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Portada del (muy recomendable) libro "Chap Chap". |
Adentrarse en el libro ha sido como redescubrir el lado oculto de un escritor que uno intuía con cierta certeza que estaba ahí, pero que prefería mantenerse apartado en la oscuridad, desafiante, a la espera y al acecho de un lector incauto al que poder espetarle en plena cara: "Si no me conocías así, es culpa tuya por no haberme buscado como se debe ni haberme encontrado antes, que oportunidades había a montones". Y, en cierto modo, no le falta razón.
Vivimos en un mundo y en un tiempo en el que el delicado y (muy) desigual equilibrio entre el trabajo (quien lo tiene) y el tiempo libre (quien puede disfrutarlo) hace años que saltó en pedazos. Leer un libro o un cómic es casi un lujo que tiene que competir muy reñidamente con otras pasiones ociosas como la música, el cine o recuperar el noble arte de enamorar de nuevo a tu pareja. Desmenuzar una historia escrita ha quedado relegado casi a esos místicos momentos imprudentes y robados al azar sentados en el opresivo trono blanco de la intimidad británica (ya saben, los latinos somos más abiertos, aunque molesta la compañía si estás leyendo) y poco más. Y eso mismo es lo que nos permite "Chap Chap". Es una llave que abre la celda estrecha del día a día hacia la libertad infinita del amor a cada instante sólo por el mero hecho de serlo y de degustar ampliamente la vida al segundo (esencia del Mod-ernismo).
Al contrario que otros escritores Mod-ernistas (entiéndase no como el asombroso entorno azulado del Señor Darío, sino como un estilo de vida nacido a finales de los 50' y principios de los 60' del siglo pasado) —como José María Mijangos ("Soul Man"), Marcos Ruano ("Bienvenidos al Planeta Mod"), Pablo Martínez Vaquero ("¡Ahora! No mañana"), Ricky Gil ("Bola y cadena"), Ezequiel Ríos ("Haciendo astillas el reloj"), Alejandro Díez ("Reflejos en el retrovisor") o Ángel A. de la Iglesia Gilarranz ("I've got my mojo working")—, Mr. Amat se desnuda (literalmente) en sus páginas plasmando mucho (muchísimo) de sí mismo en las líneas que rellenan el blanco del papel y habla en exclusiva y primerísima primera persona. Eso no quiere decir que los demás citados no miren el entorno desde un prisma personal y con ojos muy particulares (que resulta también básico y fundamentale en el seno del Movimiento Mod-ernista) pero el caso de este catalán es casi enfermizo, hasta el punto de que el YO es (gracias al Gran Mod-ernista) omnipresente en todas sus páginas. Y yo lo agradezco, porque nada me gusta más que la puntual anécdota personalizada e individual, y más cuando los pasados-presentes-futuros de ambos (él y yo) coinciden en sensaciones, sentimientos y ritmos, como creo que es el caso.
"Chap Chap" sería, en términos culinarios, como degustar exquisitos aperitivos de inmensa y excelente variedad, en lugar de zamparse un chorreante chuletón de buey poco hecho con patatas fritas y pimientos asados, que supondría el equivalente de una buena novela. Viviendo como vivo en una ciudad de noble y amplia tradición gastronómica (Córdoba, para los que se nieguen a saberlo), sé perfectamente cuándo comer de "servilleta y mantel" (que diría mi amiga María José García) o cuándo regalarme el estómago a base de tapitas. Y este libro es como irse de paseo por la Concha donostiarra o por el Casco Antiguo cordobés de tasca en tasca probando y catando de aquí y de allá, sin un orden establecido, hasta decir basta. Uno acaba bastante satisfecho y siempre con la posibilidad de dejarlo cuando a uno le venga en gana o le convenga.
No sé si el amigo Amat ha decidido el orden de los artículos y los diferentes capítulos sobre los que trata por alguna razón concreta o si le ha venido impuesto por la editorial —Blackie Books—, pero está claro que otra de las inmensas ventajas de esta obra es que se puede leer como a uno le salga de dichas sean sus partes más íntimas e intransferibles. Cualquiera puede abrirlo al azar (siempre, eso sí, por el comienzo de alguno de esos espacios acotados que conforman las diferentes temáticas de esta obra sagaz y amena) y empezar a divertirse leyendo por ahí mismo, sin preocuparse de todo lo anteriormente escrito ni de todo lo que está por venir en el resto de páginas (salvo en la abundante parte en la que alude a su héroe por excelencia, el señor Reginald Perrin, que preferiblemente hay que leerla con cierto orden).
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Menda (el burro delante para que no se espante) y Mr. Amat en su visita a Córdoba en 2008. |
Y como buena colección de canapés (tapas, pinchos, entremeses, como ustedes quieran llamarlos) que es, los hay para todos los gustos. Personalmente, me enriquecieron bastante todos los referentes a lo musical, especialmente el de Los Negativos y el Garage (probablemente, por afinidad); me reí sobremanera con el pequeño reino del honorable Pujol y despertó mi curiosidad lo referente al humor británico (tanto, que muy probablemente acabaré agenciándome la obra de David Nobbs para devorarla, ya que no tenía el gusto de conocerla). Por otro lado, he de agradecer sobremanera a Mr. Amat de haberme quitado siquiera la intención de hacerme una vasectomía y quizá habría que haberle sugerido un par de capítulos más: Uno para explicar el galopante onanismo de Pànic Orfila y sus inquietantes pirámides de papel y otro para saber en su opinión qué banda sonora (dentro del ecléctico y amplísimo elenco de estilos Mod-ernistas que existen) le pegaría a una bestial orgía romana en pleno siglo XXI.
Por lo demás, el libro es un regalo para el espíritu y su lectura no es sólo recomendable, sino de casi obligado cumplimiento.
He dicho.
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El autor, Kiko Amat, posando en la web de |
¿Qué le pega a esta critiquilla sobre el libro? Evidentemente, algo de los Brighton 64. ¿Quizá "Bola y cadena" junto a Los Retrovisores? Una delicia (se incluye luego la versión propia de los catalanes). Y por supuesto, gracias a mi amiguita Lo Pi, la versión de Raphael, que es la leche...
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