Te odian con afán constante
Y un lerdo cerebro baldío
A los que juraron de corazón defenderTe.

Al parecer, no me basta
El don de la fe como único escudo.
Relegado de los elegidos,
Multiplico mi esfuerzo y apuro
El delgado ras de Tu sutil mutismo;
Quiero rebañar esos tenues sonidos
Que recuerdan los inicios de una casta
Selecta y confiada en la suerte
Por saciarse en la fuente del Amor mismo
Para luego desligarse de este mundo
Esgrimiendo la valentía del inocente.



XI

De Tu callada prudencia
Sólo obtengo un sufrido fracaso.
La discreta mirada hacia el pasado,
Cuando mi ateísmo alcanzaba su ocaso,
Me descubres hondas lagunas de una creencia
Que torna lo natural en complicado.
No niego que hasta yo me maravillo
Por mi fantástica existencia,
Pero noto que me pierdo y que me humillo
Ante el inefable poder de la nueva ciencia.

Ese vértigo tenaz que no cesa
Me ronda y se empeña
En rememorar aquellas sedosas escenas
Del momento de mi cambio.
El recuerdo que permanece y más pesa:
Era Otoño; de mañana;
Escarcha quieta sobre la sierra extremeña,
Por San Pedro o en Orellana,
Y una luz en el amplio espacio
Con sigilo despertando la tranquila arboleda.

Y siendo así que Te expresas,
A través de lo creado;
Obra de obras en perpetua mutación,
De continuo movimiento nunca igual,
Preclaro ejemplo de transubstanciación
Sobre todo lo que Tú deseas y piensas,
Que cauterizó en penalidades
Todo un banal ejército de ángeles,
¡Permites que haya llegado
A ser un casual
Cúmulo sin fin de casualidades!




XII

A falta de esa réplica
Avanzan en filas apretadas
Las gruesas milicias de los que descubren
Lo sumamente fácil que resulta matarTe.
Te asesinan con la mente relajada
Y en los ojos una súplica
Para que desaparezcas realmente;
Después cada uno ofrece sus propias fosas
Hechas de aire que luego cubren
No con tierra, sino con letanías hermosas

¿Qué placer logran al aniquilarTe?
¿Es el mismo que sintieron
Cuando de veras lo hicieron
Bailando alegres ante Tu faz descompuesta?
La orgía de gloria, fama, poder y dinero
Es un pobre beneficio sin gracia ni arte
Frente a la azorada apuesta
Que desgarró el alma de aquel germano
Alucinado por su osadía de sentenciar
"Fui yo el primero".

¡Yo no quiero callarme!
En este ingenioso juego de sofistas
Del que participan argiroides y nefilas,
Que los orates consentidos
Han conseguido hacer de la vida,
Son los seres más discretos
Quienes logran imponer su filosofía
Por sobre la pastosa alfombra de excrementos
Abonada por escritores y artistas.
De ahí que para no ensuciarme
Chille fuerte mi obligada necrolatría.


martes, 25 de julio de 2017

Temor esencial I


Tan inútil me siento a veces como un murciélago atrapado por la luz diurna

Notar que uno es. Saber plenamente que se está vivo. Traspasar a velocidad hipersónica capas de conocimiento intuitivo sobre la existencia. Y notar el vértigo de que uno simplemente es en mitad de las cosas. Ése siempre ha sido uno de mis miedos más terribles y transparentes a los que me he enfrentado a lo largo de mi vida, especialmente en la juventud.

Ahora mis neuronas parecen dormidas, aburguesadas, asimilando esa genial idea que antes resultaba inconcebible por creerme la posibilidad de formar parte de un inmenso sueño divino que se acabaría disipando en el olvida con el despertar del monstruo.

Traté en su día de plasmas esa angustia en inmenso poema metafísico de proporciones apocalípticas que no he tenido más remedio que partir en varios trozos.

Tratad de no ser excesivamente críticos y mirad más allá de las palabras. A lo mejor alguno se reconoce en este escrito.

Por cierto, no tiene título...


I

Desequilibrio.
El vértigo oscuro de una estancia
Casi herméticamente sellada
Y sin luz.
Ni una gota de alcohol;
Tan sólo la vaga y terrible
Sensación de ser,
De existir,
De la unidad en mitad de millones
Que respiran en torno a mí.

Unidad y vértigo:
Un enorme insecto que devora mi interior
Excavando un negro túnel
De asombrosa longitud,
Tan turbio e intrincado,
En recodos y curvas perdido,
Que me consume en segundos
Únicamente dejando
El pellejo sobre los blandos huesos.
Sólida membrana rellena de vacío.

Estas manos que abrasan recorren ávidas
Cada detallado poro de mi eseidad,
Magna y renovada,
Como si acabara de surgir
En un parto rebosante de dolor y llanto
Por saberme existiendo.
Tengo horror hacia mí mismo
Al reconocerme siendo,
Plenamente vivo y sin ninguna realidad,
Más que la del mero hecho de estar,
A la que aferrarme.



II

Y de nuevo
La espantosa náusea que extingue
Cualquier rasgo de razón
En un suspiro.
Exhalación entrecortada,
Como si hiciera el amor;
visión extraviada,
con anhelo de concreción
Y unas lágrimas que nunca acaban de nacer.
El pánico de la ignorancia.

Igual que un niño hacia su madre
Vomito una penosa llamada
Capaz de deslacrar oídos sacros
Por sonar llana y desesperada;
Escucho mi voz que grita
Flotando en la densidad de la fiebre
Con violencia más que inusitada
¡Soy!
¡Dios mío!
¡Soy!

Súbitamente,
Violando la inmediación del tiempo,
Esa misma voz me responde:
¿Por qué?
Caverna anegada en ecos insistentes
Imitando el fluir de las horas
Yo repito angustiado el mismo claro,
Pero al fin permanece,
Como una reina gobernando la Nada,
Esa rala pregunta cargada
De perfectas intenciones.





III

Y me encojo,
              Me encojo,
                            Me encojo...
Hasta transformarme
En un chiquillo lúcido
Que comprende en un fugaz instante
Lo que en treinta años
De genuina búsqueda constante
Un centenar de sensatos adultos
No lograron nunca explicarme.

La respuesta es simple y eterna:
Elección de la libertad madura.
Loado ídolo falso de concordia,
Sobada palabra plena de sentido;
Ocho letras de oro podrido
Que vertidas gota a gota,
Como lava destilada en torrentes,
Acabarían por inundar esta tierra
Ahogando en justicia
La horda sudorosa de necios intransigentes.

Ni un maldito respeto tengo.
Conjurada al hechizo del vértigo
Esa molesta voz que zumba
Y carece de buen dueño
Me impide soñar
Que estoy soñando que sueño,
Plácidamente tumbado
En un portal de arcos elevado
Al infinito por ser circular.
Prostituta zalamera, va y susurra:
"¿Para qué la libertad?"



IV

¿A qué la cruel Bestia risueña
En su chirriante preguntar
Con una precisión matemática
Musitando en vez de hablar
Va arrastrando sus palabras apática?
Pues se me antoja ahora pequeña
En comparación sincera
A la terrible empresa que me aguarda.
Su agotador acoso invisible
Me obliga a dar una postrer vuelta de tuerca.

Y ese mi yo,
Cada vez más raudo y duro,
Va escarbando sangrante,
Como un ciego topo oscuro,
La impenetrable roca de la Verdad.
Chasquido de uñas rotas;
Heridas lacerantes en las yemas de los dedos,
Alzo polvo bermejo en torbellinos
Saturados de apremiante ansiedad
En busca de la clave como meta.

Hasta que al fin vislumbro
El asombroso brillo del diamante
Escondido con celoso celo,
Casi rozando la superficie
Del inmenso menhir flotante.
Bajo la tapa porosa del arca de piedra
Se muestra, sin capacidad ya de herir,
La pura y clara sentencia:
Elección de la libertad;
Y ser libres para elegir.
Exclusivamente humana cualidad.





V

Escógeme o recházame.
¡Incesante manantial de vértigo divino!
Bondad sin mácula de sospecha;
En mis tímidas manos queda
El fino tesoro incomprendido.
Fulgor de múltiples hachas
Que derriten impasibles
Con su amargo río de cera
Éstas mis pobres palmas sucias
Chorreares de lenta y espesa brea.

Generosísimo secreto
Con el que jugamos inconscientes
A la vera del vital camino
Desde que por vez primera vemos
Este repleto mundo de mágicas lecciones.
Reflejo de un luminoso arcano
Al que, a medida que maduramos,
Vamos desvelando con exquisito mimo
O con egoísta desprecio arrojamos
En el espumoso mar del olvido.

Pero el saber libre obliga
Y, en perverso desafío al aforismo,
Ocupa altanero un lugar en el alma
Actuando como un noble carcelero
Cuyos brazos son firmes cadenas de plata.
De esa maternal semilla asignada
Y sembrada con parásita saña
Brotan vermiformes raíces de un olivo señero
Que desgarran impías las delicadas entrañas
Minando al mismo tiempo mi dulce fe,
Frágil como la flor de la jara.



VI

Resurge entonces amistosa
La mano gris y agria de la Duda,
Y en conciliador silencio se posa
Sobre las grietas de mi frente perlada.
No, mi perenne compañera de viaje:
Desconoces el sosiego y niegas la paz;
Eres un árido vendaval de Levante
Que anárquico y a la vez paciente
Erosiona la base segura del audaz
Pues no controlas tu enamoramiento salvaje.

"¿Y es inmutable la elección?"
Preguntas con odiosa ternura;
Tu sensual boca indecente
Va tejiendo sin rastro de pasión
Un rotundo laberinto
Con palabras como llagas que supuran
Cenagosas todo un lago rebosante
De falso saber y de locura.
Así alzas tu nefasto recinto.
Así creas tu eviterna prisión.

Somos uno,
Y es mi yo ahora quien inquiere
Preso de tu seca sonrisa
Envolvente como el humo
De una llama verde y fría.
Aunque el espíritu no lo quiere,
Mi cuerpo de animal siente prisa
Por beber tu aliento de arpía;
Pero tiemblo y gimo al contacto
Ya que ese acto sólo sirve
Para ocultar con vergüenza mi cobardía.